Lo esencial: La Trinidad (Segunda parte)

Enviado por Peter Amsterdam

mayo 24, 2011

En la primera parte de Lo esencial: La Trinidad, vimos que Dios es un Ser tripartito, formado por tres personas distintas —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—, que cada una de esas personas es plenamente Dios y tiene todos los atributos de Dios, y que solo hay un Dios.

Esas premisas expresan la doctrina de la Trinidad. Si faltase cualquiera de ellas en cualquier explicación de la Trinidad, la doctrina quedaría negada.

En este artículo me concentraré en la historia de cómo llegó a definirse, entenderse y articularse la doctrina de la Trinidad. Si bien no es indispensable estar al tanto de todos estos detalles para poder entender la doctrina de la Trinidad, no está de más comprender cómo y por qué los cristianos primitivos llegaron a definir la naturaleza de la Trinidad. Los errores de interpretación y los problemas que surgieron a raíz de los malos entendidos acerca de la Trinidad y su naturaleza hicieron que se volviese indispensable definirla y articularla claramente para todos los creyentes. Las conclusiones que se alcanzaron han sido aceptadas en términos generales por todos los cristianos como doctrina fundamental.

Los padres de la iglesia primitiva

Durante la Edad Apostólica —el periodo comprendido entre la muerte y resurrección de Jesús hasta, aproximadamente, fines del siglo I, durante la cual vivieron los apóstoles y se escribieron los libros del Nuevo Testamento— el objetivo central de la iglesia consistió en propagar el mensaje de la salvación, ganar conversos y edificar comunidades de fieles. Poco a poco, los apóstoles fueron muriendo y ya no quedaron testigos directos de la vida y ministerio de Jesús. Afortunadamente, los apóstoles y sus conversos dejaron escritos con los que aún contamos en los Evangelios y las Epístolas. Los apóstoles, naturalmente, tuvieron sus propios discípulos, personas a las que adiestraron en la fe, las cuales a su vez transmitieron esa fe a otros y crearon comunidades. La iglesia primitiva creció muchísimo durante los siglos II y III.

En los siglos posteriores a la muerte de los apóstoles surgieron diversos «padres de la iglesia», importantes obispos y maestros cristianos que escribieron acerca de la fe y que procuraron explicar e interpretar en mayor detalle los escritos de los Evangelios y las Epístolas. Fue justamente de los Evangelios y las Epístolas, aparte de los escritos judíos —lo que hoy se conoce como el Antiguo Testamento— de donde se originaron las diversas doctrinas cristianas, incluida la de la Trinidad. No obstante, como han podido apreciar, en el Nuevo Testamento no figuran ni la palabra Trinidad ni ninguna explicación precisa sobre la misma. Los vocablos con que se explicó la Trinidad fueron surgiendo poco a poco, posteriormente a los escritos del Nuevo Testamento.

Una de las primeras personas en emplear el término Trinidad cuando se proponía enunciar la doctrina fue un líder de la iglesia llamado Tertuliano (ca. 155 – ca. 230). Su formulación enunciaba algunos de los principales fundamentos del Trinitarismo, pero no era del todo acertada. Otro padre de la iglesia, Orígenes (ca.185 – ca. 254), explicó dicha doctrina en mayor detalle, aunque su explicación tampoco fue totalmente precisa. No obstante, mucho de lo que escribieron aquellos primeros autores era correcto y las porciones correctas de sus escritos sirvieron como base para la doctrina que a la larga llegó a aceptarse como ortodoxia.

Herejías y malinterpretaciones de la doctrina

En los siglos tres y cuatro, diversos maestros y autores cristianos basaron sus escritos y enseñanzas en dichas explicaciones, y escribieron acerca de la Trinidad en un intento de explicarla. El inconveniente de tales explicaciones era que a menudo reafirmaban un aspecto de la doctrina, y en el intento refutaban otro. Tres de las más comunes fueron las siguientes:

Uno de los primeros ejemplos es la enseñanza de que existe un solo Dios que adopta diferentes modalidades o roles; en algunos casos es el Padre, otras veces, el Hijo, y otras más, es el Espíritu Santo. Esta posición se conoce como Sabelianismo, nombre que procede de Sabelio, quien propaló dicha doctrina en el siglo III. Se conoce más comúnmente como modalismo. Dicha enseñanza alegaba la existencia de un único Dios, no obstante negaba que la esencia divina estuviese constituida por tres personas distintas. El modalismo fue condenado por la iglesia, quien lo declaró herejía (enseñanza falsa).

Otra enseñanza, denominada subordinacionismo, afirmaba que Jesús era eternamente Dios pero que Su esencia no tenía el mismo rango que la del Padre. Aducía que Jesús se subordinaba al Padre. De ser así, no podría ser Dios, porque para ser Dios, debe tener la misma esencia que el Padre, y a fin de tener la misma esencia, tiene que estar, necesariamente, a la altura de Dios. El subordinacionismo también fue rechazado por la iglesia.

Arrianismo

Arrio (ca. 256–336), presbítero de Alejandría, Egipto, enseñó que el Hijo era un ser creado que antes de serlo no existía. Según Arrio, el Hijo fue creado antes de que se creara lo demás. Eso significaba que el Hijo era superior a cualquier otra cosa creada, pero que aun así, era una creación más y no había existido eternamente, rasgo que lo diferenciaba esencialmente del Padre, ya que no compartía la misma esencia o naturaleza del Padre. Otra manera de explicarlo sería afirmar que el Hijo es similar al Padre, mas no igual al Padre en esencia. Esta doctrina, que se conoce como arrianismo, afirmaba que la Trinidad está constituida por tres personas, pero rechazaba la noción de que las tres personas fuesen Dios o que tuviesen los atributos de Dios.

Fue una doctrina que se propagó rápidamente, ya que Arrio puso música a su dogma, y enseñaba sus cancioncillas a los obreros del puerto de Alejandría, quienes a su vez se las transmitían a los marineros, y estos las llevaban de puerto en puerto por el Mediterráneo.

Arrio basó su teología en versículos que llamaban a Jesús el hijo unigénito, como también en Colosenses 1:15, que dice: «Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación». Arrio enseñaba que si el Hijo fue engendrado, significa que tuvo un inicio, ya que engendrar implica un nacimiento. Por lo tanto, enseñó, «había un tiempo en que el Hijo no existía».

El «primogénito de toda la creación» de Colosenses 1:15 se entiende mejor interpretando que Cristo era el heredero de toda la creación, quien goza de los derechos y la autoridad que se otorgan al primogénito, que Él es la cabeza o el líder de la familia. La NVI aclara, en una nota al pie, que «primogénito» se refiere a que tiene antigüedad y preeminencia.

En cuanto a la idea de que primogénito se refiriese a que Jesús hubiera sido creado, es decir, que no existiera desde la eternidad junto al Padre, en su momento esta fue disputada acaloradamente por varios obispos de la iglesia.

Conclusiones del Concilio de Nicea

El primer consejo ecuménico fue convocado por el emperador Constantino en Nicea (en la actual  Turquía), en el año 325. Asistieron aproximadamente trescientos obispos. El propósito de este concilio eclesiástico fue llegar a una decisión respecto a la controversia arriana. El concilio condenó al arrianismo como falsa doctrina y por lo tanto herejía, aduciendo que si Jesús era creación de Dios, no podría ser Dios, y de ser cierta esa afirmación, no podría haber Trinidad. Sin embargo, queda claro según la Biblia que existe una Trinidad; por lo tanto el arrianismo es una falsa doctrina. En el proceso de condenar el arrianismo, se dieron cuenta de que tenían que acuñar una terminología que afirmase que el Hijo era Dios, que era igual al Padre en esencia y en eternidad. También tuvieron que articular las diferencias entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El reto de la tarea era que no había versículos de la Biblia que especificaran que Jesús fuese esencialmente igual al Padre, o que, al igual que el Padre, existiese desde la eternidad. No obstante, hay muchos versículos de la Biblia que revelan que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son todos Dios. Hay versículos que demuestran que el Verbo (el Logos, Jesús) se hizo carne, que ese mismo Verbo era Dios, y que ya existía con Dios desde el principio. Que todas las cosas por medio de Él fueron creadas y que sin Él, nada de lo creado llegó a existir.[1] En sus escritos, los autores del Nuevo Testamento afirmaron que Jesús y el Espíritu Santo eran Dios en la misma medida que el Padre, si bien no lo expresaron en esos términos. De modo que los obispos del Concilio tuvieron que encontrar las palabras para expresar en lenguaje técnico los conceptos a los que habían arribado, aunque aún no los hubieran incorporado teológicamente, desde los inicios del cristianismo. Expresaron esas palabras en una declaración formal llamada el Credo Niceno.

En dicho Credo, se aclaró más la intención del término primogénito. Eran tantos los pasajes de las Escrituras que establecían o implicaban que Jesús, el Hijo, era Dios —incluyendo los versículos que afirmaban que Jesús había participado en la creación— que el concilio decidió que fuera lo que fuese que hubiesen querido decir los autores originales al emplear el término primogénito o engendrado, no se referían a creado. La intención con que emplearon ese término era expresar que el Hijo tenía la misma esencia que el Padre, y que una cosa es crear algo y otra es engendrarla.[2]

Crear implica hacer algo diferente a uno mismo, mientras que engendrar supone ser de la misma esencia o sustancia. Por lo tanto, decir que el Hijo fue engendrado es declarar que es de la misma esencia o sustancia. Así, decir que el Hijo es engendrado, es afirmar que Él es de la misma sustancia, la misma esencia, que el Padre. El vocablo griego que se emplea en el Credo Niceno para explicar dicha esencia es homoousios, que significa «de la misma naturaleza». Esta palabra expresaba que el Hijo es Dios en el mismísimo sentido en que el Padre es Dios. Tienen la misma naturaleza divina, la misma esencia o sustancia, lo cual los hace iguales en cuanto a su ser. Si bien se diferencian el uno del otro, son Dios exactamente en el mismo sentido. Esto quiere decir que las tres personas de la Trinidad son análogas, que no hay subordinación en su esencia, y que la segunda y tercera persona de la Trinidad no fueron creadas.

Esto, en última instancia, significa que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno mismo en lo que a ser Dios se refiere; que son todos Dios en la misma medida, que cada uno posee los atributos de Dios. Ninguno es más Dios, ni más poderoso o sabio que el otro. Si uno lo fuese, entonces no serían Dios en la misma medida, y ello negaría la verdad de la Trinidad. Entender que todos son Dios por igual en cuanto a su esencia es fundamental. En teología, esto se conoce como la Trinidad ontológica, lo cual significa que en su ser o esencia son completamente iguales.

Si bien todos por igual son Dios y no hay diferencias esenciales entre ellos, hay diferencia en la relación que mantienen. Hay un arreglo específico en su relación dentro de la Trinidad.  El Padre es único en la manera en que se relaciona con los otros como Padre. El Hijo es único en la manera en que se relaciona como Hijo. Y el Espíritu Santo es único en la manera que se relaciona con el Padre y el Hijo como Espíritu Santo. La diferencia de las personas se manifiesta en lo relacional, no en lo esencial. El Padre es siempre el Padre, el Hijo siempre es el Hijo y el Espíritu Santo nunca deja de ser el Espíritu Santo.

La relación del Hijo con el Padre siempre es una relación filial. El Padre no es engendrado por el Hijo, ni procede del Espíritu Santo. Por el contrario: el Hijo es el primogénito del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. La relación del Hijo con el Padre es tal que el Padre dirige y el Hijo obedece y responde a la voluntad del Padre. El Espíritu Santo responde a las directrices del Padre y del Hijo. Todos son iguales en esencia, naturaleza y ser, son total y completamente Dios, no obstante son diferentes en cuanto a relación y a roles.

Si escogiéramos una analogía, quizás podríamos verlo como dos jugadores de futbol americano que son a) ambos humanos y b) jugadores de futbol que forman parte de un mismo equipo pero ocupan distintas posiciones. Ambos son humanos, de modo que comparten la misma esencia; son igualmente humanos. En el equipo, no obstante, puede que uno sea el mariscal de campo que decide qué jugadas se harán, y que el otro tenga una posición diferente y por ende una función diferente dentro del equipo. Su puesto en el equipo implica obedecer las jugadas que ordena el mariscal de campo. Obedece al mariscal porque su posición requiere obedecer las instrucciones que le da este, pero en esencia no hay subordinación. En la Trinidad se da un fenómeno parecido: es como si se tratase de un equipo, y cada uno se desempeñase en su puesto, sin embargo, esencialmente son todos Dios por igual.

El escritor Wayne Grudem lo expresó así: «Otra manera más sencilla de plantearlo sería decir “iguales en esencia pero subordinados en cuanto a rol”. Ambas partes de esta frase son indispensables para que una doctrina sobre la Trinidad sea veraz: si no hay igualdad ontológica, no todas las personas son íntegramente Dios. Por otra parte, si no existe una subordinación económica (es decir, de puesto o función), no habría diferencia inherente en cuanto a la forma en que se relacionan las personas entre sí, y por consiguiente, no existirían eternamente las tres personas concebidas como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo».[3]

El filósofo cristiano Kenneth Samples escribió: «Los miembros de la Trinidad son cualitativamente iguales en cuanto a atributos, naturaleza y gloria. Si bien es cierto que las Escrituras revelan una subordinación entre las personas divinas en cuanto a posición o rol (por ejemplo, el Hijo se somete al padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo), no existe subordinación (inferioridad) alguna en cuanto a esencia o naturaleza. Las personas son, por tanto, iguales en esencia, y subordinadas únicamente en cuanto a rol o posición».[4]

Louis Berkhof lo explicó de la siguiente manera: «Dentro del Ser Divino se dan los fenómenos de generación y procesión, y ello implica cierta subordinación en cuanto a la manera de subsistencia personal, pero ninguna subordinación en lo que a posesión de la esencia divina se refiere».[5]

El engendramiento del Hijo y la procedencia del Espíritu Santo ocurren en la eternidad. Nunca hubo momento temporal en que el Hijo no hubiese sido engendrado, ni en que el Espíritu no procediese. El Padre no habría sido Padre eternamente sin el Hijo eterno. Esa generación de Dios Hijo, y de Dios Espíritu Santo que procedió del Padre y del Hijo no es algo que podamos comprender a cabalidad. Es parte del misterio de la Trinidad, algo que escapa a nuestra comprensión, si se tiene en cuenta que somos criaturas materiales que vivimos en el tiempo y el espacio, y que Dios es el creador eterno, la fuente de todo. Si bien podemos entender el concepto, los aspectos prácticos son para nosotros un misterio.

Funciones principales de las Personas de la Trinidad

Aparte de las disposiciones que existen dentro de su relación, también hay diferencias en cuanto a sus roles o funciones con relación al mundo. Una manera general de explicarlo a nivel fundamental y en pocas palabras es atribuirle la creación principalmente al Padre, la redención principalmente al Hijo, y la santificación principalmente al Espíritu Santo. Ello no significa que sean los únicos roles que tengan, ni que las otras personas no cumplan función alguna en esas cosas. La cumplen. Pero esas funciones pueden considerarse las principales de cada persona de la Trinidad.

Por ejemplo, en la creación vemos que el Padre da determinadas órdenes tales como «Sea la luz…» cuando crea el universo, pero vemos que quien lleva a cabo dichas órdenes es el Hijo, como el Verbo/Logos que procede del Padre, tal como se expresa en Juan 1:3 y otros versículos.

Por medio de Él todas las cosas fueron creadas; sin Él, nada de lo creado llegó a existir.[6]

Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual vivimos.[7]

En estos días finales [el Padre] nos ha hablado por medio de Su Hijo. A éste lo designó heredero de todo, y por medio de Él hizo el universo.[8]

Vemos también que el Espíritu Santo estaba presente y que además tenía un papel en la creación.

La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios iba y venía sobre la superficie de las aguas.[9]

Hay otro ejemplo que tiene que ver con nuestra salvación o redención y nuestro trabajo al servicio de Dios. Dios Padre envía al Hijo, y el Hijo obedece la voluntad del Padre muriendo por la humanidad; algo que hace específicamente el Hijo, no el Padre ni el Espíritu Santo. Una vez que el Hijo regresa al cielo tras Su resurrección, Él y el Padre envían al Espíritu Santo a fortalecernos espiritualmente y darnos poder y dones para que los empleemos en nuestro servicio a Dios.

Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.[10]

A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás. A unos Dios les da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a otros, fe por medio del mismo Espíritu; a otros, y por ese mismo Espíritu, dones para sanar enfermos; a otros, poderes milagrosos; a otros, profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar en diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. Todo esto lo hace un mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según Él lo determina.[11]

Queda claro que cada persona de la Trinidad tiene funciones distintas, y que dentro de dichas funciones se da una subordinación. El Padre es Padre, el Hijo obedece al padre, el Espíritu Santo responde a la voluntad del Padre y del Hijo. No obstante, en cuanto a naturaleza, en lo que atañe a la esencia divina de los tres, no hay subordinación alguna, pues de lo contrario no serían igualmente Dios y no habría Trinidad, ya que el Padre sería más Dios que el Hijo o que el Espíritu Santo. Sin embargo, las Escrituras demuestran claramente que todos son Dios por igual en cuanto a esencia.[12]

Nuestro Dios es un solo Dios. Es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres Personas diferentes, análogas e igualmente eternas, que existen en perfecta unidad y perfecto amor, cada una con la misma esencia, la misma naturaleza divina. Tres Personas, un Dios. ¡Increíblemente maravilloso!

(Continuará en la 3ª parte.)


Notas

A menos que se indique lo contrario, todas las escrituras proceden de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional con copyright © 1999, por Bíblica. Utilizada con permiso. Todos los derechos reservados. Otras versiones citadas con frecuencia son la versión Reina-Valera (RVR1960), la Traducción en Lenguaje Actual (TLA) © 1999, por United Bible Societies y la Biblia de las Américas (LBLA) © 1986, 1995 y 1997 por The Lockman Foundation.


Bibliografía

Barth, Karl. The Doctrine of the Word of God, Vol.1, Part 2. (La doctrina de la Palabra de Dios, Vol.1, segunda parte) Peabody: Hendrickson Publishers, 2010.

Berkhof, Louis. Systematic Theology. (Teología sistemática) Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1996.

Cary, Phillip. The History of Christian Theology, Lecture Series. Lectures 11, 12. (La historia de la teología cristiana, Conferencias 11 y 12) Chantilly: The Teaching Company, 2008.

Craig, William Lane. The Doctrine of the Trinity. Defenders Series Lecture.

Garrett, Jr., James Leo. Systematic Theology, Biblical, Historical, and Evangelical, Vol. 1. (Teología sistemática, bíblica, histórica y evangélica, Volumen 1) N. Richland Hills: BIBAL Press, 2000.

Grudem, Wayne. Systematic Theology, An Introduction to Biblical Doctrine (Teología sistemática, introducción a la doctrina bíblica). Grand Rapids: InterVarsity Press, 2000.

Kreeft, Peter, y Ronald K. Tacelli. Handbook of Christian Apologetics. (Manual de apologética cristiana) Downers Grove: InterVarsity Press, 1994.

Lewis, Gordon R., y Bruce A. Demarest. Integrative Theology. (Teología integrativa) Grand Rapids: Zondervan, 1996.

Milne, Bruce. Know the Truth, A Handbook of Christian Belief. (Conoce la Verdad, manual de doctrina cristiana) Downers Grove: InterVarsity Press, 2009.

Mueller, John Theodore. Christian Dogmatics, A Handbook of Doctrinal Theology for Pastors, Teachers, and Laymen (Dogmas cristianos: manual de teología para pastores, maestros y laicos). St. Louis: Concordia Publishing House, 1934.

Ott, Ludwig. Fundamentals of Catholic Dogma (Fundamentos de los dogmas católicos). Rockford: Tan Books and Publishers, Inc., 1960.

Stott, John. Basic Christianity (Fundamentos del cristianismo). Downers Grove: InterVarsity Press, 1971.

Williams, J. Rodman. Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective (Teología de la renovación: teología sistemática desde una perspectiva carismática). Grand Rapids: Zondervan, 1996


[1] En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de Él todas las cosas fueron creadas; sin Él, nada de lo creado llegó a existir. Juan 1:1–3 (NVI).

[2] Wayne Grudem. Systematic Theology, An Introduction to Biblical Doctrine (Teología sistemática, introducción a la doctrina bíblica). Grand Rapids: InterVarsity Press, 2000,  pág.243.

[3] Wayne Grudem. Systematic Theology, An Introduction to Biblical Doctrine (Teología sistemática, introducción a la doctrina bíblica). Grand Rapids: InterVarsity Press, 2000, pág.251.

[4] Kenneth Samples. What the Trinity Is and Isn't (Part 2), 2007. (Lo que es y no es la Trinidad, segunda parte)

[5] Louis Berkhof. Systematic Theology. (Teología sistemática) Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1996, pág.89.

[6] Juan 1:3.

[7] 1 Corintios 8:6.

[8] Hebreos 1:2.

[9] Génesis 1:2.

[10] Hechos 1:8.

[11] 1 Corintios 12:7–11.

[12] Para fácil referencia, reproducimos algunos de los versículos bíblicos citados en la primera parte de «La Trinidad» que demuestran que:

El Padre es Dios:

Mi padre eres tú, mi Dios, y la roca de mi salvación (Salmo 89:26 RVR).

Pues cuando Él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es Mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia (2 Pedro1:17 RVR).

El Hijo es Dios:

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho(Juan1:1–3 RVR).

Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo(Colosenses 2:9 NVI).

El Espíritu Santo es Dios:

Dios nos ha revelado esto por medio de Su Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿quién conoce los pensamientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Así mismo, nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios (1 Corintios 2:10–11 NVI).

La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios iba y venía sobre la superficie de las aguas (Génesis 1:2 NVI).

 

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