Enviado por Peter Amsterdam
mayo 31, 2011
Como habrán podido apreciar en la primera y segunda parte acerca de la doctrina de la Trinidad, no se trata de una doctrina fácil de entender; ciertas partes de la misma nos resultan incomprensibles desde el punto de vista de la razón, por lo que podemos considerarla un misterio. Sin embargo, a pesar de que no es posible entender dicha doctrina por entero, sigue siendo cierta.
El filósofo cristiano Kenneth Samples lo plantea de la siguiente manera: «Si bien la doctrina de la Trinidad no es plenamente comprensible para la mente humana, que es finita, lo que creen los cristianos sobre dicha doctrina está absolutamente claro y ha sido detallado a la perfección en los credos de las iglesias y sus sistemas de creencias. No obstante, la veracidad de dicha doctrina solo puede comunicarse clara y contundentemente si los creyentes se toman en serio su responsabilidad de estudiar y procurar con diligencia presentarse ante Dios aprobados (2 Timoteo 2:15)».[1]
A pesar de su naturaleza misteriosa, hay momentos en que nos resulta necesario explicar la doctrina de la Trinidad a quienes testificamos, o al instruir a otros que desean crecer en la fe.
Cuando un cristiano se encuentra en una situación en que tiene que explicarle a alguien en qué consiste la Trinidad, una de las formas más comunes de hacerlo es compararlo con algo que resulte familiar a la persona. Ello puede hacerse utilizando analogías. Podrían decir, por ejemplo: «La Trinidad se parece a…» y compararla con algo que ayude a explicar lo que es la Trinidad en términos que resulten comprensibles o con los que la persona pueda identificarse. Esa sería una manera bastante efectiva de presentarlo de manera sencilla, aunque emplear analogías puede tener sus bemoles. Es cierto que pueden hallarse analogías que presentan similitudes con la Trinidad, si bien no la explican de manera precisa. Y algunas, aunque parecen ofrecer una buena explicación superficial del asunto, pueden presentar contradicciones en cuanto a doctrina.
Se me ocurrió que a lo mejor les resultaría útil que enumere las analogías que más suelen emplearse, por si llegasen a encontrarse en circunstancias que requieran el uso de alguna de ellas para explicar el concepto de la Trinidad. También viene bien tener en claro las fallas que presentan las diversas analogías, de manera que las tengan en cuenta y sean cuidadosos cuando las utilicen para explicar la doctrina.
Un ejemplo es la clásica analogía de la Trinidad con el agua, la cual, en sus diversos estados puede convertirse en hielo (sólido), agua (líquido) y vapor (gas). Son tres cosas diferentes, pero a partir de una misma sustancia. A primera vista, esta analogía está muy buena. No obstante, la falla está en que el agua solo puede hallarse en cada uno de esos estados de manera sucesiva. No puede encontrarse en los tres estados al mismo tiempo. También está la analogía del huevo, que consta de tres elementos (la cáscara, la yema y la clara, que juntos conforman el huevo) así como Dios consta de tres Personas, las cuales conforman una misma entidad.
Las dos analogías expuestas presentan ciertos parecidos con la Trinidad, pero tienen una falla grave: la analogía del agua expresa el modalismo, doctrina que profesa que las Personas de la Trinidad no son diferentes entre sí, sino que se trata de distintas manifestaciones de Dios. La analogía del huevo ilustra cómo este consta de tres partes diferentes que conforman un todo; no obstante, ninguna de las partes en sí misma es el todo, es decir, el huevo. Mientras que en la Trinidad cada parte —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— es Dios y se compone de la misma esencia.
También hay analogías asociadas a conceptos relacionales: que la Trinidad es como una familia o sociedad; que se asemeja al hombre, quien puede ser a la vez padre, hijo y esposo, y por lo tanto, tres personas en una. Son todas analogías que tienen que ver con la naturaleza racional: el intelecto, la memoria y la voluntad. Otros emplean conceptos relacionados al mundo natural, como el ejemplo de la montaña que se eleva en tres picos que nacen de una misma base; o el de la manzana con su cáscara, su pulpa y su corazón; o el del trébol de tres hojas. Hay quienes asemejan la Trinidad a las dimensiones: altura, longitud y ancho.
Son todos ejemplos que se utilizan con frecuencia, analogías o símiles que, si bien no alcanzan a explicar a cabalidad la doctrina, pueden resultar útiles como herramientas para expresar ciertos parecidos con la Trinidad. Pueden servir para testificar a otros a un nivel básico. Sin embargo, no ofrecen una representación exacta, por lo que al discutir o debatir la doctrina con alguien que sabe del tema no se sostendrán cuando de demostrar plena autenticidad de la Trinidad se trata. Las analogías sirven a nivel elemental, pero tienen sus limitaciones.
De igual manera, si bien no existe analogía que sea absolutamente precisa ni explicación de la Trinidad que proporcione una comprensión satisfactoria de la doctrina, eso no significa que no podamos captar la Trinidad mediante el entendimiento que procede de Dios, al cual tenemos acceso. Me agrada la explicación del teólogo cristiano Robert M. Bowman Jr., quien lo planteó de la siguiente manera (haciendo referencia al tema de la mente humana y sus limitaciones para comprender el misterio de la Trinidad): «De igual modo, afirmar que la Trinidad no puede llegar a comprenderse es una afirmación imprecisa, o al menos, una que se presta a malinterpretaciones. Los teólogos especializados en el tema de la Trinidad en ningún momento pretenden dar a entender que la Trinidad constituye una sarta de nociones incomprensibles. Por el contrario, lo que dicen es que el misterio de la Trinidad no puede llegar a comprenderse o captarse plenamente por medio de la mente limitada del hombre. No es lo mismo llegar a entender a grandes rasgos los fundamentos de un concepto que llegar a comprenderlo de manera total, integral y perfecta en todo sentido. La manera en que otros teólogos explicarían esa diferencia es decir que la Trinidad puede entenderse o “aprenderse”, mas no “comprenderse”.»[2]
C. S. Lewis también abordó el tema de la comprensión de la Trinidad en su libro Mero Cristianismo. Dijo:
«En el nivel divino todavía hallamos personalidades, pero allí las hallamos combinadas en nuevas formas que nosotros, que no vivimos en tal nivel, no podemos imaginar. En la dimensión de Dios, por así decirlo, hallamos un Ser que es tres personas al mismo tiempo pero sigue siendo un solo ser… Por supuesto que no podemos concebir completamente semejante ser. Lo mismo ocurriría si hubiéramos sido creados para percibir solo dos dimensiones en el espacio: nos resultaría imposible imaginarnos apropiadamente lo que es un cubo.
»Cuando pensamos en la Trinidad, no deberíamos pensar que se trata de un contradicción imposible o de un error matemático (1+1+1=1). Pensar de esa manera presupone que podemos comprender a Dios de la misma manera en que comprendemos a los seres humanos y sus relaciones. Dios es, en cierta medida, inescrutable. Al fin y al cabo, estamos hablando del Creador eterno»[3].
En un intento de proporcionar enseñanzas y definiciones doctrinales claras para todos los creyentes, en las etapas más primitivas de la historia de la iglesia se articularon varios de los que se denominaron «credos». Estos sirvieron como declaración de fe a la vez que enunciaron las doctrinas para los creyentes.
En el artículo anterior sobre la Trinidad me referí a uno de esos credos —tal vez al más destacado—, el Credo Niceno. Dicho credo fue fruto del primer concilio ecuménico, un consejo conformado por obispos de todo el mundo cristiano de aquel entonces. Dicho concilio fue convocado por el emperador Constantino en el año 325 D.C. para abordar el tema del arianismo. El hombre que encabezó el debate contra Arrio se llamaba Atanasio, un joven de veintinueve años que se desempeñaba como secretario del obispo de Alejandría. Pocos años después se convirtió en obispo de Alejandría.
Aunque el concilio dio la razón a Atanasio, expidió el Credo Niceno y condenó al arrianismo, la controversia se prolongó hasta el siguiente concilio ecuménico. En 380, el Concilio de Constantinopla reafirmó lo convenido en el Credo Niceno y le hizo algunos agregados. Posteriormente, el arrianismo fue perdiendo popularidad y acabó por desaparecer.
Los credos, como por ejemplo el Credo Niceno y el anterior Credo de los Apóstoles, se memorizaban y citaban en las iglesias y en reuniones de fraternidad con el fin de instruir a sus miembros en la doctrina y las creencias cristianas. El Credo Niceno se imparte y recita hasta el día de hoy en muchas iglesias. La versión que se cita actualmente incluye los cambios mínimos que agregó el Concilio de Constantinopla. También tiene un apartado adicional que se conoce como la cláusula filioque, que se agregó mucho más adelante[4]. Filioque, que significa y el Hijo en latín, se agregó a la frase que antes decía «el Espíritu Santo procede del Padre». Ahora dice: «El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo».
A continuación reproducimos el Credo Niceno con algunos comentarios en bastardilla que señalan los puntos que tienen que ver específicamente con la Trinidad y la manera tan precisa en que fueron redactados.
(Las palabras en bastardilla son mías; las incluyo a modo de explicación.)
Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos (para demostrar que el Hijo existía antes de la creación): Dios de Dios, Luz de Luz. Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho (el Hijo es Dios de Dios, engendrado, no creado; de la misma naturaleza del Padre, indicando que el Hijo tiene la misma esencia, la misma naturaleza divina, y que es Dios en igual medida, y que no fue hecho ni creado por el Padre, como afirmaba Arrio); que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo (la cláusula filioque, que se agregó posteriormente), que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica. (En este caso, católica se refiere a universal, o la iglesia o comunidad de cristianos, no la Iglesia Católica Romana.) Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
Otro credo que se difundió bastante en los años 400 fue el Credo Antanasiano, el cual no se cree que fue escrito por Antanasio, afirma las creencias de la doctrina de la Trinidad. El Credo Antanasiano señala de manera muy específica diversos aspectos de la Doctrina de la Trinidad. Reproduzco únicamente los apartados que tienen que ver con la Trinidad, de modo que este no es el credo completo. Si les interesa leer la versión completa de este credo, la encontrarán aquí.
3. Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad;
4. Sin confundir las personas ni separar las sustancias.
5. Porque una es la persona del Padre y el Hijo y otra (también) la del Espíritu Santo;
6. Pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad.
7. Cual el Padre, tal el Hijo, [y tal el Espíritu Santo].
8. Increado el Padre, increado el Hijo, increado (también) el Espíritu Santo;
9. Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso (también) el Espíritu Santo;
10. Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno (también) el Espíritu Santo.
11. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno.
12. Como no son tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso.
13. Igualmente, omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente (también) el Espíritu Santo.
14. Y, sin embargo no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente.
15. Así Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es (también) el Espíritu Santo;
16. Y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios.
17. Así, Señor es el Padre, Señor es el Hijo, Señor (también) el Espíritu Santo;
18. Y, sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor;
19. Porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a confesar como Dios y Señor a cada persona en particular;
20. Así la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y señores.
21. El Padre, por nadie fue hecho ni creado ni engendrado.
22. El Hijo fue por solo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado.
23. El Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho ni creado, sino que procede.
24. Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos.
25. Y en esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor
26. Sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales
27. De suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad de la Trinidad que la Trinidad en la unidad.
Los padres de la iglesia de los primeros cuatro siglos se esforzaron por escoger los términos técnicos precisos para articular esta doctrina. Tal como se explicó en la segunda parte de la serie sobre la Trinidad, el proceso de desarrollo de la doctrina y la correspondiente terminología se fueron dando paulatinamente. En muchos casos, esto sucedía cuando la verdad inherente de determinada doctrina se ponía en tela de juicio, a menudo cuando alguien levantaba falsas alegaciones contra la misma. Los padres de la iglesia primitiva, varios de los cuales fueron martirizados por su fe, fueron los pioneros de la doctrina y teología cristianas, y merecen nuestra gratitud por haber asumido la responsabilidad que se les otorgó de enunciar las doctrinas de la fe cristiana de la cual somos beneficiarios en la actualidad.
En la actualidad, y con la tremenda cantidad de información que tenemos a disposición, es difícil imaginar que pudiera tomar cientos de años formular semejante doctrina. Sin embargo, en aquellos siglos las cosas eran muy distintas de lo que son en la actualidad. La gente no tenía acceso a textos; aún no se había inventado la imprenta y los libros se duplicaban a mano. Viajar tomaba mucho tiempo, y se hacía a pie o a caballo, a lomo de burro o de camello, o en barco. Las comunicaciones eran tan lentas como el transporte.
Además, los cristianos padecieron muchas persecuciones. No todas las persecuciones fueron igual de severas, pero como mínimo significaban una interrupción y en algunos casos tenían como consecuencia la muerte de muchos creyentes, entre los que se contaron algunos de los apóstoles y, más adelante, de los padres de la iglesia. Hubo diez periodos principales de persecuciones contra los cristianos, comenzando aproximadamente en el siglo 64 d.C. durante el reinado del emperador Nerón y culminando en la gran persecución que tuvo lugar durante el régimen del emperador Diocleciano, la cual se extendió desde el año 303 hasta el 311 d.C., periodo durante el cual se acostumbraba asesinar a los cristianos en los coliseos a modo de espectáculo.
No fue sino hasta después de que se coronara a Constantino como emperador y expidiera el Edicto de Milán en el año 313 d.C. que se legalizó el cristianismo y cesaron las persecuciones. Ello permitió que los líderes de la iglesia se congregaran —como en el caso del Concilio de Nicea— para ponerse de acuerdo respecto a determinados asuntos e intercambiar opiniones. Nosotros, los cristianos de la actualidad, debemos mucho a aquellos hombres fieles —a los padres de la iglesia de los primeros siglos, y también a los hombres de fe que los sucedieron en siglos posteriores— por haberse abocado con determinación a la tarea de hallar el lenguaje y la terminología precisos y a revisar detalladamente la doctrina, de tal suerte que hoy podamos comprender mucho mejor los fundamentos de nuestra fe.
P.D.: Si desean estudiar más a fondo la doctrina de la Trinidad, podrían escuchar las clases de William Lane Craig de la serie titulada «La doctrina de la Trinidad». (Las encontrarán en su página web.)
Otra fuente adicional para quienes quieran estudiar en mayor profundidad la doctrina de la Trinidad es la serie (impresa) de Kenneth Samples, que hallarán aquí.
Notas
A menos que se indique lo contrario, todas las escrituras proceden de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional con copyright © 1999, por Bíblica. Utilizada con permiso. Todos los derechos reservados. Otras versiones citadas con frecuencia son la versión Reina-Valera (RVR1960), la Traducción en Lenguaje Actual (TLA) © 1999, por United Bible Societies y la Biblia de las Américas (LBLA) © 1986, 1995 y 1997 por The Lockman Foundation.
Bibliografía
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Williams, J. Rodman. Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective (Teología de la renovación: teología sistemática desde una perspectiva carismática). Grand Rapids: Zondervan, 1996
[1] Kenneth Samples, The Trinity: One What and Three Whos (La Trinidad: Un «qué» y tres «quiénes»), 2007.
[2] Robert M. Bowman Jr., Orthodoxy and Heresy: A Biblical Guide to Doctrinal Discernment (Ortodoxia y herejía: una guía bíblica al discernimiento doctrinal). Grand Rapids: Baker, 1992.
[3] C. S. Lewis, Mere Christianity (Cristianismo y nada más), New York:HarperCollins Publishers, Inc., p.162.
[4] En 1054 se añadió al credo la cláusula filioque. Esto derivó en la ruptura o división entre la iglesia occidental con sede en Roma y la oriental, con base en Constantinopla. Ambas ramas, la Iglesia Católica Romana y la Ortodoxa siguen separadas en la actualidad. La separación fue ocasionada principalmente debido a que el papa católico romano agregó la cláusula en cuestión sin consultarlo con la iglesia oriental.
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