1 Corintios: Capítulo 7 (versículos 1-16)

Enviado por Peter Amsterdam

febrero 4, 2025

[1 Corinthians: Chapter 7 (verses 1–16)]

En capítulos anteriores Pablo abordó algunos asuntos conflictivos de los que había recibido informes acerca de los corintios, entre ellos, actitudes sobre la sexualidad, el pecado y divisiones dentro de la iglesia. En el presente capítulo él pone el foco en asuntos específicos que le habían planteado en una carta previa.

En cuanto a las cosas de que me escribieron, bueno es para el hombre no tocar mujer. Pero a causa de la inmoralidad sexual, cada hombre tenga su esposa, y cada mujer tenga su esposo (1 Corintios 7:1,2).

El que los corintios tuvieran inquietudes acerca de este tema indica que existía discrepancia. Algunos miembros de la iglesia justificaban la prostitución (1 Corintios 6:12-20); otros alegaban que era bueno para la gente no casarse, y otros más sostenían que las relaciones sexuales no eran buenas. El sentido implícito de «bueno es para el hombre no tocar mujer» es que la mejor alternativa para todos era abstenerse de tener relaciones sexuales. Aunque algunos exégetas han argüido que esa era la postura de Pablo, la mayoría no considera certera dicha interpretación.

Dado el conocimiento que tenía Pablo de las Escrituras del Antiguo Testamento y el amor que profesaba por ellas, en las cuales el matrimonio y los hijos claramente se presentan como bendición de Dios, es poco probable que hubiera recomendado el celibato para toda la gente. Él sabía que el propio Dios había dispuesto el matrimonio para el bien de la humanidad.

En lugar de considerar las relaciones sexuales como algo negativo, Pablo aboga por que cada hombre tenga su propia esposa y cada mujer su propio marido. En este contexto no propugna que los solteros deben casarse, sino que los casados deben seguir teniendo relaciones sexuales entre sí.

Pablo expresó que había mucha tentación por la inmoralidad sexual. En parte, probablemente dijo eso con respecto a los problemas que la iglesia de Corinto tenía con la prostitución (6:15,16) y el incesto (5:1). Si bien algunos tomaban parte en esas conductas, otros abogaban por la abstinencia, incluso dentro del matrimonio. Pablo prosigue, señalando que el matrimonio constituye un resguardo contra las tentaciones de la inmoralidad sexual.

El esposo cumpla con su esposa el deber conyugal; asimismo la esposa con su esposo. La esposa no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposo; asimismo el esposo tampoco tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposa (1 Corintios 7:3,4).

Por lo visto algunos cristianos de Corinto habían adoptado la idea de que todas las relaciones sexuales, del tipo que fueran, debían evitarse, inclusive dentro del matrimonio. Pablo se propone refutar esa opinión escribiendo explícitamente sobre los deberes conyugales de las parejas. Señaló que el marido tiene un deber sexual para con su mujer —referido aquí en términos de «deber conyugal»—, así como la esposa lo tiene con su marido, que la versión NBV califica de «derechos conyugales». Ninguno de los dos cónyuges tiene derecho, sin un buen motivo, a rehusarse al otro.

Pablo expresó su opinión sabiamente. El cuerpo de la esposa no pertenece a ella sola, sino también a su marido. Asimismo, el cuerpo del marido no pertenece a él solamente, sino también a su mujer. Los dos tienen equitativamente autoridad sobre el cuerpo de cada uno.

No se nieguen el uno al otro, a menos que sea de acuerdo mutuo por algún tiempo, para que se dediquen a la oración y vuelvan a unirse en uno, para que no los tiente Satanás a causa de su incontinencia. Esto digo a modo de concesión, no como mandamiento (1 Corintios 7:5,6).

Lo ideal es que los cónyuges cristianos no se priven el uno del otro sexualmente, salvo por consentimiento mutuo, por un tiempo determinado, con el fin de dedicarse a la oración. A lo largo del Antiguo Testamento hubo momentos especiales destinados a actividades religiosas, como el ayuno, que incluía la abstinencia sexual (1 Samuel 21:4,5). Una vez concluido ese periodo de abstinencia, las parejas debían retornar a la actividad sexual que acostumbraban a fin de evitar que Satanás los tentara a practicar relaciones sexuales ilícitas. La intención de Pablo no era exigir periodos de abstinencia ni abogar por que las parejas se privaran entre sí.

Más bien, quisiera que todos los hombres fuesen como yo; pero cada uno tiene su propio don procedente de Dios: uno de cierta manera y otro de otra manera (1 Corintios 7:7).

Al decir que desearía que otros fuesen como yo, se supone que se refería a su soltería. No se sabe mucho en cuanto a la vida marital de Pablo. Algunos exégetas arguyen que es posible que en una época estuviese casado, ya que fue ordenado rabino y los rabinos típicamente eran casados. Sea como fuere, Pablo estaba soltero cuando escribió esta epístola y admitió que veía ciertas ventajas en el hecho de no estar casado, lo que definió como un don. Además entendía que Dios no llama a todo el mundo a ser soltero. Cada persona posee su propio don de Dios, el cual bendice a una persona con la vocación para casarse y a otra con la vocación para permanecer soltera. Al señalar que Dios otorga distintos dones a distintas personas, Pablo despejó toda posible recriminación de la que hubieran sido objeto los que estaban casados.

Digo, pues, a los no casados y a las viudas que les sería bueno si se quedasen como yo (1 Corintios 7:8).

Pablo se dirige entonces a los solteros y a las viudas. Les aconseja que permanezcan solteros. Su punto de vista no contradecía lo escrito en el Génesis. Ahí se estableció el matrimonio como un modelo de creación natural, correcto, generalmente bueno para la gente y parte fundamental del designio divino para la expansión de la humanidad (Génesis 1:27,28). No obstante, Pablo reconocía que en algunas situaciones el celibato tenía algunas ventajas en comparación con el matrimonio y que a ambos se los debía considerar «dones».

Pero si no tienen don de continencia, que se casen; porque mejor es casarse que quemarse [arder de pasión] (1 Corintios 7:9).

Si bien a criterio de Pablo era mejor que la gente se quedara soltera —como él—, la mayoría no haría eso. Por eso, aunque la soltería puede ser lo más recomendable, ya que propicia una devoción sin distracciones a la obra del Señor, Pablo reconoció que no es la norma, y los viudos y solteros deberían casarse en caso de que no puedan ejercer el dominio propio.

Pero a los que se han casado mando, no yo, sino el Señor: que la esposa no se separe de su esposo (pero si ella se separa, que quede sin casarse o que se reconcilie con su esposo), y que el esposo no abandone a su esposa (1 Corintios 7:10,11).

Enseguida Pablo aborda el tema del divorcio entre dos creyentes. Introduce su mandato indicando que Jesús mismo autorizó esta perspectiva sobre el tema. Siendo apóstol, Pablo establecía directrices para la iglesia. No tenía que apelar al Señor (no yo, sino el Señor); sin embargo, en esta ocasión lo hizo para dar más peso a sus palabras.

Estableció la norma general que se había de seguir: que la esposa no se separe de su esposo. A continuación, instruyó a los hombres: que el esposo no abandone a su esposa. El término abandone empleado aquí era equivalente a se divorcie. Es decir, que las esposas y esposos no debían separarse/divorciarse de sus cónyuges. Jesús declaró que la inmoralidad sexual era causa legítima para el divorcio (Mateo 19:9), y Pablo afirmó que la deserción también justificaba el divorcio (1 Corintios 7:15). Con esas dos excepciones en mente, el apóstol afirma claramente que los creyentes no deben divorciarse.

Él sabía que el divorcio se daba entre los creyentes, y en caso de divorcio ilícito planteó una alternativa: permanecer soltero o reconciliarse con el cónyuge original. No comentó qué hacer si los intentos de reconciliación eran rechazados.

A los demás digo yo, no el Señor: que si algún hermano tiene esposa no creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone.Y si alguna esposa tiene esposo no creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone (1 Corintios 7:12,13).

A partir de ahí Pablo se dirige a los demás, aludiendo a los creyentes casados con no creyentes. Manifiesta claramente que esta enseñanza es suya y no del Señor. Eso en todo caso no le resta autoridad a su enseñanza, pues como apóstol hablaba en nombre del Señor. Con ello expresaba que a su entender, Jesús, durante Su vida, no habló de matrimonios entre creyentes y no creyentes.

Pablo enseñó que los creyentes no debían divorciarse de sus cónyuges incrédulos si estos estaban dispuestos a vivir con el cónyuge creyente. Pese a que las diferencias religiosas entre esposos pueden generar tensión en parejas casadas, Pablo expone que las diferencias de carácter religioso no constituían necesariamente un motivo legítimo para el divorcio.

Porque el esposo no creyente es santificado en la esposa, y la esposa no creyente en el creyente. De otra manera sus hijos serían impuros, pero ahora son santos (1 Corintios 7:14).

Pablo explica su postura de dos modos. Primero, que el marido o la esposa no creyentes son santificados gracias al cónyuge creyente. La palabra santificado (en otra traducciones, consagrados a Dios) denota el hecho de ser apartado o consagrado para un uso o propósito divino. No significa que esos incrédulos fueran redimidos. En tal caso no se los hubiera llamado no creyentes. Indica más bien que por medio de sus cónyuges creyentes, los no creyentes participan en la comunidad del pueblo de Dios.

La situación es diferente en cada matrimonio. Algunos cónyuges no creyentes a la larga se harán creyentes gracias a su cónyuge creyente, mientras que otros no responderán a esa influencia. Por lo menos esos no creyentes tienen contacto con el evangelio y la influencia cristiana de una forma que otros nunca experimentan.

Pablo asume una enseñanza extendida por toda la Biblia: los hijos de los creyentes son especiales a los ojos de Dios, por más que no hayan sido redimidos. El término santo tiene la misma raíz que santificado, que aparece al principio de este versículo. Si bien esos hijos no necesariamente son creyentes, se espera que sean herederos de la relación que sus padres creyentes tienen con Dios.

Pero si el no creyente se separa, que se separe. En tal caso, el hermano o la hermana no han sido puestos bajo servidumbre, pues Dios los ha llamado a vivir en paz (1 Corintios 7:15).

Aunque cabía la posibilidad de que en esos matrimonios mixtos el cónyuge no creyente se viera influenciado, Pablo sabía que muchas veces los incrédulos no querían permanecer en el matrimonio. Por ende, añadió que si el cónyuge no creyente opta por irse, el creyente debe permitírselo. Los creyentes no están obligados en tales circunstancias a conservar la unión matrimonial.

Porque, ¿cómo sabes, oh esposa, si quizás harás salvo a tu esposo? ¿O cómo sabes, oh esposo, si quizás harás salva a tu esposa? (1 Corintios 7:16).

Pablo llama a los creyentes a hacer una minuciosa reflexión en cuanto a divorciarse de un cónyuge no creyente. No sabemos de qué manera se puede servir Dios de alguien en la vida de un cónyuge incrédulo. Con frecuencia el esposo o esposa creyente llega a ser un medio por el que un no creyente llegue a la fe.

Nota
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.

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