Enviado por Peter Amsterdam
agosto 7, 2025
[1 Corinthians: Chapter 12 (verses 12–30)]
En la entrega anterior de esta serie vimos que en la primera parte de 1 Corintios 12, Pablo comienza a tratar el tema de los dones espirituales y su diversidad. En 1 Corintios 12:1-11, enumera algunos de estos dones y hace hincapié en que proceden del Espíritu Santo y deben ejercerse en beneficio de todos y para forjar unidad (1 Corintios 12:4-7).
En la segunda mitad del capítulo 12, Pablo insiste en los temas de unidad y diversidad:
Aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un solo cuerpo. Así sucede con Cristo. Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo —ya seamos judíos o no, esclavos o libres—, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu (1 Corintios 12:12–13).
En sus escritos Pablo se refiere en varias ocasiones a la iglesia como «el cuerpo de Cristo» para ilustrar la unidad, diversidad e interdependencia de los creyentes1. Lo hace señalando cómo el cuerpo de Cristo se asemeja al cuerpo humano en el sentido de que éste es una sola unidad, aunque tenga muchas partes. También explica cómo el cuerpo de Cristo se asemeja al cuerpo humano en su diversidad, y para enfatizar la diversidad dentro de la iglesia, menciona la diversidad racial y social y cómo cada una de ellas contribuye a la iglesia. Independientemente de lo que hubiera separado previamente a esas personas (judíos, griegos, esclavos y personas libres), todos habían sido unidos en Cristo, en un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu.
Cierto comentador de la Biblia lo explica de la siguiente forma:
Pablo entiende que existe un cierto sentido según el cual la unión divinamente construida (1 Corintios 12:13) de las muchas partes diversas —orgánicamente interrelacionadas, interdependientes, armoniosa y funcionalmente unidas en un solo cuerpo— constituye ahora, por medio del Espíritu Santo, la realidad de la presencia y actividad visibles de Cristo en el mundo2.
La Iglesia se llama el cuerpo de Cristo porque Cristo es su cabeza (Colosenses 1:18), y cada miembro es parte de ese cuerpo (Colosenses 3:15). A todos se nos llama a hacer Su obra. A cada uno de nosotros se le dio dones diferentes, e independientemente de cuáles sean, todos somos importantes para la misión de llevar a Cristo a los perdidos y edificar el cuerpo de Cristo (Efesios 4:4-6, 11-13).
El cuerpo no consta de un solo miembro, sino de muchos. Si el pie dijera: «Como no soy mano, no soy del cuerpo», no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Y si la oreja dijera: «Como no soy ojo, no soy del cuerpo», no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿qué sería del oído? Si todo el cuerpo fuera oído, ¿qué sería del olfato? (1 Corintios 12:14–17).
Pablo pasa a utilizar imágenes del cuerpo humano para demostrar la importancia de la consideración adecuada de todas las partes del cuerpo de Cristo. En primer lugar, ofrece una descripción imaginativa de las partes del cuerpo que se menosprecian a sí mismas. Un pie puede decirse a sí mismo que no pertenece al cuerpo porque no es una mano. Sin embargo, aunque piense así de sí mismo, no deja de ser una parte del cuerpo. Lo mismo ocurriría con una oreja que sintiera que no pertenece al cuerpo porque no es un ojo.
Pablo señala que los creyentes no están separados del cuerpo de Cristo porque crean que tienen menos importancia o un puesto de servicio menor. Cada parte del cuerpo contribuye al todo. La capacidad de oír no existiría si todo el cuerpo fuera un ojo; el sentido del olfato desaparecería si todo el cuerpo fuera un oído.
Dios colocó cada miembro del cuerpo como mejor le pareció. Si todos ellos fueran un solo miembro, ¿qué sería del cuerpo? Lo cierto es que hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo (1 Corintios 12:18–20).
Lo absurdo de esas escenas imaginarias recalca el hecho de que Dios dispuso las partes del cuerpo humano de acuerdo con Su sabiduría divina. Él las diseñó y determinó su composición tal como pretendía para cumplir un propósito; no debe cuestionarse la sabiduría de Dios al haberlo hecho así. Esa coordinación divina de las diversas partes es tan esencial para el funcionamiento del cuerpo que Pablo señala que si cada parte del cuerpo fuera una sola parte —todas ojos, todas oídos o todas pies— «¿dónde quedaría el cuerpo?» Evidentemente, no habría tal.
Para reforzar esos conceptos, Pablo repite el tema de esta sección: Aunque los seres humanos tienen un solo cuerpo, éste necesita sus muchas partes. Cada una de ellas tiene su propia importancia.
El ojo no puede decirle a la mano: «No te necesito». Ni puede la cabeza decirles a los pies: «No los necesito». Al contrario, los miembros del cuerpo que parecen más débiles son indispensables, y a los que nos parecen menos honrosos los tratamos con honra especial. Además, se trata con especial modestia a los miembros que nos parecen menos presentables, mientras que los más presentables no requieren trato especial (1 Corintios 12:21–24a).
Pablo presenta situaciones en las que partes del cuerpo cuestionan si otras partes tienen valor. Dice que sería inconcebible que un ojo dijera a una mano: «No te necesito», o que la cabeza hablara así a los pies. Todo lo contrario: los ojos necesitan a las manos y la cabeza necesita a los pies. Aun las partes del cuerpo que parecen más débiles son importantes y necesarias.
Las partes del cuerpo que la gente considera «menos honrosas» las tratan «con especial decoro». Es probable que esta expresión se refiera a la ropa y los adornos que se ponen en los dedos de las manos, los pies, los dedos de los pies y otras partes «menores» del cuerpo. Del mismo modo, la iglesia debe honrar especialmente a los miembros a los que se tiende a pasar por alto, que pueden ser pobres o incapaces de contribuir en la misma medida que los demás o carecen de posición social.
Así Dios ha dispuesto los miembros de nuestro cuerpo, dando mayor honra a los que menos tenían, a fin de que no haya división en el cuerpo, sino que sus miembros se preocupen por igual unos por otros. Si uno de los miembros sufre, los demás comparten su sufrimiento; y si uno de ellos recibe honor, los demás se alegran con él (1 Corintios 12:24b–26).
Pablo señala que Dios dio mayor honra a los miembros del cuerpo que carecen de honra manifiesta. Hizo eso para asegurarse de que no hubiera división en la iglesia y para remarcar que todos los miembros deben tener la misma preocupación por los demás. Si un miembro sufre de dolor o enfermedad, entonces todos los miembros sufren con él. Cuando un miembro del cuerpo de Cristo recibe honra, cada parte del cuerpo se regocija con él. También, cuando un miembro es honrado y tratado con cuidado, todos los miembros deben regocijarse con él.
Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es miembro de ese cuerpo (1 Corintios 12:27).
Pablo utiliza la analogía del cuerpo humano para describir la iglesia como el cuerpo de Cristo, comenzando con la declaración de que los creyentes son el cuerpo de Cristo. Aunque utiliza esa metáfora para la iglesia en varias cartas, en este caso su atención se centra en la unidad, la diversidad y el honor de los distintos miembros del cuerpo de Cristo. Cada uno forma parte del cuerpo; sin excepción, cada persona que ha depositado su confianza en el Señor tiene un lugar en el cuerpo de Cristo.
En la iglesia Dios ha puesto, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego los que hacen milagros; después los que tienen dones para sanar enfermos, los que ayudan a otros, los que administran y los que hablan en diversas lenguas (1 Corintios 12:28).
Después de señalar que Dios colocó las partes del cuerpo físico en su lugar de acuerdo con Su diseño, Pablo pasa a enumerar algunas de las «partes» del cuerpo de Cristo. Por lo visto, enumera los tres primeros nombramientos en la iglesia en función de su importancia (apóstoles, profetas, maestros) y luego pasa a enunciar los otros cinco dones sin ningún orden en particular. Es posible que los haya ordenado de esa manera porque los apóstoles, profetas y maestros desempeñaban un papel importante en la edificación de la iglesia, a diferencia de los otros dones de milagros, sanidades, ayuda, administración y lenguas.
Los apóstoles eran líderes que tenían un papel especial y único en la Iglesia, como testigos de la muerte y resurrección de Jesús, que llevaron el mensaje de Cristo fuera de Jerusalén y establecieron nuevas iglesias. Jesús llamó a los doce apóstoles originales (Mateo 10:2-4), y más tarde Matías sustituyó a Judas (Hechos 1:23-26). Posteriormente se añadió a Pablo a los Doce como apóstol a los gentiles (1 Timoteo 2:7). Otros creyentes fueron señalados como apóstoles, como Bernabé (Hechos 14:14) y Santiago, el hermano de Jesús (Gálatas 1:19). A otros —como Silas y Timoteo (Hechos 17:10-15), Andrónico y Junia (Romanos 16:7)—, no se los denominó específicamente apóstoles, aunque sí cumplieron la función de tales en el sentido formal de «alguien que es enviado».
Los profetas del Nuevo Testamento tenían un papel diferente al de los profetas del Antiguo Testamento, que hablaban y escribían palabras que tenían la autoridad divina de las Escrituras. En el Nuevo Testamento la labor de redacción inspirada de las Escrituras corría a cargo de los apóstoles y de quienes los acompañaban en su ministerio. La palabra «profeta» en el Nuevo Testamento se refería más a menudo a cristianos corrientes que pronunciaban palabras inspiradas que transmitían el mensaje de Dios a los oyentes3. Algunos ejemplos de creyentes (además de los apóstoles) que recibieron profecías para animar, guiar y fortalecer a los creyentes son Judas y Silas (Hechos 15:32), las cuatro hijas de Felipe el evangelista (Hechos 21:9) y Ágabo, que profetizó sobre el encarcelamiento de Pablo en Jerusalén (Hechos 21:10-11).
Los maestros también eran importantes. En los albores de la Iglesia los maestros eran como los rabinos judíos. Estudiaban las Escrituras y enseñaban a los fieles la verdadera doctrina. El coste de los libros copiados a mano habría sido elevado. Eran pocos los creyentes que habrían podido tener una copia personal de la Biblia, por lo que la función del maestro era importante4. Pablo también asocia el oficio de maestro con el de pastor (Efesios 4:11-13).
A continuación Pablo habla de los dones más que de las personas que los ejercen, y enumera los milagros, los dones de curación, de ayuda, de administración y de hablar en lenguas. Los dones de milagros, sanidad y hablar en lenguas ya se mencionan en el mismo capítulo (1 Corintios 12:8-10), mientras que los dones de administración y de ayuda sólo se mencionan brevemente aquí y no se proporciona ninguna otra explicación al respecto en el Nuevo Testamento.
¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones para sanar enfermos? ¿Hablan todos en lenguas? ¿Acaso interpretan todos? (1 Corintios 12:29–30)
Pablo enumera una serie de preguntas retóricas sobre cada uno de esos oficios y dones, cuyas respuestas da por sentado que son negativas. Por medio de esas preguntas subraya una vez más la importancia de la diversidad, como señala el comentarista bíblico Leon Morris:
La serie de preguntas retóricas, muy en el estilo argumentativo de Pablo, pone de relieve la diversidad. Los cristianos difieren entre sí por los dones que han recibido de Dios. No se puede despreciar ningún don por el hecho de que todos lo tengan, ya que todos difieren entre sí5.
Que todos hagamos nuestros los conceptos de unidad, diversidad e interdependencia de los creyentes, «para edificar el cuerpo de Cristo y todos lleguemos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios» (Efesios 4:12-13).
(El versículo 31 se incluirá en la próxima entrega.)
Nota
Salvo indicación contraria, todas las Escrituras se tomaron de la Nueva Versión Internacional, copyright © 1999 Sociedad Bíblica Internacional. Usada con permiso. Todos los derechos reservados.
1 V. por ejemplo, Romanos 12:4-5; Efesios 1:22-23, 3:6; Colosenses 1:24; 1 Corintios 12:27.
2 Alan F. Johnson, 1 Corinthians, The IVP New Testament Commentary Series (IVP Academic, 2004), 230.
3 Wayne Grudem, Systematic Theology: An Introduction to Bible Doctrine (Zondervan, 1994), 1052–1055.
4 Leon Morris, 1 Corinthians: An Introduction and Commentary, vol. 7, Tyndale New Testament Commentaries (InterVarsity Press, 1985), 157.
5 Morris, 1 Corinthians, 158.
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