Enviado por Peter Amsterdam
junio 28, 2011
En los artículos titulados El Dios-Hombre y La Trinidad estudiamos la verdad bíblica de la deidad de Jesús. Es decir, que Jesús es realmente Dios. En los artículos sobre La encarnación ahondaremos en la explicación bíblica de la humanidad de Jesús, que aparte de ser plenamente Dios, es también plenamente hombre.
Según el plan de salvación divino (economía de la salvación), la naturaleza humana de Jesús es tan importante como Su naturaleza divina o deidad, toda vez que nuestra salvación depende de que Jesús sea enteramente Dios y enteramente hombre.
La salvación se hace posible porque Jesús es una de las personas de la Trinidad: Dios Hijo. Nadie, excepto Dios, puede asumir el peso de los pecados del mundo. Nadie que no sea eternamente Dios puede realizar un sacrificio de infinito valor, rendir perfecta obediencia a la ley de Dios y soportar la ira de Dios para redimir y liberar a otros del juicio de la ley[1].
Por lo mismo, solo quien se hace partícipe de lo humano puede hacer posible la salvación. Dado que el primer hombre, Adán, pecó y trajo condenación a toda la humanidad, se hizo necesario que otro ser humano tomara sobre sí el castigo y asumiera él mismo el juicio de Dios, pues un ser humano es el único capaz de representar de forma vicaria a la humanidad.
Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias de los que murieron. De hecho, ya que la muerte vino por medio de un hombre, también por medio de un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir[2].
Así pues, para hacer posible la salvación fue necesario que Jesús ─la segunda persona de la Trinidad─ se encarnara, adoptara plena forma humana y fuera íntegramente Dios y hombre.
Si bien los apóstoles y los primeros cristianos entendían que Jesús era Dios y al mismo tiempo hombre, la doctrina propiamente dicha de la encarnación tomó forma más tarde. La palabra encarnación es un término teológico del cristianismo. Deriva del latín carnem, que significa carne. Encarnación significa que Jesús es Dios en carne humana. La encarnación de Jesús fue el único momento de la Historia en que Dios se humanizó y se hizo carne: Dios encarnado[3]. Cronológicamente, la encarnación no se expresó como doctrina en firme hasta después que se estableció la doctrina de la Trinidad. La doctrina de la Trinidad explica quién es Dios, mientras que la de la encarnación expresa que Jesús es paralelamente Dios y hombre. El desarrollo de la doctrina de la encarnación siguió un proceso similar al de la doctrina de la Trinidad. Suscitó cierta polémica e hizo falta tiempo y debate para forjar el concepto y formular los términos que expresaran que Jesús es plenamente Dios y plenamente hombre.
Con frecuencia la gente se centra en la divinidad de Jesús y relega a segundo término Su humanidad. No obstante, mientras Jesús vivió en la Tierra en calidad de Dios revestido de carne humana, fue tan humano como cualquiera de nosotros. Tuvo las mismas necesidades y debilidades físicas que nosotros. Adoleció de las mismas limitaciones físicas y mentales que nosotros. Conoció las mismas emociones que tenemos nosotros. Tuvo la tentación de pecar y experimentó el mismo sufrimiento espiritual que padecemos nosotros interiormente. Fue hombre; nació, vivió y pereció como cualquier otro. Su naturaleza era humana, es decir, poseía un cuerpo material y un alma racional o mente.
Repasemos los versículos que demuestran la naturaleza humana de Jesús. Los expondré por categoría.
Jesús poseía los dos elementos primordiales de la naturaleza humana: un cuerpo material y un alma racional. Habló de Su cuerpo y de Su alma/espíritu (en ciertos casos alma y espíritu se emplean indistintamente y significan lo mismo). Habló de Su carne y de Sus huesos. La epístola a los Hebreos menciona que tenía carne y sangre. En otros versos Él mismo indicó que tenía alma o espíritu.
Mirad Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy. Palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que Yo tengo[4].
Ya que ellos son de carne y hueso, Él también compartió esa naturaleza humana[5].
Jesús les dijo: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo»[6].
Jesús, clamando a gran voz, dijo: «Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu»[7].
Esos versículos demuestran que Jesús poseía los elementos necesarios para ser humano.
Él mismo se calificó de hombre, y otros atestiguaron también que era hombre:
Buscáis quitarme la vida, a Mí, un hombre que os ha hablado la verdad, que oyó de Dios[8].
Pueblo de Israel, escuchen esto: Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con milagros, señales y prodigios, los cuales realizó Dios entre ustedes por medio de Él…[9]
Por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos[10].
Jesús estuvo sujeto a las mismas leyes naturales de crecimiento y desarrollo por las que se rigen los seres humanos. Nació como un niño y fue creciendo físicamente hasta llegar a la edad adulta. Experimentó el proceso normal de aprendizaje que experimentan los niños. Fue adquiriendo conocimientos, comprensión, sabiduría y un sentido de la responsabilidad, como todo ser humano que va alcanzando madurez. Con el tiempo se fortaleció en espíritu, merced probablemente a las lecciones que aprendió, como la de la obediencia a Sus padres, y también mediante el sufrimiento y otras vivencias. Si bien la Escritura no hace mención de que Jesús se enfermara, podemos suponer que de tanto en tanto se enfermó.
Dio a luz a su hijo primogénito[11].
El niño crecía y se fortalecía, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios era sobre Él[12].
Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres[13].
Aunque era Hijo, a través del sufrimiento aprendió lo que es la obediencia[14].
Jesús tenía las debilidades y necesidades físicas de los seres humanos. Padeció hambre, sed y cansancio. Sintió debilidad física. Se fatigó. En una ocasión estaba tan agotado que durmió profundamente en una barca de pesca que era azotada por una violenta tempestad.
Después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre[15].
Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. En eso llegó a sacar agua una mujer de Samaria, y Jesús le dijo: «Dame un poco de agua»[16].
Se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero Él dormía[17].
Cuando lo llevaban, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevara tras Jesús[18]. (Se presume que luego que lo torturaron con latigazos, Jesús no tenían fuerzas para cargar la cruz.)
Jesús tuvo emociones y sentimientos como nosotros. Se compadeció de la gente. Se apiadó de los menesterosos. Lloró. Se maravilló, se conmovió profundamente, se enfureció. Se afligió. Rezó en medio de la ansiedad, se apesadumbró, se angustió. Su alma a veces se turbó ─expresión que viene de la palabra griega tarrasso, que significa ansiedad o sorpresa repentina ante el peligro─. Tuvo amigos, por quienes sintió gran cariño.
Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor[19].
Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: «De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe»[20].
Jesús entonces, al verla llorando y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió[21].
Jesús lloró[22].
Jesús se les quedó mirando, enojado y entristecido por la dureza de su corazón, y le dijo al hombre: «Extiende la mano». La extendió, y la mano le quedó restablecida[23].
Lleno de angustia oraba más intensamente, y era Su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra[24].
«Es tal la angustia que me invade, que me siento morir —les dijo—. Quédense aquí y manténganse despiertos conmigo»[25].
Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu y declaró: «De cierto, de cierto os digo que uno de vosotros me va a entregar»[26].
Ahora está turbada Mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Pero para esto he llegado a esta hora[27].
Amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro[28].
Como todo ser humano, Jesús murió. Su cuerpo expiró, dejó de vivir.
Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: «¡Consumado es!» E inclinando la cabeza, entregó el espíritu[29].
Jesús, clamando a gran voz, dijo: «Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu». Habiendo dicho esto, expiró[30].
Toda la gente con la que Jesús se crió y vivió hasta el principio de Su labor pública lo consideraba un ser humano como cualquier otro. Lo evidencia la reacción que tuvieron sus coterráneos una vez que empezó Su ministerio. Luego de realizar milagros y de predicar en Galilea ante multitudes que lo seguían, visitó Su ciudad natal —Nazaret—, donde Sus propios vecinos y otros lugareños lo rechazaron.
Aconteció que cuando terminó Jesús estas parábolas, se fue de allí. Vino a Su tierra y les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban y decían: «¿De dónde saca este esta sabiduría y estos milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama Su madre María, y Sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas Sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, saca este todas estas cosas?» Y se escandalizaban de Él. Pero Jesús les dijo: «No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa». Y no hizo allí muchos milagros debido a la incredulidad de ellos[31].
Ni Sus propios hermanos creían en Él, aunque a la postre algunos llegaron a ser creyentes y cabezas de la iglesia: Santiago (Jacobo), Judas Tadeo y quizá inclusive Sus otros hermanos.
Ni aun Sus hermanos creían en Él[32].
Si quienes vivieron y alternaron con Él la mayor parte de Su vida desconocían de dónde había sacado la sabiduría y el conocimiento para hablar y predicar con tanta autoridad, y quedaron atónitos, está claro que lo veían como una persona normal y corriente. No lo consideraban Dios, ni siquiera lo reputaban de gran maestro. Para ellos era un ser humano más.
Martín Lutero expresó la realidad de la plena naturaleza humana de Jesús cuando dijo: «Comía, bebía, dormía y se despertaba; se agotaba, se entristecía y se alegraba; lloraba, reía; sentía hambre, sed, frío; sudaba, hablaba, trabajaba y oraba»[33]
Todos los versículos que acabo de citar demuestran que Jesús fue íntegramente humano. Era igual que nosotros en lo que respecta a nuestra humanidad y naturaleza humana. Experimentó la vida tal como nosotros, teniendo la misma capacidad física y mental y las mismas debilidades. Fue humano en todo sentido, salvo en lo tocante al pecado. Esa es la única y vital diferencia: que Jesús nunca, nunca pecó.
Los siguientes versos hablan de la impecabilidad de Jesús.
Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en Él recibiéramos la justicia de Dios[34].
Él no cometió pecado ni se halló engaño en su boca[35].
Sabéis que Él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en Él[36].
¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado?[37]
Como Jesús no pecó, no era necesario que muriera por Sus propios pecados, y pudo más bien morir por los pecados de la humanidad.
A lo mejor te preguntas: «¿Podría haber pecado Jesús?» La respuesta, basada en la Escritura, parece ser que no; no hubiera podido. Una mirada a la Biblia nos revela lo siguiente:
1) Jesús no pecó, como consta en los versos anteriores.
2) Jesús fue tentado en todo aspecto, igual que nosotros; de ello inferimos que efectivamente fue tentado a pecar.
No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado[38].
3) Jesús es Dios, y Dios no puede ser tentado al mal.
Cuando alguno es tentado no diga que es tentado de parte de Dios, porque Dios no puede ser tentado por el mal ni Él tienta a nadie[39].
Uno de los atributos de Dios es Su santidad, que denota que está separado del pecado. Dios no puede pecar; si pudiera no sería Dios.
La Escritura nos enseña que Jesús fue plenamente Dios y plenamente hombre. También afirma que Jesús fue tentado y que Dios no puede ser tentado.
De haber existido la naturaleza humana de Jesús independientemente de Su naturaleza divina, se habría parecido a Adán y Eva en el momento en que fueron creados, en el sentido de que habría estado libre de pecado, pero en teoría habría tenido la capacidad de pecar. No obstante, la naturaleza humana de Jesús nunca existió separada de Su naturaleza divina, puesto que las dos coexistían en una misma Persona. Un acto pecaminoso habría sido una acción moral y por ende es dable decir que habría comprometido a toda la persona de Cristo, tanto Su faceta divina como Su faceta humana. De haber ocurrido eso, la naturaleza divina de Jesús habría pecado, lo que implicaría que Dios habría pecado y que por tanto no es Dios. Sin embargo, eso no es posible, pues significaría que Dios estaría actuando en contra de Su propia naturaleza, lo cual Él no hace. Por consiguiente, se aprecia que la unión de las naturalezas humana y divina de Jesús en una Persona impidió que pudiera pecar. En todo caso, no nos es posible saber exactamente cómo llegó a ser todo eso. Es uno de esos misterios del cristianismo, que se justifica por el hecho de que Jesús es el único Ser que haya estado jamás dotado de dos naturalezas: la de Dios y la del hombre. Por eso no es tan descabellado que nos resulte difícil, cuando no imposible, entender cómo operaron en Él esas cosas.
Quiero añadir que todos los teólogos cuyas obras he leído concuerdan en este punto: que Jesús no pudo haber pecado. Al mismo tiempo, todos coinciden en que la tentación de pecar fue tan real para Cristo como lo es para nosotros, por cuanto fue humano y tentado en todo igual que nosotros; la intensidad de la tentación fue la misma. Aunque no se entienda a cabalidad cómo es posible ser tentado y a la vez ser incapaz de pecar, sabemos por la Escritura que Jesús fue sometido a verdaderas tentaciones y, sin embargo, nunca cedió a ninguna de ellas.
Todos tenemos la tentación de pecar; no hacerlo nos puede generar un agudo conflicto interno. Imagínate que te encuentras en una situación de grave estrechez económica: las cuentas están por vencerse, no tienes medios para pagarlas y a raíz de ello es posible que pierdas tu casa. Podrías terminar en la calle, o por lo menos obligado a mudarte, lo que afectaría la educación de tus hijos, pues determinaría a qué colegio podrían asistir. Ya de por sí te está costando poner comida decente en la mesa. En esas se te presenta la oportunidad de embolsar una gran suma de dinero que cubriría tus necesidades económicas actuales y futuras. Sin embargo, esa oportunidad te exige pecar cometiendo un fraude. La mayoría probablemente podemos imaginarnos el dilema que se nos presentaría sopesando las ventajas de aprovechar la oportunidad y la dificultad de optar por lo ética y moralmente correcto, así como las posibles consecuencias de esta última opción. Siguiendo con ese hipotético ejemplo, imagínate que decides dejar pasar la oportunidad y no pecar.
Si bien optas por no pecar, y por lo menos en ese caso no incurres en un pecado, la tentación que has tenido es muy real. Fue intensa, y para resistirla te hizo falta una enorme cantidad de fe, gracia y entereza. Ese ejemplo puede ayudarte a entender la experiencia que tuvo Jesús con las tentaciones.
Fue tentado en todo del mismo modo que nosotros y, sin embargo, en todos los casos resistió la tentación, y por tanto no pecó. Tuvo que combatir toda tentación a fin de resistirse al pecado. La atracción de pecar que experimentó fue idéntica a la que sentimos nosotros. La diferencia estriba en que nunca cedió a la tentación y por eso no pecó.
El filósofo y apologista cristiano William Lane Craig lo expresó así:
«¿Cómo hemos de entender entonces la tentación de Cristo? Pues expresándolo en términos muy sencillos diremos que no tienes que ser capaz de hacer algo para tener la tentación de realizarlo. […] Supón que te hallas en el laboratorio de un científico loco. Tú estás convencido de que posee un aparato para trasladarse en el tiempo, por el estilo del auto de Volver al futuro. El inventor te deja solo para que vigiles el laboratorio, con instrucciones muy estrictas: “¡No te lleves el auto en un crucero por el tiempo!” Ahora bien, es muy posible que tengas la inmensa tentación de darte un viaje por otros períodos históricos mientras el científico se ausenta. Al fin y al cabo, podrías retornar apenas despegues, ¡y nadie se enteraría! Puede que tengas que forcejear durísimo contigo mismo para resistir la tentación. No te imaginas que el científico es un farsante y que no tienes la menor posibilidad de hacer un viaje por el tiempo. En todo caso, cumpliste con tu deber: resististe la tentación y hasta es posible que te merezcas un reconocimiento por ello, y que ese ejercicio de tu voluntad te haya fortalecido moralmente.
»Si no, pongamos un ejemplo más ajustado a la realidad. Supongamos que estás a dieta y que te asalta la tentación de ir a la nevera y comerte la tarta de chocolate que tu esposa dejó ahí. Valerosamente soportas la tentación sin saber que ¡ella ya se engulló la tarta en una arremetida de medianoche, y que la nevera está vacía! A mi juicio, ejemplos como estos demuestran convincentemente que para ser tentado a hacer algo no es necesario que uno tenga la posibilidad de consumar el acto»[40].
El hecho de que un ejército no pueda ser derrotado en el campo de batalla no merma la intensidad de la batalla. Los soldados de todos modos tienen que pelear y sufrir para ganar. Que Jesús estuviera impedido de pecar no significó que Su lucha contra la tentación de pecar no fuera intensa. Igual tuvo que combatir la tentación.
Obedeció a Su Padre en todo, y como consecuencia no pecó. Así y todo, no fue fácil. La Biblia dice que «por lo que padeció aprendió la obediencia», y el versículo precedente expresa que Jesús ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas.
Cristo, en los días de Su vida terrena, ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte, y fue oído a causa de Su temor reverente. Y, aunque era Hijo, a través del sufrimiento aprendió lo que es la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que lo obedecen[41].
Es evidente que cuando Jesús oró al Padre en el Huerto de Getsemaní, poco antes que lo detuvieran y escasas horas antes que lo azotaran brutalmente y lo crucificaran, le costó mucho optar por hacer la voluntad de Su Padre y resistir la tentación de no «beber aquella copa». Oró atormentado.
Jesús fue tentado fuertemente. Aprendió obediencia. Oró con angustia para cumplir la voluntad de Su Padre. No recurrió a Su naturaleza divina para que le resultara más fácil obedecer; por el contrario, tuvo que combatir como hombre para vencer todas las tentaciones.
Cuando tomamos en consideración que Dios Hijo optó por rebajarse, revistiéndose de la naturaleza y la carne humana y de todo lo que entrañó adoptar la condición humana a fin de que cada uno de nosotros tuviese la oportunidad de obtener el perdón de sus pecados y vivir eternamente, no podemos menos que amarlo y agradecerle ese acto de abnegada entrega. Ofrendó Su vida por nosotros, la vida física que tenía como ser humano, pero también, en cierto sentido, Su vida celestial, la cual tuvo que abandonar esos años que pasó en la Tierra hecho hombre. Si pudiésemos establecer una comparación, sería como si un ser humano accediese a nacer en cuerpo de lombriz y a vivir como tal durante determinada cantidad de años. Imagínate la humillación que representaría, y la dificultad de saberse humano y llevar la existencia de una lombriz. Es una reflexión que nos puede dar una renovada perspectiva del amor que Jesús demostró por nosotros.
En esto hemos conocido el amor, en que Él puso Su vida por nosotros[42].
Así manifestó Dios Su amor entre nosotros: en que envió a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él[43].
Jesús estuvo exento de pecado. Fue santo en todos Sus pensamientos, sentimientos y acciones. Siempre se condujo con perfecto amor hacia Dios y los hombres. Procuró siempre hacer la voluntad de Su Padre, y lo logró. Cómo lo consiguió es un misterio de fe; pero por las Escrituras sabemos que fue así.
En artículos anteriores vimos que Jesús es totalmente Dios, y en este que es totalmente hombre. En el siguiente artículo veremos las dificultades que tuvieron los padres de la iglesia para determinar de qué modo la divinidad y la humanidad podían combinarse en una misma persona.
A menos que se indique otra cosa, los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. Otras versiones citadas son la Nueva Versión Internacional (NVI), © Bíblica, 1999, y la versión Nácar-Colunga (N-C), © Biblioteca de Autores Cristianos.
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[1] Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998
[2] 1 Corintios 15:20–22 (NVI)
[3] Cary, Phillip: The History of Christian Theology, charla 11, The Teaching Company, Chantilly, 2008
[4] Lucas 24:39
[5] Hebreos 2:14 (NVI)
[6] Mateo 26:38
[7] Lucas 23:46
[8] Juan 8:40 (N-C)
[9] Hechos 2:22 (NVI)
[10] 1 Corintios 15:21
[11] Lucas 2:7
[12] Lucas 2:40
[13] Lucas 2:52
[14] Hebreos 5:8
[15] Mateo 4:2
[16] Juan 4:6,7
[17] Mateo 8:24
[18] Lucas 23:26
[19] Mateo 9:36 (NVI)
[20] Mateo 8:10
[21] Juan 11:33
[22] Juan 11:35
[23] Marcos 3:5 (NVI)
[24] Lucas 22:44
[25] Mateo 26:38 (NVI)
[26] Juan 13:21
[27] Juan 12:27
[28] Juan 11:5
[29] Juan 19:30
[30] Lucas 23:46
[31] Mateo 13:53-58
[32] Juan 7:5
[33] Garrett, Jr., James Leo: Teología sistemática, bíblica, histórica, evangélica, tomo I, Mundo Hispano, 2007
[34] 2 Corintios 5:21 (NVI)
[35] 1 Pedro 2:22
[36] 1 Juan 3:5
[37] Juan 8:46
[38] Hebreos 4:15
[39] Santiago 1:13
[40] Craig, William Lane: Could Christ Have Sinned?
[41] Hebreos 5:7-9
[42] 1 Juan 3:16
[43] 1 Juan 4:9 (NVI)
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