La perseverancia de Smiley

Enviado por María Fontaine

noviembre 18, 2011

Para muchos de nosotros, lo más difícil en la testificación es romper el hielo. Y otra cosa que cuesta es perseverar por tanto tiempo como el Señor nos lo indique, incluso cuando la persona no se muestra muy receptiva que digamos.

¿No les sucede que cuando testifican a alguien, encuentran que es muy importante concentrarse en el Señor y en la necesidad particular de la persona a la que testifican? En mi caso, apenas empiezo a preguntarme qué tal les caigo, o si rechazarán lo que les ofrezco, me doy cuenta de que me pongo a trastabillar. Comienzo a dudar de si los pensamientos que me vienen a la cabeza son en realidad lo que debo decir. ¿Estaré expresándome con la debida profundidad? ¿Estaré logrando identificarme con la persona? ¿Estaré haciendo preguntas relevantes? ¿Estaré escuchando con suficiente cuidado lo que me responde?

Cuando siento que el Señor quiere que le testifique a alguien, me lanzo de inmediato a entablar una conexión, aun cuando supone hacer caso omiso de sus comentarios sarcásticos, que a menudo no son sino mecanismos de defensa para no dejar ver su debilidad, o que no lo tienen todo bajo control. A menudo implica persistir amigablemente. A veces sucede que al principio no se muestran espiritualmente hambrientos. Quizás no parecen tener inquietudes profundas ni necesitar lo que yo podría darles para ayudarlos. Es más: en algunos casos ni siquiera están listos para hacer preguntas.

En algunos casos sucede que la respuesta inicial a mi testificación parece negativa, denota falta de interés o algo de antagonismo. Pero si el Señor me ha guiado a esa persona, me siento responsable de hacer mi mejor intento por plantar una semilla de verdad en su corazón y su vida. Cuando la situación es propicia, trato de hacer preguntas y de seguir adelante con mi testificación, y darles  así la oportunidad de transmitirme cualquier inquietud que puedan tener. Eso me permite responderles con lo que sea que el Señor me ponga en el corazón.

Puede que no siempre perciba los resultados de inmediato, pero he aprendido que no se puede juzgar el corazón por las apariencias ni las reacciones iniciales. Si estoy convencida de que Jesús quiere que me acerque a alguien, entonces sé que de alguna manera tendrá el impacto que el Señor quiere que tenga, aun si yo no consigo verlo.

Permítanme contarles una historia que ilustra justamente lo que les comentaba acerca de lo importante que es la perseverancia cuando se trata de convencer a alguien de que el interés y la preocupación que uno les manifiesta no es superficial. Es que, hoy en día mucha gente ha perdido las esperanzas. Uno tiene que convencerlos de que el interés que siente por ellos es genuino. Soportar un poco de rechazo verbal al comienzo puede ser una herramienta poderosa para convencerlos de que tienes algo genuino que ofrecerles, y de que te importan de verdad. Uno nunca sabe lo que puede estar sintiendo o pensando la otra persona. Tampoco tiene ni idea del efecto que puede llegar a tener un poquito de verdad combinada con perseverancia e interés genuino por otra alma, hasta que lo intenta.

Vi descender la luminosa esfera del sol hasta tocar la superficie del agua en el horizonte distante. Me imaginé poeta y pensé que podría volcar ese espectáculo cotidiano en unos hermosos versos. No bastaban las palabras para capturar lo que veía. Eran insuficientes. El paisaje era majestuoso, y sin embargo, por alguna razón, me resultaba algo deprimente. Anunciaba el ocaso del día, en el que el reino de las tinieblas volvía a envolverme. Me agaché sobre la arena, sintiéndome más solo que un náufrago en una isla desierta, y vi descender el globo de luz hacia el agua como si se tratase de un gran Titanic solar que emitía sus destellos finales de luz de colores en todas las direcciones, iluminando el mar por unos momentos como si quisiera impresionar a los espectadores, hasta que, con sus últimos suspiros se hundía suavemente bajo las olas. Y desapareció. Tras unos momentos de penumbra, la oscuridad se adueñó del lugar.

Aún no había salido la luna y la oscuridad era prácticamente total, de no ser por las estrellas —cantidades de estrellas— que fueron apareciendo, una a una, en el cielo. Aun así, a mí se me hacían pocas y su luz me parecía tenue en medio de tanta negrura. Negrura era la palabra apropiada. Lo veía todo negro. Y esa era, justamente, la palabra que mejor describía mi estado de ánimo. Me sentía como un punto en el vacío, rodeado de una infinita negrura. Un agujero negro, un desagüe para mi universo, por el que veía desaparecer todo rastro de alegría o felicidad. Abatido, solitario, maldije la vida y me maldije a mí mismo. El color negro de mi ropa era reflejo de mi estado interior. Una oscuridad absoluta me sumía en su vacío. De la carcasa que era mi ser no manaba ni el más mínimo rayo de luz.

No siempre había sido tan taciturno. Había reído. Había jugado. Hasta había disfrutado de algunas cosas. Pero esos recuerdos parecían tan lejanos… De a ratos ni siquiera estaba del todo seguro de que esa persona hubiese sido yo. Quizás se había tratado de un sueño. ¿Qué es la vida?, me pregunté. ¿Cuál es el propósito? ¿Por qué estaba aquí? «Preguntas tontas», fue lo que me respondí. «No hay nada. Tú no eres nada. No tienes propósito alguno. Eres una masa evolucionada de células que funcionan para sostener un organismo. Tu mente está vacía y no tienes ningún gran destino por delante. Eres un fenómeno biológico en un mundo lleno de fenómenos similares sin otro propósito discernible que el de funcionar hasta morir».

La palabra verdad me vino a la mente. ¿Qué es la verdad? Esta arena que tengo entre los dedos de los pies… ¿es verdad? ¿El agua que está frente a mis ojos y que acaba de tragarse el sol es verdad? ¿O nada tiene sentido? Si nada tiene sentido, entonces la verdad es un concepto abstracto e inútil. Si las cosas materiales son todo lo verdadero y mi existencia no tiene profundidad alguna, mejor me sería no existir. Me convertiré en arena, pensé. Así, seré parte de la verdad. Mi cuerpo es verdad porque puede descomponerse y fusionarse con lo que lo rodea. Mi mente, mis pensamientos, no son sino chispazos eléctricos que flotan sin rumbo por mi cerebro.

Estaba deprimido. Profundamente deprimido. Todos mis pensamientos conscientes parecían llegar a una misma conclusión: que la muerte era mejor que la vida. En cierto sentido, la muerte era racional, porque entonces mi mente se detendría… y cómo deseaba que mi mente se detuviera. La vida era una confusión total. En la muerte hallaría paz. Bueno, quizás hallaría paz. Cualquier cosa sería mejor que la confusión que sentía. La palabra verdad volvió a cruzárseme por la cabeza. ¿Qué demonios es la verdad?, me pregunté.

—¡Hola! —saludó la voz que irrumpió en mi consciencia. Al alzar la mirada vi a una persona de ojos resplandecientes y sonrisa radiante. Al principio me incomodó la intromisión, y creo que lo que más me incomodó fueron su mirada y su sonrisa. Esa persona se había abierto paso en medio de mi confusión, y a mis demonios internos no les gustó nada.

—¿Podemos conversar? —preguntó Smiley. ¡Conversar! Esa palabra reverberó dentro de la carcasa de mi cabeza vacía, rebotando de un lado a otro. Me quedé ahí encorvado, incapaz de articular una respuesta.

—Se te ve bajoneado —insistió Smiley—. ¿Pasa algo?

—Todo y nada —le contesté, sin saber de dónde procedían mis palabras. Una serie de sentimientos encontrados —rencor y curiosidad— pugnaban en mi interior—. No me gusta nada tu sonrisa —proseguí, involuntariamente.

—¡Uy! —respondió Smiley—. Si prefieres, me voy.

—Buena idea —le dije—. Me gusta estar a solas con mi maldita miseria. Y tu sonrisa… no encaja con el momento.

Me odié más que nunca en ese momento por haber dicho semejante estupidez. Por favor no abandones tan rápido, rogaba interiormente. Pues, al parecer, Smiley no tenía planes de abandonar, y su persistencia llegó muy lejos. Hablamos sobre la verdad y la oscuridad, sobre las mentiras y la luz, y acerca de muchas otras cosas más, hasta que nos alcanzó la noche.

Al parecer, no estaba sola. Sumido en mi estupor, había advertido su presencia un rato antes. La había visto sentada no muy lejos de donde estaba yo con otro tipo, antes de la puesta del sol. Se había acercado a conversar conmigo a solas, pero de alguna manera su amigo se las había arreglado para integrarse silenciosamente a nuestra conversación. Se sentó entre nosotros como si se tratara de un amable centinela, cuidándose de no romper la conexión entre Smiley y yo, casi como si estuviese protegiéndola de cualquier interrupción. Parecía atento a la conversación, pero no se metía.

Un grupo más grande de personas se había dispuesto en torno a la fogata que habían encendido cerca de ahí, como queriendo ganarle terreno a la oscuridad, y de cuando en cuando alguien echaba un vistazo en nuestra dirección, aunque sin intentar quitarme a Smiley ni a su acompañante. Era como si nos rodeara una burbuja protectora.

Tomó varias horas, pero esa noche encontré la verdad. Conocí a Jesús y Su amor, y me di cuenta de que el mundo y todo lo que me rodeaba tenía sentido. En el impacto inicial de aquella sonrisa sentí que mi búsqueda de la verdad había llegado a su fin. Pero tenía que estar seguro. Tenía que convencerme. Hizo falta que alguien me dedicara tiempo, un tiempo que acepté a consciencia. Supuse que si existía la verdad, no lograría entenderla en un instante. Y efectivamente, así fue. Más bien, como si se tratara de una marea entrante, me levantó del fango de una existencia inútil y me llevó directamente hacia la orilla de la esperanza.

No creo que Smiley y su centinela fueran plenamente conscientes de que habían salvado a más que un alma esa noche. No volví a verlos nunca más, pero si llegan a leer esto alguna vez, quiero que sepan que salvaron una vida en esta tierra y que la pusieron en marcha para ayudar a otros. Conozco las profundidades en las que es capaz de hundirse un alma humana, pero conozco también la salida de ese abismo. Mi camino se ha cruzado con muchos otros que, al igual que yo, tocaron fondo en algún momento y he podido ayudar a rescatarlos. ¡Esas horas dedicadas con gran paciencia y perseverancia a vencer a mis demonios por medio de la verdad, han rendido con creces! Gracias, Smiley[1].


[1] Cooper C. (N. B., Canadá), publicado con permiso.

 

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