Enviado por María Fontaine
diciembre 28, 2011
¿Alguna vez han pasado por una obra donde los obreros colocan las baldosas en un piso, uno de esos pisos de mosaico con miles de baldosas que al terminar forman un diseño? Mientras se ponen las baldosas, el diseño no es claramente visible, porque cuando trabajan, los albañiles utilizan argamasa para rellenar los huecos entre las baldosas; y la lechada a menudo deja una capa gris sobre la obra maestra que oculta la belleza de todo lo que se hace. Al final, cuando se ha limpiado, se revela el diseño con toda su belleza.
Es muy parecido a la manera en que el Señor obra en nuestra vida. En su amor y sabiduría omnisapiente, entiende con exactitud lo que necesitamos y —con muchos detalles intrincados— hace todo lo posible por proveernos cosas, a veces incluso antes de que nos demos cuenta de lo importante que serán para nosotros.
A menudo el Señor se vale de los desafíos —como las dificultades económicas, luchas personales, faltas y errores— para obrar de modo que no esperábamos. No siempre nos damos cuenta cómo nos prepara, ni entendemos por qué ha permitido algo gris en nuestra vida, como en el caso de la figura que se forma en un mosaico. Sin embargo, eso solo hace que sea más profunda y bella la revelación final de que Él atiende amorosamente todas nuestras necesidades.
En la Navidad siempre pienso en que Jesús vino a este mundo oscuro para alumbrárnoslo. ¡La Navidad es una época especial del año! Más que bellas luces, música y alegría navideña, es un recordatorio de Su amor y bondad. Es una celebración del inicio de todo, cuando Jesús vino a la tierra a salvarnos.
Es estupendo meditar en el asombroso amor de Dios. Los relatos navideños nos ayudan a hacerlo. Me encanta leerlos en Navidad, porque muchos contienen ejemplos del amor que tiene el Señor por una persona, o hacen ver cómo intervino en una situación. A menudo quise saber si al Señor le gusta revelarnos aún más Su presencia en Navidad que en otras épocas. Es posible que se deba a que en Navidad la gente piensa más en Él que en otros momentos. Tal vez se debe a que la gente piensa en el Señor más que en otras fechas, y a Él le gusta honrar su fe. O tal vez solo quiere animarnos en esa temporada en que celebramos Su nacimiento. Cualquiera que sea la razón, me encantan los relatos navideños, cuando Su mano se manifiesta en la vida de Sus hijos. Esos relatos siempre me conmueven intensamente.
Quiero referirles una de esas experiencias. Describe la manera en que el Señor obró en la vida de una mujer para manifestarle Su amor y demostrarle Su presencia en Navidad.
Sentada, esperaba a Joshua; suspiré. Tenía en la mano una taza de té con especias de la India. Me encontraba en un Starbucks al que seguían llegando personas después de la jornada laboral, y pensé: «15 minutos tarde. ¡Esa no es la forma de causar una buena impresión la primera vez!» Nunca había estado en ese Starbucks, así que mientras esperaba a Joshua, observé a la gente que entraba y salía; los rostros desconocidos que pasaban frente a mí. Por lo menos, eso me entretuvo un rato.
Unos meses antes de Navidad había decidido efectuar un cambio en mi vida. Pensar en que se acercaba otra Navidad que pasaría sola, aumentaba mi necesidad de conocer a alguien que se interesara por mí de una manera especial; era algo que a menudo anhelaba, pero que nunca había encontrado. Así pues, me propuse encontrar a alguien con quien por lo menos sintiera el cariño de su compañía en Navidad. Sin embargo, ese intento no fue precisamente lo que esperaba que fuera.
En los últimos treinta días, esa fue la quinta de una serie de encuentros en Starbucks. Para llevar a cabo mi idea, me había suscrito a un sitio web muy frecuentado para conocer personas y Starbucks era un buen lugar para el primer encuentro y ver si nos gustábamos lo bastante como para salir en una cita formal. Si resultaba ser algo inútil, no se habría perdido mucho tiempo ni dinero. Ese aspecto era favorable para mí, pues hasta el momento ninguna de las otras cuatro citas en Starbucks resultó en nada más que tomar juntos un café o té, por falta de interés de uno de los dos.
Sin embargo, la Navidad sería en un mes, y lograr mi objetivo empezaba a parecer un poco incierto. Tenía poco más de 30 años, nunca me había casado, y solo había tenido una relación seria en la universidad. Joshua, el hombre que conocería ese día, parecía prometedor; teníamos muchos intereses parecidos, nos gustaba la actividad física, los dos habíamos viajado al extranjero, y los dos éramos contadores.
Volví a ver mi reloj. Llevaba 20 minutos de retraso. Decidí darle otros 10 minutos. Si no llegaba, me iría. Era posible que hubiera tenido problemas con el auto, o que quedara atrapado en el tráfico. Tal vez surgió una emergencia en el trabajo que explicaría la tardanza. Traté de ser indulgente. Sin embargo, estaba un poco ofendida porque no me había llamado.
En el momento en que pensaba eso, sonó el teléfono. Era Joshua.
—¿Dónde estás? ¡Llevo casi media hora esperándote!
—¿Que dónde estoy? ¿Dónde estás tú? ¡Estoy en Starbucks, esperándote!
—¿Qué! —exclamó Joshua— ¿En cuál Starbucks?
—El de la calle San Felipe.
—¡Yo estoy en el de la calle San Felipe!
—Entonces, ¿dónde estás? —pregunté, mirando a mi alrededor—. ¡No te veo!
—Espera. ¿Cuál es la dirección? ¿Qué tiendas están cerca?
—Estoy en el Starbucks que está cerca de Home Depot.
—¡Ah! Eso lo explica —dijo Joshua—. Hay dos Starbucks en San Felipe. Estoy en el que está cerca de la calle Willowick.
Pensé: «¡Genial!» Había perdido media hora esperando en un Starbucks que no era el del encuentro. Cuando Joshua sugirió que nos viéramos en el Starbucks que está cerca de su oficina en San Felipe, no me dijo que había dos Starbucks y exactamente en cuál nos encontraríamos.
—Bueno, temo que ya no puedo esperar más tiempo —dijo Joshua—. Debo volver a trabajar y terminar algunas cosas. Tal vez podemos vernos en otra oportunidad.
—Tal vez —respondí—. Ya veremos.
—Estos encuentros en Starbucks han sido solo una pérdida de tiempo —dije entre dientes, mientras empezaba a reunir mis cosas para marcharme. Luego, me detuve al recordar que tenía que conducir por lo menos 45 minutos por la ciudad en la hora de mayor tráfico en Houston. Como no tenía que volver a casa enseguida, decidí pedir otra bebida y esperar a que hubiera menos tráfico para volver a casa.
Se empezaron a llenar las mesas y las sillas grandes y cómodas de las esquinas. Parecía que todos habían tenido la misma idea que yo. Cansada de observar a la gente, saqué un libro de mi bolso: Luz diaria para el camino diario. Es un libro que inspira a acercarse al Señor y que fue escrito por primera vez en inglés en el siglo XIX. Aunque de niña fui a la iglesia, no había puesto mucha atención a Dios ni a la religión hasta poco antes de los 30 años, cuando me cansé de mi existencia superficial y vacía y quise encontrar algo más profundo y significativo en mi vida. Había empezado a asistir a una iglesia evangélica que tenía pocos feligreses. Además, leía la Biblia y textos cristianos; encontré solaz, consuelo y fortaleza en esas palabras. Hasta oré y pedí a Dios que esta Navidad fuera significativa, pero no sabía con certeza si se encargaría de un detalle así, pues tiene que dirigir todo el universo.
La lectura del día me dio mucho consuelo: «Yo los visitaré; y haré honor a mi promesa en favor de ustedes. […] Sé muy bien los planes que tengo para ustedes… planes de bienestar… a fin de darles un futuro y una esperanza».
Mientras leí esas palabras, sentí una presencia cerca de mí, y levanté la vista. Un hombre, más o menos de mi edad y con un café con leche en la mano, me observaba. Sus ojos reflejaban afecto y tenía la sonrisa más agradable que había visto en mucho tiempo.
—¿Le molesta si me siento con usted? ¡La cafetería está llena!
—No, para nada. Siéntese —creo que mi corazón se detuvo un segundo mientras le respondía.
—A veces vengo aquí a la hora de más tráfico y espero a que las calles estén más despejadas… Si vamos a sentarnos a la misma mesa, me presentaré. Me llamo Chris… El tráfico disminuirá en 20 o 30 minutos. ¿Usted viene seguido aquí? Creo que es la primera vez que la veo.
—Me llamo Kristina —respondí—. No vivo por aquí; es la primera vez que vengo a este Starbucks. Vivo al otro lado de la ciudad, cerca del parque Magnolia.
—¡Qué coincidencia! ¡También vivo cerca del parque Magnolia! Trabajo cerca de aquí. Tengo que viajar mucho todos los días para ir y volver del trabajo, pero no me importa, porque vuelvo a un apartamento vacío. Mi esposa murió hace cinco años y no tuvimos hijos. Así que normalmente no tengo prisa para llegar de noche a la casa. ¿Qué la trae por aquí?
Y así empezó nuestra conversación en Starbucks y continuó con unos tragos antes de la cena en el bar de un hotel cercano, seguido por una cena sin prisas en un restaurante muy frecuentado. Cuando llegué a casa, sabía que estaba loca por aquel hombre que Dios literalmente había dejado caer del cielo.
Chris y yo pasamos esa Navidad juntos. Es más, empezamos a vernos a menudo y a la larga nos casamos. Mientras más conocía a Chris, más entendía lo afortunada que fui al haber encontrado un hombre tan bueno, amoroso, atento y espiritual. También es cristiano; y juntos pasamos muchas horas dedicadas a la oración y a la lectura y estudio de la Palabra de Dios. También nos unimos más al Señor.
Es muy asombroso pensar en todos los detallitos de los que tuvo que encargarse el Señor para que conociera a Chris: la necesidad de tener a alguien, los encuentros que no dieron buenos resultados, y hasta la confusión que me llevó a otro Starbucks, la hora de mayor tráfico y la cafetería llena que nos unió en el lugar y el momento indicado para conocernos. Ver cómo el Señor nos cuida y planifica para nosotros ha hecho que sea más profundo mi amor por Él. Fue el artífice de un malentendido que en ese momento me frustró. ¡Lo que menos imaginaba era que cerca de mi mesa, Dios se encargaba de traerme un esposo![1]
Ese relato me recuerda la bondad de Dios, Su voluntad de darnos buenos regalos y Su amor omnisapiente que trae cosas a nuestra vida en el momento indicado; y eso incluye las dificultades, las negativas, las esperas o lo que parecen retrasos. Sabe qué es lo mejor para nosotros en toda época, en toda circunstancia. Para mí, ¡la Navidad ofrece una oportunidad estupenda para reflexionar en Su grandeza y poder, mientras lo alabamos y adoramos!
[1] Texto de Susan Walker, publicado con su autorización.
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
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