Amar. Vivir. Predicar. Enseñar. Vívelo, 4ª parte

Enviado por Peter Amsterdam

noviembre 29, 2011

En las tres últimas secciones de la serie abarcamos siete de los nueve principios relacionados con amarlo; los principios de la permanencia, el amor, la unidad, la humildad, vivir sin ansiedad, el perdón y la comunión. Ahora pasaremos al principio de la generosidad.

El principio de la generosidad

Jesús expresó en pocas palabras el principio de la generosidad cuando dijo:

Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir[1].

Con tales palabras resumió una ley espiritual que se repite una y otra vez a lo largo de la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el nuevo; el principio de que quien da, recibirá, de que Dios mira con buenos ojos la generosidad, de que prestar asistencia a los demás forma parte del accionar de un discípulo y de que al hacer tales cosas se honra y alaba a Dios. Y no solo eso, lo que se da a los demás se entrega a Dios.

Claro que no siempre resulta fácil ser generoso, trátese de dinero, bienes materiales, tiempo o esfuerzos. Dar algo a otros supone un sacrificio. Cuesta. Implica ofrecer a otra persona algo que le pertenece a uno, y por ende perderlo, ya que se deja de poseerlo. No obstante, tal como lo ha dicho una y otra vez en el Antiguo y el Nuevo Testamentos, Dios bendice esa generosidad de forma tangible. Como dice el adagio: «No se puede dar más que Dios».

Dios bendice a las personas generosas y vela por ellas. Cuando damos, prosperamos.

Si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan[2].

No seas mezquino sino generoso, y así el Señor tu Dios bendecirá todos tus trabajos y todo lo que emprendas[3].

Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza.  El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado[4].

El ojo misericordioso será bendito, porque dio de su pan al indigente[5].

Cuando uno es generoso, cuando entrega algo a otros y vela por ellos, se lo hace a Dios.

Servir al pobre es hacerle un préstamo al Señor; Dios pagará esas buenas acciones[6].

«Vengan ustedes, a quienes Mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron.»

Y le contestarán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?» El Rey les responderá: «Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de Mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por Mí»[7].

La generosidad de alguien no se mide forzosamente por la cantidad de lo que da. Tiene más que ver con dar del corazón, con tener un espíritu generoso.

Cada uno llevará ofrendas, según lo haya bendecido el Señor tu Dios[8].

Y todos los que en su interior se sintieron movidos a hacerlo llevaron una ofrenda al Señor para las obras en la tienda de reunión, para todo su servicio, y para las vestiduras sagradas[9].

Todos los israelitas que se sintieron movidos a hacerlo, lo mismo hombres que mujeres, presentaron al Señor ofrendas voluntarias para toda la obra que el Señor, por medio de Moisés, les había mandado hacer[10].

Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante. Entonces llamando a Sus discípulos, les dijo: «De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento»[11].

Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público[12].

Jesús indicó a Sus discípulos que debían dar:

Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses[13].

Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es benigno para con los ingratos y malos[14].

El Antiguo Testamento enseña lo mismo:

No te niegues a hacer el bien a quien es debido, cuando tuvieres poder para hacerlo. No digas a tu prójimo: «Anda, y vuelve, y mañana te daré», cuando tienes contigo qué darle[15].

Por ser discípulos tenemos el deber de ser generosos los unos con los otros, sobre todo cuando hay necesidad.

Ayuden a los hermanos necesitados. Practiquen la hospitalidad[16].

Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe[17].

Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y saciaos», pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma[18].

Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad[19].

La importancia de manifestar amor a los demás integrantes de nuestra familia en la fe y de velar por ellos queda muy clara. Cuando sabemos que otro creyente tiene necesidad, el Señor espera que hagamos un esfuerzo por ayudarlo en algún sentido. No siempre resulta posible ayudar en un sentido económico, pero el dinero no es la única necesidad. A veces lo que hace falta es que alguien dé una mano, que alguien cuide de los niños una tarde para que los padres puedan llevar a cabo alguna tarea que tienen pendiente o incluso para que puedan tomarse un descanso. A lo mejor es cuestión de preparar y entregar unas comidas congeladas, o de dar a otros algunas de sus provisiones o de la ropa que tienen de más. Quizá la ayuda que necesita la persona sea que la lleven en auto a alguna parte o que la ayuden de alguna forma de manera regular. La generosidad no equivale exclusivamente a dar dinero; es dar para satisfacer una necesidad, la cual a veces es amistad, alguien que escuche, o el regalo del tiempo y el apoyo espiritual y emocional.

El principio de la generosidad, la ley espiritual relacionada con la función de dar, se aplica en dos sentidos: los generosos reciben bendiciones, pero los que no dan no reciben tales bendiciones.

El que da al pobre no tendrá pobreza; mas el que aparta sus ojos tendrá muchas maldiciones[20].

Se apresura a ser rico el avaro, y no sabe que le ha de venir pobreza[21].

Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza[22].

La generosidad agrada a Dios. Lo que damos es una inversión en nuestro presente y en nuestro futuro eterno. Genera acción de gracias y alabanza al Señor.

No se olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque ésos son los sacrificios que agradan a Dios[23].

A los ricos de este mundo, mándales que no sean arrogantes ni pongan su esperanza en las riquezas, que son tan inseguras, sino en Dios, que nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos. Mándales que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, y generosos, dispuestos a compartir lo que tienen. De este modo atesorarán para sí un seguro caudal para el futuro y obtendrán la vida verdadera[24].

Recuerden esto: El que siembra escasamente, escasamente cosechará, y el que siembra en abundancia, en abundancia cosechará. Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría. Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario, y toda buena obra abunde en ustedes. Como está escrito: «Repartió sus bienes entre los pobres; Su justicia permanece para siempre.» El que le suple semilla al que siembra también le suplirá pan para que coma, aumentará los cultivos y hará que ustedes produzcan una abundante cosecha de justicia. Ustedes serán enriquecidos en todo sentido para que en toda ocasión puedan ser generosos, y para que por medio de nosotros la generosidad de ustedes resulte en acciones de gracias a Dios. Esta ayuda que es un servicio sagrado no sólo suple las necesidades de los santos sino que también redunda en abundantes acciones de gracias a Dios[25].

Vivir el principio de la generosidad hace que uno sea una bendición para los demás y hace descender las bendiciones de Dios sobre la persona que manifiesta la generosidad. Cuando uno elige dar de sí mismo, de su tiempo, sus recursos y su dinero, no solo actúa generosamente, sino que se convierte en una persona generosa y Dios bendice a los generosos.

En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: «Más bienaventurado es dar que recibir»[26].


[1] Lucas 6:38.

[2] Isaías 58:10–11.

[3] Deuteronomio 15:10 NVI.

[4] Proverbios 11:24–25.

[5] Proverbios 22:9.

[6] Proverbios 19:17 NVI.

[7] Mateo 25:34–40 NVI.

[8] Deuteronomio 16:17 NVI.

[9] Éxodo 35:21 NVI.

[10] Éxodo 35:29 NVI.

[11] Marcos 12:41–44.

[12] Mateo 6:2–4.

[13] Mateo 5:42.

[14] Lucas 6:34–35.

[15] Proverbios 3:27–28.

[16] Romanos 12:13 NVI.

[17] Gálatas 6:10.

[18] Santiago 2:15–17.

[19] 1 Juan 3:17–18.

[20] Proverbios 28:27.

[21] Proverbios 28:22.

[22] Proverbios 11:24.

[23] Hebreos 13:16 NIV.NVI

[24] 1 Timoteo 6:17–19 NVI.

[25] 2 Corintios 9:6–12 NVI.

[26] Hechos 20:35.

Traducción: Cedro Robertson
Revisión: Antonia López

 

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