Amar. Vivir. Predicar. Enseñar. Enséñalo

Enviado por Peter Amsterdam

enero 10, 2012

Hemos tratado los tres primeros elementos del discipulado: Amarlo, Vivirlo y Predicarlo. Vamos a hablar ahora del último: Enseñarlo.

Enseñar a Jesús tiene que ver con la continuidad de la fe. Es el elemento que permite que el cristianismo perdure en el tiempo, el elemento con el que nosotros, como discípulos, contribuimos al fomento de la fe. Es la parte en la que establecemos el linaje espiritual que va del presente hacia el futuro. El concepto de enseñar, de transmitir el conocimiento de Dios y de Cristo, está bien expresado por Pablo en una de las epístolas a Timoteo:

Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros[1].

Cuando Jesús estaba a punto de ascender al Cielo, mandó a Sus discípulos que fueran por todo el mundo y anunciaran el Evangelio:

Vayan y hagan discípulos de todas las naciones[2].

Una de las definiciones de la palabra discípulo es «persona que sigue o defiende las ideas de un maestro». Al encargar a Sus discípulos que hicieran seguidores de todas las naciones, les estaba diciendo que debían pasar Sus enseñanzas a otros, algo que Él ya había hecho a lo largo de Su vida pública.

Jesús se esforzó por enseñar a Sus seguidores lo que les haría falta para propagar la fe. Estuvo cerca de tres años enseñándoles todo lo que pudo para que fueran capaces de continuar esa labor sin Su presencia física. Esa fue una parte vital de Su ministerio, ya que si no hubiera enseñado a los discípulos, la buena nueva de la salvación no se habría esparcido por el mundo en vida de ellos. Y si ellos no hubieran hecho lo mismo, el cristianismo habría muerto en una generación. Enseñar es un elemento importante del discipulado y de la continuidad de la fe.

Existe cierta relación pero también una diferencia entre predicar y enseñar. La palabra griega utilizada en el Nuevo Testamento y que se tradujo como predicar es kerusso, que significa «proclamar como un heraldo» y también «publicar, proclamar abiertamente». La palabra que se tradujo como enseñar es didasko, que significa «enseñar, disertar con otros a fin de instruirlos, impartir instrucción, adoctrinar». A lo largo de Su vida pública, Jesús hizo ambas cosas: predicó y enseñó.

Cuando Jesús terminó de dar instrucciones a Sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y a predicar en las ciudades de ellos[3].

La gente reconocía que Jesús era un maestro.

Este vino a Jesús de noche y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que Tú haces, si no está Dios con él»[4].

Cuando terminó Jesús estas palabras, la gente estaba admirada de Su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas[5].

Vino a Su tierra y les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban y decían: «¿De dónde saca este esta sabiduría y estos milagros?»[6]

Levantándose de allí, vino a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Y volvió el pueblo a juntarse a Él, y de nuevo les enseñaba como solía[7].

Por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a Él; y sentándose, les enseñaba[8].

Jesús era un maestro. Enseñó a las multitudes y también a Sus discípulos. Su meta al predicar era proclamar el reino de Dios. Su meta al enseñar era formar discípulos, buscar e instruir a personas que, a su vez, pudieran formar más discípulos, a fin de que el proceso se repitiera una y otra vez, persona tras persona, siglo tras siglo.

¡Llevar a alguien a salvarse es tremendo! La persona se acerca al Señor, obtiene vida eterna, y para algunos es el punto de partida en la senda del discipulado. Pero ayudar a alguien a avanzar por la senda del discipulado es algo más y requiere visión de futuro, la convicción de que formar discípulos es invertir en el futuro de la fe.

La formación de discípulos que hizo Jesús tuvo como consecuencia el que tú seas un discípulo el día de hoy. Él no solo preparó a los 12 apóstoles: según lo que escribió Pablo en 1 Corintios 15, Jesús después de Su resurrección se apareció a los 12 y también a más de 500 hermanos, muy probablemente discípulos a los que había enseñado por lo menos hasta cierto punto.

Resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y […] apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún y otros ya han muerto[9].

Formar discípulos es clave para la propagación y la continuidad del cristianismo. Sin eso, la Iglesia no puede crecer. Sin eso, no habría nadie para predicar, formar discípulos y llevar a cabo el mandato de Cristo.

Para convertir a alguien en un discípulo hace falta establecer una conexión personal con él, darle instrucción y orientación, y orar con él y por él. Es preciso dedicarle tiempo, responder a sus preguntas, apacentarlo espiritualmente y mostrarle cómo puede alimentarse por sí mismo.

Para formar un discípulo no hace falta que seas un talentoso maestro de la Biblia o que sepas todo lo habido y por haber acerca de Dios; consiste más bien en que hagas lo que puedas por ayudar a una persona en su vida espiritual. Si bien no todos saben enseñar bien, prácticamente todo el mundo puede comunicar algo de lo que ha aprendido sobre la fe, Dios, el amor, Jesús y la salvación. Puedes dar a alguien una Biblia, un Nuevo Testamento o algo más para leer. Puedes tratar de contestar a sus interrogantes, de explicar lo que has aprendido. Puedes orar con esa persona y de ese modo enseñarle cómo se hace y proporcionarle apoyo espiritual, como sucede cuando dos o tres están congregados en el nombre de Jesús.

Enseñar a alguien no significa necesariamente guiarlo en cada etapa de su vida cristiana, sino compartir con él lo que sabes, lo que has vivido, y encaminarlo hacia el Señor y Su Palabra. Al relacionarte con una persona la llevarás a conocer mejor a Dios y harás que su fe crezca. A menudo una persona necesita varios maestros espirituales y consejeros a lo largo del tiempo, y si bien tú puedes ser uno de ellos, el Señor puede llamar a otros para ayudar en distintos momentos o de otras maneras.

Para enseñar a alguien no es necesario darle clases formales; puedes hacerlo relacionándote con él a un nivel espiritual, o respondiendo a sus preguntas. Los seguidores de Jesús a menudo le hacían preguntas: le pedían que les explicara parábolas que no entendían o pasajes de las Escrituras, como uno sobre Elías; le preguntaban por qué no podían echar fuera a ciertos demonios, o por qué cierto hombre era ciego; o le pedían que les hablara del tiempo del fin o del perdón[10].

Enseñar a los demás es caminar con ellos y prestarles asistencia en su vida espiritual. No se trata de tener exclusivamente una relación de maestro-alumno con ellos. Sí hay que enseñar hasta cierto punto, pero no es necesario seguir el esquema de tú eres el profesor de la Biblia y ellos los alumnos. No hace falta que te coloques por encima de las personas a las que enseñas, a las que estás ayudando a convertirse en discípulos. Para preparar a alguien como discípulo no es necesario darle clases formales de un modo metódico. Se puede, pero no es indispensable. A menudo se hace entablando una amistad. Recuerda que Jesús llamó amigos a las personas que estaba formando como discípulos.

Os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de Mi Padre os las he dado a conocer[11].

¡El aspecto de la amistad es importantísimo! Cuando acompañas a alguien en su progreso espiritual, conviene que desempeñes el papel que el Señor quiere para conducir a esa persona a una relación más profunda con Dios. Esto, generalmente, se logra mejor de una forma suave, mediante una relación de amistad.

Voy a reproducir un extracto de un artículo que leí hace un tiempo y que considero que vale la pena incluir. Presenta el argumento de que es más importante entablar una amistad con las personas a las que queremos ayudar a progresar como discípulos que establecer con ellas una relación de maestro-alumno. Se trata de un artículo escrito por alguien que tiene por ministerio procurar fortalecer y convertir en discípulos a personas que ya van a la iglesia.

Hace muchos años, mi esposa y yo conocimos a un matrimonio en nuestra iglesia. Parecía que teníamos mucho en común con ellos, así que los invitamos a la casa. El esposo tenía verdadera pasión por el discipulado, pero su enfoque resultaba incómodo. Salimos para hablar, y estuvo las siguientes dos horas tratando de convertirme en discípulo. Ni siquiera recuerdo qué me dijo, porque yo solo estaba pensando: «¿Cuándo va a terminar esto?» Yo no andaba buscando una relación maestro-alumno: quería un amigo. No veía la hora de que terminara la velada, y esa relación quedó en nada. Aunque sus intenciones eran buenas, no tuvo ningún impacto en mi vida. Admito que en aquel momento yo tenía dificultades espirituales, pero necesitaba una amistad más que un sermón.

Cuando conozco a hombres que pueden ser discípulos, no me presento como un mentor, sino como un amigo. Yo aprendo de ellos y espero que ellos aprendan de mí. El solo hecho de comenzar una relación centrada en Cristo puede ser como echar fuego sobre madera seca, que hace que se encienda en nosotros el deseo de Cristo. Me fascina hablar de la Biblia, y disfruto mucho de la compañía de hombres a los que también les gusta. Sin embargo, no pongo a nadie por debajo de mí. Todos estamos a la misma altura, al mismo nivel. Aunque espiritualmente no nos encontremos en la misma fase de progreso, podemos tener una relación de camaradería. Solo en una relación de amistad se vienen abajo las barreras, y nos permitimos tener la vulnerabilidad de expresar nuestras verdaderas necesidades. Es un concepto difícil de explicar. Cuando alguien acude a Cristo, hay personas que tratan de convertirlo en discípulo presentándose como líderes en lugar de como amigos. Una persona es mucho más dada a revelar sus batallas y hacer preguntas a un amigo que a alguien en un pedestal[12].

Jesús mismo nos comisionó para procurar ganar discípulos.

Los discípulos forman discípulos. De acuerdo con las palabras de Jesús registradas en la Biblia, como cristianos, como discípulos, debemos amarlo, vivirlo, predicarlo y enseñarlo. Eso es lo que Él nos ha pedido.

Amamos, creemos firmemente y seguimos las enseñanzas de Jesús. También ayudamos a propagar esas enseñanzas, la Palabra de Dios. Debemos hacer lo que Jesús nos mandó, y parte de eso es enseñar a otros para que lleguen a ser discípulos.

Por supuesto, no todos los discípulos pueden hacer todo el tiempo todo lo que hace un discípulo. Se entiende que en ciertas circunstancias no tengas la posibilidad de predicar o enseñar. Pero aunque en determinado momento tú mismo no estés predicando y enseñando, puedes contribuir a la propagación de las enseñanzas de Jesús con tus oraciones y tu bolsillo. Si no estás en condiciones de predicar y enseñar, entonces ora por los que lo hacen y apóyalos económicamente. Así contribuirás a diseminar las enseñanzas de Jesús. Haz algo para ayudar a los que pueden predicar y enseñar a Jesús.

Si bien Jesús se dedicó a predicar, también enfatizó la enseñanza, hizo un esfuerzo deliberado para transformar en discípulos a Sus conversos. Son los discípulos los que perpetúan y propagan la fe, y ya que la meta es hacer discípulos de todas las naciones, la enseñanza es vital. Sirve para convertir en cristianos más fuertes a las personas a las que conducimos al Señor.

Enseñando, cimentando a las personas en la fe, ahondando en la doctrina, experimentando a Jesús, siguiendo más de cerca a Dios, así se forman discípulos. Enseñar es un componente básico de la Gran Comisión, de la labor que Jesús encomendó a Sus discípulos.


[1] 2 Timoteo 2:2.

[2] Mateo 28:19 (NVI).

[3] Mateo 11:1.

[4] Juan 3:2.

[5] Mateo 7:28,29.

[6] Mateo 13:54.

[7] Marcos 10:1.

[8] Juan 8:1.

[9] 1 Corintios 15:4–6.

[10] Lucas 8:9–15, Marcos 9:11–13; Mateo 17:18–20; Juan 9:2,3; Mateo 24; Mateo 18:21,22.

[11] Juan 15:15.

[12] Eddie Snipes.

Traducción: Jorge Solá y Antonia López.

 

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