Enviado por María Fontaine
abril 14, 2012
Quienes rompen las reglas de lo establecido y lo que se espera pueden parecer excéntricos y poco convencionales. Sin embargo esas personas y métodos poco ortodoxos pueden tener un impacto positivo poderoso y transformador, sobre todo en lo que a la testificación se refiere. Las cosas poco comunes que el Señor indica a algunos que hagan pueden llegar a llamar mucho la atención y motivar a otros a hacer cosas que a su vez rompan sus propias normas y rutinas, y que los catapulten hacia cosas mejores.
Me encanta cuando las personas no tienen miedo a seguir las indicaciones de Dios, incluso cuando les pide que hagan cosas un poco diferentes, porque consideran que los resultados son más importantes que cualquier sacrificio. Es maravilloso ver y enterarse de individuos que hacen lo que el Espíritu les indica con la intención de ayudar a alguien a llegar a comprender el amor del Señor. Es inspirador ver a los extremos que están dispuestas a llegar algunas personas con tal de salvar un alma, o de convencer a alguien de la veracidad de su fe.
En algunos casos, la clave puede radicar en que los demás te vean como uno de ellos, no obstante, como alguien que tiene ángel, por así decirlo. En otros casos, una acción poco convencional o audaz por parte de un testigo puede ser exactamente lo que alguien necesita para salirse del molde y atreverse a creer.
Justamente cuando meditaba sobre estas cosas, me enteré de un par de experiencias personales de Tony Campolo, que demuestran cómo ciertos métodos de testificación que podrían considerarse algo extremos pueden, efectivamente y en su muy particular estilo, dar excelentes resultados para conquistar almas.
Testificar supone estar dispuestos a hacer lo que Jesús nos pida que hagamos y regocijarnos por la multitud de maneras en que hace que Su amor se manifieste a fin de cubrir cada necesidad que existe, ya sea poco convencional o fuera de lo común o lo tradicional y aceptado, o las opciones intermedias. Los métodos que utilicemos serán bendecidos por Él si se los implementa con el corazón y obedecen a lo que Él nos indica en cada situación en particular, y si están de acuerdo con Su Palabra y los valores que ésta propugna.
Los relatos personales de Tony me dejaron pensando. A lo mejor a ustedes les pase lo mismo. Reproduzco a continuación lo que él compartió:
Mi esposa y yo estábamos paseando por la playa Waikiki, en Honolulu, cuando de pronto nos topamos con un hombre de aspecto sumamente extraño que, Biblia en mano, agitaba la otra señalando con el dedo a todos los que pasaban. Estaba descalzo y vestía una camiseta y pantalones gastados. A todos los que pasaban les profería los juicios de Dios contra quienes no aceptaban a Cristo.
Al pasar, le dije a mi esposa: «Son tipos como éste los que dan una pésima reputación al reino de Dios. La gente los mira y se desencanta por completo con el Evangelio. La verdad es que tipos así me disgustan bastante».
Aproximadamente una hora más tarde nos encontrábamos a punto de tomar el autobús que nos llevaría al aeropuerto, cuando volvimos a toparnos con el mismo hombre. Para mi sorpresa, junto a él se encontraban dos hombres de aspecto común y corriente, bien vestidos y demás. Él los había rodeado con sus brazos, y al pasar escuché que estaban haciendo una oración, entregando su vida a Cristo. Mi esposa me miró y preguntó: «¿Y tú? ¿A cuántas personas condujiste hoy a Cristo?»[1]
Tony relata otra experiencia que tuvo, sentado en una mesa con un grupo de intelectuales muy sofisticados, quienes, al progresar la conversación, se pusieron a burlarse de los cristianos evangélicos. Llegó un momento en que consideró que ya había escuchado suficiente y que tenía que defender a los evangélicos. Les dijo:
¡Tienen un concepto totalmente equivocado! Juzgan a los evangélicos sobre la base de algún despliegue necio de celo entusiasta. Por ejemplo, nunca falta en cada Super Bowl algún chiflado en la tribuna que despliegue un cartel que contenga un versículo de la Biblia. Seguramente esperará que alguien, al leerlo, se sentirá compungido y rogará por la salvación de su alma. Ustedes piensan que somos todos así, y nos juzgan por ese nivel de necedad.
Al concluir su virulenta declaración, uno de los hombres que estaba en la mesa se quitó la pipa de la boca, la puso sobre la mesa, y dijo:
Qué interesante que mencione usted eso. Hace tres años estaba viendo el Super Bowl. Justo antes del medio tiempo, los Cowboys anotaron un punto más. Detrás de la portería se encontraba justamente ese hombre del que hizo mención. Tenía un cartel que decía «Juan 1:12». Como no tenía nada que hacer en el entretiempo, se me ocurrió buscar mi vieja Biblia que tenía juntando polvo en el estudio, y abrirla en Juan 1:12, por pura curiosidad. Al abrirla, encontré unos antiguos apuntes de una charla bíblica que había escuchado muchos, pero muchos años antes en un campamento de verano, de adolescente. Releí aquellas notas y recordé algo que había relegado al olvido y dejado de lado. En ese mismo instante, ahí donde estaba, caí de rodillas y volví a entregarle mi vida a Jesús.
Tony concluyó, diciendo:
¿Cómo responder a algo así? Haberme mofado de aquel «loco» me dejó a mí —y con razón— en ridículo[2].
Me pareció un buen recordatorio de lo importante que es mantenernos abiertos a la posibilidad de que el Señor nos pida que digamos o hagamos cosas que a lo mejor puedan parecer excéntricas a los demás o que tal vez reciban críticas. Es porque Él sabe lo que hace falta a alguien a quien está queriendo dirigirse. O puede también que tal vez le pida a alguien más que haga algo diferente, que tal vez nos veamos inclinados a criticar.
Muchos hemos experimentado cómo Dios puede indicarnos que tomemos acciones que contradicen por completo lo que normalmente se espera, que hagamos cosas fuera de lo común, y hemos comprobado los beneficios que se cosechan al obedecer. Si no hacemos lo que nos pide, puede que nos perdamos oportunidades de acercar a alguien al Señor, y dejemos sus vidas truncadas. Tal vez ya nunca lleguen a recibir lo que necesitaban para convertirse en seguidores de Cristo.
Por eso, no despreciemos los métodos pocos convencionales de testificación si es eso lo que Jesús le indica a alguien que haga. La parte que nos corresponde a nosotros es manifestar apertura, y estar dispuestos a hacer lo que sea que nos pida.
Es mi oración que a medida que nos integramos más y nos volvemos más profesionales, no perdamos dos de las cualidades más hermosas que nos han traído hasta donde nos encontramos. Son las dos cosas que siempre necesitaremos para mantenernos en sintonía con la obra del Espíritu Santo en nosotros: la humildad para invocar siempre la orientación del Señor y de Su Palabra, y la disposición a hacer lo que sea que Él nos indique, en cualquier momento y en cualquier lugar.
Me resulta muy alentador escuchar las maneras tan innovadoras que algunas personas están encontrando de conectarse con otros y ejercer una influencia positiva en sus vidas, donde sea que se encuentren. Pido a Dios que aceptemos las cosas que el Señor pueda llegar a pedirnos, aun cuando no parezcan encajar dentro de los planes de lo esperado.
Mantener el equilibrio entre identificarnos con los demás a su nivel, y a la vez permanecer abiertos a lo que el Señor nos indica que hagamos puede llegar a ser sumamente difícil. Tenemos que poder identificarnos con los demás de tantas maneras como nos sea posible sin permitir que lo que opinan los demás ahogue la voz del Espíritu Santo en nuestra vida. La clave radica en permanecer completamente conectados y sumisos a lo que Jesús nos pide que hagamos y de la manera en que nos indica que lo hagamos.
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