Incomprensible e indefinible

Enviado por María Fontaine

mayo 12, 2012

Reflexiones en torno a la maternidad

Es posible que la maternidad tenga sus altibajos, pero cuando prestamos atención a lo que de verdad es grande e importante, a lo que en este mundo es auténticamente genial, hay algo que la mayoría de las personas ponen en primer lugar, o que casi encabeza la lista de sus prioridades: que las madres son una maravilla.

¿Cómo se las arreglan las madres? ¿Cuál es el secreto de la aparentemente inacabable paciencia, fortaleza y amor que dan la impresión de resurgir una y otra vez, a pesar de lo que sea que les ocurra en la vida?

Estas son cavilaciones acerca de las madres: lo que hacen las madres, lo que son y lo que las hace únicas.


Lo que el corazón de una madre —que muchas veces ha sido quebrantado, hecho pedazos, reconstruido y vuelto a llenar hasta que rebose— entrega a un hijo, es la confianza en que, pase lo que pase, el hijo es apreciado, amado y siempre hay esperanza.


Toda madre que ha dado de corazón a sus hijos, ha depositado una parte de sí misma —su vida, su compasión, su esperanza— en el corazón y espíritu de ellos por medio de su amor, paciencia y cuidados.


¿En esta tierra, habrá un ejemplo más claro del espíritu de amor de Dios que el amor de una madre por su hijo? Si te parece que tus faltas, defectos e imperfecciones han perjudicado a tus hijos, aunque los hayas amado y les hayas dado todo lo que te fue posible, tal vez quieras reflexionar en que aunque el amor de Dios por la humanidad sea grande, perfecto, sin mancha, eso no garantiza que nos convirtamos en seres perfectos, sin errores, defectos ni vicios. Pese a que como madre hayas desempeñado un magnífico trabajo, eso no garantizará que aquellos a quienes hayas dedicado tu vida lleguen a ser como quieres que sean. Sin embargo, hay algo seguro: tu mano amorosa en la vida de ellos —por medio del ejemplo, de la enseñanza, de cuidados y oración— siempre marca una diferencia para bien.


¿Y si nunca has dado a luz un hijo? Eres partícipe de la maternidad si has cuidado a un niño que te necesitaba. Has dejado impreso un poco de ti en esa persona. Y cuando lo haces en el nombre de Jesús y con Su amor que llena tu corazón, es un reflejo de Él.


Jesús conoce el corazón de ustedes, las madres que han hecho lo que estuvo en sus manos, sin importar si pareciera admirable y sobresaliente a sus propios ojos o a los ojos de los demás. Jesús lo ve y conoce el corazón de ustedes y las honra.

Es posible que el mundo no lo vea ni lo entienda, pero Él si lo ve. No ha sido en vano todo lo que han sacrificado: Las largas noches de cuidar a un niño enfermo, o las veces en que oraron con fervor por algún suceso terrible que el niño enfrentaba, las veces en que se encontraban desesperadas cuando parecía que se había perdido la labor de toda una vida de enseñanza a ese hijo, o que sus esfuerzos no habían tenido impacto, o cuando no parecía haber posibilidad de que se cumpliera su más ardiente deseo por quienes han criado. En el curso del tiempo y en la eternidad, las semillas de Su Espíritu que han sembrado y que cuidaron con ternura como mejor pudieron se convertirán en todo lo esperaron, y aún más.


Las madres son un magnífico regalo que Dios entrega a cada niño y a este mundo. Ustedes tienen que sacrificar muchísimo por cada hijo desde el momento de la concepción hasta que vayan a casa, al Cielo. No tiene fin. Incluso cuando sus hijos son adultos y viven aparte, ustedes continúan orando por ellos y los quieren, se regocijan cuando ellos tienen alegrías y ruegan al Señor por ellos cuando tienen dificultades. Cuesta ser madre. Cuesta muchísimo y eso es parte del plan de Dios, parte de Su plan para dar un ejemplo cotidiano, franco, de alguien que da la vida por otra persona.


Cuesta ser madre. Cuesta la pérdida de la libertad de hacer lo que a una le place. Cuesta dar el primer lugar a tus hijos todos los días. Un escritor lo expresó así al escribir acerca de su madre: «Veo los sacrificios que hizo por mí y que aprisionó sus sueños para que los míos fueran libres»[1].

El costo de la maternidad no es solo el de llevar el dolor y la tristeza propios, sino también los de aquellos que están a nuestro cuidado. Cuesta al combatir los temores de ellos, además de los propios, y preocuparse cuando los hijos caen vez tras vez. Cuesta al tratar de tener un poco más de fuerzas cuando una se encuentra agotada y, sin embargo, más son necesarias para levantar a quienes acuden a nosotros en busca de fortaleza. Cuesta cuando pareciera que ya no hay esperanza y de todos modos una sabe que no puede rendirse por amor a los hijos, y alberga esperanza contra todo pronóstico hasta que ve que ellos se han vuelto a levantar.

Por ser madre se debe pagar un precio alto. Cuesta muchísimo, pero Dios está presente en ese costo. Al pagar ese precio y al hacer lo que te es posible a fin de ayudar a que tus hijos avancen en la senda de la vida, ofreces una imagen con detalle de los sacrificios que Dios hace por la humanidad.


El amor de madre es tan sobrenatural que no se puede explicar. Un poeta lo expresó así:

Está por encima de lo definible,
desafía toda explicación;
y no deja de ser un secreto
como los misterios de la creación.

Un milagro que el hombre
no puede entender en la tierra;
otra prueba magnífica de la mano
de Dios, guiadora y tierna[2].


Ya sea que te parezca que has tenido éxito o no, el Señor está orgulloso de ti por aceptar el cargo de la maternidad, que muy probablemente te ha exigido más allá de tus talentos y habilidades. Tus esfuerzos por ser una buena madre y criar a tus hijos de manera que conozcan el amor que Él tiene por ellos, hacen que el Señor esté orgulloso de ti. Te honra por ser una progenitora creyente, que ha amado a su hijo a pesar de errores cometidos o deficiencias que puedas tener.


Lo que el Señor quiere que entienda toda madre, esposo e hijo, es que está orgulloso de ustedes, las madres, por aceptar la responsabilidad que conlleva el ser mamá.

Aunque tus hijos hayan elegido otras sendas que tal vez no entiendas, el Señor está con ellos, y puedes confiar en que los cuidará con ternura. Si tus hijos enfrentan dificultades, el Señor coloca Sus brazos a su alrededor, los abraza, no deja de llevar bien a su vida y los ayuda a resolver asuntos que los molestan. Si tus hijos buscan su lugar y parece que no lo encuentran, Él es la luz que puedes invocar para ellos.

Sea cual sea la situación que se vea ahora mismo, Jesús está orgulloso de ti por esforzarte al máximo. Aunque en la vida de tus hijos los resultados no sean evidentes en este momento, en el contexto de esta vida y de la eternidad, el amor y cuidados que les brindas tendrán un efecto duradero en ellos.


Puedes ser dichosa porque Dios está orgulloso de ti, aunque tal vez te parezca que no hay nada de qué enorgullecerse. Puedes regocijarte al saber que Jesús, tu mayor amor, lo nota, se interesa y está orgulloso de ti. Esta alegría automáticamente no quitará toda tristeza o dificultades. Sin embargo, saber que Él lo comprende, que te honra, que ve todos tus sacrificios y que no es algo pequeño para Él, debería ser de ayuda y animarte en gran medida. Aunque las luchas seguirán hasta que termine esta vida terrenal, y aunque tal vez a menudo te desanimes, si puedes mantener la perspectiva celestial y recordar estas palabras de Dios: «estoy orgulloso de ti», serás una madre más fuerte —la más fuerte de los progenitores— porque por medio de esa perspectiva celestial puedes superar toda condenación. Puedes dejar que entre la luz de Su Palabra, la que será un instrumento que derrote la oscuridad que intenta deprimirte.


El Señor está orgulloso de ustedes, las madres que han cuidado de Sus hijos, hayan sido hijos biológicos o no. Está agradecido porque ustedes han manifestado amor inagotable por cada uno de esos pequeñitos, que son la obra de Sus manos. Las honra por su entrega desinteresada a toda hora, a diario. Las tiene en gran estima por su paciencia duradera y fortaleza interior, han entregado tanto a cada uno de ellos, tantas veces a costa de ustedes mismas. El Señor las mira con admiración a cada una, madres que le pertenecen.


¿Cuales son algunos de nuestros atributos y cualidades que influyen en nuestros hijos de manera positiva?

a. Amor incondicional por ellos y el prójimo.

b. Equilibrar las normas de carácter moral con la compasión y la misericordia les enseña a perdonar y a ser tolerantes, unido a tener convicción cuando se trata de algo que es verdad y correcto.

c. La oración, la fe y la confianza como parte integral de la relación que tenemos con nuestros hijos.

d. La atención que damos a los demás y nuestro deseo de conducirlos hacia Jesús.

e. Dedicar nuestra vida a nuestros hijos y a los necesitados.

f. El ejemplo que damos de manifestar confianza y fe en la manera en que reaccionamos a las cruces y penas, tanto nuestras como de otras personas.

g. La capacidad de recuperación que demostramos cuando cometemos errores o fallamos, y la búsqueda de crecer debido a la experiencia, de modo que cuando nuestros hijos cometan errores puedan descubrir el propósito en esas equivocaciones, sin que tengan remordimientos excesivos.

h. Humildad al amar a Jesús ante todo y al seguir Sus pasos.

i. Coordinar nuestros esfuerzos a fin de crecer y llegar a ser todo lo que podemos ser.


Cuando pensabas que yo no observaba, te vi que alimentabas a un gato perdido,
y quise tratar bien a los animales.

Cuando pensabas que yo no observaba, vi que me preparabas mi pastel favorito,
y supe que los detalles son importantes.

Cuando pensabas que yo no observaba, escuché que te desahogabas con Jesús,
y supe que hay un Dios con el que podría hablar.

Cuando pensabas que yo no observaba, sentí que me dabas un beso de buenas noches,
y sentí que alguien me amaba.

Cuando pensabas que yo no observaba, vi las lágrimas que derramabas,
y aprendí que a veces hay cosas que duelen, pero que está bien llorar.

Cuando pensabas que yo no observaba, vi que te interesabas,
y quise ser todo lo que pudiera llegar a ser.

Cuando pensabas que yo no observaba, vi que reaccionabas con gentileza ante las dificultades de la vida,
y vi que podía hacer lo mismo y tener alegría de todos modos.

Cuando pensabas que yo no observaba, vi que perdonabas una y otra vez,
y aprendí el valor que tiene el perdón.

Cuando pensabas que yo no observaba, oí que orabas por mí,
y aprendí a orar.

Cuando pensabas que yo no observaba, vi que te sacrificabas a fin de dar a los demás,
y aprendí que, en efecto, al dar uno se beneficia.

Cuando pensabas que yo no observaba, vi que curabas heridas y contribuías a que atenuaran temores,
y ahora sé cómo hacer eso mismo a los demás.

Cuando pensabas que yo no observaba, aprendí mucho sobre cómo amar y brindar generosidad,
y ahora esas enseñanzas me traen bendiciones a diario.

Cuando pensabas que yo no observaba, vi que en muchas ocasiones diste amor y te sacrificaste,
y me di cuenta de que eres una prueba de la existencia de Dios.

Cuando pensabas que yo no observaba, sí miraba…
y quiero darte gracias por todo lo que vi,

cuando pensabas que yo no observaba[3].


Sé que las madres cristianas queremos dar a nuestros hijos un buen ejemplo de todo lo que es Jesús. Queremos asegurarnos de que nuestros hijos sean atendidos en todos los aspectos de su vida: que estén bien educados, que sus necesidades sean satisfechas, que aprendan habilidades sociales y que se les impartan buenos valores y se les enseñe a ser amables, amorosos y generosos. Queremos asegurarnos de que sean criados con una fe férrea, así como con principios y convicciones cristianos.

Aunque es posible que a veces les haya faltado la destreza o habilidad para dar a sus hijos algo específico que necesitaran, han buscado a otros que podrían hacerlo, porque para ustedes el cuidado de sus pequeñitos es primordial. Tal vez no hicieron todo eso directamente, pero pusieron a sus hijos en una situación en que otros pudieran enseñárselo.

Si hemos dirigido a nuestros hijos hacia Jesús e hicimos lo posible para que aprendieran a amarlo, en efecto, hemos llevado a cabo una gran labor.

Me vino a la memoria el ejemplo de Susanna Wesley, una madre piadosa que vivió siglos atrás. Pensé que sería alentador para todas las madres cristianas que han dado el primer lugar a Jesús en su vida y en la de sus hijos.

Susanna Wesley es más conocida por ser la madre de Charles y John Wesley, los fundadores del metodismo. Del metodismo surgieron varias confesiones protestantes de la actualidad. Charles y John fueron incansables en cuanto a sus esfuerzos por predicar el Evangelio, lo que atribuyeron a la fe que les inculcó su madre. Jugaron un papel decisivo en el inicio de una época importante de un renacer religioso y labor misionera en la Inglaterra del siglo XVII, y que se divulgó a muchas partes del mundo.

Aunque a los ojos del mundo, Susanna Wesley es más célebre por los logros de Charles y John, el mayor honor que Dios le confirió fue su gran determinación y fidelidad para criar a todos sus hijos en los caminos del Señor. Nunca vaciló en esa resolución, aunque la adversidad constantemente amenazó con agobiarla.

Los detalles de las luchas, congojas y batallas de ustedes, pueden distar mucho de las que enfrentó Susanna Wesley. Sin embargo, sea cual sea el día o la dificultad, siempre es un desafío soportarlos y seguir fieles en la lucha de criar a sus hijos y atender a su familia al máximo de su capacidad. Ser madres que son fieles a Dios siempre es exigente y ellas merecen tanto nuestros elogios como los del Señor.

Sin embargo, el gran deseo de Susanna fue que el pequeño rebaño que ella dio a luz llegara a conocer y amar a Jesús y que hiciera algo para Dios. Ella escolarizó a todos sus hijos. A diario, antes de que empezaran los estudios académicos, dedicaban una hora a leer las Escrituras, a orar y a cantar Salmos.

Aunque esos dos hijos no hubieran llevado a cabo grandes obras para Jesús, eso no habría cambiado la enorme aclamación que recibió en el Cielo. ¿Por qué? Porque, sea lo que sea que lleguen a ser los hijos, lo que cuenta para el Señor es la fidelidad de ustedes a Él y a Su misión, la diligencia con que les enseñen los caminos del Señor y los preparen para que tengan una conexión con Jesús y sean capaces de transmitir eso a otros, si ellos así lo eligen.

Nada hizo que Susanna desistiera de su propósito de poner en primer lugar el bienestar espiritual de sus hijos. A pesar de que no podía darles todas las cosas materiales que le habría gustado, les dio lo más importante. Su nombre, como el de todas las madres fieles que se aseguran de que sus hijos sean educados en la disciplina y amonestación del Señor, ha quedado grabado en los anales del Cielo.

Muchas veces, todo lo que podía hacer era aferrarse a las promesas de Dios y negarse a dejar que las circunstancias le impidieran llevar a cabo la tarea que el Señor le había dado, la de enseñar las normas y verdad de la Palabra de Dios a quienes Él le había encomendado. Pese a los reveses, derrotas, congojas, pérdidas y batallas tanto físicas como espirituales, su fe y amor por el Señor y sus hijos la sacó adelante.

A la larga, años después, vio algunos frutos de su fidelidad. Estoy segura de que vio mucho más al llegar a su hogar celestial. Lo mismo les ocurrirá a ustedes, si es que no ven los frutos en esta vida. Nada que den a sus hijos será desperdiciado, sino que dará buenos resultados cuando el Señor lo considere conveniente.


[1] Robert Church.

[2] Anónimo.

[3] Anónimo; texto adaptado.

[4] Si hacen una búsqueda en línea, encontrarán una gran cantidad de artículos acerca de la vida de Susanna Wesley, además de un extenso informe en Wikipedia. En ellos, se entregan muchos más detalles sobre esa madre tan dedicada.

Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.

 

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