Enviado por Peter Amsterdam
agosto 28, 2012
Hace poco María escribió acerca de Len, el taxista al que entregamos un folleto cuando estábamos de viaje. En su relato ella mencionó que aquel día nos habíamos retrasado en nuestro camino. Pues ése fue un día que a mí en lo personal se me hizo difícil; un día en que tomé conciencia de ciertas cosas sumamente interesantes sobre mi persona y la manera en que el Señor obra en mi vida.
Habíamos decidido tomarnos unos días libres para recuperarnos, y ese día en particular concluía nuestra estadía en el hotel apartamento de un pueblo donde nos habíamos hospedado con la idea de hacer una escala y luego seguir camino rumbo a una ciudad cercana —a una hora y media de allí— donde teníamos pensado pasar unos días haciendo turismo. Como tocaba dejar la habitación por la mañana pero el sitio donde nos hospedaríamos no estaría libre antes de las dos de la tarde (a esa hora habíamos quedado en encontrarnos con la persona que nos entregaría las llaves), decidimos ir tranquilamente en el auto, aprovechar para pasear y disfrutar pausadamente del hermoso paisaje campestre de camino a la ciudad. Pensábamos tomar la carretera principal por un rato y luego desviarnos por uno de los caminos rurales, atravesar varios de los pintorescos pueblitos de la campiña y parar en algún lugar a tomar un picnic. Después de almorzar nos dirigiríamos a la ciudad. Cuando iniciamos el viaje la mañana estaba espléndida, y nos hacía mucha ilusión el paseo en auto que habíamos programado, al igual que detenernos a comer en la idílica campiña.
Apenas cogimos la carretera, María me preguntó si podíamos detenernos cuanto antes, ya que tenía que ir al baño. Dijo que podía esperarse un poco, pero que quería ir avisándome. De todos modos nos hacía falta cargar gasolina, así que decidimos matar dos pájaros de un tiro. A los pocos minutos apareció un cartel que indicaba que la gasolinera estaba a pocos kilómetros. La verdad es que yo no quería detenerme a tan poco de haber partido, y además estaba seguro de que habría otra estación de servicio antes de salirnos de la carretera, a media hora como mucho. De modo que nos pasamos la primera de largo.
Pues resulta que no había otra estación de servicio ni ninguna otra parada en el camino. Agarramos carretera unos treinta minutos después de haber pasado la primera gasolinera, y para entonces nos quedaba muy poco combustible y aún teníamos que hacer una parada en un baño. Tomamos el camino rural, y yo seguía convencido de que encontraríamos una gasolinera por ahí. No obstante, luego de atravesar varios pueblitos, comencé a dudar de que fuésemos a encontrarla. Tampoco había nadie a quién preguntar. Seguimos camino. Por fin, en medio del bosque encontramos una gasolinera muy pequeña, y se resolvieron nuestros problemas. O al menos eso pensé… Mientras llenaba el tanque, María fue al baño. Cuando regresó me comunicó que no había baño, que lo que había sido en algún momento un baño ahora lo usaban como depósito, y que no tenía inodoro. El empleado de la gasolinera nos dijo que no había estaciones de servicio, restaurantes ni tiendas en los alrededores.
Pobre María. Su necesidad de ir al baño ya se estaba convirtiendo en una emergencia. Decidimos tomar el camino por el que habíamos venido. Los pueblitos que íbamos pasando parecían estar abandonados: no había nadie en las calles, ningún comercio abierto, ni un solo restaurante. De modo que seguimos de largo. Al poco tiempo dimos otra vez con la carretera principal, y nos encontramos avanzando en sentido contrario a nuestro punto de destino, por el mismo camino. Debo confesar que no me lo tomé muy bien que digamos. Por lo general no me cuesta adaptarme y fluir con las circunstancias, pero es que tenía entre ceja y ceja lo del picnic en el campo y me hacía ilusión. Y ahí estábamos, retrocediendo en lugar de avanzar, buscando un baño, desesperados. Mientras que María guardaba la calma, yo me desesperaba cada vez más. En el fondo, le echaba la culpa a ella por haber desbaratado lo del picnic, y para colmo, estaba molesto conmigo mismo por sentirme tan enojado. Por fin llegamos a una estación de servicio y se acabó la emergencia. Como ya no nos alcanzaba el tiempo para el picnic porque se acercaba la hora de recoger las llaves, decidimos comprar unos sándwiches en la cafetería de la zona de servicio. Ahí estábamos, comiendo un desabrido sándwich, de pie en un paradero de carretera. Nuestra mañana perfecta se había ido al demonio y yo me sentía totalmente frustrado e infeliz.
Al llegar a nuestra ciudad de destino un rato más tarde, quedó claro que la ruta que había decidido tomar era complemente inadecuada. Tras perdernos, acabar metidos contra el tráfico en una calle de un solo sentido y salir del pueblo por un camino errado, la tensión había vuelto a escalar considerablemente. Pensé que sería mejor dejar el auto en algún estacionamiento público y tomarnos un taxi hasta el lugar donde nos alojaríamos. Tras varias horas de soportar mi mal humor, María accedió sin pensárselo dos veces.
Nos metimos a un estacionamiento subterráneo, cogimos nuestras maletas y a la larga llegamos a un sitio de taxis. Pocos minutos más tarde llegó un taxi y Len, el chofer, que sabía hablar en inglés, nos ayudó a cargar las maletas e instalarnos en su coche. María se puso a conversar con él, y tal como lo contó en su artículo, cuando le dio un folleto él nos dijo que justamente había estado deseando saber más sobre Jesús.
Una vez instalados en nuestras habitaciones, me puse a pensar en lo ocurrido en ese día. Lo había planeado todo a la perfección, pero todo había salido mal. Apenas empezaron a desbaratarse los planes, me sentí fastidiado y frustrado, y me puse insoportable. Pero escuchar la respuesta de Len al folleto Con cariño, para ti cambió por completo las cosas. Debo confesar que me sentí avergonzado por haberme frustrado tanto. De haber salido todo conforme a mis planes, nuestras vidas no se hubiesen cruzado con la de Len. Un alma sedienta y receptiva no habría recibido el hermoso mensaje que indudablemente el Señor quería que recibiera. Para entonces ya me había puesto a agradecer al Señor porque las cosas no salieron tal como yo las había planeado, sino conforme a Sus planes. Me sentía agradecido de que Él hubiese preferido ponernos a Len en el camino, aunque ello hubiese significado una buena medida de frustración de mi parte. Me sentí avergonzado de haberme empecinado tanto con mis propios planes y deseos que me enojé cuando el Señor nos deparó algo diferente aquel día.
En las semanas posteriores a aquel evento, me he dado cuenta de que ese día fue una especie de ilustración acelerada de la manera en que a veces obra el Señor en nosotros. Hay ocasiones en que las cosas no se dan tal como queremos que se den, que toman más tiempo del esperado o surgen emergencias inesperadas que nos afectan en el momento o a la larga. Experimentamos momentos de frustración, o nos sentimos desorientados cuando fallan nuestros bonitos planes. En momentos así, nuestra vida se ve terrible y nos cuesta entender por qué las cosas nos salen mal, por qué Dios parece no responder a nuestras oraciones, y por qué lo que uno necesita en el acto no está disponible. Cuando nos encontramos en medio de circunstancias como esas, es difícil verle algo de bueno a la situación. Sin embargo, en muchos casos esas dificultades son parte del camino que debemos transitar para que acabemos en el lugar donde Dios nos quiere en el momento preciso: ya sea por nuestro propio bien o por el de alguien más.
Por lo general las consecuencias no se manifiestan el mismo día, como nos pasó a nosotros con Len, pero el principio sigue siendo verdad. Dios interviene en nuestra vida, y sin embargo cuando se encuentra manos a la obra, no nos damos cuenta de que lo que nos está sucediendo es parte de Su plan. A menudo tiene que pasar un tiempo antes de que podamos entender por qué sucedieron o dejaron de suceder ciertas cosas. Ese evento aparentemente negativo que cambió nuestro día o nos alteró los planes resulta ser exactamente lo que nos posicionó de tal manera que pudiésemos lograr algo trascendente más adelante en el camino. En el momento no lo ves, pero puede que sea decisivo en tu vida o en la de alguien más.
Reconócelo en todos tus caminos y Él enderezará tus veredas[1].
[1] Proverbios 3:6.
Traducción: Quiti y Antonia López
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