Enviado por Peter Amsterdam
diciembre 4, 2012
En el podcast anterior echamos un vistazo a las cuatro mujeres del Antiguo Testamento mencionadas en la genealogía de Jesús del libro de Mateo, que presentaban ciertas anomalías en cuanto a sus relaciones. María, la madre de Jesús, la quinta mujer de la genealogía de Jesús, también encaja en la categoría de fuera de lo común.
El mundo en el que creció María era sustancialmente distinto al actual. Las mujeres se casaban mucho más jóvenes, por lo general entre los doce y los dieciséis años. Se esperaba que los hombres se casaran alrededor de los dieciséis. Los matrimonios de aquel entonces implicaban negociaciones entre el futuro esposo y el padre de la novia. El primer paso hacia el matrimonio era el compromiso matrimonial. Una pareja quedaba comprometida cuando el hombre le entregaba a la mujer ya sea una carta o determinada cantidad de dinero, aunque no fuera mucho, en persona o por medio de un mensajero. También era requisito que declarara en presencia de testigos su intención de casarse con la mujer en cuestión.
Cuando se comprometían, se redactaba el contrato y se acordaban las cláusulas del matrimonio. Básicamente, se trataba de un acuerdo económico que detallaba la cantidad de dinero y bienes que el padre de la novia daría al novio. Dichos fondos y bienes seguirían siendo patrimonio de la esposa, pero el esposo tenía el derecho exclusivo a disponer de ellos y a quedarse con cualquier ganancia que de ellos obtuviera. Sin embargo, si se divorciaba de su esposa, todo regresaba con ella. En ese momento también se acordaban los detalles de la dote. La dote pasaba a ser propiedad del esposo, y si él le daba carta de divorcio, tenía que devolverle también la dote. En el contrato también se detallaba la cantidad que recibiría la esposa en el caso de que su esposo muriera o le pidiera el divorcio. Comprometerse implicaba una serie de obligaciones importantes, y además era vinculante. Una vez que la mujer se comprometía, legalmente se la consideraba esposa del hombre con el que se comprometía. No obstante, seguía viviendo bajo el techo de su padre durante hasta un año, y no tenían relaciones sexuales durante ese periodo. Romper el compromiso requería un divorcio. Si el esposo fallecía, a la mujer se la consideraba viuda. Si una mujer comprometida dormía con otro hombre, se lo consideraba adulterio y, conforme a la ley Mosaica, ambos podían ser apedreados a muerte[1]. La ceremonia de matrimonio se celebraba después, y entonces la novia se mudaba con su esposo.
Fue durante el periodo de compromiso de María con José que se le apareció el ángel Gabriel para decirle que había sido favorecida por Dios y que concebiría un hijo que sería el Hijo del Altísimo. Preguntó cómo era posible que concibiera, ya que era virgen. Gabriel le dijo que el Espíritu Santo descendería sobre ella, y que el poder el Altísimo la cubriría con Su sombra. Gabriel estaba revelándole que su embarazo procedería de Dios y que no tendría nada que ver con hombre alguno[2]. Que el Espíritu Santo, que es el poder del Altísimo, la dejaría encinta de una manera que únicamente Dios era capaz de hacerlo.
Sin duda, María tenía que tomar una decisión. Si consentía a permitir lo que le anunciaba el ángel, sabía que se le complicarían las cosas. Estaría embarazada durante el periodo de compromiso, antes de vivir con su esposo. Sabía que era de esperarse que José supusiera que le había sido infiel y que se sentiría dolido, enojado y avergonzado, y que le pediría el divorcio. Y que además correría el riesgo de que la apedrearan a muerte.
Aun si el descubrimiento de su embarazo no la conducía a su apedreamiento, todos en su pueblo se enterarían de que estaba encinta y caería en desgracia, se la consideraría una adúltera. Si accedía a lo que le proponía el ángel, como mínimo, destrozaría a su esposo, dañaría terriblemente su reputación, avergonzaría a sus padres y su familia, y dañaría por completo su relación con la comunidad de la aldea.
María tenía que tomar una decisión, y se trataba de una decisión de graves repercusiones. Al igual que las otras cuatro mujeres del Antiguo Testamento que la habían precedido, su unión tendría algo de anormal o de escandaloso. No obstante, al igual que las demás, tendría parte en la llegada del Mesías al mundo. María decidió aceptar las consecuencias cuando dijo: Soy la sierva del Señor. Que se cumpla todo lo que has dicho acerca de mí[3]. Esto requirió un enorme paso de fe de su parte.
Y, claro que tuvo sus repercusiones. José quedó destrozado al enterarse de que estaba embarazada. Las Escrituras dicen que estaba considerando divorciarse, que meditó al respecto, que se lo pensó muy en serio. El término griego que se tradujo como considerar procede de la palabra thymos (thoo mas), que significa «pasión, enojo, enojo a punto de desbordarse».
Al enterarse de que María esperaba un hijo, lo natural sería enfurecerse, sentirse engañado, preguntarse con quién se habría acostado su mujer y por qué, y claro, qué hacer al respecto. No tenía motivo para pensar que se trataba de algo más que un simple engaño. Le quedaba claro que no había sido él quien la dejó embarazada. A sus ojos, ella había faltado a los votos del matrimonio, había cometido adulterio. José era un tipo normal y corriente. Era natural que se enfadara y se sintiera herido.
Sin embargo, las Escrituras dicen que era un hombre justo. Que no quiso «exponerla a vergüenza pública», y que, por lo tanto, «resolvió divorciarse de ella en secreto». Estaba enojado, pero aun así fue capaz de transformar su enojo en misericordia y gracia.
Fue después de que decidiera divorciarse de María discretamente que soñó que el ángel le decía que el niño era del Espíritu Santo y que no temiera tomar a María por esposa. En ese momento, José tuvo que tomar una decisión: creer o no en el sueño. Si lo creía, de todos modos la gente seguiría sospechando que el niño no era suyo, ya que nacería antes de tiempo, y tendría que vivir con el hecho de que la gente haría comentarios a sus espaldas.
Al igual que María, José tuvo que dar un paso de fe. Dios le reveló lo que tenía que hacer y a él le tocó escoger si creer y confiar en Dios o no. Felizmente, tuvo la fe y el valor necesarios para creer y obrar conforme a lo que Dios le había mostrado.
José sabía que no era el padre biológico del niño, pero en aquellos tiempos, cuando un padre afirmaba que un niño era suyo, y cuando el padre nombraba al niño, este se convertía legalmente en su hijo. Como José era descendiente directo del rey David, su matrimonio con María hizo que Jesús se ubicara en el linaje del rey David, tal como lo habían vaticinado las profecías del Antiguo Testamento.
Ambos jóvenes tomaron decisiones difíciles por amor a Dios. Ambos enfrentaron sendos dilemas personales. María escogió hacer lo que Dios le pidió que hiciera arriesgando su vida y su reputación, y sabiendo que heriría a su amado. A José le cayó como un baldazo de agua fría enterarse de que su futura esposa estaba encinta y que el niño no era suyo, y experimentó sentimientos de traición, enojo y confusión. Al principio decidió protegerle la vida divorciándose discretamente de ella, pero después del sueño, optó por seguir adelante con la boda. Ambos manifestaron mucha fe y valor. Ambos escogieron obedecer a Dios a pesar de los riesgos que eso conllevaba. Y al hacerlo, permitieron que Dios se sirviera de ellos para cumplir Su promesa de que por medio de la descendencia de Abraham y del rey David, Él bendeciría al mundo.
¿Cómo lo hizo? Introduciendo a Dios Hijo en el mundo por medio de una concepción milagrosa. ¿Cómo fue que sucedió semejante milagro? El ángel Gabriel le comunicó a María que el Espíritu Santo descendería sobre ella y que el poder del Altísimo la cubriría con Su sombra, de modo que su hijo sería el Hijo de Dios[4].
Naturalmente, nadie sabe a ciencia cierto cómo fue que se dio, así como nadie sabe con exactitud cómo fue que Dios creó el universo. Lo que sí sabemos es que Dios creó un ser humano que combinaba dos naturalezas diferentes, la humana y la divina, que era plenamente Dios y a la vez totalmente humano. Jamás en la historia había sucedido algo así, ni volvió a suceder. María quedó embarazada sin que mediara hombre alguno. Lucas dice, sencillamente, que el Espíritu Santo, el poder de Dios, sobrevino a María y la cubrió con Su sombra. Utiliza esa misma palabra cubrir al escribir sobre la transfiguración de Cristo. Dice que lo cubrió una nube y que de la nube salió una voz que decía: «Este es Mi Hijo, Mi elegido; escúchenlo a Él»[5]. El Espíritu de Dios cubrió a María y, mediante un acto creativo trajo al mundo al elegido, al Dios hombre, Jesucristo.
Fue por medio de la disposición de José a actuar de conformidad con lo que le había revelado Dios que el hijo de María nació hijo de David. Fue por la disposición de María a aceptar lo que Dios le pidió que hiciera, que dio a luz al Hijo de Dios. Y Jesús, el Hijo de Dios, se sometió a lo que Su Padre le pidió que hiciera, y así hizo posible que la raza humana fuese redimida.
La Navidad es una época de alegría en que celebramos el nacimiento de nuestro Redentor. Es una celebración del mayor regalo que hizo Dios a la humanidad. Por favor, hagan todo lo posible esta Navidad por traer a Jesús a la vida de otros, por medio de sus palabras o sus actos, actos de bondad y misericordia. Ábranse a las maneras en que Dios los guíe y a quien sea que Él los conduzca. Puede que lleguen a verse en alguna situación que implique riesgos, o en que les resulte difícil o hasta vergonzoso expresar el verdadero sentido de la Navidad. A lo mejor sientan timidez o no sepan con seguridad si serán bien recibidos o no. Puede que se sientan inseguros de su capacidad para presentar como corresponde el increíble regalo que es Jesús para alguien más. Si se sienten así, o de alguna manera les está costando dar el paso cuando Dios les da señas de que lo hagan, recuerden a José y María. A veces Dios nos llama a dar un paso de fe, a seguir la guía de Su Espíritu Santo, y a arriesgarnos a fin de dar a conocer el amor de Jesús a los demás.
Bailey, Kenneth E. Jesus Through Middle Eastern Eyes. Downers Grove: InterVarsity, 2008.
Brown, Raymond E. The Birth of the Messiah (El nacimiento del Mesías). New York: Doubleday, 1993.
Edersheim, Alfred. The Life and Times of Jesus the Messiah (Vida y tiempos de Jesús el Mesías). Peabody: Hendrickson, 1993.
Green, Joel B. The Gospel of Luke (El evangelio de Lucas). Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1997.
Green, Joel B., McKnight, Scot. Editors. Dictionary of Jesus and the Gospels (Diccionarios de Jesús y los Evangelios). Downers Grove: InterVarsity, 1992.
Jeremias, Joachim. Jerusalem in the Time of Jesus (Jerusalén en tiempos de Jesús). Philadelphia: Fortress Press, 1975.
Morris, Leon. The Gospel According to Matthew (El Evangelio según Mateo). Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1992.
Pentecost, Dwight J. The Words & Works of Jesus Christ (Palabras y obras de Jesucristo). Grand Rapids: Zondervan, 1981.
Sheen, Fulton J. Life of Christ (La vida de Cristo). New York: Doubleday, 1958.
Stein, Robert H. Jesus the Messiah (Jesús el Mesías). Downers Grove: InterVarsity, 1996.
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