Enviado por María Fontaine
octubre 10, 2010
Alguien me dijo hace poco: «Lo que la gente necesita más en épocas de dificultades y confusión es fe, fe para saber que todo saldrá bien». Sin duda estoy de acuerdo. No obstante, si lo que más nos hace falta es fe, ¿cómo fijar con claridad lo que significa un elemento tan difícil de definir? ¿Qué es la fe y cómo se obtiene? La fe es intangible; no se puede ver, tocar, probar ni oler. Sin embargo, la sentimos en el espíritu. La fe es creer que el Señor hará que algo bueno salga de una situación, sean cuales sean las circunstancias.
Aunque no entendamos exactamente qué es la fe, si es lo que necesitamos a fin de que nuestra vida sea mejor y más feliz, ¿cómo la obtenemos? Sabemos que las palabras del Señor —de las cuales hemos recibido gran cantidad en el transcurso de los años— fortalecen nuestra fe, pero a veces de todos modos nos parece que no tenemos suficiente fe o no vemos cómo actúa a nuestro favor. ¿Cómo aplicar de manera práctica todo lo que el Señor nos ha dado y de modo que nos ayude a capear nuestras tormentas personales?
Me pregunté: ¿Qué me mantiene firme en épocas de crisis? Qué es lo que me mantiene con buen rumbo y evita que me rinda y diga: «Ya no quiero intentar hacer progresos espiritualmente... No quiero tener que dar tanto... Ya no quiero preocuparme de la gente... Ya no quiero tener el corazón quebrantado... Esta responsabilidad es demasiado grande para mí».
¿Qué evita que dude de las promesas de Dios, cuando mis defectos y fracasos me pesan tanto como si fueran una nube negra por encima de mí, y mis sentimientos me embargan? Cuando hay tantos cambios a mi alrededor que no sé si podré soportarlo, ¿qué es lo que me hace creer en que las dificultades pasarán? Si la respuesta es la fe, ¿cómo funciona? ¿Qué hago para tener fe? ¿Y qué hace la fe por mí? ¿Qué hago y qué pienso para remontarme sobre las dificultades y problemas? ¿Qué hago para fortalecer mi fe?
Reflexioné en esas preguntas y preparé una lista. En este artículo hablaré de los tres primeros puntos de la lista; luego en otros artículos hablaré de los otros. No considero que éste sea una listado de tareas. No son cosas que me siento presionada a hacer ni a revisar una por una hasta que las haya hecho todas. Son prácticas y principios que he hecho parte de mi vida con los años. Algunos son habituales y hago un esfuerzo para pensar en otros a fin de no olvidarlos. Cada uno me ayuda cuando lo aprovecho. Se puede comparar a una bolsa o cofre de un tesoro del que extraigo cuando lo necesito.
Estos son los primeros tres:
Número uno: Me recuerdo a mí misma las promesas de Dios. Si la fe es creer en Dios, ¿para qué creo en Él? Normalmente, es para saber que al final todo saldrá bien, sea cual sea la situación en que me encuentre. Pero ¿en qué creo en particular? Por lo general creo en algo que Él ha dicho, alguna de Sus promesas que encaje en mi situación en ese momento, o que me hable con más fuerza. Él ha dado muchas promesas en la Biblia y en Sus palabras vivas para la actualidad. Veamos algunos ejemplos en la Biblia. Estas son promesas que aprendí de memoria hace muchos años y que siempre se han mantenido firmes.
Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo librará el Señor.[1]
No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir.[2]
Echa sobre el Señor tu carga y Él te sostendrá; no dejará para siempre caído al justo.[3]
Hasta ahora, mi fe en las promesas de Dios me ha fortalecido y me ha sacado adelante en muchas dificultades. A mi juicio, tengo todas las razones del mundo para seguir confiando en el Señor, sobre todo en las épocas de pruebas, porque Él no me ha fallado. Siempre me sacó adelante y a la larga contestó mis preguntas, o me dio paz, o me curó de una dolencia, o me guió en el camino.
Estoy segura de que no dejará de cumplir Su palabra; Él lo ha dicho. Sean cuales sean las circunstancias, decido confiar en Él, opto por creer —y no dejar de hacerlo— en que Él tiene poder para cambiar la situación.
No ha dejado de cumplir ni una sola de las gratas promesas que hizo.[4]
[Dios] ¿Acaso dice y no hace? ¿Acaso promete y no cumple?[5]
El segundo punto es éste. Lo sé por experiencia —tanto la mía como la de otros—, que las difíciles situaciones que he vivido me ayudan a 1) entender a los demás y lo que pasan; 2) identificarme más con el resto de la gente; y 3) adquirir recursos valiosos con los que puedo ayudar al prójimo. Esos son resultados positivos por los que me alegro. Al oírme decir eso, tal vez pienses: «¿Y por qué hay que sacrificarse por los demás?» Creo que cada uno debe tomar esa decisión por cuenta propia, decidir si estamos dispuestos a hacerlo. Cuando miro a mi alrededor y veo que son muy pocos los que Dios tiene que están dispuestos a ser Su amor para los demás, me doy cuenta de que Él probablemente piensa que nos necesita a todos con apremio. Pero la decisión es nuestra.
La riqueza de conocimiento espiritual que he adquirido por medio de las dificultades y que ahora puedo transmitir a otros es un tesoro; uno que puede cambiar el corazón y espíritu de alguien y darle propósito, satisfacción y esperanza. Eso sin mencionar la satisfacción que me da. En el interior de cada persona hay una necesidad innata de hacer algo útil por la humanidad, de hacer algo que dé sentido a su vida, y me alegra servir a otros de esta manera.
Y este es el tercer punto. Hay algo más que me mantiene firme en la fe, bien cimentada y estable, como lo dijo Pablo en Colosenses 1:23. Sé por experiencia propia que los sentimientos de agitación y tristeza a la larga terminan. Así pues, trato de ser valiente; sigo adelante y no dejo de intentar facilitarle la vida a lo demás, incluso cuando no me sienta estupendamente.
Tomás de Kempis dijo: «No hay forma de escapar de la tribulación y tristeza, sino soportándolas con paciencia».[6]
Alguien comentó con algo de humor que hay situaciones turbulentas en la vida y tal vez uno no tenga ganas de aferrarse, pero ¿hemos considerado la otra alternativa?
Sin duda, la Biblia nos aconseja esperar y ser pacientes, y promete que recibiremos una recompensa por resistir. «Los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán».[7] Y: «Os es necesaria la paciencia, para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa».[8]
La Biblia también dice: «Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse».[9] Además de que contiene una hermosa promesa para el futuro, este versículo dice «las aflicciones del tiempo presente»; es una promesa alentadora y un recordatorio de que estos sufrimientos no son para siempre.
Aunque no hubiera recompensas por tener capacidad de aguante, de todos modos no querría darme por vencida. Me encanta tener tesoros que pasar a otros. No se me ocurre nada que sea más satisfactorio. Claro, ganar esos tesoros tiene su precio. Y a veces me parece que es algo muy difícil. Sin embargo, sé que las pruebas son temporales y que si persevero, voy a tener la recompensa constante de contribuir a que haya un cambio estupendo y duradero en la vida de otros.
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