Enviado por Peter Amsterdam
octubre 9, 2012
En nuestra condición de seres humanos de naturaleza pecaminosa, dado que absolutamente todos incurrimos en pecado, todos sufrimos sus efectos. El pecado afecta nuestro estatus legal ante Dios, en el sentido de que somos culpables delante de Él. También incide en nuestra relación con Él y con los demás, y nos afecta como personas. Examinaremos uno por uno esos componentes para ver las ramificaciones del pecado en la vida de los seres humanos.
Como Dios es santo, recto y justo, todo pecado sin excepción representa una afrenta para Él. Al pecar, nos convertimos en infractores, pues nos volvemos legalmente culpables de haber transgredido la ley de Dios y violado Su santidad. El pecado se pena con la muerte, tanto física como espiritual, en forma de separación de Dios.
La expulsión de Adán y Eva del Paraíso constituye una expresión física de la separación espiritual entre Dios y los seres humanos, puesto que a causa del pecado ya no somos dignos de estar en Su presencia.
Aparte de estar separados de Dios en esta vida, todos los seres humanos sufren la muerte física, y algunos siguen separados de Él en el más allá. Padecen la muerte espiritual.
La paga del pecado es muerte[1].
¿Qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte[2].
Cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído y seducido. Entonces la pasión, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte[3].
Estos sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de Su poder[4].
Otro efecto del pecado en la relación de la humanidad con Dios es el distanciamiento de Él o la enemistad (hostilidad) hacia Él.
Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo[5].
Los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden[6].
Ellos tienen la inteligencia embotada y viven lejos de Dios, por cuanto son ignorantes y duros de corazón[7].
Si bien el pecado vuelve a los seres humanos legalmente culpables ante Dios y los separa de Él, hay personas cuyo corazón se inclina hacia Dios pero que no conocen a Jesús o no entienden la salvación. La Escritura no dice claramente lo que sucede en tales casos, pero parece insinuar que serán juzgadas conforme a la verdad que conozcan. Aunque no sabemos exactamente cómo juzgará Dios a cada individuo, como conocemos Sus atributos sabemos que Él es justo, recto, amoroso y misericordioso, y que por consiguiente juzgará a las personas justa y equitativamente.
Juzgará al mundo con justicia y a los pueblos con rectitud[8].
¡Juzgará al mundo con justicia y a los pueblos con Su verdad![9]
Por otra parte, la salvación cambia radicalmente la relación entre Dios y los que aceptan a Jesús como Salvador. Al salvarnos, nos convertimos en miembros de la familia de Dios, en hijos Suyos, como indican los siguientes versículos.
Nosotros, cuando éramos niños estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo. Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!»[10]
Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús[11].
Si vivís conforme a la carne, moriréis; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios[12].
A todos los que lo recibieron, a quienes creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios[13].
De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida[14].
Además de afectar nuestra relación con Dios, el pecado también incide en nuestra relación con nuestros semejantes. Ya vimos que el primer pecado provocó un conflicto entre Adán y Eva. Esa fue tan solo la primera consecuencia del pecado en la humanidad. El conflicto entre los seres humanos fue en aumento, se cargó de odio y se tornó en homicidio cuando Caín mató a su hermano Abel.
Caín dijo a su hermano Abel: «Salgamos al campo». Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató[15].
La discordia causada por el pecado no solo se manifiesta en las malas relaciones entre individuos. También se muestra en los conflictos entre grupos de personas, entre naciones, entre razas, en la animosidad entre organismos, facciones políticas e incluso en el seno de la familia. Se evidencia en los prejuicios raciales, en el nacionalismo extremo, en la lucha de clases. En todos los grupos humanos e instituciones, ya sean educativas, comunitarias, sociales, recreativas o religiosas, existe cierta medida de discordia y conflicto[16]. Otra manifestación del pecado consiste en la explotación de otros seres humanos por medio de la violencia, el abuso, la opresión o la esclavitud.
El pecado se manifiesta cuando nos aprovechamos de los demás, cuando los usamos para nuestros propios fines, cuando no los tratamos con dignidad e imparcialidad. Incluso cuando deseamos conocer a los demás y dejar que ellos nos conozcan, puede haber fallos de comunicación y malentendidos. En nuestras relaciones con los demás podemos volvernos falsos, egoístas y posesivos. Todo ello a causa de nuestra naturaleza pecaminosa. Aunque los cristianos también pecamos y tenemos conflictos con los demás, se nos exhorta a amarnos unos a otros y tratar al prójimo con amor, estableciendo relaciones basadas en el amor de Dios, el cariño, el interés por los demás y el altruismo.
Como pecadores, nos sentimos culpables y avergonzados. Cuando Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento del bien y del mal, se les abrieron los ojos, no a lo divino, como había dicho la serpiente, sino a la vergüenza y el sentimiento de culpa. Quedaron en evidencia ante Dios y el uno ante el otro. Tomaron conciencia de que habían obrado mal al desobedecer el mandamiento de Dios y perdieron su inocencia, como se evidencia por el hecho de que quisieron cubrirse. Se sintieron culpables e intentaron ocultarse de Dios. Tuvieron miedo de Él, mientras que antes habían disfrutado de Su amorosa compañía.
Entonces fueron abiertos los ojos de ambos y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Cosieron, pues, hojas de higuera y se hicieron delantales. Luego oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del huerto. Pero el Señor Dios llamó al hombre, y le preguntó: «¿Dónde estás?» Él respondió: «Oí Tu voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo; por eso me escondí»[17].
A causa de nuestra naturaleza pecaminosa, tenemos conflictos internos, sentimos vergüenza, nos vemos afectados por el miedo, la angustia, la inquietud y la desesperanza, nos falta paz interior. Porque somos pecadores, tenemos contradicciones anímicas.
Veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros[18].
Habrá sufrimiento y angustia para todos los que hacen lo malo[19].
«¡No hay paz para los impíos!», ha dicho mi Dios[20].
En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo[21].
Debido a su codicia y egoísmo, los seres humanos han saqueado la Tierra en vez de cuidar sabiamente su belleza y sus tesoros, tal como Dios había mandado a la humanidad[22].
Bruce Milne lo expresa muy bien:
La humanidad pierde su armonía con el orden natural; y el cuidado del medio ambiente, que Dios le había encomendado, es sustituido por un saqueo pecaminoso. Eso se manifiesta en la explotación, en la innecesaria destrucción del mundo sin respetar la belleza que le fue dada ni su valor intrínseco. También se evidencia en la polución, en el consumo egoísta y voraz de la materia prima, en la contaminación de los mares y de la propia atmósfera, con demasiada frecuencia por afán de ganancia económica y ansia de lujos y excesos. Hoy en día peligra la propia supervivencia de la vida en nuestro planeta por causa de esa disonancia que tiene su raíz en el pecado[23].
Como dijimos antes, Dios es santo, recto y justo, por lo cual es imperativo que juzgue y castigue a los pecadores, de la misma manera que es imperativo que en los tribunales humanos se sancione a los que incumplen la ley y no se les permita delinquir impunemente. Dios reacciona ante el pecado, y tal reacción consiste en castigarlo. Si Él no lo castigara, no sería recto y justo, y estaría actuando en contra de Su naturaleza y Su Palabra.
Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos Sus caminos son rectos. Es un Dios de verdad y no hay maldad en Él; es justo y recto[24].
«Yo soy el Señor, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra, porque estas cosas me agradan», dice el Señor[25].
Al tratar la cuestión del motivo del castigo, Louis Berkhof escribió:
El castigo tiene su origen en la rectitud o justicia punitiva de Dios, por medio de la cual Él se mantiene como el Santo y necesariamente requiere santidad y rectitud de todas sus criaturas racionales. El castigo es la pena que natural y necesariamente le debe el pecador por causa de su pecado; es, en efecto, una deuda con la justicia esencial de Dios[26].
Dios no disfruta castigando a los pecadores. Le gustaría mucho más que se arrepintieran, y porque Él es paciente y misericordioso les da tiempo para hacerlo. Pero para ser fiel a Su naturaleza y esencia, tarde o temprano tiene que imponerles un castigo, a veces en la otra vida.
¿Acaso me es placentero que el malvado muera? Más bien, quiero que se aparte de su maldad y que viva. Palabra de Dios el Señor[27].
«Vivo Yo —dice el Señor—, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino y que viva. ¡Volveos, volveos de vuestros malos caminos! ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel?»[28]
El Señor no retarda Su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento[29].
Las Escrituras hablan de lo que puede entenderse como el castigo natural del pecado. Son consecuencias naturales del pecado, por las que la gente cosecha lo que sembró.
Yo he visto que quienes cultivan iniquidad y siembran injuria, eso mismo cosechan[30].
Se hundieron las naciones en el hoyo que hicieron; en la red que escondieron fue atrapado su pie[31].
Apresarán al malvado sus propias iniquidades, retenido será con las ligaduras de su pecado[32].
El bebedor y el comilón se empobrecerán, y el mucho dormir los hará vestir de harapos[33].
Como consecuencia del pecado, también pueden venir castigos directamente de la mano del Señor.
El Señor respondió a Moisés: «Al que peque contra Mí, lo borraré Yo de Mi libro»[34].
Si continuáis oponiéndoos a Mí, y no me queréis oír, Yo enviaré sobre vosotros siete veces más plagas por vuestros pecados[35].
Murió Saúl a causa de su rebelión con que pecó contra el Señor, contra la palabra del Señor, la cual no guardó, y porque consultó a una adivina[36].
El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego[37].
Vendrá el señor de aquel siervo en día que este no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes[38].
El castigo del pecado sirve para disuadir de pecar tanto al pecador como a otros; pero no es esa su principal razón de ser. Es más bien que la justicia de Dios lo exige. De todos modos, existe una diferencia entre los correctivos que se le aplican al creyente y los castigos que sufre el pecador impenitente.
El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?[39]
Bienaventurado es el hombre a quien Dios corrige; por tanto, no desprecies la reprensión del Todopoderoso[40].
Bienaventurado el hombre a quien Tú, Señor, corriges, y en Tu Ley lo instruyes[41].
Me castigó gravemente el Señor, pero no me entregó a la muerte[42].
Como se aprecia en los anteriores versículos, el pecado afecta negativamente a las personas, y tales consecuencias negativas son una parte del castigo del mismo. Aparte de eso, las Escrituras enseñan que el máximo castigo del pecado es la muerte, muerte que en la Biblia es concebida como una muerte integral, tanto física como espiritual.
Una de las principales palabras que se emplea en el Nuevo Testamento para referirse a la muerte es el término griego thánatos, que tiene las siguientes acepciones: muerte corporal; separación del alma y el cuerpo, con la que termina la vida terrena; sufrimiento del alma a consecuencia del pecado, que comienza en la tierra pero se prolonga y se intensifica en el infierno después de la muerte corporal; pérdida de una vida consagrada a Dios y que contó con Su bendición en la tierra.
Dios dijo a Adán y Eva:
De todo árbol del huerto podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás[43].
Si bien no murieron físicamente aquel día, sí conocieron la muerte espiritual, en forma de separación y distanciamiento de Dios. La otra parte del castigo, la muerte física, llegó al final de su vida.
Refiriéndose a los efectos del pecado en nuestra vida personal, considerados como parte del castigo del mismo, Louis Berkhof escribió:
Los sufrimientos de la vida, producidos por la aparición del pecado en el mundo, también forman parte del castigo del pecado. El pecado alteró toda la vida del hombre. […] Su alma misma se ha convertido en un campo de batalla para pensamientos, pasiones y deseos contradictorios. La voluntad se niega a seguir los dictámenes del intelecto, y las pasiones se desmadran sin el control de una voluntad inteligente. La verdadera armonía de la vida ha quedado destruida y ha dejado vía libre a la maldición de una vida dividida. El hombre se encuentra en un estado de disolución, que con frecuencia le trae los sufrimientos más penosos[44].
La muerte física también forma parte del castigo del pecado. Dios dijo que sería una consecuencia de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, y eso queda de manifiesto en el hecho de que Adán y Eva volvieron al polvo de la tierra.
Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás[45].
Por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados[46].
La pasión, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte[47].
La prolongación en el más allá de la separación de Dios y el castigo de los seres humanos en la otra vida son considerados la ira de Dios, Su reacción ante el pecado.
Enviará el Hijo del Hombre a Sus ángeles, y recogerán de Su Reino a todos los que sirven de tropiezo y a los que hacen maldad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes[48].
Por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en hacer el bien, buscan gloria, honra e inmortalidad; pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia[49].
Los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda[50].
El castigo del pecado es algo muy real. La gravedad del pecado y el desagrado que le causa a Dios se ponen de relieve en la crucifixión de Jesús. Se entiende que con el dolor, el sufrimiento, el tormento que Él padeció por la humanidad, asumió por nosotros la ira de Dios, ira que nosotros habríamos sufrido si Él no la hubiera tomado sobre Sí mismo en nuestro lugar. Aunque todos sin excepción nos merecemos el pleno castigo y la ira de Dios por nuestros pecados, el que es santo, recto y justo es también compasivo y misericordioso. Ha dispuesto una vía para que podamos obtener el perdón de nuestros pecados. Nos ha dado la posibilidad de liberarnos de la culpabilidad y el castigo que merecemos según la Ley. Con Su sufrimiento y Su muerte, Jesús soportó por nosotros la ira de Dios. Lo único que hace falta es aceptarlo como Salvador. Los que somos cristianos hemos sido redimidos, nuestros pecados han sido expiados, hemos eludido nuestro castigo y tenemos vida eterna con Él. Hay muchísimos más que no conocen o no entienden la importancia de la salvación, y los que hemos recibido ese maravilloso regalo de Dios tenemos el deber para con Él y para con ellos de dar a conocer esa buena nueva, ese Evangelio, a cuantas personas podamos.
[1] Romanos 6:23.
[2] Romanos 6:21.
[3] Santiago 1:14,15.
[4] 2 Tesalonicenses 1:9.
[5] Romanos 5:10.
[6] Romanos 8:7.
[7] Efesios 4:18 (BLPH).
[8] Salmo 98:9.
[9] Salmo 96:13.
[10] Gálatas 4:3–6.
[11] Gálatas 3:26.
[12] Romanos 8:13.
[13] Juan 1:12.
[14] Juan 5:24.
[15] Génesis 4:8.
[16] Milne, Bruce: Conocerán la verdad, un manual para la fe cristiana, Ediciones Puma, 2009.
[17] Génesis 3:7–10.
[18] Romanos 7:23.
[19] Romanos 2:9 (RVC).
[20] Isaías 57:21.
[21] Efesios 2:12.
[22] Tomó, pues, el Señor Dios al hombre y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo cuidara (Génesis 2:15).
[23] Milne, Bruce: Conocerán la verdad, un manual para la fe cristiana, Ediciones Puma, 2009.
[24] Deuteronomio 32:4.
[25] Jeremías 9:24.
[26] Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.
[27] Ezequiel 18:23 (RVC).
[28] Ezequiel 33:21.
[29] 2 Pedro 3:9.
[30] Job 4:8.
[31] Salmo 9:15.
[32] Proverbios 5:22.
[33] Proverbios 23:21.
[34] Éxodo 32:33.
[35] Levítico 26:21.
[36] 1 Crónicas 10:13.
[37] Mateo 3:10.
[38] Mateo 24:50,51.
[39] Hebreos 12:6,7.
[40] Job 5:17.
[41] Salmo 94:12.
[42] Salmo 118:18.
[43] Génesis 2:16,17.
[44] Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.
[45] Génesis 3:19.
[46] 1 Corintios 15:21,22.
[47] Santiago 1:15.
[48] Mateo 13:41,42.
[49] Romanos 2:5–8.
[50] Apocalipsis 21:8.
Traducción: Jorge Solá y Felipe Mathews.
Copyright © 2024 The Family International. Política de privacidad Normas de cookies