La Pascua de Resurrección: ayer, hoy ¡y para siempre!

Enviado por Peter Amsterdam

marzo 26, 2013

A medida que se acerca la Semana Santa, he reflexionado sobre la resurrección de Jesús y su significado. ¿Qué representó para Sus primeros discípulos, todos los que creyeron en Él durante Su vida en la Tierra? Y en la actualidad ¿qué significa para nosotros?

Para cuando Jesús tomó la última comida de Pascua acompañado de Sus discípulos, horas antes de que fuera arrestado, enjuiciado y muerto, ellos habían llegado a comprender que Él era el Mesías del que se hablaba en las Escrituras (en el Antiguo Testamento). Sin embargo, la concepción que tenían ellos del carácter mesiánico de Jesús era distinta de la que tenemos en la actualidad. Nosotros entendemos que es el Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, que murió por nuestros pecados y tomó sobre Sí en la crucifixión el castigo que nos correspondía a nosotros, y que se levantó de los muertos.

En la Última Cena, Jesús todavía no había muerto ni resucitado, y la idea que los discípulos tenían de Jesús como Mesías se basaba en la forma de interpretar las Escrituras de los judíos de la época.

Los judíos de la Palestina del siglo I creían —y esperaban— que Dios enviaría un Mesías, tal como se mencionaba en el Antiguo Testamento. Según su interpretación de las Escrituras, el Mesías, el ungido, sería un rey terrenal de Israel, que lograría victorias decisivas sobre los paganos que oprimían al pueblo judío —quienes en la época de Jesús eran los romanos— y traería al mundo entero verdadera justicia y paz de parte de Dios[1]. Se esperaba que el rey de los judíos librara a la nación de Israel de la opresión y dominación que había sufrido durante siglos por parte de otros reinos. Ellos se imaginaban que el reino venidero sería terrenal.

Hasta el momento de la muerte de Jesús, la idea que tenían los discípulos de Su carácter mesiánico se basaba todavía en esa interpretación. Esperaban que Jesús fuera el rey ungido del Israel terrenal. Eso debió de ser lo que animó a los hermanos Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, a pedirle que les permitiera sentarse a Su derecha y a Su izquierda una vez que Él ascendiera al poder. En otras palabras, querían tener cargos destacados cuando Él gobernara Israel.

Entonces Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron y dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas un favor». «¿Cuál es la petición?», preguntó Él. Ellos contestaron: «Cuando te sientes en Tu trono glorioso, nosotros queremos sentarnos en lugares de honor a Tu lado, uno a Tu derecha y el otro a Tu izquierda». Jesús les dijo: «¡No saben lo que piden! ¿Acaso pueden beber de la copa amarga de sufrimiento que Yo estoy a punto de beber? ¿Acaso pueden ser bautizados con el bautismo de sufrimiento con el cual Yo tengo que ser bautizado?» Cuando los otros diez discípulos oyeron lo que Santiago y Juan habían pedido, se indignaron[2].

Cuando Jesús se reunió con Sus discípulos después de Su resurrección, ellos aún le preguntaron cuándo iba a liberar a Israel y restaurar el reino físico:

«Señor, ¿ha llegado ya el tiempo de que liberes a Israel y restaures nuestro reino?»[3]

Cuando Jesús dijo a Sus discípulos que se aproximaba Su muerte, a ellos les costó aceptarlo, porque dentro de la interpretación popular judía del papel que desempeñaría el Mesías no se concebía que lo fueran a matar. Se advierte la reacción negativa de Pedro —y es de suponer que otros compartieron ese sentir— en la descripción de Mateo:

[Jesús] advirtió severamente a los discípulos que no le contaran a nadie que Él era el Mesías. A partir de entonces, Jesús empezó a decir claramente a Sus discípulos que era necesario que fuera a Jerusalén, y que sufriría muchas cosas terribles a manos de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los maestros de la ley religiosa. Lo matarían, pero al tercer día resucitaría. Entonces Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo por decir semejantes cosas. «¡Dios nos libre, Señor! —dijo—. Eso jamás te sucederá a Ti». Jesús se dirigió a Pedro y le dijo: «¡Aléjate de Mí, Satanás! Representas una trampa peligrosa para Mí. Ves las cosas solamente desde el punto de vista humano, no desde el punto de vista de Dios»[4].

El término griego christos, del que proviene la palabra Cristo, significa ungido o el ungido. Es el equivalente griego del vocablo hebreo mâshı̂yach, que significa ungido y del que viene la palabra mesías. Jesús no quería que se divulgara la noticia de que Él era el Mesías, por lo menos no en ese momento; es posible que fuera porque eso le habría causado un conflicto político con el gobierno romano. Los romanos eliminaban rápidamente todo desafío a su autoridad. Sin duda actuarían contra cualquiera que promoviera el derrocamiento de su gobierno o que se proclamara rey de una nación que ellos dominaban.

Jesús no quería que los discípulos divulgaran quién era Él; pero a ellos sí les dio esa información. Cuando anunció que iba a ir a Jerusalén a morir, la reacción de Pedro prácticamente fue decirle que estaba en un error. ¿Por qué le iba a decir eso un discípulo Suyo? Porque, según la idea que tenían los judíos, el Mesías no iba a morir en Jerusalén; iba a asumir el poder en el reino físico de Israel y gobernar y reinar con justicia, lo cual de alguna manera afectaría al mundo entero.

Jesús respondió a Pedro: «Ves las cosas solamente desde el punto de vista humano, no desde el punto de vista de Dios». Fue como decirle: «Pedro, ves solo el aspecto físico, conforme a las expectativas tradicionales. No lo ves como lo ve Dios. No lo entiendes».

Antes de Jesús, y después de Él, surgieron individuos que afirmaron ser el mesías o que sus seguidores tuvieron por el mesías anunciado en las Escrituras (del Antiguo Testamento). Sin embargo, esas personas —que comandaron rebeliones contra los extranjeros que gobernaban Israel— fueron muertas, y su supuesto mesianismo quedó en nada. Fueron consideradas, con toda razón, mesías fracasados.

Así pues, desde un punto de vista humano, la reacción de Pedro es comprensible, y también la petición que le hicieron a Jesús Santiago y Juan para que les concediera cargos de autoridad en Su reino terrenal. Ellos esperaban un reino terrenal con un rey ungido, el mesías.

Lo ocurrido unos días antes de la Pascua contribuyó a esa expectativa. Cuando una gran muchedumbre de los que habían ido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua tomó ramas de palmera y salió a recibir a Jesús gritando: «¡Alabado sea Dios! ¡Bendiciones al que viene en el nombre del Señor! ¡Viva el Rey de Israel!»[5], ¡para los discípulos debió de ser muy emocionante! Jesús había llegado a la capital (como se esperaba que hiciera el Mesías), y muchos lo estaban proclamando rey. Y ¿por qué no? La gente se había enterado de que poco antes había resucitado a Su amigo Lázaro. En el curso de Su ministerio había sanado multitudes de enfermos, había alimentado a miles de personas de manera milagrosa, había anunciado la palabra de Dios con autoridad. Su llegada motivó preguntas de quienes no lo conocían o no sabían qué ocurría, y la multitud que lo seguía respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea»[6].

Eran muchos los que tenían grandes expectativas de que Jesús fuera el Mesías.

Sin embargo, todo pareció irse al traste enseguida. Días después Jesús había muerto, acusado injustamente y ejecutado de una manera salvaje y en extremo degradante, de un modo que, según la concepción de los judíos, indicaba que el ajusticiado había sido maldito por Dios[7]. Se esperaba que el Mesías hiciera pagar sus culpas a los paganos, no que sufriera violencia injustamente a manos de ellos. Los que tenían a Jesús por el Mesías vieron destrozadas sus esperanzas; les pareció que era otro mesías que había fracasado.

Te puedes imaginar que para los discípulos ese sorprendente giro de los acontecimientos fue un golpe tremendo. El Maestro al que seguían, el Maestro amado, que estaban seguros que era el Mesías, había muerto. Se quedaron confundidos y desanimados, como se aprecia en el relato sobre dos de ellos que se dirigían hacia el pueblo de Emaús el día de la resurrección. Jesús, después de resucitar, se les acercó y se puso a caminar con ellos. Cuando les preguntó de qué hablaban, ellos se detuvieron con semblante triste. Se lo contaron y entre otras cosas le dijeron:

Nosotros teníamos la esperanza de que fuera el Mesías que había venido para rescatar a Israel[8].

Se habían truncado sus esperanzas de que Jesús fuera el Mesías, y estaban sumamente tristes por Su muerte[9].

¡Pero la resurrección lo cambió todo! Dios resucitó al supuesto Mesías fracasado. Entre los judíos no había una expectativa de que el Mesías fuera a levantarse de los muertos; así que ni los discípulos ni el pueblo judío en general esperaban que Jesús fuera a cumplir una promesa bíblica en ese sentido.

Poco antes, tras enterarse de que Jesús había resucitado a Lázaro, los principales sacerdotes llegaron a la conclusión de que Jesús debía morir. Dijeron:

«Si lo dejamos seguir así, dentro de poco todos van a creer en Él. Entonces, el ejército romano vendrá y destruirá tanto nuestro templo como nuestra nación». Caifás, quien era el sumo sacerdote en aquel tiempo, dijo: «[…] No se dan cuenta de que es mejor para ustedes que muera un solo hombre por el pueblo, y no que la nación entera sea destruida»[10].

Durante el juicio de Jesús, el sumo sacerdote le preguntó si Él era el Cristo, el Mesías; y al oír Su respuesta afirmativa, que incluía citas del libro de Daniel acerca de que el Hijo del Hombre se sentaría a la derecha de Dios, el sumo sacerdote y los que estaban con él decidieron que Jesús debía morir[11]. Lo acusaron de blasfemia, que según sus leyes se castigaba con la muerte. Los dirigentes judíos lo rechazaron, no creyeron que era el Mesías prometido, y temieron que, si se le dejaba vivir, los romanos les quitaran su lugar en el templo y acabaran con toda la nación.

Poncio Pilato, el procurador romano, condenó a muerte a Jesús por el hecho de que Jesús afirmó ser rey. No parece que Pilato lo considerara una amenaza; pero debido a la insistencia de la muchedumbre y de las autoridades judías, decidió aplicar la ley[12]. No podía haber reyes sin autorización de Roma, así que fue crucificado por sedición, según las leyes romanas. La placa que Pilato mandó colgar de la cruz rezaba: «Este es Jesús, el rey de los judíos»[13].

Jesús fue ejecutado porque los dirigentes judíos lo rechazaron como Mesías y porque los romanos dijeron que no se podía dejar vivir a un rey no autorizado. Sin embargo, el suceso extraordinario e inesperado de Su resurrección revocó los veredictos de los tribunales judío y romano[14].

Pese a que las normas de Roma dictaban que los que se proclamaban reyes debían morir, y pese a que los dirigentes judíos creyeron que Jesús no era el Mesías, Dios mismo anuló esas sentencias y validó a Jesús como Rey y Mesías al resucitarlo. Dios puso Su sello de aprobación.

A su vez, eso dio validez a todo lo que Jesús había enseñado acerca de Sí mismo, acerca de Dios Padre, acerca del reino de Dios y de la salvación. La resurrección —que probó que Jesús era realmente el Mesías—, unida a la llegada del Espíritu Santo, estableció un nuevo concepto de Dios. La importancia de la resurrección en la época de Jesús fue que validó que Él era en efecto quien había dicho ser.

Antes de la resurrección, los discípulos no entendían completamente lo que Jesús les decía acerca de Su muerte y resurrección. Sin embargo, en los cuarenta días que hubo entre Su resurrección y Su ascensión al Cielo, les explicó las Escrituras, y entonces lo entendieron.

Durante los cuarenta días posteriores a Su crucifixión, Cristo se apareció varias veces a los apóstoles y les demostró con muchas pruebas convincentes que Él realmente estaba vivo. Y les habló del reino de Dios[15].

Jesús los guió por los escritos de Moisés y de todos los profetas, explicándoles lo que las Escrituras decían acerca de Él mismo. […] Entonces se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»[16]

Lo que motivó a los apóstoles a anunciar a Cristo resucitado —tal como quedó registrado en el libro de Hechos— fue el caer en la cuenta de que la salvación estaba al alcance de todos gracias a la encarnación, muerte y resurrección de Jesús. Por esa razón los autores del Nuevo Testamento escribieron acerca de la importancia de la resurrección. Afirmaron que demostró que Jesús era el Hijo de Dios; por ella hemos nacido de nuevo y tenemos la certeza de estar salvados, y sin ella nuestra fe sería en vano.

Quedó demostrado que [Jesús] era el Hijo de Dios cuando fue resucitado de los muertos mediante el poder del Espíritu Santo[17].

Que toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Es por Su gran misericordia que hemos nacido de nuevo, porque Dios levantó a Jesucristo de los muertos[18].

Él ha fijado un día para juzgar al mundo con justicia por el hombre que Él ha designado, y les demostró a todos quién es ese hombre al levantarlo de los muertos[19].

Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo[20].

Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe[21].

La resurrección fue prueba de que Dios, en efecto, había venido al mundo de una nueva forma, por medio de Su Hijo encarnado. Al cabo de cincuenta días, después de la ascensión de Jesús, el Espíritu Santo también vino al mundo de una nueva forma y habitó en los creyentes. Esos sucesos motivaron a los discípulos y a la iglesia primitiva a divulgar la noticia por el mundo de su época. Dieron a conocer que la humanidad podía reconciliarse con Dios por medio de Jesús y Su sacrificio en la cruz.

Para los discípulos de entonces y para nosotros ahora, la Pascua de Resurrección es la base de la esperanza y la fe cristiana. Aunque al principio las expectativas de los primeros discípulos quedaron por los suelos, al poco tiempo entendieron que, porque Jesús había resucitado, lo que Él había hecho, dicho y prometido era cierto. Y eso se extiende a lo largo de la Historia hasta llegar a nuestros días. El Cristo resucitado, el Mesías, el Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, dio prueba de Su divinidad y prueba de que podemos confiar en Él al morir por nuestros pecados y al hacer lo imposible y resucitar.

Debido a que murió por nuestros pecados y luego resucitó, sabemos que todo lo que dijo es cierto: que tenemos salvación, que tenemos vida eterna, que el Espíritu Santo habita en nuestro interior, que ha prometido contestar nuestras oraciones, que nos guiará y orientará cuando se lo pidamos. Se ha tendido un puente sobre lo que nos separaba de Dios. Somos Sus hijos, viviremos con Él para siempre, y por medio de nuestra testificación podemos conducir a otros hacia Él.

Como Él resucitó y fue la primicia[22], también nosotros resucitaremos a su debido tiempo. Gracias a la resurrección, tenemos la certeza de la salvación, la capacidad de disfrutar actualmente de una vida llena de Cristo, y el honor de vivir con Dios para siempre.

Regocijémonos por la trascendencia de la Pascua de Resurrección, ayer, hoy y para siempre. ¡Feliz Semana Santa!


Notas

A menos que se indique otra cosa, todas las frases textuales de la Biblia que aparecen en este artículo provienen de la Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Derechos reservados.


[1] Wright, N. T.: La resurrección del Hijo de Dios, Editorial Verbo Divino, 2008.

[2] Marcos 10:35–38,41.

[3] Hechos 1:6.

[4] Mateo 16:20–23.

[5] Juan 12:13.

[6] Juan 12:12–18, Mateo 21:6–11.

[7] Cristo nos ha rescatado de la maldición dictada en la ley. Cuando fue colgado en la cruz, cargó sobre sí la maldición de nuestras fechorías. Pues está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero» Mediante Cristo Jesús, Dios bendijo a los gentiles con la misma bendición que le prometió a Abraham, a fin de que los creyentes pudiéramos recibir por medio de la fe al Espíritu Santo prometido (Gálatas 3:13,14).

[8] Lucas 24:19–23.

[9] Ese mismo día, dos de los seguidores de Jesús iban camino al pueblo de Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén. Al ir caminando, hablaban acerca de las cosas que habían sucedido. Mientras conversaban y hablaban, de pronto Jesús mismo se apareció y comenzó a caminar con ellos; pero Dios impidió que lo reconocieran.

Él les preguntó: «¿De qué vienen discutiendo tan profundamente por el camino?» Se detuvieron de golpe, con sus rostros cargados de tristeza.

Entonces uno de ellos, llamado Cleofas, contestó: «Tú debes de ser la única persona en Jerusalén que no oyó acerca de las cosas que han sucedido allí en los últimos días». «¿Qué cosas?», preguntó Jesús. «Las cosas que le sucedieron a Jesús, el hombre de Nazaret —le dijeron—. Era un profeta que hizo milagros poderosos, y también era un gran maestro a los ojos de Dios y de todo el pueblo. Sin embargo, los principales sacerdotes y otros líderes religiosos lo entregaron para que fuera condenado a muerte, y lo crucificaron. Nosotros teníamos la esperanza de que fuera el Mesías que había venido para rescatar a Israel. Todo esto sucedió hace tres días» (Lucas 24:13–21).

[10] Juan 11:48–50.

[11] El sumo sacerdote le dijo [a Jesús]: «Te exijo, en el nombre del Dios viviente, que nos digas si eres el Mesías, el Hijo de Dios». Jesús respondió: «Tú lo has dicho; y en el futuro verán al Hijo del Hombre sentado en el lugar de poder, a la derecha de Dios, y viniendo en las nubes del cielo». Entonces el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras en señal de horror y dijo: «¡Blasfemia! ¿Para qué necesitamos más testigos? Todos han oído la blasfemia que dijo. ¿Cuál es el veredicto?» «¡Culpable! —gritaron—. ¡Merece morir!» (Mateo 26:63–66).

[12] Pilato trató de poner en libertad a Jesús, pero los líderes judíos gritaron: «Si pones en libertad a ese hombre, no eres “amigo del César”. Todo el que se proclama a sí mismo rey está en rebeldía contra el César» (Juan 19:12).

[13] Mateo 27:37.

[14] Wright, N. T.: La resurrección del Hijo de Dios, Editorial Verbo Divino, 2008.

[15] Hechos 1:3.

[16] Lucas 24:27,32.

[17] Romanos 1:4.

[18] 1 Pedro 1:3.

[19] Hechos 17:30,31.

[20] Romanos 10:9.

[21] 1 Corintios 15:14 (RVR 1960).

[22] 1 Corintios 15:20.

Traducción: Patricia Zapata N. y Jorge Solá.

 

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