Enviado por Peter Amsterdam
enero 10, 2013
Si bien todos los cristianos creen que Jesús murió por nuestros pecados y que nos salvamos por el sacrificio que hizo Él al morir en la cruz, existen diferencias doctrinales entre las diversas confesiones sobre si la salvación es permanente y si uno la puede perder.
Es un hecho que hay cristianos que pierden la fe, que dejan de creer en Jesús y en la salvación y de vivir cristianamente. En tales casos surge la pregunta: ¿Perdió tal persona su salvación? ¿Puede una persona que se ha salvado perder su salvación?
La postura católica romana sobre la salvación difiere significativamente de la protestante, y en este artículo no entraré en detalles sobre ella, aunque sí mencionaré de pasada algunas generalidades. (En modo alguno se trata de una exposición completa de la doctrina católica romana sobre la salvación.)
La Iglesia católica romana enseña que, por el sacramento del bautismo, Dios le infunde al alma gracia justificante, la cual borra el pecado original y comunica el hábito de la justicia. Esa justificación inicial se fortalece mediante los demás sacramentos, obras de amor y méritos especiales de María y los santos[1]. Se considera que cuando un católico muere, si cometió pecados veniales (leves) que no fueron perdonados por medio del sacramento de la confesión, su alma va al purgatorio, lugar donde es plenamente purificada. Habiendo pasado por la obra purificadora del purgatorio, queda justificada delante de Dios. Los creyentes que cometen pecados mortales (graves) y mueren sin haber obtenido perdón mediante la confesión dejan de estar en gracia y pierden su salvación. En la teología católica, la salvación depende de la obediencia continua y por consiguiente se puede perder.
En este artículo se exponen de forma general las dos principales concepciones protestantes. Más allá de los postulados fundamentales, diversas confesiones de uno y otro lado presentan algunos matices distintos en su credo, en los cuales no necesariamente ahondaremos.
Examinemos las dos posturas básicas, comenzando por los que creen que la salvación puede perderse si no se cumplen ciertas condiciones en la vida de un cristiano.
Los que consideran que es posible perder la salvación creen que, una vez que uno se salva, debe ajustarse a ciertas condiciones para mantenerse salvado. Sostienen que Dios nos ha reconciliado con Él y tendremos vida eterna siempre y cuando dichas condiciones se cumplan. Algunas confesiones pentecostales, como las Asambleas de Dios, y otras de origen wesleyano, como los metodistas, defienden esa postura.
Dichas condiciones son, a grandes rasgos, que uno cultive su vida espiritual y viva cristianamente. Los que creen que la salvación no puede perderse también consideran importante que uno cuide su vida espiritual, pero no son de la opinión de que uno pierda su salvación si no cumple ese deber.
Las condiciones, desde la óptica de los que creen que la salvación puede perderse, responden a cinco principios generales que deben cumplirse: permanencia, constancia, perseverancia, firmeza y fidelidad. Sostienen que, para conservar la salvación, uno debe cumplir esas condiciones a lo largo de su vida[2]. En las notas del final he incluido algunos versículos en los que basan su concepción los que defienden esa postura.
Permanencia
La primera condición, según esta doctrina, es que uno debe permanecer en lo que ha oído con relación al Evangelio. Debe mantenerse cerca de la fuente, la Palabra de Dios y Cristo[3].
Constancia
Consiste en mantenerse invariable. Si bien es Dios quien da inicio a la obra de salvación, uno debe mantenerse inconmovible, constante, y seguir en la fe. Si uno se aparta de ella y de la esperanza que hay en el Evangelio, pierde su salvación[4].
Perseverancia
Se considera que perseverar en la fe hasta el final de nuestra vida es una de las condiciones para que un creyente se salve. La vida está llena de altibajos, y se espera que las personas se aferren a su fe y la manifiesten cuando atraviesen dificultades. Si no se persevera en la fe hasta el final, no se obtiene la vida eterna[5].
Firmeza
Los que no confirman —o afirman— su fe suplementándola con virtud, conocimiento, dominio propio, persistencia, piedad, afecto fraternal y amor se exponen a perder su salvación. Al crecer espiritualmente en estas —y lógicamente también en otras— virtudes, confirman su salvación[6].
Fidelidad
Es necesario permanecer fiel hasta el fin. El creyente debe conservar su fe y seguir creyendo. Si esa fe flaquea y se convierte en incredulidad, se pierde la salvación y la vida eterna, a menos que haya arrepentimiento y retorno[7].
Otros cristianos no comulgan con el concepto de que se puede perder la salvación. Entienden que la obra de salvación de Dios mediante la muerte de Jesús nos da vida eterna, y consideran que, por el sacrificio de Cristo, los cristianos tenemos la garantía de esa vida eterna.
Entre los que creen en esa seguridad eterna —doctrina a veces denominada «la perseverancia de los santos»— hay discrepancias en cuanto a los motivos por lo que no se puede perder la salvación. No obstante, hay acuerdo en que no se puede perder.
Las iglesias reformadas (calvinistas) creen que Dios predestinó a ciertas personas para que se salvaran, y dado que Dios las predestinó para salvarse, es imposible que pierdan su salvación. Aunque no creen que los cristianos predestinados puedan perder su salvación, sí creen que algunos que profesan ser cristianos en realidad no están salvados, pues no están predestinados a salvarse, y que los que pierden la fe o le vuelven la espalda a Dios no estuvieron nunca salvados. Según ellos, ningún cristiano verdaderamente salvado se vuelve contra Dios. Si bien es indudable que hay personas que profesan ser cristianas y en realidad no están salvadas, o que hicieron una oración para salvarse pero sin sentir lo que decían, y por tanto no nacieron de nuevo, cuesta imaginar que ningún cristiano salvado se aparte nunca de la fe en Jesús. La mayoría de los cristianos probablemente saben o han oído hablar de cristianos salvados que abandonaron la fe.
Muchas iglesias protestantes y evangélicas basan su doctrina de la seguridad eterna en ciertas promesas de la Biblia, pero sin relacionarlas con la creencia en la predestinación. Las iglesias reformadas también fundamentan su concepción y su doctrina de la perseverancia de los santos en pasajes que hablan de la vida eterna.
Quienes sostienen que una persona que se salva para siempre basan su opinión en una serie de versículos clave que muestran muy claramente que la salvación es permanente.
La voluntad del Padre, que me envió, es que no pierda Yo nada de todo lo que Él me da, sino que lo resucite en el día final. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna; y Yo lo resucitaré en el día final[8].
Mis ovejas oyen Mi voz y Yo las conozco, y me siguen; Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre, que me las dio, mayor que todos es, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre[9].
Esos versículos no contemplan salvedades. Dicen explícitamente que los que creen tienen vida eterna, y que nada ni nadie se la puede quitar. «No perecerán jamás.» «[Su voluntad] es que no pierda Yo nada de todo lo que Él me da.» El siguiente pasaje confirma esa interpretación.
Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro[10].
Las Escrituras afirman que los que creen en Jesús tienen vida eterna.
El que cree en el Hijo tiene vida eterna[11].
De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna[12].
Algunos que sostienen que un cristiano puede perder la salvación no consideran que la vida eterna sea para siempre; la entienden más bien como una calidad de vida, un tipo de vida en comunión con Dios que uno puede disfrutar por un tiempo y luego perder. Sin embargo, ese concepto no cuadra con el significado de la palabra griega aiōnios, que es la que con más frecuencia se emplea en las Escrituras para decir eterno. Aiōnios significa «sin fin, que nunca cesa, eterno»[13].
La vida eterna contrasta con el juicio, la condenación y la separación de Dios. Los que reciben a Jesús, los que nacen de nuevo, no son condenados; han sido redimidos por la muerte de Cristo en la cruz.
Dios no envió a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que en Él cree no es condenado[14].
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús[15].
La salvación no hace cesar el pecado en nuestra vida. Como cristianos, debemos esforzarnos constantemente por vencer el pecado. Pero los seres humanos tenemos una naturaleza pecaminosa y, por tanto, pecamos; y cuando lo hacemos, debemos pedirle perdón a Dios[16]. Si bien nuestros pecados repercuten en nuestra vida espiritual, en el sentido de que afectan nuestra relación personal con Dios, no nos hacen perder la salvación. Puede que suframos a consecuencia de ellos y que nos acarreen castigos, dado que Dios, como todo buen padre, procura enseñarnos y formarnos con mucho amor; pero no por eso perdemos nuestro lugar como hijos de Dios, como hijos adoptivos en la familia de Dios.
El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. […] Si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, no hijos. [El Padre nos disciplina] para lo que nos es provechoso, para que participemos de Su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados[17].
A todos los que lo recibieron, a quienes creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios[18].
Como hijos de Dios, somos herederos de la vida eterna. Es la herencia que se nos ha prometido en virtud de la salvación.
Ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo[19].
Cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y Su amor para con la humanidad, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por Su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por Su gracia, llegáramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna[20].
Habiendo sido justificados por Su gracia, es decir, salvados mediante el sacrificio de Jesús, somos herederos de una herencia indestructible que nos espera en el Cielo y que es guardada por el poder de Dios.
Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su gran misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios, mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo final[21].
Los creyentes somos sellados con el Espíritu Santo, que es la garantía de nuestra herencia.
Gracias a Cristo, también ustedes que oyeron el mensaje de la verdad, la buena noticia de Su salvación, y abrazaron la fe, fueron sellados como propiedad de Dios con el Espíritu Santo que Él había prometido. Este Espíritu es el anticipo que nos garantiza la herencia que Dios nos ha de dar, cuando haya completado nuestra liberación y haya hecho de nosotros el pueblo de Su posesión, para que todos alabemos Su glorioso poder[22].
El teólogo Wayne Grudem explica de la siguiente manera el sello del Espíritu Santo como garantía de nuestra herencia eterna:
La palabra griega que se traduce como «anticipo» en este pasaje («arrabon») es un término legal y comercial que quiere decir «primera cuota, depósito, entrega inicial, promesa» y representa «un pago que obliga a la parte contratante a hacer otros pagos». Cuando Dios puso dentro de nosotros el Espíritu Santo, se comprometió a darnos todas las demás bendiciones de la vida eterna y una gran recompensa en el Cielo con Él. Por eso Pablo puede decir que el Espíritu Santo es el «anticipo que nos garantiza la herencia que Dios nos ha de dar». Todos los que tienen dentro el Espíritu Santo, todos los que han nacido verdaderamente de nuevo, cuentan con la promesa inmutable de Dios y con la garantía de que sin duda accederán a la herencia de vida eterna en el Cielo. Dios mismo, que es fiel, se ha comprometido a hacerlo realidad[23].
Dios nos prometió salvación; Jesús, mediante Su muerte y Su resurrección, la consiguió; el Espíritu Santo nos la garantiza. Nuestra salvación está asegurada, es permanente y eterna. Una vez que la tenemos, no la podemos perder.
Puede que nuestra fe flaquee temporalmente; pero esas faltas de fe y de obediencia no alteran nuestra condición legal de herederos, justificados por la sangre de Jesús[24]. Los que están salvados, que han aceptado a Jesús, que han nacido de nuevo, no pierden su salvación.
Un pasaje que esgrimen los que consideran que un cristiano puede perder la salvación es:
Es imposible que los que una vez fueron iluminados, gustaron del don celestial, fueron hechos partícipes del Espíritu Santo y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndolo a la burla.[25]
Se trata de un pasaje de las Escrituras que ha suscitado mucho debate; según la teología que uno tenga, se puede interpretar de diversas maneras.
Los que consideran que uno puede perder la salvación emplean ese pasaje para demostrarlo. Según ellos, los que fueron «iluminados», los que recibieron el «don celestial» de la salvación y fueron hechos «partícipes del Espíritu Santo», si recaen, pierden la salvación.
Defendiendo la postura de la tradición reformada, Wayne Grudem argumenta en una larga explicación que el autor del libro de Hebreos no se refiere a los creyentes nacidos de nuevo, sino a los que estaban asociados a la iglesia primitiva, que habían sido iluminados por el Evangelio pero no habían llegado a creer plenamente y salvarse. Sabían algo de la Palabra de Dios, habían visto obrar al Espíritu Santo en diversas situaciones y habían presenciado manifestaciones del poder de Dios en otros. Estaban relacionados con los cristianos y con el Espíritu Santo y habían sido influidos por ellos; pero no habían tomado la decisión de creer. Estaban asociados con el actuar del Espíritu Santo, habían estado en contacto con la auténtica predicación de la Palabra y se habían beneficiado de muchas de sus enseñanzas; pero a pesar de todo, rechazaron deliberadamente todas esas bendiciones y se volvieron resueltamente contra ella.
De acuerdo con esa interpretación, el autor de Hebreos estaba diciendo que es imposible llevar a tales personas a arrepentirse, pues su excesiva familiaridad con las cosas de Dios y las experiencias que tuvieron en que sintieron la influencia del Espíritu Santo las han endurecido contra la conversión.[26] Esa lectura encaja con la doctrina reformada de que los que están verdaderamente salvados no dejarán de creer, sino que perseverarán hasta el fin por estar predestinados a salvarse.
Como representante de una postura no reformada, el Dr. Andrew Hudson, profesor bautista, explica esos versículos en el contexto más amplio de las enseñanzas del libro de Hebreos. Considerando el libro en su totalidad, argumenta que, si bien esos versículos se refieren a cristianos salvados, no dicen que pierdan su salvación. Comienza arguyendo que «los que una vez fueron iluminados» sí son cristianos salvados. A continuación señala que «recaer» en este contexto no significa rechazar totalmente a Cristo, y que el castigo del cristiano que recae no es la pérdida de la salvación.
Hudson explica que el libro de Hebreos estaba dirigido a judíos cristianos que sufrían persecución y debían optar entre confiar en que Dios los ayudara (por medio de Jesús) o negarse a confiar en Él. Abandonar a Cristo y volver al culto mosaico sería como decir que el sacrificio de Jesús no había sido suficiente para sus necesidades cotidianas de fe. Adoptar esa postura sería equivalente a decir que la obra de Cristo en la cruz había sido deficiente. Al hacer eso estarían criticando Su ministerio público y por consiguiente «exponiéndolo a la burla». Tales cristianos perderían la bendición de Dios y sufrirían Su disciplina. En caso de arrepentirse, serían perdonados; pero aun así serían disciplinados por Dios. El creyente no escaparía de las consecuencias de sus actos pecaminosos simplemente arrepintiéndose. Obtendría perdón, pero sufriría las consecuencias.
Hudson propone que ese pasaje podría parafrasearse de la siguiente manera:
Es imposible que los auténticos creyentes que una vez fueron iluminados, que aceptaron el don celestial, que han sido morada del Espíritu Santo, que asimismo han conocido la buena palabra del Evangelio y el poder del reino venidero, y que no se rigen a diario por la fe en Cristo, logren mediante arrepentimiento escapar del castigo temporal de Dios, pues declararon abiertamente que el sacrificio de Cristo fue insuficiente para tener comunión con Dios, además de avergonzar y deshonrar públicamente a Cristo, su protector.
En mi opinión, la explicación que da Hudson es la interpretación correcta de ese pasaje. Muestra que Hebreos 6:4–6 no dice que los cristianos puedan perder la salvación y no tengan forma de recuperarla. (El texto completo, en inglés, del ensayo del Dr. Hudson se encuentra aquí.)
Los cristianos que hemos aceptado a Jesús como nuestro Salvador y hemos nacido de nuevo tenemos salvación permanente. Hemos recibido salvación eterna, como un amoroso regalo de Dios. Tenemos vida eterna, estamos reconciliados con Dios y viviremos para siempre. Todo porque Dios nos ama y Jesús murió por nosotros para que pudiésemos recibir el magnífico regalo de la salvación.
Probablemente siempre habrá debates teológicos entre cristianos sobre quiénes están salvados y quiénes no, o sobre si algunos están predestinados y otros no, porque los pasajes de las Escrituras sobre esas cuestiones y la interpretación de los mismos siempre darán lugar a controversias. Recordemos que estos asuntos están en manos de Dios, y que a nosotros no nos corresponde emitir juicios. Es muy posible que nos sorprendamos al ver en el Cielo a ciertas personas, quizá porque no las teníamos por creyentes, o porque pensábamos que cuando oraron para salvarse no lo hicieron sinceramente. Debemos recordar que Dios es el verdadero juez justo. Él conoce el corazón y los motivos de cada uno, nos entiende al derecho y al revés. Él desea que los seres humanos nos salvemos. Nos ama a todos, y ofrece libremente Su don de la salvación para que todo el que quiera lo acepte.
Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús[27].
[1] Lewis, Gordon R., y Demarest, Bruce A.: Integrative Theology, vol. 3, Zondervan, Grand Rapids. 1996, pp. 175, 176.
[2] Lo que aquí se presenta es un resumen de lo expuesto por J. Rodman Williams en su libro Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective, Zondervan, Grand Rapids, 1996, pp. 122–127.
[3] Es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. […] ¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? (Hebreos 2:1,3).
Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que Él nos hizo: la vida eterna (1 Juan 2:24,25)
El que en Mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, los echan en el fuego y arden (Juan 15:6).
[4] En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos. Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de Él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante Su muerte, con tal de que se mantengan firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin abandonar la esperanza que ofrece el evangelio. Este es el evangelio que ustedes oyeron (Colosenses 1:21–23, NVI).
[5] Todo lo soporto por amor a los escogidos, para que también ellos obtengan la salvación que está en Cristo Jesús, y con ella gloria eterna. Palabra fiel es esta: Que si morimos con Él, también viviremos con Él; si perseveramos, también reinaremos con Él; si lo negamos, Él también nos negará (2 Timoteo 2:10–12, NBLH).
No pierdan la confianza, porque esta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que Él ha prometido (Hebreos 10:35,36, NVI).
[6] Somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio (Hebreos 3:14).
Hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección, porque haciendo estas cosas, jamás caeréis. De esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pedro 1:10,11).
[7] ¡Sé fiel hasta la muerte y Yo te daré la corona de la vida! (Apocalipsis 2:10).
Tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, arrepiéntete y haz las primeras obras, pues si no te arrepientes, pronto vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar (Apocalipsis 2:4,5).
Al vencedor Yo lo haré columna en el templo de Mi Dios y nunca más saldrá de allí. Escribiré sobre él el nombre de Mi Dios y el nombre de la ciudad de Mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, con Mi Dios, y Mi nombre nuevo (Apocalipsis 3:12).
[8] Juan 6:39,40.
[9] Juan 10:29–29.
[10] Romanos 8:38,39.
[11] Juan 3:36.
[12] Juan 3:16.
[13] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007, p. 830.
[14] Juan 3:17,18.
[15] Romanos 8:1.
[16] Sobre la relación entre el pecado y la salvación, véase, en la serie Lo esencial, los artículos El pecado: Naturaleza pecaminosa de la humanidad y El pecado: ¿Existen distintos grados de pecado?
[17] Hebreos 12:6,8,10,11.
[18] Juan 1:12.
[19] Gálatas 4:7.
[20] Tito 3:4–7.
[21] 1 Pedro 1:3–5.
[22] Efesios 1:13,14 (DHH).
[23] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007, p. 831.
[24] Con mucha más razón, habiendo sido ya justificados en Su sangre, por Él seremos salvos de la ira (Romanos 5:9).
[25] Hebreos 6:4–6.
[26] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007, pp. 836–842.
[27] Filipenses 1:6 (NVI).
Traducción: Jorge Solá y Felipe Mathews.
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