Enfrentar decepciones

Enviado por Peter Amsterdam

junio 8, 2013

Duración del video: 24:01

Descargar archivo de video (en inglés): Alta resolución (142MB) Baja resolución (83MB)

Grabación sin video (en inglés): 23:59

Descargar grabación (13.5MB)

(Es posible que para descargar videos y grabaciones en tu ordenador o computadora tengas que hacer clic con el botón derecho sobre el enlace. Haz clic sobre «Guardar enlace como» o «Guardar destino como»).

 

En nuestra vida ha habido ocasiones en que hemos sentido el amargo ardor de la desilusión. Cuando ocurre, es muy difícil de soportar. La Biblia dice: «La esperanza que se demora es tormento del corazón». Es muy difícil recuperarse de la esperanza que se demora, o de la desilusión.

Es una experiencia muy difícil, muy desalentadora, y nos podemos sentir muy solos cuando algo no resulta como esperábamos, ya se trate de nuestra profesión, un asunto económico, relaciones, algo que tenga que ver con nuestros hijos u oportunidades que esperábamos que se presentaran y que perdimos.

Puede socavar nuestra fe. Podemos empezar a dudar del amor y cuidados que nos brinda el Señor si no conseguimos el empleo que tanto deseábamos o una relación que parecía ir muy bien de repente llega a un doloroso fin. O bien, si hay reveses inesperados como en el caso de que no aprobemos un examen importante, o que nuestro trabajo reciba una mala evaluación, o no llegue algún fondo para una obra misionera.

En épocas así, no solo es difícil el presente, sino también el futuro parece funesto. Es posible que nos preguntemos: «Señor, ¿dónde estás? ¿Estás al tanto de mi situación? ¿Te interesa siquiera?»

Y luego, para colmo, es fácil mirar alrededor y preguntarse por qué parece que la situación de algunas personas —algunas que ni siquiera creen en Dios— es muy buena. A veces, puede parecer todo muy confuso.

Tener una gran desilusión puede causar preocupación, estrés, pérdida de sueño, y damos vueltas toda la noche pensando qué ocurrirá a continuación y cómo saldremos adelante. En circunstancias así uno busca con fervor alguna señal, algún avance o buenas noticias que nos demuestren que Dios vela por nosotros.

La esperanza que se demora o desilusión puede conducir al desaliento, a la depresión y a la desesperación. Si te encuentras bajo el pesado y frío manto de la desilusión, vuélvete hacia Dios, aunque en el momento pienses que Él te ha abandonado. Es posible que te enojes con Dios. Es posible que te parezca que se te ha desatendido o abandonado. Es posible que te hagas muchísimas preguntas. Habla con Él. Si te has enojado y crees que desahogarte te ayudará, entonces desahógate con Dios. Puedes decirle con toda franqueza cómo te sientes. No se ofenderá. Y cuando te encuentres en una vorágine de desilusión y desesperanza que descienda en espiral, debes dirigirte hacia Dios. No le cierres las puertas. En vez de eso, abre la puerta a Dios y dile cómo te sientes, y busca Su ayuda. Entrega a Dios tu desencanto; luego, alábalo y dale gracias por la victoria que llegará aunque no la veas ni la sientes, aunque te parezca que nunca te recuperarás de esa desilusión.

Prestemos atención a cómo el rey David cuenta sus problemas a Dios cuando se encontraba en medio de la desesperación. Lo leeré del Salmo 31:

La vida se me va en angustias, y los años en lamentos; la tristeza está acabando con mis fuerzas, y mis huesos se van debilitando. Por causa de todos mis enemigos, soy el hazmerreír de mis vecinos; soy un espanto para mis amigos; de mí huyen los que me encuentran en la calle. Me han olvidado, como si hubiera muerto; soy como una vasija hecha pedazos.

Son muchos a los que oigo cuchichear: «Hay terror por todas partes». Se han confabulado contra mí, y traman quitarme la vida. Pero yo, Señor, en ti confío, y digo: «Tú eres mi Dios». Mi vida entera está en Tus manos; líbrame de mis enemigos y perseguidores. Que irradie Tu faz sobre Tu siervo; por Tu gran amor, sálvame. Señor, no permitas que me avergüencen, porque a ti he clamado.

Luego, David habla con fe y alaba a Dios. Dice:

Bendito sea el Señor, pues mostró Su gran amor por mí cuando me hallaba en una ciudad sitiada. En mi confusión llegué a decir: «¡He sido arrojado de Tu presencia!» cuando te pedí que me ayudaras. Amen al Señor, todos Sus fieles; Él protege a los dignos de confianza. Cobren ánimo y ármense de valor, todos los que en el Señor esperan. (Salmo 31:10-17, 21-24 NVI.)

Dios nos ama. Oye nuestro clamor y tiene poder para hacer algo en lo que respecta a nuestros problemas y carencias. Espera que oremos y le presentemos nuestras necesidades, que le hablemos de nuestras penurias y desilusiones, y que tengamos fe.

Hay diferentes formas de reaccionar ante las desilusiones. Podemos decir: «Señor, ¿por qué? ¿Por qué me pasa a mí? No lo merezco». O bien, podemos ver más allá de las circunstancias actuales y confiar en que es posible que Él obre en nuestra vida de forma que no comprendemos. Así en vez de preguntar: «Señor, ¿por qué me pasa a mí?», una mejor respuesta sería: «Señor, ¿qué sigue? ¿Qué haces en mi vida? ¿Qué debo hacer ahora?» Recuerda, a menudo cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana.

Una buena amiga nos contó a María y a mí que su hijo tenía que mudarse; su familia era numerosa y arrendaba una casa. Su esposa y él decidieron comprar una vivienda y encontraron una que era precisamente la que buscaban. Al dueño de la casa le agradaron él y su esposa. Parecía muy dispuesto a aceptar su oferta. Les dijo que quería que le hicieran una oferta, aunque era evidente que no tenían la cantidad que él pedía por la casa. Al día siguiente oraron para determinar si la casa era la que debían comprar y el Señor les indicó que esa era la que tenía para ellos.

Tan pronto tomaron la decisión de comprar la casa, el agente inmobiliario los llamó por teléfono y les dijo que los dueños habían aceptado otra oferta. ¡Uh! Quedaron alicaídos. ¿Qué había pasado? Dios les había revelado que aquella era la casa que tenía para ellos, y el dueño prácticamente había dicho que aceptaría su oferta. Sin embargo, había aceptado la oferta de otra persona. La decepción llenó el ambiente.

No obstante, ese no fue el fin de la historia. El dueño los llamó unos días después y explicó que había pensado que la oferta que había aceptado era la de ellos. Una vez que se dio cuenta de su equivocación, anuló la otra oferta que había aceptado y quiso que le hicieran una oferta formal, pues quería venderles la casa a ellos. Hubo otros sucesos que podrían haber llevado a la ruptura del trato, unos asuntos con el banco que estuvieron a punto de cerrar la puerta a la adquisición de la casa, pero a la larga todo se arregló y se mudaron a su nueva casa. Se cerraron puertas. Hubo un desencanto. Sin embargo, Dios abrió ventanas.

Estas son algunas actitudes y reacciones útiles cuando la situación no sea como esperabas:

  1. Enfrenta las desilusiones con fe. No temas las épocas difíciles; en vez de eso, míralas como un desafío. Recuerda que en muchos casos se madura más en las épocas más difíciles.
  2. No te alteres. No empieces a quejarte ni refunfuñes. Que tu actitud no sea de autocompasión ni expreses con palabras tu frustración a todos los que conozcas. Ten paciencia y habla con fe. Dios puede —y a menudo lo hace—, dar un giro a las desilusiones para que redunden en nuestro bien.
  3. Mantén una actitud agradecida y de confianza. «Que la paz que viene de Cristo gobierne en sus corazones. […] Y sean siempre agradecidos» (Colosenses 3:15 NTV).
  4. No te rindas. No permitas que acaben con tu entusiasmo. No dejes de esforzarte para lograr tus metas. Como decimos a menudo, la mayor oscuridad nos envuelve momentos antes del amanecer.

Alguien me dijo hace poco que Dios le había hablado sobre este tema cuando abrió una galletita china de la suerte y leyó lo que decía el papelito: «La vida llega a su punto más difícil antes de llegar a la cumbre». A veces me deja muy sorprendido las formas tan distintas y divertidas en las que nos habla el Señor, como en este caso con las galletas chinas.

Dios deja claro que en el mundo tendremos tribulación; naturalmente, eso también se conoce como problemas y desilusiones (Juan 16:33). Sin embargo, no es el final de la historia. Claro, hay desilusiones en la vida, pero esas desilusiones no son callejones sin salida. El camino de nuestra vida sigue y, a medida que lo recorremos, dejamos atrás nuestras desilusiones, pruebas y padecimientos.

En una de las épocas más desalentadoras y difíciles del antiguo Israel, Dios les dijo: «Los planes que tengo para ustedes afirma el Señor, [son] planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza» (Jeremías 29:11; NVI).

La nación de Israel, a la que Dios había entregado la Tierra Prometida, y a la que Dios le dijo que era Su pueblo y donde estableció Su templo en el que habitaba y donde sus habitantes podían rendirle culto, fue derrotada por el reino de Babilonia. La nación de Israel fue despojada de esa tierra, el templo fue destruido, y la mayoría de sus habitantes fueron obligados a establecerse en Babilonia. Parecía que las promesas de Dios les habían sido quitadas debido a sus pecados. Ya no poseían la Tierra Prometida. Se quedaron sin templo; y no sabían cómo adorar ni cómo hallar perdón por sus pecados sin el templo. Tenían una lucha interna, preguntándose si Dios aún los amaba. ¿Seguían siendo Su pueblo? Sus sueños, su fe y su esperanza quedaron completamente destruidos.

Durante esa derrota y desilusión, el profeta Jeremías les escribió una carta y la envió a Babilonia; les comunicó lo que Dios tenía que decirles en esos momentos cuando su fe estaba en crisis. Les dijo que siguieran adelante con su vida, que construyeran casas, plantaran jardines, se casaran, tuvieran hijos y que en el momento que el Señor juzgara conveniente, los libraría de aquella situación, que Él traería un cambio que constituiría una mejora. No les prometió que sucedería ese día, pero sí les prometió que ocurriría. «Yo sé los planes que tengo para ustedes —dice el Señor—. Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza. En esos días, cuando oren, los escucharé. Si me buscan de todo corazón, podrán encontrarme» (Jeremías 29:11-13 NTV).

Los sueños y esperanzas destruidos no son destinos finales. Dios dice que tiene planes para ti, planes para lo bueno y no para lo malo. Una versión de la Biblia traduce así ese versículo: «Yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Señor, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis» (Jeremías 29:11; RV95).

Dios no nos abandona en nuestra época de desencanto. En cambio, está presente. Tiene buenos pensamientos de nosotros. Tiene planes para nuestro futuro. Quiere que continuemos con nuestra vida y no nos rindamos, que tengamos esperanza para el futuro, incluso si hoy la situación parece terrible. La clave es acudir al Señor, saber que Él nos ama y cuida de nosotros, que nos llevará hacia el futuro. No se supone que dejemos de vivir, que renunciemos a la esperanza, sino que más bien sigamos adelante con fe y confianza. Dios sanará. La situación cambiará. La vida seguirá y hay esperanza para el futuro.

Conviene recordar que hay veces en que algo parece como una gran derrota, una pérdida terrible y permanente, lo que te hace pensar que no puedes recuperarte, pero a menudo hay algo más en la situación de lo que salta a la vista. A veces Dios obra de manera muy misteriosa, de forma que no podemos comprender.

Mucho depende de cómo reaccionamos ante las desilusiones que el Señor permite que tengamos. ¿Nos ponemos a la altura de las circunstancias y luchamos? ¿Confiamos a fin de ver lo bueno y las bendiciones de un Dios que nos ama? ¿O nos quedamos sintiendo lástima de nosotros mismos y nos quejamos? En Una vida con propósito, Rick Warren habló de que en épocas de tribulación, deberíamos orar menos pidiendo consuelo; ya saben, oraciones que dicen: «Señor, ayúdame a sentirme bien», y que deberíamos tener más oraciones que pidan: «ayúdame a amoldarme». En otras palabras: «Jesús, te pido que aproveches esto para que sea más como Tú».

Billy Graham dijo: «En la vida cristiana no todo es un éxtasis constante. Tengo momentos de gran desaliento. Debo acudir a Dios con oración y lágrimas y pedirle: “Dios, perdóname” o “Dios, ayúdame”».

Además, no olvidemos que Dios puede haber planeado algunas sorpresas. Tal vez obre entre bastidores de forma que no veamos ni entendamos. Así pues, sencillamente debemos confiar en el Señor, reconocer que Él sabe lo que hace, aunque nosotros no lo sepamos.

En uno de sus sermones, Bret Toman contó este relato impactante:

Ruby Hamilton, una empresaria de más de cincuenta años, quedó abatida por la pérdida de su esposo en un accidente automovilístico. Habían estado casados 32 años. No obstante, la ira y desilusión de Ruby fueron mayores que la expresión de profunda pena que es normal en esos casos. Antes de cumplir 30 años se había convertido en seguidora de Cristo. Sin embargo, su esposo no compartía su nuevo interés en asuntos espirituales. De todos modos, se había propuesto orar por él con fervor y sin cesar, a fin de que llegara a conocer al Señor. Un día, mientras oraba, le sobrevino una ola de paz, y una voz apacible les aseguró que su esposo estaría bien. Esperó con entusiasmo el día en que su esposo entregaría la vida a Jesús. Y entonces, ocurrió aquella muerte prematura.

¿Qué se hace cuando no se le encuentra sentido a la fe? ¿Qué se hace cuando parece que Dios no responde o no abre puertas? Ruby Hamilton dejó de vivir para Dios.

Rogger Simmons hacía autostop para ir a su casa. Nunca olvidaría la fecha: el 7 de mayo. Su maleta pesada lo cansaba aún más. Estaba ansioso por quitarse el uniforme del ejército para siempre. Se aproximaba un vehículo y levantó el dedo pulgar. Perdió la esperanza cuando vio que se trataba de un Cadillac, elegante, grande y negro. El vehículo se detuvo, para su sorpresa.

Se abrió la puerta del pasajero. Corrió al auto y echó su maleta en la parte de atrás. Dio gracias al señor —que era guapo y estaba bien vestido— mientras se acomodaba en el asiento delantero.

—¿Vuelve definitivamente a su casa?

—¡Así es!

—Pues tiene suerte. Voy a Chicago.

—Ah, no voy tan lejos. ¿Vive en Chicago?

—Tengo negocios allí ­—respondió el conductor­—. Hamilton es mi apellido.

Conversaron un rato de temas triviales. Roger era cristiano y tuvo el impulso de hablar de su fe con aquel señor de cincuenta y tantos años, que se veía como un empresario exitoso. Sin embargo, pospuso la idea hasta que se dio cuenta de que en 30 minutos llegaría a su casa. O lo hacía en ese momento o no lo haría nunca.

—Señor Hamilton, quiero hablarle de algo muy importante.

A continuación, le habló del plan de salvación y al final le preguntó si le gustaría aceptar a Jesús como su Salvador y Señor.

El Cadillac se detuvo a un lado de la carretera. Roger pensó que lo echaría del vehículo. En cambio, el empresario inclinó la cabeza y aceptó a Cristo. Luego, dio gracias a Roger antes de añadir:

—Esto es lo más importante que me ha sucedido.

Transcurrieron cinco años. Roger se casó; ya tenía dos hijos y un negocio propio. Empacaba su maleta para hacer un viaje a Chicago cuando encontró una tarjeta de visita blanca, la que le había dado Hamilton cinco años antes. Ya en Chicago, buscó la empresa Hamilton. La recepcionista le dijo que era imposible ver al señor Hamilton, pero que podía ver a la señora Hamilton. Quedó un poco confundido. Lo llevaron a una magnífica oficina donde se encontró con una señora de más de cincuenta años que lo observaba con atención. Ella le extendió la mano y preguntó:

­—¿Conoció a mi esposo?

Roger le contó que Hamilton lo había recogido en su auto, cuando hacía autostop para dirigirse a su casa después de la guerra.

—¿Me puede decir qué día fue? —preguntó la señora Hamilton.
 
—Claro. Fue el 7 de mayo, hace cinco años, el día en que fui dado de baja del ejército.

—¿Ese día ocurrió algo especial? ­—preguntó la señora.

Vaciló; no sabía si debía mencionar que dio el mensaje de Jesús a su esposo.

—Señora Hamilton, hablé del Evangelio con su esposo. Se detuvo a un lado de la carretera y lloró apoyándose en el volante. Ese día entregó su vida a Cristo.

Fuertes sollozos estremecieron el cuerpo de la señora. Por fin, logró controlarse y contó entre sollozos:

—Por años había orado por la salvación de mi esposo. Creí que Dios lo salvaría.

—Ruby, ¿dónde está su esposo?

—Está muerto. Tuvo un accidente automovilístico después de dejarlo a usted aquel día. Nunca llegó a casa. Verá… pensé que Dios no había cumplido Su promesa. Hace cinco años dejé de vivir para Dios, ¡porque creí que Dios no había cumplido Su palabra![1]

Es un recordatorio conmovedor de que no siempre vemos todo lo que Dios ve. Es muy posible que lo que pasa es que Él responde nuestras oraciones de maneras que aún no comprendemos. No pierdas la fe. Dios no fallará; cumplirá Su palabra. Su plan tal vez sea distinto de lo que esperábamos, pero Él lo hace todo bien. (Véase Marcos 7:37.) Tal vez no veas la respuesta por un tiempo, como en el caso de Ruby que tardó cinco años, pero de todas maneras no debemos perder la fe ni la confianza en Dios, ni darnos por vencidos. Los planes de Dios para quienes lo aman y lo siguen son para bien y no para mal.

Recuerda:

Dios te ama.

Está de tu parte. Quiere lo mejor para ti.

Te consolará y te acercará a Él.

Trabaja para ti; pase lo que pase confía en Él, en los buenos y malos tiempos.

Nadie es más poderoso que Dios; y nadie te ama más que Dios.

Puedes fallar, puedo fallar, el mundo entero puede fallar; sin embargo, Dios nunca falla.

Jesús dijo: «La paz les dejo, Mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo». Ni siquiera ante las desilusiones (Juan 14:27 NBLH).

(Ora:) Señor, en la vida todos sufrimos decepciones; y en muchos casos más de una vez. Puede quedar una sensación de una gran derrota, muy difícil y desalentadora. Puede conducirnos a la desesperación y falta de perspectiva. Sin embargo, Señor, cuando enfrentemos ese desencanto, cuando veamos que nuestra vida no sigue la senda que habíamos planeado, o que surja algo que haya modificado todo y que cambie nuestro futuro, ayúdanos a no perder la esperanza, ayúdanos a no estar desilusionados, sino a mirar hacia Ti, saber que estás ahí, que nos amas, que te interesas por nosotros, que quieres lo mejor para nosotros.

Es posible que no entendamos y tal vez estemos enojados y decepcionados y nos sintamos muy mal y hasta que te pongamos en duda a Ti, Jesús, pero ayúdanos a confiar, a saber que siempre estás presente. Estás en nuestros momentos de mayor oscuridad, no solo cuando todo va bien, sino también cuando la situación es muy difícil. Ayúdanos a poner nuestra confianza en Ti, Jesús. Ayúdanos a poner nuestro amor y nuestro corazón en Tus manos, y que sepamos que nos sacarás adelante, que nos llevarás a través de todo eso, que nos sacarás de ese tiempo de oscuridad, que el valle de sombra de muerte tiene una entrada, pero tiene también una salida; no es para siempre. Y si podemos aferrarnos a Ti, es muy posible que veamos que surge algo bello de lo que hoy pensamos que es tan feo y terrible.

Danos fe para confiar en Ti, Jesús. Te amamos. Te necesitamos. Oramos con fervor por quienes enfrenten ahora mismo dificultades. Te pedimos que les hables al corazón, que hagas que te miren a Ti, y que se den cuenta de que estás con ellos, que los sostienes en Tus brazos, que te interesas por ellos, que tus pensamientos hacia ellos y Tus planes para ellos son para bien y no para mal, que los bendecirás y que los sacarás adelante. Lo pido en el nombre de Jesús. Gracias, Señor.

Que Dios los bendiga.


[1] Este mensaje tiene una influencia importante de The Spring of Persistent Public Love, de John Piper. DesiringGod.org. Tomado de un sermón de Bret Toman; Power to Live the Golden Rule, 1-III-2011.

Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.

 

Copyright © 2024 The Family International. Política de privacidad Normas de cookies