Enviado por María Fontaine
junio 11, 2013
Durante la visita que realicé a la misión de Tijuana que he descrito en artículos recientes tuve la oportunidad de visitar el centro de rehabilitación para drogadictos, que es también un centro de discipulado. Al ver la prioridad tan contundente que da esta gente a la formación de discípulos me quedó muy claro que estaban creciendo y multiplicándose.
Me dieron la impresión de ser personas sinceras, cristianos dedicados cuyo mayor deseo es reflejar la compasión de Cristo por los demás. Ayudan a mucha gente a dejar las drogas, el alcohol o lo que sea a lo que estén adictos, sin embargo su principal objetivo es enseñar a otros a convertirse en discípulos de Jesucristo. A los que se acercan les dicen: «Si lo único que quieres es que te ayudemos a dejar las drogas, te has equivocado de lugar. Porque lo que nos proponemos aquí no es simplemente que dejes las drogas sino convertirte en discípulo de Jesús».
Llovía el día que nos desplazamos al rancho de poco más de 13 hectáreas que sirve como centro de rehabilitación y formación de discípulos. Nuestro equipo se componía de mi compañera y yo, el pastor de los jóvenes y su esposa, sus dos hijos, y un muchacho joven muy dulce e inteligente llamado Iván, de 19 años. Iván es hijo de uno de los miembros del equipo que se encarga del funcionamiento del rancho. Los últimos 25 minutos del trayecto fueron en caminos de lodo, empapados por la lluvia. De a ratos los caminos de un solo carril parecían casi impasables.
Iván conversó con nosotros con gran facilidad. Cuando le pregunté cuál era el horario de los hombres que estaban alojados en el rancho, me dio el cronograma detallado: por lo visto estaba perfectamente familiarizado con las actividades. Resulta que él mismo había pasado por el programa entero, que dura todo un año, y que había ido a parar al rancho tras vivir en las calles con un grave problema de drogadicción. Verlo ahora, bien vestido y con una sonrisa radiante, uno nunca se habría imaginado que poco antes hubiese estado tan mal, desamparado y esclavizado por las drogas.
El pastor de los jóvenes nos explicó que el programa de un año es gratuito, y que no hay requisitos particulares para participar. Los participantes no tienen que ser necesariamente adictos ni alcohólicos, si bien la mayoría lo es. Algunos asisten porque quieren desarrollar una relación más estrecha con el Señor, y para poder apartarse de las distracciones. El generador que abastece al complejo de electricidad se apaga a las ocho de la noche. No hay televisores, computadores ni aparatos electrónicos. Los hombres asisten a tres clases bíblicas al día. Oran juntos. Reciben una enorme dosis de apoyo espiritual y de formación por parte de los directores, los cuales enfrentaron retos similares y encontraron respuestas y las fuerzas para sobreponerse a sus circunstancias por medio de su fe, apoyándose en el Señor. Trabajan juntos en los quehaceres diarios, practican deportes grupales, y disfrutan de fogatas, música y compañerismo.
Casi la totalidad de los 16 miembros a plena dedicación que conforman el equipo y encabezan los diversos programas de la misión, tras participar también en el curso que se lleva a cabo en el rancho o asistir a la escuela bíblica de la iglesia decidieron quedarse y pasar a formar parte del ministerio, en señal de gratitud a Dios por la forma en que los transformó. Fueron salvados de la muerte, y no en un sentido estrictamente espiritual sino que en muchos casos también físicamente.
Resulta obvio al tomar en cuenta los frutos que han dado con la clave para transformar vidas. Quienes dirigen y administran el lugar tienen una profunda convicción respecto a la necesidad de dar a los participantes del programa unos cimientos firmes en la Palabra de Dios y la oración, una base que les permita lograr los cambios tan monumentales en cuanto a estilo de vida, hábitos y patrones mentales que les es necesario hacer. El equipo tiene la compasión y humildad como para llorar con ellos, orar con ellos, luchar por ellos en espíritu, y literalmente dar la vida por esas personas que lo necesitan, y hacerlo durante el tiempo que sea necesario para que lo logren, pasito a paso (1 Juan 3:16).
Tijuana es el botadero para las personas que deportan de los Estados Unidos. Según varios documentales sobre el tema, el «botadero» no solo incluye a mexicanos sino a muchos otros indocumentados que habían dejado sus países con la esperanza de empezar una nueva vida en los Estados Unidos. Cruzaron todo México y al llegar a la frontera los devolvieron al otro lado de la frontera. Algunos de ellos prácticamente no pertenecen a ninguna parte, ni tienen a dónde ir, y por lo tanto son presa fácil de los cárteles de narcotraficantes y otros depredadores. Vi que muchos de los que vivían en el rancho eran deportados.
Conversé con un joven de 29 años que dominaba el inglés y trabajaba en la cocina. Reproduzco a continuación algunas de sus experiencias, en sus propias palabras.
María: ¿Naciste en México?
Mauricio: Sí. Mis padres me llevaron a los Estados Unidos de muy pequeñito.
María: ¿Tus padres aún viven allí?
Mauricio: Sí, todavía están allí. Toda mi familia vive allí.
María: ¿Y cómo fue que te deportaron a ti?
Mauricio: Me sorprendieron manejando sin licencia. Me metieron preso por un mes y luego me deportaron. Mi familia —mis hijos y mi esposa— siguen allí.
Viví aquí en México tres años después de que me deportaran, porque no tenía suficiente dinero para cruzar otra vez la frontera, pero cuando me enteré de que mi ex esposa había abandonado a mis hijos y se los había dejado a mi mamá, y que no quería saber nada de ellos, tuve que regresar a ayudar a mi madre a cuidar a los niños. Fue por eso que traté de pasarme al otro lado de la frontera. En mi segundo intento, que fue en octubre del año pasado, lo logré. Pero solo duré tres meses en Estados Unidos.
Aun así me siento agradecido con Dios. Le dije: «Por favor, Dios, cuida de mis hijos. Quiero entregarte mi vida. Quiero dedicarte mi vida y la de mis hijos a Ti. Así que, te pido que me ayudes. Quiero verlos. Quiero estar con ellos. Quiero poder cuidarlos, pero antes ayúdame a volverme un mejor padre y un mejor hijo.
Y eso es lo que está haciendo ahora Dios en mi vida. Es tan grande que me permitió cruzar la frontera y pasar octubre, noviembre y diciembre con mis hijos, abrazarlos después de tres años, besarlos, llevarlos al colegio, llevarlos al médico. Y después, cuando me distraje con distintas cosas en Estados Unidos, el Señor dijo: «Hijo, no te quiero en este lugar. Te me estás descarriando. Vas a empezar a hacer cosas malas si te quedas aquí. Te quiero de regreso donde estabas, porque ahí pueden ayudarte».
Aunque me deportaron, me siento agradecido con Dios porque una vez más está salvándome la vida. Es por eso que estoy en paz. Estoy en paz con Él.María: ¿Tus hijos están bien cuidados? ¿Tu mamá los quiere mucho?
Mauricio: Sí. Sé que tarde o temprano Él me los traerá, o me llevará adonde están ellos. De una u otra manera, Él lo hará. Lo sé.
María: Qué hermoso testimonio. ¡Qué fe tan firme! ¿Cuándo empezaste a considerar en serio la posibilidad de servir al Señor?
Mauricio: ¿En serio, pero en serio? En julio del año pasado. Fue justo cuando traté de cruzar la frontera por primera vez. Me atraparon y me metieron a la cárcel en Arizona durante dos meses por haber pasado la frontera ilegalmente. Pero igual me siento agradecido porque gracias a esa experiencia empecé a escuchar a Dios. Él empezó a hablarme, ahí mismo, en plena cárcel junto con mis compañeros de celda, en la cárcel de la migra. Ellos creen que nos están haciendo un daño al meternos presos, cuando en realidad están haciendo algo bueno si es que uno de veras escucha a Dios. Es ahí donde más atención le presta uno.
Conocimos a uno de los directores del rancho, a quien yo ya había visto antes en el refugio, leyendo la Biblia. Nos explicó que tiene un día libre a la semana y que por lo general lo pasa en el refugio, porque durante el día hay silencio y puede estudiar la Palabra. Los miembros del equipo del rancho trabajan muchísimo; ¡el hecho de que dediquen el poco tiempo libre de que disponen a estudiar la Biblia dice mucho de su dedicación y su amor por la Palabra de Dios, y también el que consideren que su vida —y la de quienes están en el centro— depende de ello!
Subimos la colina hasta el otro edificio y nos encontramos con Iván, el joven junto al cual habíamos viajado al rancho, quien conversaba animadamente con el apuesto hombre que resultó ser su padre: Sammy. Sammy es asistente del director del rancho. Experimentó una liberación milagrosa de la heroína y había ayudado también a su hijo Iván a dejar las drogas. Reproduzco una breve entrevista con Sammy.
María: Entonces, Sammy, ¿tú fuiste drogadicto?
Sammy: Heroinómano.
María: ¿Durante cuántos años?
Sammy: Uf, quince. A raíz de las drogas perdí a la madre de mis hijos. Me dejó porque siempre estaba drogado y cometía muchos delitos.
Viví en las calles de Tijuana después de que mi esposa y mis hijos me dejaron. Revolvía en los basureros para sobrevivir. Me puse muy mal. Era como un viejo, todo jorobado. Tenía el cabello largo y estaba muy flaco. Pero todo cambió para mí al conocer a Jesús. Ahora leo la Biblia todos los días y oro para poder seguir adelante, para seguir caminando.
A veces me veo tentado a volver atrás, pero no puedo, porque Jesús vive en mí. Es por eso que sigo adelante. Él rescata a los que caen bajo, a los más despreciados, para que se manifieste Su poder. Jesús me levantó y desde entonces sigo leyendo, orando y apoyándome en Él.María: Cuando dejaste las drogas, ¿sufriste un cambio drástico, de la noche a la mañana, o tuviste que atravesar un periodo de abstinencia largo y penoso camino a la recuperación?
Sammy: Fui por primera vez al refugio porque alguien me habló de él. Empecé a ver que si no cambiaba, mi vida acabaría. Que moriría. Eso fue lo que me ayudó a decidir venir aquí al rancho, y ya nunca regresé a mi vida pasada. Pero físicamente hablando fue difícil; no pude dormir por un mes. Durante todo ese mes me dieron muy fuerte los síntomas de la abstinencia.
María: ¡Debe de haber sido un infierno!
Sammy: Así es, y algunas personas en otros lugares no aguantan y se mueren en el proceso de desintoxicación. Yo no tomé ningún medicamento para aguantarlo; lo único que me preservó y me libró tras tantos años de heroína fue la misericordia de Dios, que me ayudó a permanecer con vida. Hubo muchas ocasiones durante ese proceso en que sentí tal desesperación por consumir drogas que solo Dios fue capaz de hacer que no me fuera de aquí. Todo mi cuerpo y mi mente me decían que tenía que huir de este lugar e interrumpir el proceso. Padecí horribles dolores y además, mentalmente también me quería ir; libré unas batallas impresionantes con la razón. Y esas se prologaron aún más que las físicas.
María: ¿Entonces por qué te quedaste?
Sammy: Mi deseo de librarme de las drogas fue mayor que mi deseo de irme. Así que no tuve más remedio que aferrarme a Dios, pero fue una lucha. Las batallas mentales fueron tremendas. No tenía a mis hijos. Había perdido a mi esposa. No tenía nada, ya no tenía familia. Solo tenía a Dios, y no podía soltarlo porque era todo lo que tenía. Quería sinceramente ser libre, y Dios me ayudó. Ya no soy esclavo de esas cosas de antes. Solo soy esclavo de Cristo.
María: Ahora puedes ayudar a muchas otras personas.
Sammy: Así es. Y mi hijo vino y logró transformar su vida, dejar las drogas. Ahora ayuda a los muchachitos del vecindario y a los amigos de ellos. Y Dios me dio una esposa nueva y una nueva familia.
Sammy y Jessica se habían casado apenas un año antes. Conocimos a su hermosa mujer, a sus dos hijos pequeños y a su bebé de dos meses. Jessica tiene 32 años y había vivido en los Estados Unidos desde los doce años sin tener la ciudadanía norteamericana. A los 27 años la arrestaron por formar parte de una pandilla y consumir drogas, y la deportaron junto con sus niños de uno y dos años. Los misioneros la habían llevado a una de sus propiedades. Poco después conoció a Jesús y pronto pasó a formar parte del equipo de apoyo del orfanato.
Al ver a esa hermosa familia —incluido el hijo mayor de Sammy, Iván— me maravillé de la luz que irradiaban sus ojos, la belleza de Jesús que se percibía en ellos. Había tomado los pedazos rotos de aquellas vidas y con ellos había hecho una hermosa expresión del poder de Dios para hacer lo imposible con cualquiera que se acerque a Él y le pida ayuda.
Nos despedimos y nos dirigimos al aula, donde hablamos con algunos de los hombres que acababan de terminar su clase de la Biblia. Nos contaron fragmentos de sus testimonios. Nos rogaron que orásemos por ellos, explicándonos que no era fácil hacer el programa, que tenían que aguantar firmes.
Vivir inmersos y apoyados en la Palabra de Dios les ha permitido encarar juntos dificultades extremas. A medida que oran los unos por los otros y se animan mutuamente durante el tiempo que les tome obtener las victorias, están comprobando el poder milagroso de Dios en la vida de cada uno.
Haber presenciado semejante transformación fue para mí un recordatorio vivo y fresco de que Dios, por medio de Sus hijos, sigue interesado en transformar vidas. Toma a personas que están perdidas y manchadas por el vicio, completamente dañadas, destrozadas y casi muertas, y les da nueva vida, brillo y un aura celestial a través del poder de Su Palabra. Jesús los baña en Su gloriosa luz y ahuyenta la oscuridad, limpiándolos y restaurándolos por completo, dándoles vida por medio de Su Palabra (Mateo 4:16, 1 Pedro 2:9, Isaías 53:5, Juan 6:63).
Como seguidores de Jesús, nuestra más preciada posesión es la conexión que tenemos con Dios a través de Su hijo. Esa conexión es a la vez el regalo más valioso que podemos compartir con los demás.
Tal como lo demuestran estos cristianos, compartir el Evangelio requiere mucho más que predicar un sermón. Tiene que implementarse en la vida real: haciéndolo, sintiéndolo, viviéndolo. Para cada uno de nosotros, sin tomar en cuenta lo que pueda requerir de nuestra parte hacer lo que sea que Jesús nos pida, la meta siempre será ayudar a otros a desarrollar una relación personal con Él.
En lo personal, mi oración es que pueda brindar mi amistad y un refugio espiritual a aquellos que quieran aprender y crecer, y ver la manifestación del poder de Dios en sus vidas.
El pastor de los jóvenes y su esposa, que nos llevaron hasta el rancho.
Entrevistando a Mauricio.
Uno de los administradores del rancho, a quien le encanta aprovechar su día libre para estudiar la Palabra en el refugio. Fíjense en su escritorio improvisado.
Sammy, Jessica, y su hijo Iván.
Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
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