Enviado por María Fontaine
octubre 19, 2013
¿Alguna vez has tenido una molestia o dolor que te sorprendió debido a lo debilitante que fue? Podría haber sido un dolor en un dedo de un pie, o un dolor de oído que aparentemente era algo leve, pero que ese día fue una lucha importante. Luego, alguien llega y te dice: «Con frecuencia tengo infecciones en un dedo del pie; es algo incómodo, pero no permito que eso me moleste. Lo que debes hacer es alabar al Señor y seguir adelante». Pues bien, aunque debemos esforzarnos por dar «gracias a Dios en toda situación», en esos casos te puede ser difícil mantener la cabeza por encima del agua[1].
Te encuentras en una situación en que hasta te cuesta pensar con claridad. ¿Cómo comunicas esa agonía a alguien que nunca tuvo que enfrentar eso exactamente? ¿Acaso te portas como un niño? ¿O será posible que ese dolor y sufrimiento afecte a cada persona de distinta manera?
No podemos ver lo que pasa en el interior de otros. Es posible que en realidad estén haciendo un esfuerzo de superhéroe, tomando en cuenta lo que soportan, pero tenemos tendencia a ver las cosas de otra manera. Vemos al ser humano hundiéndose por lo que parece algo trivial. Desde nuestra perspectiva, lo que combate una persona tal vez no parezca algo tan grande, pero ¿de verdad podemos juzgar si eso es cierto?
Parece evidente que los que sufren por el hambre, la guerra, la violencia, o la tortura, enfrentan grados de sufrimiento y pérdida que superan con mucho lo que le pasa al común de la gente. En cambio, en muchos casos hay quienes padecen un sufrimiento intenso y debilitante, que sin embargo soportan internamente, de manera invisible. Por lo visto, la profundidad y magnitud de lo que le ocurre a la gente no es algo evidente.
Conozco a alguien a quien considero un verdadero santo de Dios. Casi toda su vida ha enfrentado dolor y sufrimiento en una medida que sin duda yo jamás podría haber soportado. Sin embargo, pese a que a veces casi no puede abrir los ojos debido al dolor, se levanta y se lanza —aunque tenga que avanzar con dificultar— a dar inicio al día, y muestra paciencia, dedicación y compasión por los demás, y siempre alaba al Señor. Es tan positivo que fácilmente alguien podría pasar junto a él sin darse cuenta del sufrimiento que enfrenta a diario.
Además del sufrimiento físico, hay otra forma de sufrimiento que puede ser igual de intenso y que sin embargo es menos visible a nuestros ojos. La Biblia habla de que el ánimo del hombre soportará su enfermedad; mas ¿quién soportará al ánimo angustiado?[2] Eso podría indicar que algún sufrimiento espiritual es aún más insoportable que las enfermedades y el sufrimiento del cuerpo y la mente.
Incluso la agonía física y terrible que Jesús enfrentó no se podría comparar con los horrores que pasó a medida que sufrió la muerte del pecador, el total aislamiento de Dios y el aparente abandono de Su padre. La frase breve que exclamó Jesús desde la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me hasdesamparado?», tenía detrás tal profundidad y extrema angustia que parece pequeño cualquier otro sufrimiento físico o mental[3]. Sin embargo, ese sufrimiento no fue del todo visible al ojo humano.
La Biblia nos aconseja que no juzguemos según la apariencia externa[4]. Es posible que algo nos parezca bien, y que la realidad sea muy distinta. La idea que tengamos de la situación podría hacer que minimicemos lo que le sucede a alguien. Así pues, muchos factores pueden hacer que algo que tal vez nos parezca trivial para otra persona sea una experiencia demoledora.
En algún momento, es probable que todos pensemos que alguien tiene una reacción desmesurada o que le cueste soportar alguna dificultad que nosotros vemos como algo menor. Es posible que nos veamos tentados a pensar que esa persona simplemente debe sobreponerse. Sin embargo, espero que recordemos siempre que tal vez no tengamos idea de lo que puede ser para alguien lo que enfrenta, de lo que le pasa ni lo difícil que sea una enfermedad, revés o inconveniente que parece ser de poca importancia.
La compasión es imprescindible para que ayudemos a los que encontramos a diario. Esa vislumbre de Su Espíritu por medio de nuestra comprensión y misericordia puede manifestar Su amor incondicional, incluso cuando no sepamos qué hacer o decir. La compasión del Señor manifestada por medio de nosotros puede consolar a los demás en su tribulación con el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios[5].
Dios ve lo que no podemos ver. No tenemos que determinar el grado en que alguien sufre, ni decidir si alguien merece Su amor y compasión entregados por medio de nosotros como Sus representantes en este mundo. La misión que nos ha encomendado es que lo sigamos y manifestemos Su amor incondicional a este mundo que tanto lo necesita. Así pues, evitemos juzgar o evaluar según nuestro propio entendimiento los desafíos y enfermedades que otros enfrentan. Esforcémonos por dar el mejor ejemplo posible del amor de Dios. El resto está en Sus manos.
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