El nombre de Jesús

Enviado por Peter Amsterdam

noviembre 5, 2013

En la Biblia, tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento, hay numerosas referencias al «nombre del Señor». Las personas oraban, alababan, prestaban juramento, luchaban batallas, daban bendiciones, cantaban, confiaban, profetizaban, temían, daban la gloria, bautizaban, se reunían e invocaban en el nombre del Señor.

¿Qué es, al fin y al cabo, un nombre?

En la época de la Biblia, el nombre de una persona era mucho más que una forma de distinguir a una persona de otra. Equivalía a la persona misma, representaba la esencia de la persona. Representaba su rango y autoridad, su valía, su personalidad, su reputación, sus actos, lo que debía, su voluntad.

Esa es una de las razones por las que el nombre de Dios es venerado y alabado en toda la Biblia. Al alabar Su nombre, la gente lo estaba alabando a Él, declarando Su grandeza, amor, misericordia, poder, fortaleza, santidad, majestuosidad, autoridad y todo lo que Él es y hace.

¡Aclamen alegres a Dios, habitantes de toda la tierra! Canten salmos a Su glorioso nombre; ríndanle gloriosas alabanzas. Díganle a Dios: «¡Cuán imponentes son Tus obras! Es tan grande Tu poder que Tus enemigos mismos se rinden ante ti. Toda la tierra se postra en Tu presencia, y te cantan salmos; cantan salmos a Tu nombre.» Selah[1].

Alaben el nombre del Señor, porque solo Su nombre es excelso; Su esplendor está por encima de la tierra y de los cielos[2].

Te exaltaré, mi Dios y rey; por siempre bendeciré Tu nombre. Todos los días te bendeciré; por siempre alabaré Tu nombre. Grande es el Señor, y digno de toda alabanza; Su grandeza es insondable[3].

La importancia que Dios le da al nombre —al igual que el nombre en sí que representa la esencia de la persona que lo lleva— se puede observar en el Antiguo Testamento cuando Dios reveló Su nombre a Moisés. Se había aparecido a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, siglos antes de Moisés como Dios el Todopoderoso, pero nunca había revelado Su nombre, YO SOY, o YHWH (Yahweh). Esa fue la primera vez que reveló Su nombre:

Pero Moisés insistió:

—Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: «El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes.» ¿Qué les respondo si me preguntan: «¿Y cómo se llama?»

 —YO SOY EL QUE SOY —respondió Dios a Moisés—. Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: «YO SOY me ha enviado a ustedes»[4].

En otra ocasión, Dios habló con Moisés y le dijo: «Yo soy el Señor. Me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob bajo el nombre de Dios Todopoderoso, pero no les revelé Mi verdadero nombre, que es el Señor»[5].

Hablar o escribir en nombre de alguien significaba hablar o escribir con la autoridad de esa persona. Moisés se presentó ante el faraón en el nombre de Dios, que significaba que estaba actuando con la autoridad de Dios. El rey Asuero le dijo a la reina Ester y a su tío Mardoqueo que escribieran una carta a los judíos del reino en su nombre, para darles permiso para defenderse contra cualquiera que los atacara. Escribir en nombre del rey significaba escribir con su autoridad. En consecuencia, el pueblo siguió las instrucciones de Ester porque ella estaba actuando con la autoridad del rey.

Moisés se volvió al Señor y le dijo:

—¡Ay, Señor! ¿Por qué tratas tan mal a este pueblo? ¿Para esto me enviaste? Desde que me presenté ante el faraón y le hablé en Tu nombre, no ha hecho más que maltratar a este pueblo…[6]

El rey Asuero respondió entonces a la reina Ester y a Mardoqueo el judío:

—…Redacten ahora, en mi nombre, otro decreto en favor de los judíos, como mejor les parezca, y séllenlo con mi anillo real. Un documento escrito en mi nombre, y sellado con mi anillo, es imposible revocarlo[7].

La autoridad de un nombre

El nombre de una persona equivalía a su personalidad, razón por la cual las escrituras recalcan el extraordinario valor de un buen nombre.

Vale más el buen nombre que el buen perfume[8].

De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro[9].

Entender el valor y la importancia que tenía el nombre de alguien en tiempos antiguos nos ayuda a comprender mejor lo significativo que es invocar el nombre de Jesús. Cuando algo se hacía o se llevaba a cabo en nombre de alguien, se entendía que se estaba haciendo con la autoridad de esa otra persona. Demostraba que el individuo estaba autorizado a actuar en nombre de otra persona, no en base a su propia autoridad sino con la autoridad de la persona que lo enviaba.

Esta relación o transacción se puede comparar con un poder notarial de hoy en día. Cuando alguien autoriza a otro a actuar mediante un poder notarial, la persona autorizada puede tomar decisiones legales y actuar en nombre de la persona a quien representa, dentro de los parámetros establecidos en el poder notarial. Se le otorga el poder legal y la autoridad para actuar en nombre de la otra persona. Otro ejemplo es cuando se le confiere poder a un embajador de un país, quien está autorizado a actuar en representación de su país.

Jesús dijo a Sus discípulos que estaba obrando con la autoridad de Su Padre y que Su Padre estaba obrando a través de Él. Siguió diciendo que Sus discípulos harían mayores obras que Él porque Él se iría con Su Padre. Les explicó que los había escogido y seleccionado para que llevaran fruto que permaneciera. Mientras cumplieran con la tarea de continuar Su obra y de propagar las buenas nuevas del Evangelio al mundo, podrían pedir en la autoridad de Su nombre lo que necesitaran para realizar su labor.

¿No crees que Yo soy en el Padre, y el Padre en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en Mí, Él hace las obras. Creedme que Yo soy en el Padre, y el Padre en Mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. De cierto, de cierto os digo: El que en Mí cree, las obras que Yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque Yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en Mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en Mi nombre, Yo lo haré[10].

No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en Mi nombre, Él os lo dé[11].

Los discípulos actuaban con la autoridad que Jesús les dio cuando hacían milagros y echaban fuera demonios en Su nombre.

Pedro dijo: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda». Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y por la fe en Su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado Su nombre; y la fe que es por Él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros[12].

Aconteció que mientras íbamos a la oración, nos salió al encuentro una muchacha que tenía espíritu de adivinación, la cual daba gran ganancia a sus amos, adivinando. Esta, siguiendo a Pablo y a nosotros, daba voces, diciendo: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación». Y esto lo hacía por muchos días; mas desagradando a Pablo, éste se volvió y dijo al espíritu: «Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella». Y salió en aquella misma hora[13].

Los primeros creyentes entendieron que las curaciones, señales y portentos que presenciaban, ocurrían en el nombre de Jesús, mediante la autoridad concedida a ellos como Sus representantes.

«Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a Tus siervos que con todo denuedo hablen Tu palabra, mientras extiendes Tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de Tu santo Hijo Jesús»[14].

Cuando el sumo sacerdote y otros líderes del templo cuestionaron a Pedro y Juan sobre la curación del hombre que había sido cojo de nacimiento, querían saber en qué nombre o con qué autoridad lo habían hecho.

«Aconteció al día siguiente, que se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los escribas, y el sumo sacerdote Anás, y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los que eran de la familia de los sumos sacerdotes; y poniéndoles en medio, les preguntaron: «¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?» Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «…sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por Él este hombre está en vuestra presencia sano.»[15]

La oración en Su nombre

Al instruir a Sus discípulos —y en última instancia a todos nosotros— para que oraran en Su nombre, Jesús nos estaba diciendo que estamos autorizados a presentar peticiones a Dios con la autoridad de Su nombre. Tenemos el derecho de presentarnos con convicción frente al trono de la gracia de Dios, porque somos miembros de la familia de Dios al haber aceptado el sacrificio de Jesús por nuestros pecados.

Si bien es cierto que Dios interactuó y habló con algunas personas en el Antiguo Testamento, y obró milagros impresionantes para proteger y proveer para Su pueblo, en general las personas no tenían el acceso directo a Dios que tenemos hoy en día. Todavía no eran los hijos e hijas de Dios mediante la fe en Su hijo[16]. No tenían la misma relación personal que podemos disfrutar hoy habiendo sido reconciliados con Dios al recibir a Jesús como Salvador y gozando del Espíritu de Dios que vive en nosotros[17].

Antes del nuevo pacto establecido por la muerte de Jesús en la cruz, los fieles tenían acceso a Dios y a la redención de los pecados a través del sistema de sacrificios del templo. Se consideraba que Dios moraba en el Lugar Santísimo, en lo más recóndito del templo, que estaba dividido del resto del templo por una cortina gruesa. Solo el sumo sacerdote podía pasar al Lugar Santísimo, y solo un día al año.

Cuando Jesús murió, el velo se rasgó en dos. Desde Su muerte y resurrección y la concesión del Espíritu Santo, tenemos acceso directo a Dios, lo cual es un privilegio.

Mas Jesús, dando una gran voz, expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo[18].

Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto es, de Su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura[19].

Cuando oramos en el nombre de Jesús, estamos invocando el poder y la autoridad de Jesús. Como Su nombre representa Su Persona y naturaleza y todo lo que Él es, cuando hacemos una petición en Su nombre, debemos orar en congruencia con lo que Jesús representa y lo que enseña. Nuestras plegarias deben reflejar Su personalidad, Su vida y Su voluntad. Debemos pedir con la actitud que Jesús tuvo en el huerto, cuando dijo: «No se haga Mi voluntad sino la Tuya», confiando que Dios sabe bien lo que necesitamos y Él escucha y responde a nuestras peticiones de acuerdo a Su voluntad[20].

Orar en el nombre de Jesús no se trata simplemente de pronunciar las palabras «en el nombre de Jesús» después de cada oración. Más bien, es comprender que estamos pidiendo con Su autoridad, que se nos ha concedido el derecho de presentar nuestras peticiones a Dios, porque Jesús, que nos redimió, nos ha dado la autoridad. Es como orar: «Me presento ante Ti, Padre, con la autoridad que me concedió Tu Hijo. No vengo por quién soy yo, sino por quién es Él.» O si oras directamente a Jesús: «Te lo pido con la autoridad que me concediste en Tu nombre.» No necesariamente requiere que digamos ciertas palabras o frases específicas, ni siquiera «en el nombre de Jesús, amén» al final de cada oración, mientras sepamos en nuestro interior que por medio de Jesús tenemos la habilidad de dirigir nuestras plegarias a Dios.

Entender lo importante que era un nombre en tiempos antiguos, nos ayuda a entender mejor la intención de Jesús al autorizarnos para orar en Su nombre o cuando se habla del nombre del Padre. Cuando Jesús habló de dar a conocer el nombre del Padre a los discípulos, lo que estaba diciendo es que había dado a conocer la Persona del Padre, quién era Él, cómo era. Cuando las escrituras hablan de creer en el nombre de Jesús, quiere decir que creamos en quién es Él y lo que ha hecho.

«Padre justo… les he dado a conocer Tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y Yo en ellos»[21].

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios…[22]

«Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos»[23].

Escuchamos que debemos hacer todo en Su nombre, que quiere decir que nuestras acciones deben ser congruentes con Su voluntad, Su carácter, Su amor y Sus mandamientos y lo que Él es, ya sea que oremos por los enfermos[24], recibamos a un niño[25], nos reunamos[26], compartamos nuestra fe[27], y cualquier otra actividad que realicemos.

Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él[28].

Jesús no solo nos redimió y nos brindó una relación con Dios, nos ha dado el privilegio de orar y actuar en Su nombre, en Su poder y autoridad si vivimos nuestras vidas de acuerdo con Su Palabra y Su voluntad, y a medida que propagamos el mensaje de Su amor y salvación a otros. El nombre de Jesús, Su carácter, todo lo que es Él, es sobre todos los demás, y en Su amor nos ha concedido el derecho de utilizar Su nombre, el nombre más poderoso que existe. Qué honor.

Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre[29].

La operación del poder de Su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a Su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero»[30].


[1] Salmos 66:1–4 NVI.

[2] Salmos 148:13 NVI.

[3] Salmos 145:1–3 NVI.

[4] Éxodo 3:13–14 NVI.

[5] Éxodo 6:2–3 NVI.

[6] Éxodo 5:22–23 NVI.

[7] Ester 8:7–8 NVI.

[8] Eclesiastés 7:1 NVI.

[9] Proverbios 22:1.

[10] Juan 14:10–14.

[11] Juan 15:16.

[12] Hechos 3:6–7, 16.

[13] Hechos 16:16–18.

[14] Hechos 4:29–30.

[15] Hechos 4:5–8, 10.

[16] Juan 1:12.

[17] Todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación (2 Corintios 5:18).

Por cuanto agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud, y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de Su cruz. Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en Su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de Él. (Colosenses 1:19–22.)

¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (1 Corintios 3:16.)

[18] Marcos 15:37–38. Ver también Mateo 27:50–51, Lucas 23:44–45.

[19] Hebreos 10:19–22.

[20] «Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de Mí esta copa; mas no lo que Yo quiero, sino lo que Tú» (Marcos 14:36.)

[21] Juan 17:25–26.

[22] Juan 1:12.

[23] Mateo 18:20.

[24] «¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor.» (Santiago 5:14.)

[25] «Y tomó a un niño, y lo puso en medio de ellos; y tomándole en Sus brazos, les dijo: El que reciba en Mi nombre a un niño como este, me recibe a Mí; y el que a Mí me recibe, no me recibe a Mí sino al que me envió» (Marcos 9:36–37).

[26] «Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (Mateo 18:20).

[27] «Que se predicase en Su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén» (Lucas 24:47.)

[28] Colosenses 3:17.

[29] Filipenses 2:9–11.

[30] Efesios 1:19–21.

Traducción: Rody Correa Ávila y Antonia López.

 

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