Enviado por María Fontaine
enero 4, 2014
Jesús se relaciona con cada uno de nosotros de manera personalizada. Creo que Él sintoniza con lo que nos parece interesante o lo que significa mucho para nosotros. Le encanta atendernos espiritualmente de formas que demuestren Su interés por nosotros como las creaciones únicas que somos. Así es el gran amor que nos tiene. Creo que espera que tengamos ese mismo amor por los demás.
En un período de varios meses, Peter se relacionó con algunos de nuestros amigos de manera que forjó un vínculo personal con cada uno. Acompañó a un amigo a un concierto. Condujo un camión para ayudar a otro amigo a mudarse de casa y llevarle muebles a su nuevo hogar.
Un conocido invitó a Peter a un paseo por las montañas. Peter lo acompañó y en el paseo simplemente hablaron del origen y experiencias de cada uno. A ratos solo se relajaron en silencio. Parte del tiempo escucharon música de los años sesenta, lo que a los dos les trajo recuerdos nostálgicos. Después de aquel paseo, Peter aprovechó varias oportunidades para fortalecer su amistad con pequeños actos de bondad y palabras de ánimo. Fue abierto acerca de su fe, pero no hasta el punto de ser insistente. Un tiempo después, el impacto que causó Peter se volvió evidente. Peter se encontraba en una fiesta que ofrecía ese conocido; delante de todos sus invitados y amigos él puso una mano en el hombro de Peter y dijo: «Si más pastores y sacerdotes fueran como mi amigo que está aquí presente, me convertiría al cristianismo».
En otra ocasión Peter fue a una fiesta de cumpleaños donde un hombre le habló durante casi todo el tiempo. Más tarde, el hombre comentó a Peter acerca de esa conversación: «La disfruté mucho porque usted tenía algo valioso que decir». Pues sí, Peter logró decir algunas cosas profundas, pero la principal razón por la que aquel hombre disfrutó mucho el rato fue porque lo escucharon; era evidente que eso era lo que le hacía falta.
La meta de Peter fue establecer una conexión y entender a ese hombre de modo que encontrara formas de acercarlo más a Jesús al testificarle en el contexto de los temas que le interesaban.
Varias semanas después Peter lo vio de nuevo. Esa vez, sin embargo, en lugar de centrar la atención en hablar de sí mismo, aquel hombre hizo muchas preguntas acerca de lo que Peter le había dicho antes. La inversión de tiempo que hizo Peter al escucharlo contribuyó a que ese hombre se deshiciera de lo que le pesaba y eso dejó un vacío. Lo poco que Peter había podido decir en su primera conversación había tenido una oportunidad de echar raíz y el hombre estaba listo para recibir más.
A medida que apacentamos a otros, el Señor puede revelarnos muchas maneras de relacionarnos con los que nos rodean. Lo que decimos y hacemos puede ayudar a los que se cruzan en nuestro camino a entender y experimentar un poco del amor de Dios. Cuando hacemos el esfuerzo de relacionarnos con alguien de manera personal, eso puede conmover mucho a esa persona y significar mucho para ella.
Una oportunidad que tuve para hacer eso fue cuando conocí a una señora que acababa de organizar un grupo de debate para mujeres. Ella sabía que soy cristiana y que testifico, así que me invitó a dirigir una de sus reuniones. Ya que quería que mis comentarios estuvieran relacionados con las necesidades de ellas, le pregunté si quería sugerir un tema para que hablara de eso. Me respondió: «Podría empezar haciendo unas preguntas a las mujeres».
El Señor me dio la idea de preguntarles cuál era su carga o desafío más grande en la vida cotidiana. La reacción fue inmediata y abierta. Mencionaron una amplia variedad de temas, como la presión y el estrés de sus empleos, encontrarle sentido a la vida, cómo hacer tiempo para dedicarlo a Dios, y sus muchas preocupaciones acerca de la seguridad de los hijos, las relaciones con sus pares y la influencia de la música y las computadoras.
Pareció animarlas el simple hecho de que dijeran qué cargas llevaban, pues vieron que no eran las únicas que enfrentaban esas situaciones. Esperaba darles una breve charla en la que hablara brevemente de lo que respondieron a mi pregunta; pero en vez de eso el Señor me dio Su plan, adaptado a lo que ellas necesitaban. Sugerí: «Oremos por todo lo que ustedes mencionaron». Esperaba que oraran unas por otras, pero me pidieron que yo lo hiciera.
El Señor me indicó que orara por cada una de manera individual. Afortunadamente, había anotado sus nombres y necesidades cuando ellas lo habían mencionado al llegar su turno, así que personalicé las oraciones para cada mujer. El Señor había respondido mi ruego de ser una bendición para ellas de la manera en que lo necesitaran más: y eso ocurrió cuando hablaron de sus cargas y, lo más importante, que se las presentaron al Señor.
Aunque no me es posible salir mucho, siempre puedo apacentar bastante por Skype y enviar mensajes por correo electrónico. Por ejemplo, tuve una estupenda sesión de alabanza y oración con mi nonagenario padre. Cantamos juntos algunos hermosos himnos antiguos. Me dio la impresión de que su corazón se llenaba de una gran paz al disfrutar de Jesús acompañado de alguien y en una manera que a él le encantaba. Eso fue unas pocas semanas antes de que partiera para recibir su recompensa celestial.
Hablé con una anciana con grandes deseos de hacer más para el Señor. Sin embargo, su cuerpo ya no tiene las fuerzas ni la resistencia para hacer hasta las tareas más sencillas de estudiar la Palabra y apacentar a otros por correo u oración sin que se quede dormida en medio de la tarea.
Se sentía frustrada porque, aunque se daba cuenta de la necesidad y su espíritu estaba dispuesto, su cuerpo ya no tiene la fuerza para mantener el ritmo de las tareas físicas que ella quería hacer para Jesús. Le recordé que había dedicado su vida a tener una hermosa relación con el Señor y a ayudar a otros y a estudiar la Palabra.
Le dije: «Debe dejar de esforzarse, pensando que Dios no estará complacido porque usted no hace lo suficiente. Jesús sabe cuando usted ha hecho lo que puede, y eso es todo lo que pide. En esos casos, tal vez lo mejor que puede hacer sea solo descansar, descansar en Jesús. Dice que recuerda nuestra condición, que somos polvo. Sabe cuánta actividad puede llevar a cabo su organismo; más allá de eso, solo le pide que se acurruque y que se refugie en Sus brazos y le permita encargarse del resto. Cuando el cuerpo de usted esté agotado, el gozo de Jesús es que permanezca en Sus brazos; solo eso. Confíe en que eso es exactamente lo que Él más quiere».
Un familiar mío trabaja en un centro de cuidados paliativos y lleva una enorme carga de trabajo. Aunque sufre de dolor crónico y constante en las piernas, es un apasionado en su trabajo de atender a los ancianos. Hace poco oré con él para que tuviera una relación activa y cercana con el Señor que le diera las fuerzas y el amor que son tan necesarios para la tarea tan sacrificada que lleva a cabo.
Mientras visitaba a un quiropráctico cristiano que en ese momento sufría bastante dolor, tuve oportunidad de orar por él. Eso llevó a que me explicara que tiene un gran interés en ayudar a sus pacientes, no solo mediante técnicas de manipulación, sino también con oraciones para que se curen. Lo animé diciéndole que orar por sus pacientes mejoraría los métodos de curación natural que Dios le había dado. Eso pareció animarlo a actuar conforme a lo que el Señor le indicaba que hiciera.
Peter y yo procuramos dedicar tiempo a escribir cartas de encomio a quienes han hecho algún trabajo para nosotros: médicos, dentistas, obreros, etc., y cartas de cumpleaños en las que también decimos que oramos por quien celebra su cumpleaños. También a veces llamo por teléfono o envío un mensaje por correo electrónico para decir a alguien que otra persona dijo algo agradable de él o ella o de su trabajo. Hemos descubierto que esos elogios inesperados pueden conmover bastante a alguien. Algunos han enmarcado las notas que les escribimos y las ponen en una pared de su oficina para que todos las vean.
Se presentan muchas oportunidades de crear lazos con las personas de formas que ellas valoren y que se relacionen con sus intereses. He descubierto que demostrar que apreciamos la individualidad de alguien puede ser una manera eficaz de crear vínculos y a menudo puede conducir a una mayor comunicación con esa persona. Ve que nos interesamos por él o ella y sus necesidades. Eso muchas veces hace que nos granjeemos el cariño de las personas y las motiva a que quieran que les hablemos más de Aquel cuyo Espíritu hace que seamos buenos amigos.
«A nadie le interesa cuánto sabes hasta que saben cuánto te interesa esa persona». Theodore Roosevelt
Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
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