Valores fundamentales de LFI: Perseguir el Espíritu de Dios

Enviado por Peter Amsterdam

septiembre 24, 2013

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En la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella[1].

Lámpara es a mis pies Tu palabra y lumbrera a mi camino[2].

Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada con él»[3].

La palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros. Enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría. Cantad con gracia en vuestros corazones al Señor, con salmos, himnos y cánticos espirituales[4].

En los postreros días —dice Dios—, derramaré de Mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre Mis siervos y sobre Mis siervas, en aquellos días derramaré de Mi Espíritu, y profetizarán[5].

Dios es Espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren[6].

El segundo valor fundamental de La Familia Internacional es:

Perseguir el Espíritu de Dios. Deseamos conocer y entender la verdad contenida en la Palabra de Dios, la esencia de Su naturaleza divina. Valoramos la importancia fundamental de Su Palabra escrita, de escuchar Su voz y seguir Su guía.

El Espíritu de Dios en nosotros nos confiere poder, nos cambia, nos transforma, nos reforma, nos inspira y nos impulsa a hacer la voluntad de Dios, ya se trate de amar a los demás, de testificar, de enseñar, de predicar, de hablar, de crear o de lo que sea.  El Espíritu Santo es la presencia viva de Dios. Mora en nosotros, y su influencia transformadora guía nuestra conciencia y nos capacita para vivir conforme a la verdad divina.

Al hablar de perseguir el Espíritu de Dios, la palabra clave es perseguir, que en esta acepción se define como «tratar de conseguir, de obtener o de poseer algo que se desea poniendo todos los medios posibles para ello», y también como «ir con denuedo tras una cosa o un fin para alcanzarlo».

Como reflejan esas definiciones, perseguir el Espíritu de Dios requiere acción. Si uno persigue un título profesional, lógicamente se esfuerza y se aplica al estudio. Si uno persigue una carrera deportiva, dedica mucho tiempo a practicar y entrenar para estar fuerte y ser capaz de soportar los rigores de la competencia.

El Espíritu de Dios nos habla a través de Sus palabras, primeramente en la Biblia, y en segundo lugar por otros medios, como pueden ser los escritos o palabras de ciertas personas, profecías, revelaciones, etc. La Palabra prepara el terreno de nuestro corazón para la obra del Espíritu Santo y sensibiliza nuestro corazón, nuestra mente y nuestro espíritu para recibir la influencia del Espíritu. A partir de ahí es nuestro deber vivir conforme a lo que Dios nos indique.

Deseamos oír la voz del Señor y dejar que nos oriente. Queremos que Sus leyes de amor rijan nuestra vida. Nos sentimos compelidos a seguir el código moral que Dios ha puesto en nuestro corazón, de manera que nuestros actos estén motivados por el amor y la integridad. Queremos que el Espíritu del Señor nos imparta sabiduría, verdad y amor hacia Él y hacia el prójimo.

Como sucede con otras cosas, cada uno, conforme a su fe, escoge cómo responder a la convicción del Espíritu; de todos modos, es importante que seamos sensibles y adaptables al actuar del Espíritu en nuestro corazón y nuestra vida.

Un elemento clave para que Dios nos guíe, para descubrir por dónde nos quiere encaminar y seguirlo es contar con una sólida base en Su Palabra.

Consideramos que es altamente prioritario que todos los seguidores de Cristo se acerquen a Dios procurando conocer y comprender la verdad de Su Palabra. En la Biblia, Dios se revela a la humanidad, lo cual es maravilloso, ¿no les parece? Al entender la Palabra de Dios se nos descubre Su plan para nosotros. El siguiente paso consiste en vivir esa verdad a diario de la mejor manera posible, por la gracia de Dios.

Para poder vivir esa verdad, tenemos que entenderla. Para entenderla, tenemos que perseguirla, es decir, como explicamos antes, esforzarnos por alcanzarla, dedicarle tiempo.

Cuando le preguntaron a Jesús cuál de los mandamientos de Dios era el más importante, Él respondió que era amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente y nuestras fuerzas. Él mencionó explícitamente la mente[7]. Si nuestro deseo es conocer y entender la Palabra de Dios, para ello necesitamos usar la mente. Tenemos que dedicar tiempo no solo a leer, sino a aprender, a estudiar, a crecer en entendimiento. Al penetrar en Su naturaleza divina y comprender quién es Él, aumentan nuestro amor por Él y nuestro respeto reverencial por Su poder, Su amor y Su sabiduría. El hecho de conocerlo mejor nos acerca a Él.

La Biblia es un mensaje personal de Dios para cada uno de nosotros. Cuando busques orientación divina, en ella encontrarás consejos y soluciones de Dios. Cuando le pidas respuestas, indicaciones o recomendaciones, escudriña las Escrituras y deja que Él te hable por medio de Su Palabra y la guía de Su Espíritu.

Nuestra fe en Dios y nuestro conocimiento de Él se van incrementando conforme leemos y estudiamos Su Palabra. La fe nace y crece estudiando asiduamente la Palabra de Dios y aplicando a diario sus enseñanzas.

A medida que leas la Biblia, Él continuamente te irá revelando cada vez más verdad, y podrás ir colocando piezas en el gran rompecabezas misterioso del plan universal de Dios, completo y perfecto[8].

Cecil B. DeMille (1881–1959), productor de la célebre película Los diez mandamientos, dijo: «Después de más de 60 años de leer la Biblia casi a diario, me sigue pareciendo siempre nueva y maravillosamente sintonizada con las cambiantes necesidades de cada día».

George Müller (1805–1898) declaró: «El vigor de nuestra espiritualidad será exactamente proporcional al lugar que ocupe la Biblia en nuestra vida y en nuestros pensamientos».

¿Cuál es la corriente vivificadora que nos llega de Dios? La Palabra. Su Palabra nos brinda vida y alimento; nos nutre y nos proporciona fuerzas y salud espiritual. El propio Jesús dijo: «Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida»[9]. […] ¡No hay nada más poderoso que la Palabra de Dios! Es la clave de la fortaleza, la victoria, la superación, la productividad, el entusiasmo, la vida, el afecto, la luz y el liderazgo. ¡El secreto de todo lo bueno está en la Palabra![10]

A mí me gusta leer libros sobre diversos temas, sobre todo de historia y de ficción histórica. Pero en los últimos años me he concentrado más en leer la Biblia, y cada vez me apasiona más estudiarla. Antes me contentaba con leer la Palabra de Dios sin estudiarla a fondo, y es indudable que alimentaba mi espíritu; pero al dedicar más tiempo y esfuerzo a estudiar las Escrituras, empapándome de lo que nos dicen acerca de Dios y procurando captar verdaderamente sus enseñanzas, he visto que me conmueven y me afectan profundamente. Me siento agradecido de vivir en una época en la que hay tanta información disponible, tanto impresa como en línea. Todavía cuesta estudiarla, pero es mucho más fácil que antes. Me he fijado como objetivo transmitirles lo que he aprendido mediante los artículos que publico en Rincón de los directores.

Walter Scott (1771–1832), que fue poeta y novelista, afirmó: «Aun el estudioso más culto, perspicaz y diligente, por muy larga que sea su vida, no llega a alcanzar un conocimiento cabal de la Biblia. Cuanto más hondo cava en la mina, más puro y abundante encuentra el mineral».

Claro que la Biblia no es el único libro del mundo que se deba leer; pero desde luego conviene leerlo, meditar sobre él, estudiarlo y empaparse de él una y otra vez. A fin de cuentas, nos revela lo que Dios ha dicho acerca de Sí mismo. Contiene palabras de Dios dirigidas a nosotros, respuestas Suyas sobre nuestra vida actual y también información sobre la que nos aguarda. Nos enseña a interactuar con Él y volvernos más como Él. Y por encima de todo, nos enseña a entablar una relación con Él, a aceptarlo en nuestra vida y conectarnos con Él.

Leer, creer y asimilar la Palabra de Dios nos transforma profundamente.

Como aclaró D. L. Moody (1837–1899), «la Biblia no se nos dio para ampliar nuestros conocimientos, sino para trasformar nuestra vida».

Charles Colson (1931–2012) dijo: «La Biblia —prohibida, quemada, amada— ha tenido más lectores y sufrido más ataques que ningún otro libro a lo largo de la Historia. Generaciones de intelectuales han intentado desacreditarla, dictadores de todas las épocas la han proscrito y han ejecutado a sus lectores. No obstante, los soldados se la llevan al frente, considerándola más poderosa que sus armas. Fragmentos de la Biblia introducidos a escondidas en celdas solitarias han transformado asesinos despiadados en bondadosos santos».

No sé si sabrán que Charles Colson fue consejero especial del presidente Nixon de Estados Unidos. Estuvo siete meses en una prisión federal y fue la primera persona del gobierno de Nixon en ser encarcelada con relación a Watergate. Cuando lo iban a detener, un amigo cercano le entregó un ejemplar de Mero cristianismo, de C. S. Lewis; tras leerlo, Colson se hizo cristiano. Su vida no volvió a ser la misma.

Hace poco leí un hermoso testimonio de otra vida transformada, la de un próspero empresario que estaba convencido de que no necesitaba a Jesús y que no creía que la Biblia fuera la Palabra de Dios. Su hijo, un cristiano nacido de nuevo, le había testificado en vano durante años, hasta que dramáticamente una tragedia lo cambió todo. Su hijo fue hospitalizado de emergencia, y lo llevaron en estado crítico a la unidad de cuidados intensivos. En cierto momento le dijo a su padre: «Dios lo controla todo. Si Él está permitiendo mi sufrimiento para acercarte a Cristo, entonces todo lo que me está pasando vale la pena». Huelga decir que el padre se quedó atónito.

El padre se pasó días leyéndole a su hijo pasajes de la Biblia en la unidad de cuidados intensivos. A raíz de la lectura de las Escrituras, por primera vez en su vida el padre comenzó a captar la significación de la Biblia y a entender quién era Jesús. Al ver la sólida fe en Jesús de su hijo, y por efecto de lo que él mismo estaba leyendo en la Biblia, cayó en la cuenta de que Jesús existe de verdad y le entregó su vida. El hijo no cabía en sí de alegría. Poco después el hijo se fue con el Señor, pero sobre el padre vino una paz que sobrepasa todo entendimiento, pues tenía la certeza de que se volverían a ver y estarían eternamente juntos en el Cielo.

Cuando asimilamos la Palabra de Dios, nuestra vida se vuelve mejor. Cuesta leer y estudiar Su Palabra; pero al hacerlo nos conectamos más estrechamente con Dios y Su Espíritu. Si nos esforzamos por leer habitualmente Sus palabras, si nos disciplinamos para dedicarles tiempo aplicadamente, si estamos dispuestos a perseverar, moraremos en abundancia en Él. Dedicar tiempo a Su Palabra es como dedicárselo a Él.

Como dice un escritor, no tenemos que leer las Escrituras. Queremos hacerlo. Nos consideramos afortunados por poder hacerlo. Es un privilegio que tenemos. Nadie debería tener que decirme: «Tienes que dar besos a tu esposa». No. Me considero afortunado por poder besarla. Y quiero besarla. Porque la amo[11]. Nosotros que sentimos pasión por Dios, que lo amamos, que estamos dispuestos a perseguir Su Espíritu, queremos averiguar todo lo que se pueda sobre Él. Queremos escuchar Su voz y seguirlo, y una de las principales maneras de hacer eso es dedicar tiempo a la lectura de Su Palabra.

No estudiamos solo para ampliar nuestros conocimientos sobre Dios y Su naturaleza divina. Lo hacemos porque queremos conocerlo mejor, queremos amarlo más y queremos que participe más en nuestra vida. Deseamos Su guía. Anhelamos oír Su voz y seguir Sus pisadas.

Dios nos habla de múltiples maneras, y es posible oírlo si escuchamos. Le escuchamos cuando meditamos sobre Su Palabra, cuando le pedimos que nos indique formas de aplicar a diario lo que hemos leído. Asimismo le escuchamos cuando hacemos silencio interiormente y le damos oportunidad de hablarnos. Eso también requiere esfuerzo, pues significa abrir nuestro corazón para recibir Su voz, sin importar cómo sea que Él quiera hablarnos: por medio de pensamientos que nos sugiera, por medio de Su voz en profecía, por medio de Su Palabra escrita, o por medio de otros cristianos. La clave está en ser receptivos, acallar nuestro espíritu y escuchar atentamente.

Es un honor que Él quiera dirigirse a nosotros individualmente. Y lo hará si nos reservamos un tiempo para escucharlo, ya sea en profecía, por medio de Su silbo apacible y delicado, o por medio de la voz de la Palabra. Conviene hacerlo con un cuaderno a la mano o alguna forma de anotar los mensajes que nos dé, para que quede constancia de Sus instrucciones o indicaciones.

La Biblia nos revela la voluntad general de Dios, pero no lo que Él desea que haga cada persona. Él espera que cada uno de nosotros busque Su orientación para saber cómo aplicar de forma específica Su voluntad general.

Una característica distintiva de los principios rectores de LFI es que nos dan libertad para seguir a Dios y lo que Él nos indique día a día. Hacemos mucho hincapié en seguir la guía del Espíritu, en dejarnos conducir por el Espíritu Santo, en escuchar a Dios y en recibir de Él instrucciones personalizadas para hoy. Como dice en nuestra Profesión de fe: «Profesamos que Dios es un Dios vivo que habla hoy a Su pueblo como lo hacía en la antigüedad y sigue comunicando Su mensaje por revelación, profecía y palabras de consejo y orientación espiritual».

Dios es nuestro compañero inseparable, y quiere participar activamente en nuestra vida. Quiere orientarnos y ayudarnos a tomar buenas decisiones. Seguirlo es permitirle influir en nuestra vida; es pedirle deliberadamente que nos guíe y hacer lo que nos indique. Es conversar con Él, es hablar con Él como lo hacemos con las personas de nuestro círculo íntimo y escuchar Su voz apacible y delicada.

Dios nos ama. Está de nuestra parte, y podemos confiar en Él. No nos defraudará si lo hacemos, sino que nos dará orientación. Si perseguimos el Espíritu de Dios, si hacemos el esfuerzo de conectarnos con Él por medio de Su Palabra y también escuchando Su voz, y seguimos Sus indicaciones, nuestra vida estará centrada en Dios, imbuida de Dios, dirigida por Dios, llena de amor, alegría y gran satisfacción.


Nota: A menos que se indique otra cosa, los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Salmo 1:2 (NVI).

[2] Salmo 119:105.

[3] Juan 14:23.

[4] Colosenses 3:16.

[5] Hechos 2:17,18.

[6] Juan 4:24.

[7] Marcos 12:30.

[8] Berg, David Brandt: Nueva vida, nuevo amor, junio de 1978, 731:10–12 (con adaptaciones).

[9] Juan 6:63.

[10] Nuevas fuerzas para cada día, 22 de marzo (Aurora Production, 2004).

[11] Merida, Tony: Letting the Word Dwell in You Richly, consultado el 16 de septiembre de 2013.

Leído por Gabriel García Valdivieso. Traducción: Jorge Solá y Antonia López.

 

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