Parábolas de Jesús: El amigo a medianoche y las buenas dádivas del Padre; Lucas 11:5–8, Lucas 11:9–13, Mateo 7:9–11

Enviado por Peter Amsterdam

septiembre 3, 2013

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Los Evangelios contienen algunas enseñanzas fundamentales sobre la oración, tanto en las propias oraciones de Jesús registradas en ellos como en lo que Él dijo acerca de la oración. En el capítulo 11 del tercer Evangelio, Lucas reúne algunas de esas enseñanzas. En el comienzo del capítulo aparece Jesús rezando, y cuando termina Su oración Sus discípulos le piden que les enseñe a orar. Fue entonces cuando les enseñó el Padrenuestro, también denominado la oración de los discípulos, dado que fue la que Jesús enseñó a rezar a Sus discípulos, y no necesariamente una oración que Él mismo habría hecho.

Continuando con el tema de «enséñanos a orar», Lucas pasa directamente a la parábola del amigo que se presenta a medianoche. Se trata de una parábola breve seguida de un refrán o poema que contiene más enseñanzas acerca de la oración. Echemos un vistazo a la parábola.

Y les dijo: «¿Quién de vosotros que tenga un amigo y acuda a él a media noche y le diga: “Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío me ha llegado de viaje y no tengo qué ofrecerle”, le responderá desde dentro: “No me molestes, ya está cerrada la puerta; los míos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos”? Os digo que, si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos por su impertinencia se levantará para darle cuanto necesite»[1].

Jesús comienza la parábola con una larga pregunta retórica, a la que prácticamente cualquier judío del siglo I habría respondido: «¡Claro que no!» Es como si dijera: «¿Se imaginan que un vecino se presente a medianoche a pedir prestado un poco de pan para servir comida a una visita inesperada, y que ustedes le respondan que no pueden ayudarlo porque los niños están en cama y la puerta trancada?»

La respuesta es un no rotundo. En la Palestina del siglo I, la hospitalidad era un principio profundamente arraigado. En una aldea, no era solamente una obligación individual, sino también comunitaria. Si una familia de una aldea tenía un huésped, se consideraba que toda la comunidad había recibido una visita. En ese caso, la necesidad del anfitrión se convertía en responsabilidad de la comunidad. Así pues, por muy molesto que fuera, era obligación del hombre que dormía levantarse de la cama y ayudar a su vecino con los tres panes que le pedía.

Ninguno de los que escuchaban a Jesús se negaría a levantarse de la cama, a la hora que fuera, para ayudar a un vecino que tuviera una necesidad. Todos eran conscientes de la importancia de que el vecino pudiera ser hospitalario con su huésped. Y dado que el vecino no contaba con los alimentos necesarios, su amigo se levantaría y le daría el pan que le pedía. Nadie pondría la excusa de que los niños estaban en cama o la puerta trancada. Jesús lo sabía, al igual que todos los que lo escuchaban, cosa que —como veremos— es uno de los puntos centrales de la parábola.

Puede que el vecino tuviera sobras de pan en casa, pero no podían servirse a un huésped. Los panes debían estar enteros. El escritor Kenneth Bailey explica la importancia del pan de la siguiente manera:

El pan no era la comida. El pan era el cuchillo, el tenedor y la cuchara con que se comía. Los diferentes componentes de la comida estaban en platos comunes. Cada persona tenía un pan delante. Rompía un trozo del tamaño de un bocado, lo mojaba en el plato común y se lo llevaba a la boca. Luego tomaba otro trozo de pan y repetía el proceso. El plato común nunca se contaminaba con la saliva del comensal porque este tomaba cada bocado con un trozo nuevo de pan[2].

La importancia de mostrarse hospitalario queda de manifiesto por el hecho de que el vecino se atreve a molestar al hombre que duerme y despertar a su familia para pedirle pan. De hecho, es posible que pidiera más que pan. Cuando el vecino dice: «Un amigo mío me ha llegado de viaje y no tengo qué ofrecerle», no significa necesariamente que no tuviera comida en casa. Los oyentes habrían entendido que quería decir que no tenía comida adecuada para el huésped. En tal circunstancia, un anfitrión del siglo I haría lo posible por ofrecer a su huésped la mejor comida, aunque tuviera que pedir prestado o gastar más de lo que tenía. Eso formaba parte de la cultura de hospitalidad. Al final de la parábola, Jesús afirma que el hombre que dormía se levantaría y le daría a su vecino cuanto necesitara, de modo que es posible que le diera más que pan.

¿Cómo sabía el vecino que el hombre que dormía tenía pan? Las aldeanas cocinaban el pan en hornadas, en muchos casos con la ayuda de otras mujeres, de modo que se sabía quién había hecho recientemente una hornada de pan en el vecindario y probablemente tenía algo a mano.

¿Por qué el hombre que dormía teme despertar a sus hijos? Las casas de los campesinos consistían en un solo ambiente en el que dormía toda la familia sobre esteras colocadas en el suelo. Era muy probable que al levantarse de la cama, tomar el pan y desatrancar la puerta se despertara toda la familia. Sin embargo, tratándose de un pedido legítimo relacionado con el deber de servir una buena comida a fin de mostrar la debida hospitalidad al huésped del vecino, se daba por sentado que esa molestia se toleraría.

La parábola comienza con la pregunta: «¿Quién de vosotros?», que llevaría a los oyentes a pensar: «Ninguno». Jesús entonces expresa la respuesta. Dice que aunque el hombre que dormía no se levante y le dé pan a su vecino por ser su amigo, lo hará a causa de su impertinencia.

Los exégetas de la Biblia debaten el significado del término griego anaideia, que se traduce como importunidad en la versión Reina-Valera y como insistencia en muchas otras traducciones. Este es el único pasaje de la Biblia en que se usa esa palabra. Tanto el término en sí como la forma en que se emplea en la parábola crean cierta dificultad para interpretarla. La definición de anaideia es desfachatez o impertinencia, que no es exactamente lo mismo que insistencia o importunidad. El sentido de importunidad tiene su origen en las primeras interpretaciones de la parábola, pero actualmente se entiende de otro modo[3]. La parábola no dice que el vecino insistiera, ni que le exigiera al hombre que dormía que se levantara para darle pan. No hay ninguna mención de que llamara reiteradamente a la puerta o de que repitiera varias veces su pedido, de modo que insistencia e importunidad no encajan del todo en la parábola.

Al buscar desfachatez e impertinencia en el diccionario, hallamos definiciones tales como atrevimiento insolente; aplomo acompañado de desdén por la presencia u opiniones ajenas; desvergüenza; desparpajo.

En lugar de considerar insistente al vecino que tenía que pedir prestado pan, deberíamos verlo como una persona dispuesta a correr el riesgo de molestar cuando el motivo está justificado, que tiene la confianza de que su requerimiento será atendido, aunque parezca una descortesía despertar a su vecino. El hombre pide con atrevimiento, sin vergüenza.

A la luz del pedido inicial de los discípulos que querían aprender a orar, la parábola de Jesús nos insta a rezar con atrevimiento, a presentarnos sin vergüenza delante de Dios para pedirle que cubra nuestras necesidades.

Cierta técnica didáctica utilizada por los rabinos judíos consistía en enseñar de lo menor a lo mayor, o de lo liviano a lo pesado, lo que significa que si una conclusión se aplica a un caso sencillo, también se aplicará a uno más importante[4]. Jesús empleó dicho método en esta parábola. El argumento es que si el hombre se levantaría para atender el requerimiento de su vecino, ¿cómo no va a responder Dios nuestras plegarias cuando le presentamos nuestras peticiones?

Esta parábola es un simple relato de la vida cotidiana que nos enseña que Dios responde nuestras oraciones; que, al igual que el hombre que dormía, Él se levantará y nos dará generosamente lo que necesitemos. Jesús acababa de enseñar a Sus discípulos el Padrenuestro, que incluye la frase: «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy», y continuó con una parábola acerca de alguien que justamente necesitaba pan. La conclusión es que debemos presentar nuestras peticiones a Dios con atrevimiento y tener la certeza de que nos responderá.

Jesús subraya ese principio en los dos versículos siguientes, cuando afirma:

Así que Yo les digo: Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre[5].

A continuación de esos dos versículos se encuentra la parábola de las buenas dádivas del Padre, que arroja más luz sobre el tema de la oración. Viene con una presentación similar a la del amigo a medianoche. Comienza con una pregunta:

¿Acaso alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado, o de darle un alacrán cuando le pide un huevo?[6]

La respuesta implícita es que a ningún padre se le ocurriría hacer semejante cosa.

Ningún padre le daría a su hijo una culebra en lugar de pescado, un alacrán en lugar de un huevo, o como dice en el Evangelio de Mateo, una piedra en lugar de pan. A los oyentes eso les quedaba más que claro. Jesús entonces termina la parábola diciendo:

Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan![7]

Una vez más Jesús emplea la técnica de ir de menos a más. Si un padre terrenal —que es malo en comparación con la perfección de Dios Padre— da buenas cosas a sus hijos, ¿cómo no va a dar Dios el sublime don del Espíritu Santo a quienes se lo pidan?

Si unos padres no le darían algo dañino a un hijo que les pide comida, con más razón podemos confiar en que Dios Padre —que es infinitamente superior a cualquier padre terrenal— nos dará cosas buenas en respuesta a nuestras plegarias. Entre ellas, Su presencia en nosotros por medio del Espíritu Santo.

El capítulo 11 de Lucas expone varios principios importantes de la oración: que debemos presentarnos confiadamente ante Dios y pedirle con atrevimiento lo que necesitamos, teniendo la certeza de que si pedimos, recibiremos, y si llamamos a la puerta, esta se abrirá. Jesús también deja bien claro que si damos por sentado que quienes nos quieren y velan por nosotros —nuestros padres— nos darán el pan de cada día —comida y lo que sea preciso para satisfacer nuestras necesidades vitales—, podemos contar con que Dios, nuestro Padre celestial, haga lo mismo y muchísimo más. Podemos presentarle audazmente nuestras peticiones, sabiendo que cuidará de nosotros.


El amigo a medianoche, Lucas 11:5–8

5 Y les dijo: «¿Quién de vosotros que tenga un amigo y acuda a él a media noche y le diga: “Amigo, préstame tres panes,

6 porque un amigo mío me ha llegado de viaje y no tengo qué ofrecerle”,

7 le responderá desde dentro: “No me molestes, ya está cerrada la puerta; los míos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos”?

8 Os digo que, si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos por su impertinencia se levantará para darle cuanto necesite.


Las buenas dádivas del Padre, Lucas 11:9–13

9 Así que Yo les digo: Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá.

10 Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre.

11 ¿Acaso alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado,

12 o de darle un alacrán cuando le pide un huevo?

13 Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!»

Mateo 7:9–11

9 ¿Acaso alguno de ustedes sería capaz de darle a su hijo una piedra cuando le pide pan?

10 ¿O de darle una culebra cuando le pide un pescado?

11 Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a quienes se las pidan!


Notas

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Dios Habla Hoy – Tercera edición, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996.


[1] Lucas 11:5–8 (EUNSA).

[2] Kenneth E. Bailey, Poet & Peasant y Through Peasant Eyes, edición combinada (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1985), 123.

[3] El tema se trata en mayor profundidad en Kenneth E. Bailey, Poet & Peasant y Through Peasant Eyes, edición combinada (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1985), 125–133, y en Craig L. Bloomberg, Interpreting the Parables (Downers Grove: InterVarsity Press, 1990), 275,276.

[4] Klyne Snodgrass, Stories With Intent (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 2008), 441.

[5] Lucas 11:9,10.

[6] Lucas 11:11,12.

[7] Lucas 11:13.

Traducción: Felipe Mathews y Jorge Solá.

 

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