Parábolas de Jesús: El juez injusto, Lucas 18:1-8

Enviado por Peter Amsterdam

enero 28, 2014

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La parábola del juez injusto o de la mujer importuna, como se la suele conocer, es una enseñanza sobre la oración. A veces se alude a ella como gemela de la parábola del amigo a media noche, por las similitudes que existen entre ambas. Tradicionalmente se ha considerado que las dos son ilustrativas de la persistencia en oración. Si bien la parábola del juez inicuo trata sobre la oración, una mirada un poco más profunda nos revela que a través de ella Jesús también nos habla de la inclinación de Dios en cuanto a escuchar y responder a nuestras oraciones. Empecemos leyendo la parábola que se encuentra en Lucas, capítulo 18.

Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse. Les dijo: «Había una vez en cierta ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a persona alguna. Vivía también en la misma ciudad una viuda, que acudió al juez, rogándole: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Durante mucho tiempo, el juez no quiso hacerle caso, pero al fin pensó: “Aunque no temo a Dios ni tengo respeto a nadie, voy a hacer justicia a esta viuda para evitar que me siga importunando. Así me dejará en paz de una vez”». El Señor añadió: «Ya han oído ustedes lo que dijo aquel mal juez. Pues bien, ¿no hará Dios justicia a Sus elegidos, que claman a Él día y noche? ¿Creen que los hará esperar? Les digo que les hará justicia en seguida. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿aún encontrará fe en este mundo?[1]

Partamos con un breve análisis de los dos personajes del relato.

El juez

El juez de la parábola no es un hombre honesto. Según lo describe Jesús, no teme a Dios ni respeta a nadie. El temor de Dios estaba ligado a la sabiduría, y, sin embargo, aquel juez no teme a Dios. No acepta la autoridad divina ni presta mucha atención a las opiniones de la demás gente[2]. Como consecuencia, los demandantes no pueden apelar a él diciendo «Por el amor de Dios, falle a mi favor», pues carece de temor de Dios y no le importa lo que piense la gente de él. No tiene sentido del honor. No tiene vergüenza. La súplica «por amor a esta viuda que padece necesidad» no tiene efecto en él.

El Talmud, que atesora los escritos del judaísmo rabínico y expresa las opiniones de los antiguos rabinos, habla de ciertos jueces que pervertían el derecho por una cazuela de carne. A algunos se los tildaba de jueces-ladrones, porque corrompían la justicia[3].

Jesús se vale del caso extremo del juez injusto —hombre sin reparos morales y sin ninguna vergüenza a los ojos de la comunidad— para señalar que la viuda, una de las personas más vulnerables de Israel, difícilmente obtendría justicia de parte de ese hombre.

Ahora veamos la situación de la viuda.

La viuda

Las viudas en la Palestina de siglo primero y a lo largo del Antiguo Testamento eran en extremo vulnerables. Se las consideraba símbolo de los inocentes, los impotentes y los oprimidos[4]. La Escritura advierte que las viudas no deben sufrir malos tratos, y que si llegan a sufrirlos, Dios oirá su clamor, por cuanto Él es el defensor de las viudas. Maldito será todo el que quebrante el derecho de la viuda.

No hagas daño al huérfano ni a la viuda, porque, si se lo haces, ellos clamarán a Mí y Yo los atenderé[5].

Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en Su santa morada[6].

Maldito el que pervierta el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda[7].

Aprendan a hacer el bien. Busquen la justicia y reprendan al opresor. Aboguen por el huérfano y defiendan a la viuda[8].

La mujer que perdía a su marido en Israel en el siglo primero se encontraba sumamente indefensa. No solo perdía a su acompañante y protector, sino también su posición y estatus dentro de la sociedad. Jesús expresó la indefensión de la viuda cuando habló de los escribas que devoran casas de viudas[9], lo que factiblemente se refiere a alguna forma de explotación económica[10].

El hecho de que la viuda expusiera su caso ante un solo juez en lugar de hacerlo ante un tribunal puede inferir que se trataba de un asunto de índole económica, una cantidad que se le adeudaba, una suma de dinero o parte de una herencia que se le estaba denegando[11]. Podría ser que tuviera un pleito con uno de los herederos de la hacienda de su marido, o quizá la estaban desahuciando de su casa, cosa que ocurría a veces a las viudas. Aunque una viuda no heredara la hacienda de su marido, tenía derecho a una manutención permanente de lo que produjera la propiedad y podía vivir en la casa de él mientras durara su viudez[12]. No obstante, si seguía allegada a la familia de su marido, quedaba en situación de inferioridad y era considerada casi una sierva. Si se reintegraba a su propia familia, el padre tenía que devolver a la familia del esposo el dinero de la dote que recibió durante la boda[13].

En esa época la mujer generalmente se casaba a los 13 o 14 años, por lo que es presumible que la viuda del relato haya sido bastante joven. El que acudiera a un juez revela que probablemente no tenía hijo varón o hermano o ningún otro hombre dentro de su clan familiar que la representara ante el juez. De haberlos tenido, es probable que uno de ellos hubiera comparecido ante el magistrado.

En el contexto de la narración se da por sentado que la viuda tiene la razón. Pide lo que legítimamente le corresponde. Es de suponer que los discípulos, a quienes en principio estuvo dirigida esta parábola, entendían que la mujer se hallaba desamparada e indefensa, sin nadie que resguardara sus derechos ni la protegiera. Tampoco tiene dinero para ofrecer un soborno; su perseverancia era su única defensa.

También se habrían percatado de que su comportamiento no era propio de una mujer de la época. Tratándose de una viuda, lo correcto era que hubiera hecho las veces de víctima indefensa. En cambio, se hace cargo de su propio bienestar. Se instala en un mundo de hombres para comparecer ante el juez, y al ser rechazada, persiste[14].

La parábola

La parábola empieza con un comentario de Lucas, el escritor del Evangelio, que nos expone el tema del que trata.

Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse[15].

Como veremos más adelante, esta frase inicial, seguida del texto íntegro de la parábola, le fue referida a los discípulos de Jesús en el contexto de Parusía, que es el término que se usa en teología para describir la segunda venida de Cristo.

Había una vez en cierta ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a persona alguna. Vivía también en la misma ciudad una viuda, que acudió al juez, rogándole: «Hazme justicia frente a mi adversario»[16].

Vemos aquí a la viuda desamparada que se presenta valerosamente ante el juez. Ella le pide que defienda su caso y le haga justicia en el conflicto que tiene con su enemigo. Es evidente que no era la primera vez que acudía a él. Si bien se le había acercado en repetidas ocasiones, desde hacía ya algún tiempo él la desestimaba y se negaba a ayudarla.

Durante mucho tiempo, el juez no quiso hacerle caso, pero al fin pensó: «Aunque no temo a Dios ni tengo respeto a nadie, voy a hacer justicia a esta viuda para evitar que me siga importunando. Así me dejará en paz de una vez»[17].

A la larga el juez comprendió que la viuda no iba a dejar de implorarle justicia. No se daba por vencida, lo que para él era un fastidio y una irritación. Admite que le importa un bledo lo que piense Dios o el hombre, pero sí le molesta que ella ande importunándolo sin tregua. Decide hacerle justicia, no porque albergara ninguna bondad o compasión, o porque fuera siquiera el correcto proceder en ese caso. Su determinación nace de que está harto de que la viuda lo acose con sus insistencias. Le preocupa que con eso ella lo importune y le agote la paciencia.

La palabra importunar, o las frases agotar la paciencia o hacer la vida imposible que figuran en otras versiones, son traducción de un vocablo griego que significa literalmente «golpear hasta dejar amoratado», particularmente en la cara, debajo del ojo. Lo que hoy llamaríamos ponerle un ojo en compota o a la funerala. Algunos comentaristas aducen que el juez temía que la viuda, desesperada, lo fuera a agredir. La mayor parte, sin embargo, piensa que la expresión tiene un sentido metafórico, es decir que ella le agotaría la paciencia con sus continuos alegatos para que la reivindicara.

Aunque no lo expone explícitamente —recordemos que por naturaleza las parábolas ofrecen muy pocos detalles y dejan a criterio del lector llenar las lagunas— es posible que el juez esperaba recibir un soborno. Tal vez había recibido ya una coima del adversario de la mujer y por eso la seguía postergando. No obstante, dadas la insólita persistencia de la mujer y sus incesantes demandas de justicia, él decide fallar a su favor. En términos más sencillos, le está agotando la paciencia, pues no lo deja en paz. La frase griega empleada en esta parte, expresa el concepto de ininterrumpido y perenne. Un autor lo califica de guerra de desgaste[18]. Con sus continuos ruegos ella va erosionando poco a poco la resistencia del juez. Este llega a la conclusión de que la mujer nunca se dará por vencida y por ende, accede a lo que le pide[19].

Un autor occidental describe en un texto de 1890 una experiencia que tuvo en Turquía y que podría arrojar luz sobre lo que Jesús relataba en esta parábola.

El episodio tiene lugar en la antigua ciudad de Nisibis, Mesopotamia. Al transponer la puerta de entrada de la ciudad lo primero que encontramos es la cárcel, con sus ventanas embarrotadas, a través de las cuales los reos sacan bruscamente los brazos pidiendo limosna. En el costado opuesto se aprecia un salón abierto, el tribunal de justicia de la localidad. Hacia el fondo, sobre una tarima ligeramente elevada, reposaba el Cadí o juez, apoltronado entre cojines. A su alrededor, en cuclillas, había varios secretarios y otros notables. La muchedumbre atestaba el resto del salón. Una docena de voces se alzaba al unísono alegando desaforadamente para que su causa fuera la primera en obtener audiencia. Los litigantes más prudentes no entraban en la refriega; más bien se comunicaban en murmullos con sus secretarios pagándose sobornos —denominados eufemísticamente honorarios—. Una vez satisfecha la codicia de los subordinados, uno de ellos le susurraba al Cadí, que enseguida convocaba a los querellantes de tal y tal caso. Se daba por sentado que el fallo favorecería al litigante que hubiera ofrecido el soborno más cuantioso. Entretanto, en los márgenes de la muchedumbre, una pobre mujer interrumpía incesantemente los actos clamando justicia a viva voz. La conminaban con severidad a guardar silencio y le reprochaban que todos los días asistía al tribunal. «Y lo seguiré haciendo —exclamó— hasta que el Cadí me dé audiencia.» Transcurrido algún tiempo, al término de otro pleito, el magistrado preguntó con impaciencia: «¿Qué quiere esa mujer?» Le refirieron su caso. Habían alistado como soldado a Su único hijo, y ella vivía sola y no tenía quién le arara su terruño. Sin reparar en su situación, el recolector de impuestos la había obligado a pagar la imposición, de la cual estaba exenta, por tratarse de una viuda desvalida. El juez formuló algunas preguntas, y declaró: «Queda eximida». Así la viuda vio premiada su perseverancia. De haber tenido dinero para pagar a un actuario, quizá la hubieran dispensado mucho antes[20].

El relato anterior, con las similitudes que guarda con esta parábola, nos da una idea más clara de la que podría haber sido la situación de apuro en la que se hallaba la viuda.

Jesús va entonces al quid de la cuestión, el tema que quiere transmitirnos:

El Señor añadió: «Ya han oído ustedes lo que dijo aquel mal juez. Pues bien, ¿no hará Dios justicia a Sus elegidos, que claman a Él día y noche? ¿Creen que los hará esperar?[21]

Jesús nos llama la atención sobre lo que dijo el juez y enseguida nos demuestra su argumento. Cuando rezamos, nuestras oraciones no llegan a oídos de un juez injusto que desestima a todo el mundo y que solo responde a las persistentes súplicas de la mujer por motivos egoístas. Nosotros en cambio presentamos nuestras peticiones a nuestro Padre, que nos ama y responde a los ruegos de los que acuden a Él en oración.

Esta parábola habla de la necesidad de orar y no desmayar cuando nuestras plegarias no encuentran respuesta inmediata. La perseverancia en la oración es uno de los temas que aborda la parábola; sin embargo, hay más.

Lucas sitúa esta narración justo después de una disertación de Jesús sobre el retorno del Hijo del Hombre.

Dijo también Jesús a Sus discípulos: —Tiempo vendrá en que ustedes desearán ver siquiera uno de los días del Hijo del Hombre, pero no lo verán[22].

Jesús comunica a Sus discípulos que vendrá una época en que ansiarán ver el día de Su regreso, pero no lo verán. De ahí pasa a explicarles cómo serán los días previos a Su venida y los compara con los días antes del Diluvio y la época de Lot, antes que la justicia divina se hiciera sentir sobre el pueblo. Comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban, hasta que les llovieron los castigos. Los creyentes desearán ver al Hijo del Hombre, pero la vida en cambio sigue como siempre. No obstante, cuando llegue ese día, la justicia de Dios se impondrá sin demora[23].

Seguidamente, Lucas da comienzo al relato del juez y la viuda, que leíamos antes, a partir del versículo uno:

Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse.

Esta parábola se inscribe en el contexto de la esperanza incumplida de la venida del Hijo del Hombre. Se centra en que los creyentes no debemos desanimarnos mientras aguardamos el cumplimiento de las promesas de Dios. Durante la espera debemos persistir en la oración, sabiendo que Dios no dejará de respondernos. Jesús dijo:

Pues bien, ¿no hará Dios justicia a Sus elegidos, que claman a Él día y noche?[24]

Dentro el contexto del regreso del Hijo del Hombre, Dios hará justicia a Su pueblo en el momento en que Él lo disponga. El vocablo griego expresado aquí con la palabra justicia aparece traducido en otras partes del Nuevo Testamento como vengar[25], vindicar[26], y castigar a los malhechores[27]. Jesús afirma que Dios vindicará a Su pueblo y castigará a los que hacen el mal. A la postre llegará el momento de premiar a los creyentes y castigar a los malhechores. Pero mientras esperamos, tenemos el deber de orar y confiar, de no rendirnos, no cansarnos ni agotarnos, que son otras definiciones de la palabra griega traducida como desanimarse.

Jesús prosigue diciendo:

Les digo que les hará justicia en seguida.

Mediante el regreso de Jesús Dios responderá a las oraciones que Sus hijos han elevado pidiendo justicia a lo largo de los siglos. A Su retorno, nos hará justicia enseguida.

Entonces Jesús lanza una pregunta trascendental:

Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿aún encontrará fe en este mundo?[28]

Vale la pena hacer reflexión en torno a esta pregunta. Al regresar Jesús a la tierra, ¿encontrará gente de fe, gente que haya perseverado, confiado y creído? ¿Verá que nosotros, los que somos cristianos, hemos permanecido fieles a Él?

Jesús refirió esta parábola a Sus discípulos antes de Su arribo en Jerusalén, poco antes que lo tomaran preso, lo juzgaran y lo crucificaran. Sus discípulos estaban a punto de enfrentar momentos de sumo peligro. Se les instruyó a orar y no desmayar.

Después de la resurrección de Jesús y Su posterior ascensión al Cielo, los discípulos abrigaban la expectativa de que regresaría poco tiempo después. Tal era el caso del apóstol Pablo. En el libro del Apocalipsis, el apóstol Juan vio las almas de los que habían sufrido martirio por causa de la Palabra de Dios, clamar a Dios a gran voz: «¿Hasta cuándo seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra muerte?» A lo cual Dios responde que esperen todavía un poco[29].

Los cristianos a lo largo de los siglos han esperado ansiosamente el retorno de Cristo, el regreso del Hijo del Hombre. Jesús nos asegura que sucederá. Dios hará justicia a Sus elegidos, a los que han clamado a Él día y noche, y cuando llegue el momento, Su justicia se ejecutará con prontitud.

Jesús preguntó si a Su regreso encontraría fe en la tierra, lo que nos revela que Él entiende que somos humanos, que nuestra fe se somete a prueba en momentos de dificultad. Al vincular ese hecho a la oración manifiesta claramente que nuestra capacidad para permanecer en la fe está supeditada a nuestra constancia para orar y depositar nuestra confianza en Dios.

Si bien la presente parábola tiene algo que ver con el asunto de la venganza divina para desagraviar a Su pueblo, contiene otros puntos aleccionadores sobre la oración y la naturaleza de Dios.

A diferencia del juez que no reacciona hasta que se harta de oír las reclamaciones de la mujer, Dios sí atiende nuestras oraciones. Y nos responde, no porque seamos un fastidio para Él, sino porque nos ama.

Se supone que debemos ser persistentes en nuestra vida de oración. Eso significa ser tenaces, resueltos a rezar, orar con regularidad y perseverar en la oración con fe aunque Dios no nos responda con prontitud. Así como la mujer se presentó audazmente ante el juez, nosotros debemos acudir con denuedo ante el Señor en oración.

En la parábola del amigo que se presenta a media noche, se nos exhorta:

Os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá[30].

El pedir, buscar y llamar en estos versículos se puede interpretar como ser empeñoso en esas cosas[31]. Los invocantes son fieles con regularidad en presentar sus peticiones delante de Dios.

Al mismo tiempo, Jesús advirtió a Sus discípulos que no fueran como los gentiles que «usan repeticiones sin sentido» y «se imaginan que serán oídos por su palabrería»[32], ni como los escribas que «por las apariencias hacen largas oraciones»[33]. Jesús no pide extensas oraciones ni rezos repetitivos. Lo importante es que nuestras plegarias sean una comunicación sincera con nuestro padre que nos ama.

La idea de persistencia en la oración no quiere decir que debamos empeñarnos en agotar a Dios con nuestras incesantes súplicas. Nos corresponde más bien presentar nuestras peticiones ante Él con fe y confianza, y con la certeza de que nos ama como un padre ama a su hijo y que nos otorgará lo que le solicitemos siempre que sea bueno para nosotros y esté dentro de Sus designios. Dicho esto, hay que tener en cuenta que ser perseverantes en oración no siempre supone que Dios nos responderá a la medida exacta de nuestro deseo.

No debemos perder fe si nuestras oraciones no obtienen respuesta inmediata. Se nos insta a no desanimarnos. Jesús nos instruye a seguir adelante con fe y confianza, sabiendo que Dios es un juez ecuánime y generoso, un padre amoroso, que nos responderá según Su voluntad y cuando lo considere conveniente.

Las parábolas sobre la oración —el fariseo y el recaudador de impuestos, el amigo a medianoche, las buenas dádivas del Padre y el juez injusto— nos enseñan en cada caso distintos aspectos de la oración. En resumen, los siguientes:

Y quizá lo más importante de todo es recordar que Dios nos ama a cada uno como hijo Suyo. Vela por nosotros. Íntimamente desea lo mejor para nosotros. Podemos y debemos recurrir a Él en oración armados de fe, confianza, humildad y amor por aquel que nos amó con Su eterno amor.


El juez injusto, Lucas 18:1-8

1 Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse. Les dijo:

2 — Había una vez en cierta ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a persona alguna.

3 Vivía también en la misma ciudad una viuda, que acudió al juez, rogándole: “Hazme justicia frente a mi adversario”.

4 Durante mucho tiempo, el juez no quiso hacerle caso, pero al fin pensó: “Aunque no temo a Dios ni tengo respeto a nadie,

5 voy a hacer justicia a esta viuda para evitar que me siga importunando. Así me dejará en paz de una vez”.

6 El Señor añadió:

— Ya han oído ustedes lo que dijo aquel mal juez.

7 Pues bien, ¿no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Creen que los hará esperar?

8 Les digo que les hará justicia en seguida. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿aún encontrará fe en este mundo?


Nota:

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión La Palabra (versión hispanoamericana), © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España. Utilizados con permiso.


[1] Lucas 18:1-8 (BLPH).

[2] Bailey, Kenneth E.: Jesús a través de los ojos del Medio Oriente, Grupo Nelson, 2012.

[3] Edersheim, Alfred: La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, Libros CLIE, Terrassa, 1988.

[4] Bailey, Kenneth E.: Poet and Peasant y Through Peasant Eyes, edición combinada, William B. Eerdmans, Grand Rapids, 1985, p. 133.

[5] Éxodo 22:22-23 (BLPH).

[6] Salmo 68:5.

[7] Deuteronomio 27:19.

[8] Isaías 1:17 (NVI).

[9] Lucas 20:47.

[10] Wenham, David: The Parables of Jesus (Downers Grove: InterVarsity Press, 1989), p. 186.

[11] Jeremias, Joachim: Rediscovering the Parables, (New York: Charles Scribner’s Sons, 1966), p. 122.

[12] Hultgren, Arland J.: The Parables of Jesus (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 2000), p. 254.

[13] Snodgrass, Klyne: Stories With Intent (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 2008), p. 453.

[14] Joel B. Green, The Gospel of Luke (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1997), p. 640.

[15] Lucas 18:1.

[16] Lucas 18:2,3.

[17] Lucas 18:4,5.

[18] Manson, T.W.: The Sayings of Jesus (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1979), p. 306.

[19] Snodgrass, Stories With Intent, p. 458.

[20] Tristram, H. B. Eastern Customs in Bible Lands in Poet & Peasant, and Through Peasant Eyes, combined edition, Kenneth E. Bailey (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1985), p. 134.

[21] Lucas 18:6,7.

[22] Lucas 17:22.

[23] «El tiempo de la venida del Hijo del hombre puede compararse a lo que sucedió en tiempos de Noé: hasta el momento mismo en que Noé entró en el arca, todo el mundo comía, bebía y se casaba. Pero vino el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: todos comían, bebían, compraban, vendían, sembraban y construían casas. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y acabó con todos. Así será el día en que se manifieste el Hijo del hombre.» (Lucas 17:26-30.)

[24] Lucas 18:7.

[25] No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: «Mía es la venganza, Yo pagaré, dice el Señor.» (Romanos 12:19 [RVR1995]).

[26] Esto mismo de que hayáis sido entristecidos según Dios, ¡qué preocupación produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto (2 Corintios 7:11 [RVR1995]).

[27] A los gobernantes puestos por Dios para castigar a los malhechores… (1 Pedro 2:14).

[28] Lucas 18:8.

[29] Apocalipsis 6:9-11 (NBLH).

[30] Lucas 11:9-10 (RVR1995).

[31] Green, Joel B. y McKnight, Scot: Dictionary of Jesus and the Gospels (Downers Grove: InterVarsity Press, 1992), p. 624.

[32] Mateo 6:7 (RVR1995).

[33] Marcos 12:40 (NBLH).

Traducción: Gabriel García Valdivieso y Antonia López.

 

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