Enviado por Peter Amsterdam
febrero 4, 2014
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[The Spiritual Disciplines: Prayer]
La disciplina espiritual de la oración es un componente clave de nuestra relación con Dios, por tratarse de nuestro principal medio de comunicación con Él. Nos permite conversar con nuestro Creador.
A los cristianos se nos ha concedido el increíble privilegio de presentarnos ante Dios como hijos Suyos, gracias a la salvación que se nos ha otorgado por medio de Jesús. Podemos hablar con Él, alabarlo, adorarlo y rendirle culto, expresarle nuestro amor y agradecerle todo lo que ha hecho y continúa haciendo por nosotros. Podemos abrirle nuestro corazón y contarle nuestros problemas y necesidades. Podemos interceder por los que están en apuros. Podemos exponerle nuestras peticiones y solicitarle ayuda. Podemos decirle lo mucho que estimamos las cosas bellas que ha creado y darle las gracias por la multitud de bendiciones que todos hemos recibido. Cuando estamos agotados, se lo podemos contar. Si hemos obrado mal y pecado, podemos confesárselo, así como pedir y obtener perdón. Podemos hablar con Él ya sea que estemos alegres o tristes, saludables o enfermos, tanto si somos ricos como si somos pobres, porque tenemos una relación con Aquel que no solo nos creó, sino que además nos ama profundamente y desea participar en cada aspecto de nuestra vida.
Toda relación requiere comunicación, y la oración es nuestra vía primordial de comunicación con Dios. Por medio de ella lo invitamos a participar en nuestra vida cotidiana y le pedimos que intervenga directa e íntimamente en lo que consideramos importante. Cuando acudimos a Él en oración, le solicitamos que actúe en nuestra vida o en la de las personas por las que oramos. La oración refleja la realidad de nuestra situación general: que lo necesitamos y ansiamos que se haga presente en nuestra vida.
Mantener una comunicación fluida con Dios constituye una parte esencial de nuestra fe, de nuestra relación con Él. Por eso es preciso que cultivemos la oración, que le dediquemos tiempo y que la practiquemos como disciplina. Comunicarnos con Dios mediante la oración es una manera de acercarnos a Él, de estrechar nuestra relación, y de paso nos sirve para volvernos más como Él quiere que seamos, más como Jesús.
Podemos aprender mucho sobre la oración fijándonos en los Evangelios en cómo oraba Jesús y leyendo Sus enseñanzas sobre el tema. Uno de los principios fundamentales que Él enseñó a Sus seguidores con respecto a la oración fue sobre la clase de relación que debemos tener con Su Padre. En el Evangelio de Marcos oímos a Jesús decir: «¡Abba, Padre!, todas las cosas son posibles para Ti. Aparta de Mí esta copa; pero no se haga lo que Yo quiero, sino lo que quieres Tú»[1]. En la Palestina del siglo I, abba era el término que usaban las personas para llamar a su padre a lo largo de su vida. En la lengua aramea que se hablaba en tiempos de Jesús, era una palabra de uso corriente, como papá, Él la empleó en Sus oraciones y enseñó a Sus discípulos a hacer lo mismo, porque refleja la relación íntima, cariñosa y familiar que los creyentes deben tener con Dios. En los Evangelios, cada vez que Jesús se dirige a Dios Padre lo más probable es que usara la palabra abba, puesto que lo lógico es que estuviera hablando en arameo.
De todas las veces que Jesús ora en los cuatro Evangelios, solo en una ocasión[2] no usa la palabra padre[3]. Continuamente oraba a Su Padre, y enseñó a Sus discípulos a hacer lo mismo. (Como el Nuevo Testamento se escribió en griego, en el original se emplea la palabra pater en vez de abba; sin embargo, quedó abba en tres pasajes, lo cual da a entender que ese era el término que empleaban Jesús y Sus discípulos cuando oraban y que se tradujo como pater o padre en el Nuevo Testamento[4].) El uso de abba (padre) por parte de Jesús marca la tónica y pone de manifiesto que con el regalo de la salvación se nos ha dado el privilegio de tener una relación personal con Dios. Somos hijos de Dios; no de la misma manera que Jesús, pero sí somos hijos por haber sido adoptados en la familia de Dios. Cuando oramos, nos presentamos ante Abba, nuestro Padre.
Las iglesias de habla griega de la época de Pablo también se dirigían a Dios de esa manera. Era una palabra particularmente asociada a Jesús en la iglesia primitiva: decir Abba era considerarse hijos y coherederos con Jesús[5]. Habiendo sido adoptados en la familia de Dios, nosotros también tenemos una relación de hijos con respecto al Padre. Podemos estar íntimamente conectados con Él, como con nuestro padre terrenal.
Ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!»[6] Por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!» Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo[7].
Jesús en Sus parábolas impartió enseñanzas sobre la oración, haciendo comparaciones con diversas situaciones, como en el caso del amigo que pidió pan prestado a medianoche[8] o del juez injusto[9] que terminó respondiendo a la súplica de la mujer. En esos relatos argumentó que si el amigo y el juez injusto iban a responder a las peticiones que se les hacían, con mayor motivo responderá a las nuestras nuestro Padre celestial. Mostró que podemos tener la confianza de que nuestro generoso y amoroso Padre responderá nuestras oraciones. «¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?»[10]
En la parábola del recaudador de impuestos y el fariseo, Jesús habla de la humildad y de la confesión como parte de la oración[11]. En la del siervo cruel toca el tema del perdón e indica que las oraciones que obtienen respuesta son las que se ofrecen en un espíritu de perdón[12]. Deben evitarse las oraciones pomposas y ampulosas que llaman la atención sobre la persona que las hace; las oraciones deben ser sinceras y tener motivos puros[13]. Habló de orar con fervor y de tener un actitud alerta[14] y expectante[15] [16].
Su ejemplo nos enseña a orar a solas[17], a hacer acción de gracias[18], a orar antes de tomar decisiones[19] y a interceder por los demás[20].
En cierta ocasión, cuando Jesús terminó de orar Sus discípulos le pidieron que les enseñara a hacerlo. Él entonces les enseñó lo que hoy se conoce como el Padrenuestro[21]. Esa rica oración se merece una explicación más amplia de la que se puede dar aquí, pero diremos en breve que enseña los siguientes elementos de la oración: alabanza a Dios, que es santo y está por encima de todo; expresión de nuestro deseo y aceptación de que se haga Su voluntad en nosotros; reconocimiento de nuestra dependencia de Él para que provea para nuestras necesidades; solicitud de perdón por nuestros pecados y de ser librados del mal.
Además de orar al Padre en el nombre de Jesús, tal como Él mandó a Sus discípulos que hicieran, por diversos pasajes de los Evangelios entendemos que también se deben dirigir oraciones a Jesús.
Se […] acercó [a Jesús] un leproso y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme»[22].
Llegó un dignatario y se postró ante [Jesús], diciendo: «Mi hija acaba de morir; pero ven y pon Tu mano sobre ella, y vivirá»[23].
Los que estaban en la barca se acercaron y lo adoraron, diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios»[24].
Le dijo Jesús: «Pues lo has visto; el que habla contigo, ese es». Y él dijo: «Creo, Señor», y lo adoró[25].
Con Su ejemplo, Sus enseñanzas y Su énfasis en establecer una relación con el Padre, Jesús nos enseñó por una parte la importancia de la oración y por otra cómo hay que orar y en qué circunstancias hacerlo, y por encima de todo que nuestras oraciones tienen que basarse en una relación íntima con Dios. Debemos ser como niños que se sientan en las rodillas de su padre, sin fingimientos ni temores, con la seguridad y confianza de que su padre los ama y los protegerá, sustentará y cuidará.
La oración desempeña un papel fundamental en nuestra vida espiritual, nuestra relación con Dios, nuestro crecimiento interior y nuestra efectividad como cristianos. El ejemplo de Jesús, que se apartaba del ajetreo para orar, que dedicaba tiempo a la oración a solas, que incluso se pasaba noches enteras orando, intercediendo por otras personas y haciendo oraciones eficaces, marca el camino para los que anhelan seguir Sus pisadas.
Al comparar nuestros hábitos de oración con las enseñanzas y el ejemplo de Jesús, ¿quedamos bien o mal parados? ¿Oramos con frecuencia? ¿Oramos con fe, plenamente convencidos de que Dios nos responderá? ¿Nos damos cuenta de que al orar le estamos pidiendo a Dios que intervenga en nuestra vida? ¿Entendemos que le estamos pidiendo que se haga Su voluntad, sabiendo que esta puede diferir de la nuestra? ¿Somos conscientes de que Él responde, pero no siempre afirmativamente?
Como dijo mi profesor en la clase que dictó sobre este tema, Dios no es un botones cósmico. No está a nuestra entera disposición, a la espera de que le mandemos que haga lo que nos dé la gana. Como seguidores de Jesús, procuramos vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, lo cual significa que oramos conforme a Su voluntad y para que esta se haga. Como dice el Padrenuestro: «Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra». Orar es pedir que se haga la voluntad de Dios. En este punto, la disciplina espiritual de lectura de la Biblia combina bien con la de la oración. Si leemos Su Palabra y meditamos sobre ella, es más probable que entendamos Su voluntad y que eso nos lleve a ajustar a ella nuestras oraciones.
Como escribió Richard Foster:
«Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites» (Santiago 4:3). Pedir «bien» exige una transformación de las pasiones. En la oración, en la verdadera oración, comenzamos a pensar conforme a lo que Dios piensa, a desear lo que Él desea, a amar lo que Él ama, a querer lo que Él quiere. Progresivamente se nos enseña a adoptar Su punto de vista[26].
Cuando deseamos adquirir competencia en un área determinada, solemos observar a los que ya dominan esa actividad para aprender de ellos. Si juegas al golf, estudias y tratas de imitar las técnicas de las figuras del golf que te han precedido. Lo mismo se aplica a casi cualquier campo: la música, los negocios, las artes plásticas, la medicina, etc. Hay personas que nos han antecedido en el terreno de la oración y que adquirieron gran destreza en ella; si seguimos sus pasos y tomamos su conducta como modelo podemos adquirir hábitos de oración más productivos y gratificantes.
Por ejemplo, dice que Jesús se levantaba muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, salía y se iba a un lugar solitario a orar[27]. Los apóstoles se dedicaban a la Palabra y a la oración y no permitían que las obligaciones cotidianas los distrajeran de lo que para ellos era más importante[28]. Martín Lutero, cuando se veía con mucho que hacer, consagraba tres horas al día a la oración. John Wesley dedicaba dos horas al día a estar en presencia del Señor. Para esos grandes personajes y para muchos otros que dieron fruto en su vida cristiana, el tiempo que dedicaban a la oración desempeñó un papel muy importante.
Por supuesto, lo más probable es que en un principio no estuvieran tan entregados a la oración; fueron adquiriendo habilidad en ella con el paso del tiempo. Aunque la vida acelerada que llevamos muchos en la actualidad no nos permita dedicar varias horas al día a la oración, no deberíamos desechar esos ejemplos, sino que cada uno de nosotros debería examinar sus hábitos de oración, los ratos que pasa en presencia de Dios, y preguntarse si dedica suficiente tiempo a comunicarse con Aquel con quien deberíamos tener nuestra relación primaria. ¿El tiempo que dedicamos a la oración refleja nuestro profundo deseo de que Él participe en nuestra vida, o es un compromiso medio vago, algo que dejamos a la buena de Dios?
Algo que resulta muy bien es orar cuando se está leyendo la Palabra de Dios y meditando sobre ella. Uno ya está sintonizado con lo que Dios le está diciendo por medio de Su Palabra y puede aprovechar eso para iniciar una conversación con Él. La oración no debe ser un monólogo en el que solo hablemos nosotros y esperemos que Dios se limite a escuchar. Cuando oramos también debemos estar dispuestos a escuchar lo que Dios nos quiera decir por medio de la Biblia, por medio de las enseñanzas de buenos maestros y predicadores, o haciendo silencio delante de Él y abriendo nuestro corazón para oír Su voz. Él puede hablarnos de múltiples maneras: mediante impresiones que nos hace sentir, pensamientos que nos sugiere, o versículos bíblicos y profecías que recibimos. La oración es comunicación, y la comunicación debe ser de doble sentido. Así que aparte de pedirle a Dios que nos escuche, también debemos darle la oportunidad de hablarnos.
Por ser creyentes, se espera de nosotros que acudamos al Señor en oración, como muestran las siguientes instrucciones que dio Jesús a Sus discípulos.
Cuando ores… Pero tú, cuando ores…[29] Ustedes deben orar así…[30] Yo les digo: Pidan […]; busquen […]; llamen…[31] Jesús les contó a Sus discípulos una parábola para mostrarles que debían orar siempre[32].
En el libro de Colosenses, Pablo dice: «Perseverad en la oración»[33]. Perseverar en algo es dedicarse a ello con constancia, prestarle mucha atención. Eso requiere compromiso y autodisciplina. Significa considerar la oración y las conversaciones con el Señor suficientemente importantes como para dedicarles tiempo con frecuencia.
Se nos pide que estemos en continua relación con Dios, que en cierto modo es como tener un diálogo constante con Él, hablarle, pedirle orientación, alabarlo y escucharlo a lo largo del día. Se entiende que ese es el sentido de la exhortación general que nos hace Pablo para que oremos «constantemente» o «sin cesar»[34].
Si bien no hay ninguna fórmula que prescriba exactamente cómo orar o por cuánto tiempo, las Escrituras dicen bien claro que debemos hacerlo. Me atrevo a afirmar con bastante confianza que la mayoría de los cristianos no dedicamos a la oración todo el tiempo que debiéramos. Encuestas realizadas en los últimos años han revelado que los cristianos, aun los practicantes, rezan un promedio de siete minutos al día. No da la impresión de que dedicar tan poco tiempo a la práctica de una actividad nos puede llevar a adquirir destreza en ella. Entonces, ¿cómo podemos mejorar nuestros hábitos de oración? Simplemente orando. ¿Cómo adquiere uno la capacidad de correr cinco kilómetros al día? Uno comienza a hacer ejercicio o a trotar y lo hace asiduamente, y a medida que se incrementa su resistencia va aumentando el tiempo que corre y la distancia que cubre. Lo mismo con la oración. Se empieza empezando. Si no das el primer paso, que consiste en buscar algo de tiempo para practicarla, lo más probable es que no llegues a hacerlo con regularidad.
Comienza por comprometerte a dedicar a la oración aunque solo sean diez minutos al día. Si no sabes bien por qué orar o cómo hacerlo, prueba el conocido método ACTS (por sus siglas en inglés): Adoración, Confesión, Acción de gracias, Súplica.
Comienza con adoración, alabando, adorando y glorificando a Dios. Algo que te puede ayudar es incorporar a tu alabanza versículos de la Biblia. (Aquí encontrarás una colección de versículos sobre glorificar y alabar a Dios.) Después de alabarlo y adorarlo, pasa a la confesión: reconoce tus pecados y pide perdón. Luego pasa a la acción de gracias: expresa tu gratitud por todo lo que el Señor ha hecho y sigue haciendo por ti. (Aquí hay versículos de acción de gracias.) Seguidamente preséntale tus súplicas por ti mismo y por los demás. Si dedicas unos minutos a cada uno de esos aspectos, ya estarás por encima del promedio de siete minutos.
También es productivo combinar la oración con la lectura de la Biblia y la meditación. A medida que lees y reflexionas sobre las lecturas, que las aplicas a tu vida y tus circunstancias y que el Señor pone pensamientos en tu corazón por medio de Su Palabra, preséntale esas cosas en oración.
La oración es nuestra forma de comunicarnos con Dios, de acceder a Su presencia y permanecer en ella. Cuando nos subimos a las rodillas de nuestro Padre celestial como hijos Suyos, podemos pedirle cualquier cosa y confiárselo todo. Sentimos Su amor por nosotros, Sus palabras tranquilizadoras, Su cariño. En esos ratos de comunicación aprendemos de Él, y con el tiempo vamos pareciéndonos más a Él. Si verdaderamente deseamos ser más como Jesús, debemos caminar con Él por la senda de la oración.
A menos que se indique otra cosa, todas los versículos proceden de la Santa Biblia, versión Reina-Valera 95 (RVR 95), © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.
[1] Marcos 14:36.
[2] La única oración de Jesús en la que no usó el apelativo de Padre, como solía hacer, fue en la cruz, cuando a la hora novena clamó con fuerte voz: «¡Eloi, Eloi!, ¿lama sabactani?», que significa: «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?» (Marcos 15:34). En ese caso estaba repitiendo una frase que aparece en el Salmo 22:1.
[3] Mateo 11:25,26, 26:42; Marcos 14:36; Lucas 10:21, 23:34,46; Juan 11:41, 12:27,28, 17:1,5,11,21,24,25.
[4] Marcos 14:36, Romanos 8:15, Gálatas 4:6.
[5] J. B. Green, S. McKnight, y I. H. Marshall, eds., Dictionary of Jesus and the Gospels (Downers Grove, EE. UU.: InterVarsity Press, 1992).
[6] Romanos 8:15 (NVI).
[7] Gálatas 4:6,7.
[8] V. El amigo a medianoche y las buenas dádivas del Padre.
[9] V. El juez injusto.
[10] Mateo 7:9–11.
[11] Lucas 18:10–14.
[12] Mateo 18:21–35.
[13] Mateo 6:5,6; Marcos 12:38–40; Lucas 20:47.
[14] Mateo 26:41.
[15] Marcos 11:24, 9:23,
[16] J. G. S. S. Thomson, Prayer (1996), en New Bible Dictionary (Downers Grove, IL: InterVarsity Press).
[17] Lucas 5:15,16, 6:12.
[18] Lucas 10:21; Juan 6:11, 11:41; Mateo 26:27.
[19] Lucas 6:12.
[20] Juan 17:6–9, 20–26.
[21] Mateo 6:9–13; Lucas 11:2–4.
[22] Mateo 8:2,
[23] Mateo 9:18.
[24] Mateo 14:33.
[25] Juan 9:37,38.
[26] Celebración de la disciplina (Buenos Aires, Editorial Peniel, 2009).
[27] Marcos 1:35.
[28] Hechos 6:4.
[29] Mateo 6:5,6.
[30] Mateo 6:9 (NVI).
[31] Lucas 11:9 (NVI).
[32] Lucas 18:1 (NVI).
[33] Colosenses 4:2.
[34] 1 Tesalonicenses 5:17.
Traducción: Jorge Solá y Antonia López.
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