Parábolas de Jesús: El rico insensato, Lucas 12:13–21

Enviado por Peter Amsterdam

junio 10, 2014

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La parábola del rico insensato es la primera de una serie de tres, todas ellas sobre el tema de las riquezas y los bienes materiales, que estudiaremos en segmentos consecutivos de Parábolas de Jesús. Esas no son las únicas enseñanzas de Jesús sobre las riquezas y su buen o mal uso; son enseñanzas sobre el tema impartidas por medio de parábolas. Después de la del rico insensato vendrán la del rico y Lázaro y la del administrador injusto.

Al principio del capítulo 12 de Lucas, Jesús está enseñando a Sus discípulos rodeado por una multitud de varios miles de personas. En cierto momento, uno de los que están más cerca se dirige a Él.

Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». Pero Jesús le dijo: «Hombre, ¿quién me ha puesto como juez o mediador entre ustedes?»[1]

No habría sido inusual que alguien le pidiera a un maestro (el término usado en el Evangelio de Lucas, sinónimo de rabí) que actuara como mediador en una disputa legal de ese tipo. Los rabinos eran expertos en las leyes de Moisés y se pasaban gran parte del tiempo emitiendo dictámenes en esa clase de asuntos. En este caso, quizás el padre había muerto sin haber dejado testamento, ni escrito ni oral, lo cual había dado lugar a un conflicto entre los dos hermanos. Cabe suponer que el que se dirigió a Jesús fue el menor, ya que la herencia familiar, que probablemente incluía tierras, no se podía dividir sin el consentimiento del hermano mayor. Muy posiblemente este prefería que la propiedad o la finca no se dividiera y que ambos hermanos vivieran juntos en ella, una práctica que era habitual. No obstante, el presunto hermano menor no está satisfecho con el arreglo y prácticamente le exige a Jesús que le diga a su hermano que le dé una parte de la herencia[2].

La respuesta de Jesús es más bien brusca y parece denotar un leve fastidio. «Hombre, ¿quién me ha puesto como juez o mediador entre ustedes?» La versión Reina-Valera 95 dice «como juez o partidor». El hermano menor no busca arbitraje, no le pide a Jesús que haga de mediador entre su hermano y él. No desea reconciliarse con su hermano y restablecer la relación con él. Lo que le pide a Jesús es que se ponga de su parte y le mande a su hermano que divida la herencia. En cierto modo, pretende aprovechar la influencia que siente que tiene Jesús como rabino o maestro para presionar a su hermano. Lo más probable es que Jesús prefiriera que los dos hermanos hicieran las paces en vez de dividir la herencia, que se acordaran de la sabia observación del Salmo 133:1:

¡Qué bueno es, y qué agradable,
que los hermanos convivan en armonía!
[3]

A continuación, Jesús dice:

Manténganse atentos y cuídense de toda avaricia, porque la vida del hombre no depende de los muchos bienes que posea[4].

Jesús advierte a los presentes que eviten toda clase de codicia, entendida como el deseo ardiente o insaciable de acumular riquezas. En vez de dar la razón a uno u otro en ese caso, lanza una advertencia contra la avaricia. La solución que conducirá al restablecimiento de una relación armoniosa no es dividir la herencia, sino eliminar toda codicia e interés propio que pueda haber en el corazón.

Seguidamente Jesús cuenta la parábola del rico insensato. Para entenderla bien, conviene tener presente que la Escritura enseña que todo fue creado por Dios y en última instancia todo le pertenece, y nosotros somos administradores de lo que Él nos ha confiado. Como dice en el Salmo 24:1:

¡Del Señor son la tierra y su plenitud! ¡Del Señor es el mundo y sus habitantes![5]

El escritor Kenneth Bailey explica:

De acuerdo con el pensamiento bíblico, somos administradores de todas nuestras posesiones y responsables ante Dios de lo que hagamos con ellas. Al mismo tiempo, el Nuevo Testamento defiende la legitimidad de la propiedad privada. Pedro se enfrentó a Ananías y Safira en Hechos 5:1–11 por declarar falsamente haber entregado a Dios su propiedad cuando en realidad no era así. Su pecado fue mentir, no el hecho de poseer bienes. A los cristianos de todas partes se los exhorta a cuidar de sus bienes personales y de la Tierra entera. La parábola del rico insensato constituye una de las principales enseñanzas del Señor sobre el particular. Trata de un hombre que no supo reconocer que debía rendir cuentas a Dios de todo lo que poseía[6].

En respuesta a la petición del hermano de que intervenga para que se divida la herencia y siguiendo el hilo de Sus comentarios sobre la codicia y los bienes materiales, Jesús contó esta parábola:

Un hombre rico tenía un terreno que le produjo una buena cosecha. Y este hombre se puso a pensar: «¿Qué voy a hacer? ¡No tengo dónde guardar mi cosecha!» Entonces dijo: «¡Ya sé lo que haré! Derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes. Y me diré a mí mismo: “Ya puede descansar mi alma, pues ahora tengo guardados muchos bienes para muchos años. Ahora, pues, ¡a comer, a beber y a disfrutar!”» Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche vienen a quitarte la vida; ¿y para quién será lo que has guardado?» Eso le sucede a quien acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico para con Dios[7].

Resulta que el hombre ya era rico, y encima sus campos produjeron una cosecha muy abundante. Seguramente había sido uno de esos años en que se da el equilibrio perfecto de sol y lluvia. No dice que hubiera trabajado más para esa cosecha que para otras anteriores, pero por algún motivo ese año hay un tremendo excedente, tan grande que no cabe todo en sus graneros.

Por lo visto, él no entiende esa abundancia como señal de la bendición de Dios, ni considera que Dios sea en última instancia el dueño de la cosecha y de sus tierras, y de hecho, de todo lo que él posee. Oímos su monólogo interior y lo que piensa hacer con esa abundancia. Habla de «mi cosecha», «mis graneros», «mis frutos», «mis bienes», «mi alma», pero ni una palabra de Dios ni de las bendiciones divinas. En su mente es todo suyo. Como veremos, no tiene intención de aprovechar esa cosecha de alguna manera que beneficie a los demás o glorifique a Dios, sino que se dice: «¡Ya sé lo que haré! Derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes».

Ese hombre rico e inmoderado, que ya tiene más que suficiente, decide almacenar su cosecha en graneros nuevos más grandes, con la idea de que así tendrá la vida resuelta por muchos años. Dice para sus adentros: «Ya puede descansar mi alma, pues ahora tengo guardados muchos bienes para muchos años. Ahora, pues, ¡a comer, a beber y a disfrutar!»

El libro de Eclesiastés habla de comer, beber y divertirse[8]; pero también nos recuerda que es Dios quien nos concede cada día de nuestra existencia, y que nuestra vida y nuestro tiempo en la Tierra le pertenecen[9]. Jesús deja eso clarísimo conforme progresa la parábola:

Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche vienen a quitarte la vida; ¿y para quién será lo que has guardado?»

Jesús lo llama necio. Los que lo oyeron debieron de acordarse de ese versículo del libro de los Salmos que dice:

Dentro de sí dicen los necios: «Dios no existe»[10].

En el Antiguo Testamento se emplea la palabra necio para referirse a los que se niegan a reconocer su dependencia de Dios[11]. El hombre rico es llamado necio porque prescinde de Dios. Considera que con sus bienes materiales tiene el futuro asegurado. A su modo de ver, habiendo alcanzado seguridad económica tiene el futuro resuelto. Puede comer, beber y disfrutar. ¿Qué le podría pasar?

No tiene en cuenta que es Dios quien le ha dado prosperidad y abundancia. Tampoco se acuerda de que fue Dios quien le dio la vida. La expresión griega con la que se dice «esta noche vienen a quitarte la vida» contiene la misma terminología que se emplea cuando se habla de devolver un préstamo[12]. Al igual que un préstamo vencido, la vida del hombre llega a su fin, con lo que se evidencia lo absurdos y ridículos que eran sus planes. Sus posesiones no le brindaron ninguna seguridad auténtica.

Santiago dice algo similar en su epístola, en la que escribió:

Ahora escuchen con cuidado, ustedes los que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, y estaremos allá un año, y haremos negocios, y ganaremos dinero». ¡Si ni siquiera saben cómo será el día de mañana! ¿Y qué es la vida de ustedes? Es como la neblina, que en un momento aparece, y luego se evapora. Lo que deben decir es: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello»[13].

El hombre adinerado no tuvo en cuenta a Dios. Según su manera de pensar, todo era suyo, incluida su vida. Pero Jesús quiere dejar bien claro que en cierto modo todo lo que tenemos es prestado; todo le pertenece a Dios. El hombre rico estaba planificando su futuro sin tener en cuenta a Dios, ni el papel y dominio de Dios en su vida.

Jesús continúa diciendo:

¿Para quién será lo que has guardado?

Es posible que a los oyentes eso les recordara un pasaje del libro de Eclesiastés y otro de los Salmos que dicen:

Aborrecí también el haber trabajado tanto bajo el sol, pues todo lo que hice tendré que dejárselo a otro que vendrá después de mí. ¿Y cómo saber si será sabio o necio el que se quedará con todos mis trabajos y afanes, a los que tanto trabajo y sabiduría dediqué bajo el sol?[14]

Tú, no te preocupes cuando veas que otros se hacen ricos y agrandan sus casas, pues nada se llevarán cuando mueran; sus riquezas no se las llevarán al sepulcro. Aunque se sientan felices mientras vivan, y la gente los alabe cuando prosperen, un día irán a reunirse con sus antepasados y nunca más volverán a ver la luz. Aunque ricos, los mortales no entienden; lo mismo que las bestias, un día perecen[15].

Como dice un viejo refrán, no te lo puedes llevar. Al morir, uno deja atrás todas las riquezas materiales, las cuales pierden todo valor para el que las poseía. Jesús expresa esto sucintamente en la parábola y termina diciendo:

Eso le sucede a quien acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico para con Dios[16].

El que amontona tesoros para sí es como el rico insensato. ¿En qué sentido? ¿Se le llama insensato porque es rico? No. El propósito de la parábola no es condenar las riquezas, sino el uso indebido de las mismas y la actitud de no tener en cuenta a Dios[17]. El rico insensato vio la bendición de la cosecha abundante como un medio de costearse placeres y asegurarse el futuro. Solo pensó en sí mismo, en su porvenir y su propio deleite. No se le ocurrió que quizá Dios le había dado prosperidad con algún otro fin que satisfacer sus deseos, por ejemplo para ayudar a los pobres y necesitados.

La conclusión de la parábola habla de ser rico para con Dios. ¿Qué significa eso? En los versículos siguientes Jesús habla de confiarle a Dios nuestra vida y la provisión de lo que necesitamos. Dice que si Dios alimenta a los cuervos, que no tienen almacenes ni graneros, y si viste a los lirios del campo, también cuidará de nosotros. Dice que debemos poner nuestra confianza en Dios y buscar Su reino, y que Él se encargará de nosotros. Al hacer eso —al confiar en Dios, buscarlo y hacer Su voluntad— nos estamos proveyendo de bolsas que no se envejezcan, y haciéndonos en el Cielo tesoros que no se agoten[18]. Él nos manda hacernos tesoros en el Cielo. Somos ricos para con Dios cuando lo tenemos en cuenta, cuando hacemos lo que Él manda, cuando ajustamos nuestra vida a Sus enseñanzas, cuando procuramos hacer Su voluntad, lo que nos ha pedido.

La parábola nos habla a todos. Todos necesitamos recursos para vivir. Ahorrar dinero para el futuro si se puede es una medida prudente. Poseer bienes materiales o dinero en abundancia no es intrínsecamente malo. Las riquezas no son malas en sí mismas. Sin embargo, los que tienen riquezas están sujetos a tentaciones espirituales, como la codicia manifestada por el hombre rico de la parábola. La Escritura nos enseña a no confiar en las riquezas[19], y Jesús nos advirtió que las preocupaciones de esta vida y el engaño de las riquezas ahogan la Palabra[20]. Las tentaciones son tan fuertes que Jesús dijo: «De cierto les digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos»[21]. El problema no eran las riquezas del hombre, sino que su corazón estaba donde su tesoro, donde sus riquezas, en vez de estar con Dios. No era rico para con Dios. No se hizo tesoros en el Cielo, sino que guardó avariciosamente su abundancia sin pensar en Dios ni en las personas que pudieran tener necesidad.

Y ¿qué de nosotros? ¿Reconocemos que todo lo que poseemos le pertenece en realidad a Dios? Y si es así, ¿le consultamos cómo emplear y administrar nuestros recursos económicos? ¿Le damos las gracias y lo alabamos por lo que nos ha dado? Cuando nos bendice económicamente, ¿bendecimos a los que padecen necesidad? ¿Bendecimos a Dios correspondiendo a lo que nos ha dado con diezmos y ofrendas?

Como dijo en una ocasión el gran evangelizador Oswald Smith:

«[La cuestión] no es cuánto dinero mío le voy a dar a Dios, sino con cuánto dinero de Dios me voy a quedar». Y Dallas Willard declaró: «La frugalidad es a la vez una disciplina y una virtud cristiana fundamental. Pero debe observarse que los fallos tienen que ver con el uso de los bienes, no con su posesión»[22].

Sea cual sea nuestra situación económica, podemos actuar como el rico insensato. No fueron las riquezas las que lo volvieron avariento. Tengamos mucho o tengamos poco, fácilmente podemos volvernos codiciosos si nos obsesionamos con nuestros bienes materiales —o nuestra falta de bienes— hasta el punto de que ya no damos cabida a Dios en nuestra vida, dejamos de confiar en Él, dejamos de seguirlo y dejamos de vivir con la conciencia de que hemos sido llamados a ser ricos para con Él y hacernos tesoros en el Cielo.

Aprendamos todos a incluir a Dios en cada aspecto de nuestra vida, sin exceptuar la administración del dinero y de los bienes materiales con los que nos ha bendecido. Busquemos Su orientación para saber cómo usar las bendiciones que nos ha concedido, y reflejemos Su naturaleza y personalidad en el empleo de nuestros bienes materiales, así como en nuestra vida y servicio. Seamos todos ricos para con Dios.


El rico insensato, Lucas 12:13–21

13 Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia».

14 Pero Jesús le dijo: «Hombre, ¿quién me ha puesto como juez o mediador entre ustedes?»

15 También les dijo: «Manténganse atentos y cuídense de toda avaricia, porque la vida del hombre no depende de los muchos bienes que posea».

16 Además, les contó una parábola: «Un hombre rico tenía un terreno que le produjo una buena cosecha.

17 Y este hombre se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer? ¡No tengo dónde guardar mi cosecha!”

18 Entonces dijo: “¡Ya sé lo que haré! Derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes.

19 Y me diré a mí mismo: ‘Ya puede descansar mi alma, pues ahora tengo guardados muchos bienes para muchos años. Ahora, pues, ¡a comer, a beber y a disfrutar!’”

20 Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche vienen a quitarte la vida; ¿y para quién será lo que has guardado?”

21 Eso le sucede a quien acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico para con Dios».


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina Valera Contemporánea, © Sociedades Bíblicas Unidas, 2009, 2011. Derechos reservados.


[1] Lucas 12:13,14.

[2] Kenneth E. Bailey, Jesús a través de los ojos del Medio Oriente (Grupo Nelson, 2012).

[3] Salmo 133:1.

[4] Lucas 12:15.

[5] Salmo 24:1.

Salmo 50:12: Si yo tuviera hambre, no te lo diría, pues el mundo y su plenitud me pertenecen.

Salmo 89:11: Tuyos son los cielos, tuya también la tierra y el mundo y su plenitud, pues Tú lo fundaste.

[6] Bailey, Ojos del Medio Oriente.

[7] Lucas 12:16–21.

[8] Eclesiastés 8:15: Alabo a la alegría, pues los mortales no tenemos bajo el sol otro bien que no sea el de comer y beber y divertirnos. Solo esto nos queda de tanto afanarnos durante la vida que Dios nos concede bajo el sol.

[9] Eclesiastés 9:9: ¡Goza de la vida con tu amada, todos los días de la vana vida que se te ha concedido bajo el sol! ¡Esa es tu parte en esta vida! ¡Eso es lo que te ha tocado de todos tus afanes bajo el sol!

[10] Salmo 14:1.

[11] Arland J. Hultgren, The Parables of Jesus (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2000), 107.

[12] Kenneth E. Bailey, Through Peasant Eyes (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 1980), 67.

[13] Santiago 4:13–15.

[14] Eclesiastés 2:18,19.

[15] Salmo 49:16–20.

[16] Lucas 12:21.

[17] Craig L. Blomberg, Interpreting the Parables (Downers Grove: InterVarsity Press, 1990), 226.

[18] Lucas 12:22–34.

[19] Proverbios 11:28; 1 Timoteo 6:17.

[20] Mateo 13:22.

[21] Mateo 19:23.

[22] Dallas Willard, El espíritu de las disciplinas (Vida, 2010).

Traducción: Jorge Solá y Antonia López.

 

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