Parábolas de Jesús: El rico y Lázaro, Lucas 16:19–31

Enviado por Peter Amsterdam

julio 22, 2014

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La parábola del rico y Lázaro es otra narración de Jesús sobre cuál debe ser nuestra actitud frente a las riquezas y su uso. La del rico insensato (que ya presenté) y la del administrador injusto (que será la siguiente de esta serie) abordan asimismo el tema de los bienes materiales. Esta en particular compara la vida de dos hombres, uno rico y otro pobre. Como observaremos, la comparación se extiende más allá de esta vida y abarca también la otra. Veamos cómo describe Jesús al hombre rico.

Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino y hacía cada día banquete con esplendidez[1].

En esta breve descripción inicial no se nos dice mucho, pero los oyentes originales habrían sacado algunas conclusiones bastante claras. El hombre no solo es acaudalado, sino que hace alarde de sus riquezas con la ropa que se pone. Se viste todos los días con prendas de color púrpura, algo que solo se podían permitir los muy adinerados. El proceso de extraer el tinte púrpura de un molusco llamado murex requería mucho trabajo manual, por lo cual la tela de color púrpura era muy costosa. La realeza y las personas de alto rango se vestían de púrpura.

Además se viste de lino fino. El vocablo griego traducido como «lino fino» se refiere a un lino delicado, suave, blanco y muy caro. Llevar prendas de lino blanco bajo una túnica de color púrpura era señal de gran opulencia. Por si fuera poco, celebra espléndidos banquetes todos los días, lo cual puede significar que tiene invitados a diario o con frecuencia; eso también requería muchos recursos. Lo que se pretende resaltar, tanto aquí como más adelante en la parábola, es que el hombre es muy rico y se permite muchos excesos.

Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquel, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas[2].

A tono con la brevedad de las parábolas, la información que se nos da sobre Lázaro también es escasa. No obstante, algo digno de mención es que se nos indica su nombre. Esta es la única parábola de Jesús en la que se llama por su nombre a algunos personajes. Más adelante se menciona a Abraham, el padre del pueblo judío. El nombre Lázaro es la versión griega del nombre hebreo Eliezer o Elazar, que significa «Dios es mi ayuda».

Lázaro es tan pobre que se ve obligado a mendigar comida. Además está enfermo, cubierto de úlceras supurantes, y no puede caminar. O bien tiene las piernas paralizadas, o está tan débil y enfermo que le resulta imposible andar. El término griego traducido como «estaba echado» está en voz pasiva, lo cual indica que otras personas tienen que colocarlo en la puerta del hombre rico. En la Palestina del siglo I, el gobierno no prestaba asistencia a los pobres, de modo que esa asistencia tenía que proporcionarla la comunidad o cada cual a título individual. Las limosnas, en forma de dinero o comida entregados a los necesitados, constituían el principal modo de supervivencia de las personas como Lázaro. Lázaro depende de que otros lo lleven a diario a la puerta del hombre acaudalado, donde mendiga y donde espera conseguir la comida que cae de la mesa del rico.

En las fiestas, los comensales partían pedazos de pan que luego empleaban para tomar la comida del plato común. En el curso del banquete, cuando querían limpiarse las manos rompían un trocito de pan, se limpiaban con él y seguidamente lo tiraban debajo de la mesa. Esa era la comida que Lázaro esperaba conseguir.

Cada día Lázaro se sienta a la puerta del hombre rico, sabiendo que allí se celebran banquetes a diario y que podría saciar su hambre si le dieran algo de la comida que tiran al piso. Él ansía esa comida, pero se queda sin ella, porque no se la dan; o si le dan algo de vez en cuando, no es suficiente para mitigar su hambre.

Los perros vienen y lamen sus llagas purulentas. La mayoría de los comentaristas bíblicos conjeturan que son perros callejeros sucios y sarnosos. Un comentarista presenta la posibilidad de que sean los perros guardianes de la casa del hombre rico y que sus lameduras sean beneficiosas para las úlceras[3]. En cualquier caso, Lázaro era ritualmente impuro por el hecho de tener esas llagas y ser lamido por los perros. Si es cierto que el rico tenía perros guardianes, es de suponer que se les daban a ellos y no a Lázaro las sobras que se arrojaban al suelo.

Lázaro se encuentra en un estado deplorable: incapaz de caminar, cubierto de úlceras, siempre hambriento, completamente dependiente de que lo lleven de un sitio a otro, y mendigando día tras día a la puerta de la casa del hombre rico, que por lo visto no le presta ninguna atención. Es un marginado de la sociedad, ritualmente impuro.

La parábola continúa:

Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham[4].

Estar en el seno de Abraham —o al lado de Abraham, como dicen algunas traducciones— indica un estado de bienaventuranza después de la muerte, comparable a comer con los patriarcas, expresión que aparece en Mateo 8:11:

Les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos[5].

Lázaro, que nunca fue invitado a los banquetes que celebraba el rico, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa de este, ahora está participando en un banquete en el sitio de honor, al lado de Abraham, el padre de la fe. Entretanto, el hombre adinerado corre una suerte bien distinta.

Y murió también el rico, y fue sepultado. En el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces, gritando, dijo: «Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama»[6].

El hombre rico, cuyo nombre no se nos ha dicho, ha fallecido y ha sido enterrado, sin duda con un costoso funeral. Sin embargo, su vida ahora es muy distinta de la que tuvo en la Tierra. Él que daba banquetes a diario, en los que se servía abundante comida y vino, es quien ahora está necesitado y depende de la ayuda que le puedan prestar.

Llama, pues, a Abraham, poniendo cuidado en tratarlo de «padre», quizá con la esperanza de que ese recordatorio de que tiene linaje judío haga que Abraham se sienta obligado a ayudarlo.

En este punto de la parábola nos llevamos la sorpresa de que el rico conoce el nombre de Lázaro. Por lo visto era muy consciente de la existencia de Lázaro, que se sentaba cada día delante de su casa en extrema indigencia. Pero no manifiesta el menor pesar por haber desatendido a Lázaro, sino que le ordena a Abraham que envíe a Lázaro a prestarle un servicio.

Kenneth Bailey describe bien la situación con estas palabras:

La primera exigencia del rico es increíble. Cuando Lázaro estaba sufriendo, no le hizo ningún caso. Ahora que es él quien sufre, hay que remediar la situación, ¡de inmediato! A fin de cuentas, él no está acostumbrado a eso. En vez de disculparse, exige servicios, ¡y de la mismísima persona a la que se negó a ayudar a pesar de tener grandes riquezas! Ni siquiera le daba una parte de su comida para perros. Es como si dijera: «Ahora que Lázaro se siente mejor y puede caminar, me gustaría que me prestara unos servicios. Teniendo en cuenta quién soy yo, y que él es de la clase servil, es lógico que así sea. Mándalo aquí abajo, Abraham, y rapidito. A diferencia de Lázaro, ¡yo no estoy habituado a soportar incomodidades!»[7]

No hay la menor señal de arrepentimiento, ni pide perdón; continúa con su actitud engreída, preocupado solo por sí mismo.

Pero Abraham le dijo: «Hijo, acuérdate de que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, males; pero ahora este es consolado aquí, y tú atormentado»[8].

Abraham no le responde con dureza, sino que lo llama «hijo». Luego le dice que piense en la vida que llevó y en todo lo bueno que recibió, a diferencia de las desgracias que sufrió Lázaro. Abraham le recuerda que lo que poseyó no era verdaderamente suyo, sino que Dios se lo había prestado para que lo empleara sabiamente. Terminada su vida terrenal, el rico está sufriendo por causa de sus actos en esa vida.

En cambio, Lázaro está siendo consolado. Tuvo una vida difícil, pero ya no sufre ni está atormentado. Ya no está desatendido. Después de la muerte, ha sido consolado.

A continuación Abraham dice:

«Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá»[9].

Aunque Lázaro compasivamente quisiera mojar un dedo en agua para refrescar la lengua del rico, sería imposible. Lázaro tendría perfecto derecho a señalar que es ridículo que el rico pida que lo envíen a él a aliviar su dolor. ¿No estuvo él sufriendo día tras día a la puerta del hombre rico sin recibir nada? Pero Lázaro se queda callado, igual que en el resto de la parábola.

Seguidamente al rico se le ocurre otro servicio que puede prestar Lázaro.

Entonces le dijo: «Te ruego, pues, padre, que lo envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento»[10].

Entendiendo que su triste situación no va a cambiar, el rico pide que le encarguen a Lázaro la misión de advertir a sus hermanos. Se da cuenta de que a ellos les aguarda el mismo destino, muy probablemente porque viven de la misma manera que él, buscando su propio placer y sin preocuparse por los necesitados.

Abraham le dijo: «A Moisés y a los Profetas tienen; ¡que los oigan a ellos!»[11]

Abraham explica que cuentan con los cinco libro de Moisés, conocidos como la Torá, y también con los libros de los profetas, llamados en hebreo los Nevi’im. Abraham dice que las Escrituras, la Palabra escrita de Dios, son suficientes para enseñar a sus hermanos a vivir de forma justa e instruirlos en la fe. Si oyen esas palabras, es decir, si las obedecen y hacen caso de ellas, no acabarán como su difunto hermano.

Esa respuesta no es del agrado del hombre rico. Está acostumbrado a que los demás hagan lo que él manda, así que se pone a discutir.

Él entonces dijo: «No, padre Abraham; pero si alguno de los muertos va a ellos, se arrepentirán»[12].

Eso resulta irónico, teniendo en cuenta que el rico en ese momento está viendo a «alguno de los muertos» —Lázaro, que está a la mesa con Abraham—, y no ha manifestado la menor señal de arrepentimiento. No obstante, está convencido de que sus hermanos se arrepentirán si Lázaro se les aparece. Abraham le informa que no es así.

Pero Abraham le dijo: «Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos»[13].

El rico quiere enviar a sus cinco hermanos una señal. Se imagina que si se les aparece Lázaro —una persona muerta, que sus hermanos saben que está muerta—, creerán. Los hermanos del hombre rico reconocerían a Lázaro, pues durante años, cada vez que entraban en la casa para festejar pasaban a su lado. El rico sabe que sus hermanos no le prestaron, como él, ninguna atención a Lázaro, y que van a correr la misma suerte que él.

También sabe que no leen o no creen las palabras de Dios. El rico pide que se les dé una señal. En las Escrituras, pedir una señal denota incredulidad, como queda de manifiesto en Juan 6:30 y en otros versículos[14].

Entonces le dijeron: «¿Qué señal, pues, haces Tú, para que veamos y te creamos?»[15]

Aunque no lo dice explícitamente —porque las parábolas no contienen muchos detalles ni datos históricos—, es posible que el hombre rico y sus hermanos fueran saduceos. Los saduceos eran la aristocracia israelita; muchos eran muy adinerados. Los sumos sacerdotes de la época eran saduceos. El hombre rico se vestía de púrpura, lo cual podría indicar que pertenecía a la aristocracia y por consiguiente era tal vez saduceo; o al menos puede que Jesús estuviera haciendo alusión a las creencias de los saduceos.

Los saduceos no creían que la vida continuara después de la muerte. No tenían ninguna expectativa de que hubiera vida más allá; por lo tanto, un hombre que fuera próspero y feliz, que muriera en paz y que fuera sepultado honrosamente ya tenía todo lo que cabía esperar[16]. En cambio, la parábola de Jesús muestra que ese no es el caso. El hombre rico, en contra de las creencias de los saduceos, se encuentra con que sí hay vida más allá de la tumba y se da cuenta de que los actos realizados a lo largo de nuestra vida terrenal inciden en la vida que tendremos después de la muerte[17].

T. W. Manson escribe:

El rico se acuerda de sus hermanos, que viven como él vivía y creen lo que él creía, por lo que se están condenando a padecer el mismo tormento que él; y pide que se envíe a Lázaro para darles testimonio. ¿De qué? De lo único de lo que puede dar testimonio una persona que vuelve de los muertos: del hecho de que hay vida más allá de la sepultura, una vida de carácter retributivo. Los cinco hermanos se exponen a sufrir castigo después de la muerte precisamente porque no creen que vaya a ser así. […] El credo de los cinco hermanos es el saduceísmo[18].

Sean o no saduceos los hermanos, lo que está claro es que el hombre rico sabe que no se conducen con arreglo a lo que enseña la Palabra de Dios y que van a terminar en el mismo estado que él si no se les da una señal. Pero Abraham dice que no se les va a dar ninguna, pues ya cuentan con la Palabra de Dios, que es suficiente. La Torá, las Escrituras, bastan para saber lo que dice Dios sobre cómo llevar una vida recta y cómo tratar a los pobres.

Entonces, ¿qué enseñó Jesús con esta parábola?

Muchas de las personas a las que Jesús contó esta parábola debieron de imaginarse al principio que el hombre rico había sido bendecido por Dios y que Lázaro estaba siendo castigado, pues creían que la prosperidad era una bendición de Dios, y su ausencia un castigo divino. Jesús mostró que no era necesariamente así. Ser rico no es forzosamente señal de que uno cuente con la bendición divina o sea íntegro; tampoco los que tienen menos, o padecen una enfermedad, o son pobres, están siendo castigados por Dios.

Algo más que Jesús dejó claro es que ser del linaje de Abraham no había bastado para librar del tormento al hombre rico. En otra ocasión, Jesús manifestó que ser de la estirpe física de Abraham no era suficiente, sino que había que vivir como Abraham.

Respondieron y le dijeron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dijo: «Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais»[19].

La parábola también pone de manifiesto la conducta que no deben seguir las personas acaudaladas. El hombre rico era consciente de Lázaro y sus necesidades, pero no se interesaba en lo más mínimo por él. No hizo nada para ayudarlo, aunque claramente no le faltaban los medios. Es tan fácil mirar hacia otro lado cuando uno ve un mendigo, sobre todo si es desagradable a la vista, como en este vívido ejemplo que da Jesús de Lázaro, cuyas llagas supurantes los perros lamían. En vez de ver a un ser humano, creado a imagen de Dios, a quien Dios ama, es más fácil evitar a la persona, mirar hacia otro lado y no prestarle atención, no inmutarse. Como cristianos, como discípulos, debemos reaccionar con amor y compasión cuando vemos el estado en que se encuentran los necesitados.

Si bien en esta parábola Jesús presenta a un hombre adinerado como ejemplo de mala conducta, ser rico no tiene intrínsecamente nada de malo. El propio Abraham era rico. Existe, sin embargo, peligro cuando las riquezas influyen negativamente en nuestra actitud. Todo depende de la importancia y el uso que les demos. ¿Somos como el rico del capítulo 12 de Lucas, que tenía pensado guardar su cosecha récord y usarla para su propio provecho? ¿Somos esclavos de nuestro dinero y nuestras posesiones, o los empleamos para la gloria de Dios? ¿Llevamos una vida de excesos, como el rico de esta parábola, o ayudamos a los demás? Aunque nuestros recursos económicos no nos permitan dar mucho, ¿hacemos lo que podemos por ayudar a los necesitados, dedicándoles quizás algo de tiempo, prestándoles atención o contribuyendo de alguna manera a satisfacer sus necesidades? ¿Qué actitud tenemos frente a los pobres y necesitados? ¿Nos son indiferentes? ¿Los menospreciamos? ¿Los juzgamos porque nos parece que se merecen estar como están? ¿O muestran nuestras acciones que nos compadecemos de ellos, que nos interesamos y preocupamos por ellos?

Esta parábola también contiene una advertencia contra ignorar o rechazar la Palabra de Dios. El hombre rico o bien no creía, o bien tenía creencias erróneas. Y él sabía que lo mismo les pasaba a sus hermanos. Pidió que se les diera una señal, pero Abraham dijo que no se les daría ninguna porque ya tenían la Palabra de Dios a su disposición. Dios consideró responsable al hombre rico porque, a pesar de contar con la Palabra de Dios, no había vivido conforme a lo que esta indica, como se evidencia por el hecho de que no había tratado a los pobres como mandan las Escrituras.

Nuestra manera de vivir influirá en nuestro futuro eterno. Nuestras acciones y omisiones afectan no solo nuestra vida actual, sino nuestra vida para siempre. Debemos tener cuidado con las decisiones que tomamos, con nuestra forma de vivir, con el uso que hacemos del dinero y de los bienes materiales, y con nuestra manera de tratar a los necesitados. La suma de nuestras decisiones y acciones no solo determina nuestro presente, sino que también incide en nuestro futuro en el más allá.

Como cristianos, como discípulos, algo más que conviene que aprendamos de esta parábola es que estamos rodeados de muchos que, como el hombre rico, no creen o no captan que haya otra vida. Es posible que no entiendan que creer la Palabra de Dios y aceptar la salvación por medio de Su Hijo Jesús cambiará su vida ahora y eternamente. Nuestra función consiste en compartir con ellos nuestra abundancia de verdades espirituales. No debemos hacer como el rico de la parábola, sentirnos satisfechos con nuestras riquezas espirituales, con la abundancia de cielo que tenemos, y no hacer ningún caso de los lázaros de este mundo que están tan necesitados, no solo física, sino también espiritualmente.

Tengamos o no mucho dinero y bienes materiales que compartir con los necesitados, todos como cristianos poseemos lo más valioso que puede llegar a tener una persona: vida eterna y una relación personal con quien la hace posible, Jesús. Hay a nuestro alrededor multitud de personas de todas las profesiones y condiciones sociales que se hallan en una situación desesperada, y nosotros tenemos las riquezas espirituales de la fe, de la salvación y del profundo amor de Dios que podemos compartir con ellas. Esmerémonos por llevarles consuelo y salvación, ¿de acuerdo?


El rico y Lázaro, Lucas 16:19–31

19 «Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino y hacía cada día banquete con esplendidez.

20 Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquel, lleno de llagas,

21 y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas.

22 Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.

23 En el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.

24 Entonces, gritando, dijo: “Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama”.

25 Pero Abraham le dijo: “Hijo, acuérdate de que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, males; pero ahora este es consolado aquí, y tú atormentado.

26 Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá”.

27 Entonces le dijo: “Te ruego, pues, padre, que lo envíes a la casa de mi padre,

28 porque tengo cinco hermanos, para que les testifique a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento”.

29 Abraham le dijo: “A Moisés y a los Profetas tienen; ¡que los oigan a ellos!”

30 Él entonces dijo: “No, padre Abraham; pero si alguno de los muertos va a ellos, se arrepentirán”.

31 Pero Abraham le dijo: “Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos”».


Nota:

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Lucas 16:19.

[2] Lucas 16:20,21.

[3] Kenneth E. Bailey, Jesús a través de los ojos del Medio Oriente (Grupo Nelson, 2012).

Los perros lamen sus propias heridas, y lamen a las personas como muestra de afecto. Pero además, investigaciones científicas recientes han comprobado que la saliva contiene péptidos antibióticos endógenos que facilitan la curación. La saliva canina contiene tales péptidos antibióticos, y los antiguos de alguna manera aprendieron que si un perro lame una herida, ésta sana más rápido. En 1994, el profesor Lawrence Stager, de la Universidad de Harvard, descubrió más de 1.300 perros enterrados en la antigua Ascalón. Las tumbas eran de los siglos V a III a. C., cuando Ascalón era gobernada por los fenicios. Probablemente esos animales estaban relacionados con un culto de curación fenicio. Lo más seguro es que se les enseñara a lamer heridas o llagas, servicio por el cual se pagaba una suma a sus dueños. Eso explicaría el sentido de Deuteronomio 23:18, que prohíbe llevar a la casa del Señor el «salario de un perro».

[4] Lucas 16:22.

[5] Mateo 8:11 (LPD).

[6] Lucas 16:22–24.

[7] Bailey, Jesús a través de los ojos del Medio Oriente.

[8] Lucas 16:25.

[9] Lucas 16:26.

[10] Lucas 16:27,28.

[11] Lucas 16:29.

[12] Lucas 16:30.

[13] Lucas 16:31.

[14] «La generación mala y adúltera demanda una señal, pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás». Y dejándolos, se fue (Mateo 16:4).

Vinieron entonces los fariseos y comenzaron a discutir con Él, pidiéndole señal del cielo para tentarlo (Marcos 8:11).

Otros, para tentarlo, le pedían señal del cielo (Lucas 11:16).

Los judíos respondieron y le dijeron: «Ya que haces esto, ¿qué señal nos muestras?» Respondió Jesús y les dijo: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Juan 2:18,19).

[15] Juan 6:30.

[16] T. W. Manson, The Sayings of Jesus (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1979), 299.

[17] Manson, Sayings of Jesus, 300.

[18] Manson, Sayings of Jesus, 300, 301.

[19] Juan 8:39.

Traducción: Jorge Solá y Antonia López.

 

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