Parábolas de Jesús: El rey y los administradores, Lucas 19:11–27

Enviado por Peter Amsterdam

septiembre 23, 2014

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Tanto el Evangelio de Mateo como el de Lucas cuentan la historia de un hombre adinerado que, en preparación para una larga ausencia, entregó a sus servidores ciertas sumas de dinero que administrar en su nombre[1]. En el Evangelio de Lucas, Jesús cuenta la parábola estando en Jericó, de camino a Jerusalén, poco antes de que lo crucificaran. Acaba de comer con Zaqueo, jefe de los cobradores de impuestos. A la multitud que seguía a Jesús le pareció ofensivo que fuera a la casa de un aborrecido recaudador de tributos, ya que estos eran considerados pecadores que habían traicionado a Israel. Durante la comida, Zaqueo anunció que devolvería el dinero que había cobrado injustamente en el curso de su trabajo como recaudador de impuestos. Al oírlo, Jesús dijo que aquel día había llegado la salvación a la casa de Zaqueo y que el Hijo del Hombre había ido «a buscar y a salvar lo que se había perdido»[2]. Ese es el contexto en que contó la siguiente parábola.

Prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente.

Jesús se dirigía a Jerusalén para celebrar allá la Pascua y se encontraba en Jericó, a tan solo 29 kilómetros. El pueblo judío tenía la esperanza de que el Mesías —una persona del linaje del rey David, el cual había gobernado mil años antes— fuera coronado rey en Jerusalén. Se creía que el Mesías restauraría la majestad del reino de David y libraría a Israel de opresores extranjeros. Cuando Jesús llegó a Jerusalén, se juntó delante y detrás de Él una muchedumbre que gritaba: «¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!»[3] Todos esperaban que el fin del dominio de los odiados romanos —y el establecimiento del reino de Israel con el Mesías como rey— estuviera a la vuelta de la esquina.

Si bien Jesús había anunciado a Sus discípulos que en Jerusalén lo matarían, ellos no lo entendieron, pues tenían las típicas expectativas judías en cuanto al Mesías[4]. Los seguidores de Jesús estaban emocionados imaginándose Su entrada en Jerusalén y Su posible enaltecimiento. Jacobo y Juan tenían la mirada puesta en un futuro inmediato cuando le pidieron a Jesús que les permitiera sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda en Su gloria[5].

Dijo, pues: «Un hombre noble se fue a un país lejano para recibir un reino y volver. Llamó antes a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: “Negociad entre tanto que regreso”. Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron tras él una embajada, diciendo: “No queremos que este reine sobre nosotros”».

Es posible que en esta parábola Jesús estuviera aludiendo a un episodio reciente de la historia judía. Los dirigentes de los países vasallos de Roma tenían que solicitar al emperador romano permiso para gobernar. Herodes el Grande, que era rey en Israel cuando nació Jesús, fue a Roma en el año 40 a. C. para pedirle al emperador Augusto que lo nombrara rey. Al morir él, dejó la región de Galilea a su hijo Antipas para que la gobernara; y dejó Samaria, Idumea y Judea a otro hijo suyo, Arquelao, que en el año 4 a. C. fue a Roma para que lo confirmaran en su cargo. Como la gente sabía que Arquelao era un dirigente duro, una delegación compuesta por 50 judíos prominentes viajó a Roma para pedirle al emperador que no permitiera que Arquelao reinara. Aun así, el emperador le entregó esa región, pero no lo nombró rey, sino que le dio el título de etnarca, sobreentendiéndose que si gobernaba bien se le conferiría el título de rey. Sin embargo, al cabo de diez años el emperador lo destituyó. Cuando José y María, los padres de Jesús, regresaron a Israel tras haberse refugiado en Egipto por un tiempo, no se sintieron seguros volviendo a Belén, que está en Judea, porque Arquelao gobernaba esa región. Por eso se instalaron en Nazaret de Galilea[6].

La situación del noble de la parábola que se va a un país lejano para recibir un reino se entendería como similar a la de una persona que fuera a solicitar al emperador romano que lo nombrara rey de un país. En la parábola, evidentemente hay paisanos del noble que lo odian y no quieren que reine sobre ellos, tanto así que envían una delegación para persuadir a la autoridad superior de que no lo nombre rey.

Antes de salir de viaje, el noble llama a diez servidores y le entrega a cada uno una mina. Una mina representaba el salario trimestral de un obrero, así que la suma que le entrega a cada uno equivale a la paga por cien días de trabajo. Si bien no se trata de una cantidad enorme, les da claras instrucciones de que empleen ese dinero para hacer negocios hasta que él regrese.

En el evangelio de Mateo, la parábola cuenta que a los servidores se les entregaron talentos: cinco a uno, dos a otro y uno al último. El talento era una unidad monetaria que valía entre 60 y 90 libras de plata u oro. Según el metal que se usara, un talento equivalía a 60 libras o minas, o sea, el salario que percibía un obrero por 6.000 días de trabajo, o aproximadamente lo que ganaba en veinte años[7]. (El valor de la mina o del talento no afecta en absoluto el sentido de la parábola.)

El noble del Evangelio de Lucas espera regresar como rey, aunque la delegación confía en evitarlo. Entre la población del reino, es lógico que la incertidumbre de si llegará a ser rey o si la delegación conseguirá impedirlo dé lugar a una situación política algo inestable. Los servidores del noble que hagan negocios en su nombre o representación estarán revelando, en esencia, su alineamiento con él. Sin duda los enemigos del noble tomarán nota de los que le son leales, y si logran que otro sea nombrado rey, los amigos del noble podrían correr peligro. En una época de inestabilidad, mucha gente opta por no llamar la atención y enterrar su dinero y objetos de valor —en vez de arriesgarse a perderlos— hasta que la situación política se estabilice[8]. No obstante, a los servidores del noble se les manda emplear las minas para hacer negocios.

Resulta que la delegación no logra su cometido, y cuando el noble vuelve a su país ha sido nombrado rey.

Aconteció que, al regresar él después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Se presentó el primero, diciendo: «Señor, tu mina ha ganado diez minas». Él le dijo: «Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades». Llegó otro, diciendo: «Señor, tu mina ha producido cinco minas». También a este dijo: «Tú también sé sobre cinco ciudades».

Las parábolas son breves y dan un mínimo de detalles; de ahí que, aunque eran diez los servidores que recibieron minas, solo se nos habla del desempeño de tres. Por la forma de responder de los dos primeros, está claro que entendieron que la mina que se les entregó le pertenecía al rey, así como la ganancia que obtuvieron negociando. El primero anuncia: «Señor, tu mina ha ganado diez minas», y el segundo dice que la mina de su señor ha ganado cinco.

Al realizar negocios conforme a las instrucciones del rey, esos servidores demostraron su lealtad. Su forma de proceder no solo fue leal, sino que podría considerarse también valiente, pues a pesar de la inestable situación política y de las personas que detestaban al futuro rey, se encargaron de sus asuntos y lo hicieron bien.

A esos servidores buenos y fieles se los premia por su lealtad, obediencia y valor. Como recompensa, reciben autoridad y potestad sobre algunas de las ciudades del reino del nuevo rey: el primero, sobre diez; el segundo, sobre cinco.

En cambio, las acciones y la respuesta del tercer servidor son bien diferentes.

Se presentó otro, diciendo: «Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo, porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo que tomas lo que no pusiste y siegas lo que no sembraste».

En la versión de Mateo, el servidor desobediente entierra el dinero; según el derecho rabínico, esa era la forma más segura de proteger contra robos un objeto de valor. Si una persona a la que se confiaba un objeto de valor lo enterraba inmediatamente, quedaba libre de responsabilidad en caso de que el objeto fuera robado. En esta versión, el servidor envuelve el dinero en un paño tejido de aproximadamente un metro cuadrado. El derecho rabínico establecía que quien guardara dinero en una tela era responsable de reponerlo en caso de pérdida[9].

El tercer servidor era consciente de que él era responsable del dinero, y no lo invirtió por miedo a perderlo y sufrir un castigo a manos del rey. Esa forma de proceder fue una contravención de las instrucciones que había dado el rey, pues él les mandó negociar con las minas. La justificación del servidor para no seguir las instrucciones originales del rey fue que se sintió intimidado por el rey y por el buen ojo que este tenía para los negocios. Las inversiones del rey obtenían grandes ganancias, no como resultado de su propio esfuerzo, sino del trabajo de los demás. En vez de invertir el dinero, tuvo miedo, lo guardó, y no ganó nada.

La respuesta del rey no es nada agradable.

Entonces él le dijo: «Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo soy hombre severo que tomo lo que no puse y siego lo que no sembré. ¿Por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que, al volver, lo hubiera recibido con los intereses?»

El rey lo recrimina, usando las propias palabras del servidor en contra de él. Si eso era lo que pensaba del rey, debería haber sabido que este esperaría que la mina a su regreso hubiera producido alguna ganancia. Si el servidor temía perder el dinero en alguna inversión arriesgada, podría haber ganado un poco entregando los fondos a los que cambiaban dinero de una moneda a otra cobrando una comisión, o hacían préstamos con interés. Eso no habría requerido ningún trabajo por parte del servidor, y aunque no habría obtenido las ganancias de 1.000% del primero ni las de 500% del segundo, al menos habría conseguido algo. Sin embargo, le falló al rey, porque no entendió su forma de pensar.

No es que tuviera malas intenciones: quería evitar la pérdida de lo que se le había confiado; pero no cumplió las expectativas ni las órdenes del rey. Hubiera debido estar dispuesto a aventurarse, a correr algunos riesgos con el fin de lograr ganancias. Los otros dos servidores lo entendieron claramente, actuaron en consecuencia y fueron premiados. Aparte de la contravención de las órdenes del rey y la malinterpretación de su forma de pensar, quizá hubo cierta vacilación o miedo de hacer negocios en nombre del noble por si acaso otro era nombrado rey.

El rey juzga sumariamente al tercer servidor.

Y dijo a los que estaban presentes: «Quitadle la mina y dadla al que tiene las diez minas». Ellos le dijeron: «Señor, tiene diez minas». «Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».

Así que le quitan la mina a este servidor y se la dan al primero. Los que presencian la escena ponen objeciones; pero el rey replica que los que demuestren su fidelidad con lo que se les ha dado recibirán más, mientras que los que no sean fieles perderán lo que hayan recibido.

La parábola, entonces, pasa a hablar de los enemigos del rey.

«Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinara sobre ellos, traedlos acá y decapitadlos delante de mí».

El rey manda matar a sus enemigos, lo cual debió de traer a la memoria las acciones de Arquelao, que hizo ejecutar a los que se le oponían. En el lenguaje parabólico, se trata de una advertencia de castigo. No es necesariamente una representación realista del juicio venidero, pero sí una afirmación de que habrá un juicio. Si bien el juicio no es un aspecto de las enseñanzas de Jesús que la mayoría encuentre confortante e inspirador, constituye una parte importante de las mismas. A través del Antiguo y del Nuevo Testamento, la Palabra de Dios habla tanto de salvación como de castigo. Al leer las Escrituras entendemos que Jesús, que voluntariamente dio la vida por nosotros, fue de hecho sacrificado por nuestros pecados, para que los que lo aceptamos nos libremos del castigo venidero[10].

Entonces, ¿qué enseña esta parábola?

Varias cosas; pero comencemos por las enseñanzas que habrían sacado los oyentes originales. Es probable que comprendieran que todo lo que tiene una persona le pertenece a Dios, que cada uno de nosotros administra lo que ha recibido —incluidas sus habilidades y cualidades— y que Dios espera que usemos todo eso de acuerdo con los mandamientos que Él da en las Escrituras.

Podemos preguntarnos: ¿Cómo aprovecho los dones que Dios me ha dado en esta vida, sabiendo que tengo el deber de usarlos prudentemente? ¿Reconozco que todo lo que tengo le pertenece a Dios? ¿Lo aprovecho de acuerdo con las instrucciones que Él nos ha dado?

Algo más que pudieron entender los que estaban presentes cuando Jesús contó este relato es que Él les estaba indicando que esa expectativa de que Él, como rey judío o mesías terrenal, fuera a liberar enseguida a Israel de sus opresores romanos era errónea. Y 25 o 30 años más tarde, cuando se escribió el Evangelio de Lucas, los lectores debieron de entender que la parábola también se refería al período de tiempo entre la ascensión de Jesús y Su retorno prometido, llamado con frecuencia Su segunda venida y conocido también como la parusía, término griego que significa llegada o venida. Todos los Evangelios se escribieron décadas después de la muerte y resurrección de Jesús, por lo cual los que los leemos disponemos de más datos para interpretar el hecho de que el rey se ausentara y luego regresara: comprendemos que aunque Jesús ahora se ha ido, volverá; y que Él abriga ciertas expectativas con relación a los dones y talentos que Dios nos ha concedido.

Las minas, que representan los dones de Dios, se nos entregan para probarnos. ¿Serán fieles con ellas los siervos de Dios? ¿Serán leales al rey que esperan y creen que volverá, a pesar de que muchos esperan y creen que nunca volverá? ¿Harán negocios en Su nombre? ¿O actuarán de forma temerosa? Si son fieles y leales, si siguen Sus mandamientos, serán premiados, como los servidores a los que se les confió el gobierno de diez o de cinco ciudades. Y si no somos fieles, aunque no perderemos nuestra salvación, dice la parábola que pagaremos las consecuencias de haber contravenido las órdenes del rey.

Aunque la iglesia primitiva y muchos cristianos a lo largo de los últimos dos milenios esperaban que el regreso de Jesús fuera inminente, esta parábola presenta profundos principios por los que regir nuestra vida mientras aguardamos Su retorno. Debemos vivir de una manera que esté en armonía con Sus instrucciones —la Palabra de Dios— y con la expectación de verlo cara a cara, ya sea cuando Él regrese o cuando comparezcamos ante Él al abandonar esta vida. La fecha de Su retorno no es tan importante como nuestra forma de vivir mientras lo aguardamos.

Cada uno de nosotros es responsable de su conducta, de lo mucho o de lo poco que aplique las enseñanzas de la Escritura y del grado en que decida amar y seguir a Dios. Como partidarios de Jesús, como discípulos y cristianos, cada uno de nosotros tiene conocimiento de las instrucciones divinas para vivir a Su servicio y para Su gloria. La pregunta es: ¿Seguimos tales instrucciones? ¿Nos regimos por Sus enseñanzas y principios? ¿Hacemos resueltamente lo que Dios nos ha indicado, de modo similar a cómo obedecieron los servidores que ganaron diez y cinco minas?

Aunque la Biblia enseña claramente que los cristianos no perdemos nuestra salvación, también señala que existen diversos grados de recompensas para los cristianos y que cada uno de nosotros comparecerá ante Cristo para rendir cuentas de su vida. Nuestra forma de vivir sobre el fundamento —Jesús— es importante.

Si alguien edifica sobre este fundamento con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será revelada. La obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará. Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, él recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quema, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego[11].

Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo[12].

Somos administradores de la vida que Dios nos ha concedido. Por amor y misericordia nos ha dado salvación a través de Su Hijo, que dio la vida por todos nosotros. Jesús, nuestro Rey, volverá un día para juzgar si hicimos lo que nos encargó. Vivamos todos a la manera de los servidores fieles que acataron las instrucciones del rey, para que a todos se nos diga: «¡Está bien, buen siervo!»[13]


El rey y los administradores, Lucas 19:11–27

11 Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente.

12 Dijo, pues: «Un hombre noble se fue a un país lejano para recibir un reino y volver.

13 Llamó antes a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: “Negociad entre tanto que regreso”.

14 Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron tras él una embajada, diciendo: “No queremos que este reine sobre nosotros”.

15 Aconteció que, al regresar él después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno.

16 Se presentó el primero, diciendo: “Señor, tu mina ha ganado diez minas”.

17 Él le dijo: “Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades”.

18 Llegó otro, diciendo: “Señor, tu mina ha producido cinco minas”.

19 También a este dijo: “Tú también sé sobre cinco ciudades”.

20 Se presentó otro, diciendo: “Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo,

21 porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo que tomas lo que no pusiste y siegas lo que no sembraste”.

22 Entonces él le dijo: “Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo soy hombre severo que tomo lo que no puse y siego lo que no sembré.

23 ¿Por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que, al volver, lo hubiera recibido con los intereses?”

24 Y dijo a los que estaban presentes: “Quitadle la mina y dadla al que tiene las diez minas”.

25 Ellos le dijeron: “Señor, tiene diez minas”.

26  “Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.

27 Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinara sobre ellos, traedlos acá y decapitadlos delante de mí”».


Nota:

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Existen algunas diferencias entre la versión de Mateo y la de Lucas, y varias teorías sobre el porqué de tales disparidades. Algunos estudiosos consideran que esas diferencias pueden deberse al hecho de que Jesús contó la historia varias veces, en diversas situaciones, lo que dio lugar a interpretaciones ligeramente distintas. En cualquier caso, ambas versiones contienen los mismos elementos principales y dan el mismo mensaje básico con algunas variaciones. Yo sigo la versión de Lucas y en ocasiones me refiero a la de Mateo.

[2] Lucas 19:1–10.

[3] Mateo 21:9.

[4] Tomando Jesús a los doce, les dijo: «Cuando lleguemos a Jerusalén se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del hombre, pues será entregado a los gentiles, se burlarán de Él, lo insultarán y le escupirán. Y después que lo hayan azotado, lo matarán; pero al tercer día resucitará». Sin embargo, ellos nada comprendieron de estas cosas, porque esta palabra les era encubierta y no entendían lo que se les decía (Lucas 18:31–34).

[5] Marcos 10:35–37.

[6] [José] se levantó, tomó al niño y a Su madre, y se fue a tierra de Israel. Pero cuando oyó que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo temor de ir allá. Y avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea (Mateo 2:21,22).

[7] Klyne Snodgrass, Stories With Intent (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2008), 528.

[8] Kenneth E. Bailey, Jesús a través de los ojos del Medio Oriente (Grupo Nelson, 2012).

[9] Joachim Jeremias, Las parábolas de Jesús (Estella: Editorial Verbo Divino, 1974), 76.

[10] Snodgrass, Stories With Intent, 541.

[11] 1 Corintios 3:12–15.

[12] 2 Corintios 5:10.

[13] Lucas 19:17.

Traducción: Jorge Solá y Antonia López.

 

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