Enviado por Peter Amsterdam
septiembre 16, 2014
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[The Spiritual Disciplines: Celebration]
La última de las disciplinas que veremos en esta serie es la de la celebración. Es una buena disciplina espiritual con la que terminar, ya que es el resultado de ejercitarse en las demás. El propósito de practicar las disciplinas es cambiar nuestra vida, modelarnos sobre Jesús. Mediante esa transformación nos volvemos más como Cristo, y nuestra vida gana en alegría. La disciplina de la celebración está intrínsecamente ligada a la alegría de permanecer en la Palabra de Dios y obedecerla.
Todo comienza aceptando lo que enseña la Biblia sobre la salvación y la redención: que es un don de Dios al que accedemos mediante la fe en Jesús como nuestro Salvador y que nos hace justos a los ojos de Dios. La salvación nos permite entablar una relación con Él y hace que Su presencia more en nosotros. Posteriormente, al aplicar lo que Él nos ha enseñado por medio de las Escrituras, vamos creciendo en esa relación. Procuramos regirnos por Su voluntad y dejar que Él reine en nosotros, siguiendo Sus instrucciones para vivir como a Él le agrada que lo hagamos. Él entonces nos bendice: nos orienta, nos guía, nos protege y provee para nosotros, lo cual es causa de alegría. Esa alegría está a la raíz de la disciplina de la celebración, que consiste en aprender a festejar lo que Dios ha hecho por nosotros y a regocijarnos en Él.
Alégrense en el Señor y regocíjense, justos; den voces de júbilo todos ustedes, los rectos de corazón[1]. Canten y alégrense los que están a favor de Mi justa causa[2]. Con labios de júbilo te alabará mi boca, cuando me acuerde de Ti en mi lecho, cuando medite en Ti en las vigilias de la noche, porque has sido mi socorro y así en la sombra de Tus alas me regocijaré[3]. Por heredad he tomado Tus testimonios para siempre, porque son el gozo de mi corazón[4].
En el libro El espíritu de las disciplinas, Dallas Willard escribió: «Practicamos la celebración cuando lo pasamos bien y disfrutamos de nuestra vida y nuestro mundo juntamente con nuestra fe y confianza en la grandeza, belleza y bondad de Dios. Nos concentramos en nuestra vida y nuestro mundo como obras de Dios y dones que hemos recibido de Él»[5].
Generalmente todos celebramos los cumpleaños, las fiestas y diversos acontecimientos como un ascenso, el nacimiento de un niño, una graduación, etc. La celebración como disciplina estriba en festejar tanto interna como externamente hechos directamente relacionados con las bendiciones de Dios y Su interacción con nosotros. Consiste en celebrar frecuentemente sucesos significativos ligados al amor, la providencia y las bendiciones de Dios, tanto materiales como espirituales.
Practicamos internamente la disciplina de la celebración cuando nos detenemos a reflexionar sobre la presencia de Dios en nuestra vida, cuando reconocemos que cada día es un regalo que Él nos hace, cuando confesamos que el mundo en que vivimos, la belleza que vemos, los alimentos que consumimos, la compañía que disfrutamos y todas las bendiciones que hemos recibido proceden de Él. Nos regocijamos en la certeza de nuestra salvación y hallamos alegría viviendo en sintonía con el Espíritu de Dios. Vivimos con gozo en nuestro corazón, sabiendo que Él cuidará de nosotros, que nos dará «el pan nuestro de cada día», que nuestras necesidades quedarán cubiertas, que Jesús nos ha otorgado paz para que no nos angustiemos ni tengamos miedo[6], y que esa paz guardará nuestro corazón y nuestros pensamientos[7].
Estamos convencidos de que aun en las temporadas difíciles, en los momentos más sombríos, podemos seguir teniendo la paz de la presencia divina y el conocimiento de que, por muy dura que sea nuestra realidad, estamos seguros a la sombra de Sus alas.
Ten misericordia de mí, Dios, ten misericordia de mí, porque en Ti ha confiado mi alma y en la sombra de Tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos[8]. Has sido mi socorro y así en la sombra de Tus alas me regocijaré[9].
Nuestra celebración interna, cimentada en nuestra fe, alegría, paz y fortaleza en Dios, conduce a la celebración externa. Una de las formas fundamentales de celebrar nuestra paz y alegría consiste en rendirle culto a Dios, alabándolo con palabras, canciones, música, bailes, alzando los brazos, haciendo lo que sea que nos ayude a regocijarnos en Sus bendiciones. También festejamos externamente cuando nos reunimos con otros —familiares, amigos, creyentes como nosotros— para conmemorar nuestras alegrías, triunfos e hitos. A veces simplemente querrán celebrar la vida y la bondad de Dios con sus amigos y seres queridos aunque no sea ninguna fecha u ocasión especial.
Como disciplina, la celebración externa está conectada al reconocimiento interno de las bendiciones de Dios. Dedicamos tiempo a celebrar las bendiciones que Él ha traído a nuestra vida y a la de los demás, los logros, el terminar grandes proyectos, conseguir un nuevo trabajo, aprobar exámenes, salvar almas. Cuando hacemos celebraciones familiares como cumpleaños y aniversarios, graduaciones, bodas o nacimientos, aprovechamos la oportunidad de celebrar el evento y al mismo tiempo demostrar gratitud hacia Dios. Naturalmente, están las celebraciones religiosas que pueden ser incluso más significativas como disciplina cuando nos concentramos en lo espiritual y el significado personal de los eventos que celebramos.
Como disciplina, celebramos externamente acontecimientos, hitos y festividades, y a veces nos reunimos de forma sencilla con amigos para comer o beber algo, hacernos confidencias, contarnos los progresos que hemos logrado, con el fin de reconocer todo lo que Dios ha estado haciendo por nosotros y manifestar nuestra gratitud.
Todos nos enfrentamos a pruebas, tribulaciones y dificultades, que a veces nos llevan a centrarnos en nuestro sufrimiento, nuestras preocupaciones, nuestros temores y la tristeza de la lucha. La celebración consiste en reconocer que en toda vida hay temporadas de aprietos y también temporadas de alegría y felicidad. Para nuestra fe es importante que nos regocijemos y celebremos la bondad de Dios para con nosotros y los demás, independientemente de la clase de temporada que estemos atravesando.
El apóstol Pablo escribió: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Por nada estéis angustiados, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús»[10].
Pablo se estaba haciendo eco de las enseñanzas de Jesús, que dijo: «No os angustiéis, pues, diciendo: “¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?” […] Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas [estas cosas]. Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que no os angustiéis por el día de mañana»[11]. Eso no significa quedarse sin hacer nada, sino que debemos presentarle a Dios en oración nuestras necesidades e inquietudes, y de esa manera poner nuestra confianza en Su amor y providencia en vez de preocuparnos. Cuando adquirimos esa confianza, nos libramos de la ansiedad, y nuestro corazón se llena de paz, pues dejamos de arrastrar nuestros temores y preocupaciones.
Pablo continúa con una recomendación de que centremos nuestros pensamientos en cosas que sean dignas de elogio, y dice que si lo hacemos, la paz de Dios estará con nosotros.
Hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros[12].
La decisión de centrar nuestros pensamientos en cosas que son excelentes, buenas y encomiables es un acto de la voluntad que requiere un esfuerzo deliberado; o sea, es una disciplina. La decisión de confiar en Dios y no preocuparse, de creer que cuidará de nosotros y de actuar en consecuencia, también es un acto de la voluntad. Tales decisiones forman parte de la disciplina de la celebración. Se trata de hacer el esfuerzo de escoger una forma de pensar y de vivir que cuadre con lo que manda la Palabra de Dios y que a la larga conduzca a la alegría[13]. Con esa alegría y celebración en nuestro corazón, reflejamos el gozo del Señor en nuestras acciones y actitudes. Valoramos la vida, pues reconocemos la mano de Dios en toda ella y sabemos que es una bendición que hemos recibido de Él. Apreciamos la buena comida, el vino, la belleza, el arte, la música, el humor, el sano entretenimiento y la diversión. Nos deleitamos en este hermoso mundo y en todo lo que Dios ha puesto en él. Celebramos todo eso porque sabemos que proviene de Dios.
Las disciplinas espirituales que he estado practicando los últimos años me han dado una mayor conciencia de la intervención de Dios en mi vida y de la gran necesidad que tengo de Él. Eso me ha ayudado a percibir mejor Su participación en mi vida cotidiana y la de los demás, lo cual ha derivado en alabanza y gratitud, o sea, en celebración. Antes, con frecuencia andaba tan atareado que no me detenía lo suficiente a reconocer lo que Dios hacía a mi alrededor, y me perdía incontables oportunidades de regocijarme. He entendido la importancia de reconocer Su presencia y celebrar mis victorias, ya sean grandes o pequeñas. A veces es con un vaso de vino o un postre especial, otras con una comida o una fiesta. A menudo es haciendo una simple pausa para alabar un poco al Señor y agradecerle Su bondad y Su amor, que colman mi vida de alegría, alegría que se debe a Su amor y Su gracia.
Los cristianos tenemos motivos para ser las personas más alegres del mundo, porque estamos salvados, el Espíritu de Dios mora en nosotros, y algunas de las manifestaciones de la presencia del Espíritu en nuestra vida son el amor, la alegría y la paz[14]. El amor y el gozo de Dios, la paz que está a nuestro alcance por medio de la salvación, nos llenan de alegría, libertad y vida, y nos permiten disfrutar de Dios y de nuestros semejantes. Deberíamos irradiar alegría y tener ganas de compartirla con los demás. Es una alegría que alimentamos y aumentamos cuando leemos, estudiamos y aplicamos la Palabra de Dios, cuando pasamos ratos a solas con Él en silencio, cuando confesamos nuestros pecados y cuando anotamos y repasamos las maravillas que vemos hacer a Dios. Se expresa en nuestras oraciones, nuestras alabanzas, nuestra adoración y nuestro compañerismo. La transmitimos por medio de nuestro servicio y cuando hablamos de la salvación con otras personas.
Toda disciplina espiritual que practiquemos puede servir de estímulo para el ejercicio de la celebración, pues todas nos acercan al Señor y nos ayudan a experimentar Su presencia y vivir rectamente. Cuando fortalecemos nuestra confianza en Dios, a medida que vamos creciendo en fe gozamos de más paz interior, la cual produce alegría perdurable. Cuando nos disciplinamos para permanecer en el gozo de Dios, confiando en Él, echando sobre Él nuestras cargas, amándolo y regocijándonos en Su amor por nosotros, nos volvemos cristianos alegres, cristianos que lo celebran a Él en cada aspecto de su vida. ¡Ojalá seamos todos cristianos de ese tipo, pues esos son los que resplandecen, para la gloria de Dios, como una ciudad situada en la cima de un monte!
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Salmo 32:11 (NBLH).
[2] Salmo 35:27.
[3] Salmo 63:5–7.
[4] Salmo 119:111.
[5] Dallas Willard, El espíritu de las disciplinas (Miami: Vida, 2010), 178.
[6] Juan 14:27.
[7] Filipenses 4:7.
[8] Salmo 57:1,
[9] Salmo 63:7.
[10] Filipenses 4:4,6,7.
[11] Mateo 6:31–34.
[12] Filipenses 4:8,9.
[13] Richard J. Foster, Celebración de la disciplina (Peniel, 2009).
[14] Gálatas 5:22,23.
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