Enviado por María Fontaine
noviembre 15, 2014
Cuando un seguidor de Jesús vive la vida acorde con Sus preceptos, se convierte en algo hermoso. Ser cristiano y mantener una relación con Dios debería ser algo que impregne nuestras experiencias cotidianas, se integra a nuestras decisiones y brinda color a nuestra percepción de nosotros mismos, de los demás y de la vida misma.
«La Navidad [...] es el amor llevado a la acción. Cuando amamos a alguien, damos a esa persona como Dios nos da a nosotros. El don más preciado que Él nos dio fue Su Hijo, el cual nos envió en forma humana para que pudiéramos saber cómo es el Padre. Cada vez que amamos, cada vez que manifestamos amor, es Navidad». Dale Evans Rogers
Como un bello cuadro, la gloria más grande de un cristiano se compone de innumerables componentes pequeños. Las pequeñas manchitas de pintura que parecen tan insignificantes cuando las miramos de cerca se tornan en una belleza conmovedora cuando se contemplan en su totalidad. Del mismo modo, las incontables expresiones del amor de Dios compartidas con los demás en el transcurso de la vida de un cristiano parecen insignificantes en sí mismas. Sin embargo Dios las observa en el contexto de la totalidad de una vida que lo glorifica y Él se complace en su belleza.
Cuando nuestra vida se centra más en torno a Dios Él le añade mayor brillo a nuestra mirada y más brío a nuestros pasos. Nos concede más fuerza en nuestra debilidad y mayor gracia en épocas difíciles, de sufrimiento o pérdida.
Nuestra dependencia de Él crece, Él aumenta nuestro gozo en Su Espíritu, que supera el pesar. Agudiza nuestra percepción espiritual, que nos ayuda a ver más allá de los defectos para reconocer y apreciar la belleza del Espíritu de Dios en nosotros mismos y en quienes nos rodean. Cuanto más nos proponemos fortalecer nuestra relación con Él y más deseamos una conexión espiritual con Él, más puede Él hacer patente Su Espíritu a través de nosotros. Pablo elogió a unos cristianos de su época con las siguientes palabras:
«Soy testigo de que dieron espontáneamente tanto como podían, y aún más de lo que podían, rogándonos con insistencia que les concediéramos el privilegio de tomar parte en esta ayuda para los santos. Incluso hicieron más de lo que esperábamos, ya que se entregaron a sí mismos, primeramente al Señor y después a nosotros, conforme a la voluntad de Dios». 2 Corintios 8:3–5 NVI
Cuando tu fe desempeña un papel integral en tus valores, objetivos y decisiones, el amor que llevó a Dios a crear el universo puede despertar tu corazón para que perciba la necesidad que hay a tu alrededor. Te moverá a la acción. Si Dios manifiesta Su amor por nosotros en la belleza de una florcita, así como también en la inconmensurable grandeza de haber venido a vivir entre nosotros y morir por nosotros, eso nos enseña que también hay muchas maneras en que nuestra vida puede hacer manifiesto Su Espíritu y verdad ante el mundo.
«En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó Su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos. Queridos hijos, no amemos de palabra ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad. En esto sabremos que somos de la verdad, y nos sentiremos seguros delante de Él». 1 Juan 3:16,18–19 NVI
Dios quiere llenar nuestra vida con Su Espíritu en la medida en que se lo permitamos. Somos obra Suya. Al dar lugar a que Él plasme los diversos matices de Su amor y misericordia y dé forma a la belleza que desea que adquiramos, nos convertimos en una obra maestra Suya, que hablará al corazón de muchas personas. Abracemos con ansias el don preciado de Su presencia en nuestra vida, que nos fue obsequiado aquella primera Navidad. Al cultivar la belleza cautivante del amor de Dios en todo lo que hagamos y digamos, los demás se verán atraídos a Él a través de nosotros.
Traducción: Felipe Mathews y Antonia López.
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