Enviado por Peter Amsterdam
abril 28, 2015
[Jesus—His Life and Message: The Disciples (Part 1)]
Después del encarcelamiento de Juan, Jesús regresó a Galilea, y en algún momento dejó su ciudad, Nazaret, para establecerse en Capernaúm.
Dejando Nazaret, fue y habitó en Capernaúm, ciudad marítima[1]. Cuando Jesús regresó a Capernaúm varios días después, enseguida corrió la voz de que había vuelto a casa[2].
Capernaúm era un pueblo situado en la orilla noroccidental del mar de Galilea (también llamado lago de Genesaret o mar de Tiberíades), a unos cuatro kilómetros al oeste de la desembocadura del río Jordán en el lago. Estaba junto al camino que conducía de la costa mediterránea de Palestina a Damasco.
En tiempos de Jesús vivían en Capernaúm entre 1.000 y 2.000 personas[3]. La base de la economía de la localidad eran la pesca y la agricultura. Había una mesa de recaudación de impuestos o aranceles, que fue donde Jesús le dijo a Leví (Mateo) que lo siguiera[4]. El pueblo contaba también con la presencia de un centurión romano[5], lo cual indica que probablemente había una guarnición militar de entre 80 y 100 soldados.
El traslado desde Nazaret, una remota aldea de montaña, a un pueblo más grande como Capernaúm, a orillas del lago, le permitió a Jesús estar más cerca de otros pueblos prósperos de la costa del lago de Genesaret. Lo puso en mejor situación para hablar, enseñar y ministrar a una mayor variedad de personas, ya que no estaba lejos de pueblos judíos como Corazín, Betsaida y Magdala. Tiberíades, que era una ciudad helénica, también quedaba cerca, pero en los Evangelios no consta que Jesús predicara allí.
Fue en Capernaúm donde Jesús curó a la hija de Jairo[6], a un endemoniado[7], a la suegra de Pedro[8], a un paralítico[9], al criado del centurión[10] y a una mujer que padecía de hemorragias[11]. El Evangelio de Mateo narra que Jesús contó allí varias parábolas[12] y abordó temas como la humildad, los tropiezos y el perdón[13]. Enseñó en la sinagoga del pueblo[14], y fue en esa sinagoga donde dijo que a menos que Sus seguidores comieran Su carne y bebieran Su sangre, no tendrían vida en sí, lo cual hizo que muchos dejaran de seguirlo[15].
Mucho más adelante en Su ministerio, Jesús denunció a las ciudades en las que había hecho la mayor parte de Sus milagros y que a pesar de todo no se habían arrepentido. Capernaúm era una de ellas[16]:
Tú, Capernaúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida, porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma que para ti[17].
En Capernaúm vivían varios de los discípulos de Jesús, y fue allí donde tomaron la decisión de seguirlo. Todos los evangelios sinópticos cuentan las circunstancias en que Pedro, Andrés, Jacobo y Juan decidieron hacerse seguidores de Jesús. Ya explicamos antes (v. El primer contacto) que el Evangelio de Juan narra un encuentro de Andrés y Pedro con Jesús en la zona en que Juan el Bautista bautizaba. Es posible que Juan se refiriera a un encuentro anterior, como también puede que esa fuera Su manera de dar un ejemplo de cómo decidieron seguir a Jesús algunos de Sus discípulos. Yo me inclino por interpretarlo como un encuentro anterior, ya que eso permite entender mejor que abandonaran de un momento a otro su medio de vida cuando Jesús los llamó. Es más verosímil que respondieran de inmediato a Su llamado habiendo tenido ya un encuentro y algunas experiencias con Él que sin conocer de nada a la persona que se dirigió a ellos y los invitó a seguirlo.
El Evangelio de Mateo refiere de esta manera lo que ocurrió:
Pasando Jesús junto al Mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Y les dijo: «Venid en pos de Mí, y os haré pescadores de hombres». Ellos entonces, dejando al instante las redes, lo siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan, en la barca con Zebedeo, su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Ellos, dejando al instante la barca y a su padre, lo siguieron[18].
El Evangelio de Marcos agrega que Zebedeo tenía contratados a unos hombres que lo ayudaban con la pesca. «En seguida los llamó. Entonces, dejando a su padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros, lo siguieron»[19]. Lucas explica que Pedro era socio de Jacobo y Juan[20].
Así fue como Jesús comenzó a llamar a diferentes seguidores. Fue similar a lo que hacían los maestros judíos (rabinos), los cuales tenían alumnos (conocidos como talmidim) que con frecuencia viajaban y vivían con su maestro y lo emulaban. Aprendían no solo de lo que decía su maestro, sino también de lo que hacía. La misión de esos seguidores era llegar a parecerse lo más posible a su maestro[21]. Los talmidim, habiendo escogido a su maestro, se dedicaban intensamente al estudio de la Ley y de la interpretación de ella que hacía su maestro.
Si bien había semejanzas entre los típicos alumnos judíos y los discípulos de Jesús, también había diferencias. Los alumnos judíos buscaban a su maestro, no eran escogidos por él. Jesús, en cambio, llamó a Sus discípulos; no es que ellos se acercaran a Él y le preguntaran si podían estudiar bajo Su tutela. Lo que se proponía Jesús con Sus discípulos no era que estos aprendieran y transmitieran Sus enseñanzas sobre la Ley —a la manera de los rabinos judíos—, sino que participaran de Su vida y Su ministerio y alcanzaran una nueva concepción de las Escrituras a partir de su conocimiento de Él[22].
Stein comenta:
Los rabinos no llamaban a sus discípulos, sino que eran escogidos por estos, que los veían como guías para seguir la Torá [las Escrituras del Antiguo Testamento]. Jesús no los llamó a seguir la Torá, sino a seguirlo a Él[23].
Los invitó a pasar por un proceso de transformación. Si iban con Él, escuchaban Sus enseñanzas y permanecían en Su presencia, con el tiempo aprenderían a ser pescadores de hombres, algo radicalmente distinto del oficio de pescadores que tenían en aquel momento.
El llamamiento de Jesús traía consecuencias aparejadas. Atender al «venid en pos de Mí» significaba dejar atrás algunas cosas: las redes, las barcas, la empresa, su medio de vida y, en el caso de Jacobo y Juan, su padre. Responder al llamado representaba un costo económico. Esos hombres no eran pobres. Tenían una empresa familiar y, en el caso de Zebedeo, esta era lo suficientemente grande como para que hiciera falta contratar ayuda externa. Un escritor comenta:
Se sabe, de hecho, que los pescadores eran blanco frecuente de los recaudadores de impuestos, ya que, como tenían que vender rápidamente su producto, por lo general usaban dinero en vez de recurrir al trueque. Si es cierto que el mar de Galilea era famoso por su abundancia de peces, parece lógico que era posible tener una empresa de pesca razonablemente próspera[24].
El costo de seguir a Jesús no era tan solo económico. Jacobo y Juan no solo dejaron su medio de vida, sino también a su padre. Aunque Jesús recalcó que había que honrar a los padres[25] y no le restó importancia al deber de cuidar de la familia, «por otra parte el llamamiento de Dios requiere que los discípulos tengan en mayor estima las exigencias del reino de Dios —anunciar la buena nueva— que el oprobio que eso trae sobre su familia y sus sentimientos por causa de ese oprobio»[26].
En otros pasajes de los evangelios queda claro que los discípulos permanecieron en contacto con su familia y quizás incluso, en cierta medida, con su empresa familiar. Jesús y Sus discípulos volvían con frecuencia a Capernaúm[27]. Pedro vivió allí en una casa con su mujer y su suegra. «Fue Jesús a casa de Pedro y vio a la suegra de este postrada en cama, con fiebre. Entonces tocó su mano y la fiebre la dejó; ella se levantó, y los servía»[28]. El apóstol Pablo escribió que Pedro (Cefas) y los demás apóstoles viajaban con sus respectivas esposas. «¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una hermana por esposa, como hacen también los otros apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas?»[29] La madre de Jacobo y Juan participó en el ministerio de Jesús y estuvo presente cuando lo crucificaron[30].
En muchos pasajes de los evangelios se cuenta que Jesús y Sus discípulos se desplazaban a menudo en barca por el mar de Galilea[31]. Después de morir, Jesús se apareció a Pedro y a otros discípulos a orillas del lago.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le dijeron: «Vamos nosotros también contigo». Salieron, pues, y entraron en una barca; pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa[32].
El hecho de que Pedro se llevara de pesca a los demás en una barca, sumado al hecho de que en múltiples ocasiones Jesús y Sus discípulos estuvieron en una barca, podría ser una indicación de que Pedro y otros discípulos de Jesús tenían fácil acceso a una embarcación, posiblemente una de las de la empresa de pesca que tenían con Zebedeo.
Aunque los discípulos permanecieron en contacto con su familia, su estilo de vida cambió por completo. Se concentraron en formar parte de la comunidad de Jesús, escuchar Sus enseñanzas, ayudarlo en Su ministerio y aprender a ser pescadores de hombres. Durante los años que duró la vida pública de Jesús, pasaron bastante tiempo lejos de su familia, viajando por Galilea con Él.
Aparte del llamamiento de Pedro, Andrés, Jacobo y Juan, también consta cómo fue el primer encuentro de Felipe y Natanael con Jesús[33] y el llamamiento al discipulado de Leví/Mateo. El llamamiento de Mateo es similar al de las dos parejas de hermanos por el hecho de que la respuesta fue inmediata.
Saliendo Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo que estaba sentado en el banco de los tributos públicos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió[34].
Si bien Jesús tuvo muchos otros discípulos, por lo visto los evangelistas no vieron la necesidad de contar cómo fue que los demás llegaron a conocerlo y seguirlo. En los casos particulares que sí describieron, se observa que hubo una respuesta inmediata por parte de los llamados y que se produjo un cambio radical en su vida. De eso se desprende que seguir a Jesús requiere más que un asentimiento interno; exige compromiso. Mediante sus actos, esos primeros discípulos dieron ejemplo de discipulado, pues estuvieron dispuestos a sacrificarse para seguir a Jesús. Priorizaron otras cosas y reorientaron su vida. Dejaron de preocuparse por sus propios intereses y se centraron en lo que quería quien los había llamado a seguirlo. Eso se puede decir de todos los discípulos que siguieron a Jesús en Su época.
Jesús no solo llamó a esos hombres a creer, sino también a actuar, a seguirlo, a dejar que Él los convirtiera en individuos que pescaran personas, que transformaran corazones y vidas. El llamamiento para servir a Dios, para seguir a Jesús, no solo se hizo hace dos milenios. Él llama de la misma manera a los creyentes de hoy en día. La cuestión es: ¿Aceptamos ese llamamiento? ¿Estamos dispuestos a orientar hacia Él nuestra vida, nuestras acciones, nuestro corazón y todo nuestro ser? ¿Estamos dispuestos a aplicar Sus enseñanzas a nuestra vida cotidiana? ¿Procuramos pescar a los que lo buscan? Si somos discípulos, la respuesta será afirmativa.
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Mateo 4:13.
[2] Marcos 2:1 (NTV).
[3] C. H. Miller y J. L. Reed: «Capernaum», en M. A. Powell (ed.), The HarperCollins Bible Dictionary, 3ª ed., Nueva York: HarperCollins, 2011, 121.
[4] Entrando Jesús en la barca, pasó al otro lado y vino a Su ciudad. Saliendo Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo que estaba sentado en el banco de los tributos públicos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió (Mateo 9:1,9). V. también Marcos 2:1,13,14.
[5] Después que terminó todas Sus palabras al pueblo que lo oía, entró en Capernaúm. Y el siervo de un centurión, a quien este quería mucho, estaba enfermo y a punto de morir. Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniera y sanara a su siervo. Ellos se acercaron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: «Es digno de que le concedas esto, porque ama a nuestra nación y nos edificó una sinagoga» (Lucas 7:1–5).
[6] Mateo 9:18–26; Marcos 5:21–43; Lucas 8:41–56.
[7] Marcos 1:21–28.
[8] Mateo 8:14,15.
[9] Mateo 9:2–8; Marcos 2:1–12; Lucas 5:17–20.
[10] Mateo 8:5–13; Lucas 7:1–10.
[11] Marcos 5:24–34.
[12] Mateo 13.
[13] Mateo 18.
[14] Marcos 1:21.
[15] Juan 6:59–66.
[16] Las otras dos ciudades cercanas que Jesús condenó fueron Corazín y Betsaida: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que en vestidos ásperos y ceniza se habrían arrepentido. Por tanto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Tiro y para Sidón que para vosotras» (Mateo 11:21,22).
[17] Mateo 11:23,24.
[18] Mateo 4:18–22.
[19] Marcos 1:20.
[20] Lucas 5:10.
[21] Spangler/Tverberg: Sentado a los pies del maestro Jesús, Vida, 2010.
[22] Guelich, World Biblical Commentary: Mark 1–8:26, 51
[23] Stein, Mark, 169.
[24] Witherington, The Gospel of Mark, 84.
[25] Mateo 15:3–6.
[26] Keener, The Gospel of Matthew, 154.
[27] Witherington, The Gospel of Mark, 85. V. Mateo 8:1–5; 17:24; Marcos 2:1; 9:33; Lucas 4:31; 7:1; Juan 2:11,12; 6:16,17.
[28] Mateo 8:14,15.
[29] 1 Corintios 9:5.
[30] Se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante Él y pidiéndole algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?» Ella le dijo: «Ordena que en Tu Reino estos dos hijos míos se sienten el uno a Tu derecha y el otro a Tu izquierda» (Mateo 20:20,21).
Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndolo. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo (Mateo 27:55,56).
[31] Mateo 15:39, 8:23, Marcos 3:9, 4:1,35,36, 5:21, 6:31,32, 8:10,13,14.
[32] Juan 21:3,4.
[34] Mateo 9:9. V. también Marcos 2:14, Lucas 5:27,28.
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