Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

Enviado por Peter Amsterdam

agosto 25, 2015

Las Bienaventuranzas (2ª parte)

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount: The Beatitudes (Part 2)]

Habiendo estudiado las tres primeras bienaventuranzas del Sermón del Monte, pasemos ahora a las cinco restantes.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados[1].

Algo clave para comprender esta bienaventuranza es el sentido que tiene aquí la palabra justicia. El vocablo griego dikaiosýne, traducido en el Nuevo Testamento como «justicia», se suele emplear para describir el estado de quien goza de aceptación o ha sido declarado justo delante de Dios a raíz de la vida, muerte y resurrección de Jesús, sobre todo en las epístolas de Pablo. Sin embargo, en el contexto de esta bienaventuranza y en todo el Evangelio de Mateo se emplea para referirse a una conducta que se ajusta a la voluntad de Dios[2]. La justicia a la que se alude aquí se entiende mejor como un anhelo de vivir como Dios desea que lo hagamos, con la actitud que describen estas palabras de Jesús: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió»[3].

La expresión «tener hambre y sed» es una metáfora y significa procurar con ansia, anhelar ardientemente. Es similar a lo que le respondió Jesús a Satanás: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»[4]. Los que desean intensamente vivir conforme a la voluntad de Dios serán saciados.

La palabra saciado —en algunas versiones satisfecho— significa ahíto, harto, inflado, lleno hasta rebosar. Los que tienen hambre y sed de vivir como Dios desea que lo hagamos, que se rigen por las enseñanzas de Jesús, estarán llenos de la presencia de Dios.

Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia[5].

¿Quiénes son los misericordiosos que serán bienaventurados? El vocablo griego traducido como «misericordioso» deriva de la palabra raíz eleos, que significa amabilidad o buena voluntad para con los desdichados y afligidos, unida a un deseo de ayudarlos. La misericordia es compasión hacia los necesitados. No es un simple sentimiento de lástima hacia los carenciados e infelices; es lástima acompañada de acción, de un esfuerzo por paliar su necesidad. Un buen ejemplo de misericordia es la conducta del samaritano en la parábola del buen samaritano[6].

En el Antiguo Testamento dice que Dios es misericordioso.

Clemente y misericordioso es el Señor[7]. Misericordioso y clemente es el Señor; lento para la ira y grande en misericordia[8].

La palabra hebrea traducida como «misericordioso» en esos versículos se define como compasivo. Buena muestra de la misericordia y la compasión de Dios es el hecho de que Él envió a Jesús a morir por nuestros pecados. Nuestro Dios es misericordioso y manifiesta continuamente Su misericordia; y nosotros, como ciudadanos de Su reino, también debemos hacerlo[9]. Debemos ser misericordiosos porque Él nos ha tratado con misericordia. Él se acercó a nosotros cuando nos encontrábamos en un estado deplorable, nos perdonó nuestros pecados y nos llevó a establecer una relación con Él.

Los misericordiosos que son bienaventurados son los que tienen un corazón compasivo, una actitud de misericordia que los lleva a actuar en beneficio de los necesitados. Tales acciones les nacen del corazón, que tienen lleno del amor de Dios. Como han disfrutado de la misericordia divina, se han transformado en personas que tratan a los demás como quisieran ser tratadas. Han conocido el misericordioso amor de Dios, y el Espíritu de Dios las impulsa a tratar al prójimo con empatía y compasión[10].

Bienaventurados los de limpio corazón, porque verán a Dios[11].

Hoy en día entendemos el corazón como un órgano físico, aparte de ser una forma de referirse a las emociones. Según la concepción judía de la época de Jesús, era más que eso: era el centro del estado interior de una persona, de sus pensamientos, su voluntad y sus emociones. Era el origen de las decisiones, de las resoluciones morales, de los sentimientos, el centro de la personalidad. De modo que Jesús, al mencionar a los que son «de limpio corazón», está hablando de tener pureza en lo más profundo de nuestro ser.

Jesús aludió al estado de nuestro ser interior cuando dijo:

Lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre, porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre[12].

Estas palabras muestran el estado del corazón de todos los seres humanos, ya que, debido al pecado, todos somos impuros. Pero el acercarnos a Dios por medio de la fe y la salvación nos limpia el corazón.

Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones[13]. Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones[14].

En el contexto de esta bienaventuranza, la pureza de corazón también tiene que ver con nuestra relación con Dios y con los demás. Tal como escribió David en los Salmos:

¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién estará en Su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas ni ha jurado con engaño[15].

La persona que está centrada en Dios, que no eleva su alma a cosas vanas (ídolos, cualquier cosa que ocupe el lugar de Dios en la vida de uno), que no permite que nada la distraiga de Dios, es la que está en Su lugar santo. No jura con engaño; en su relación con Dios y en su trato con los demás no hay lugar para falsedades. La palabra hebrea traducida como «limpio» en este salmo también se puede traducir como «inocente», de modo que los limpios de manos son los que actúan con inocencia en su trato con sus semejantes. De la misma manera, un corazón limpio es aquel que ha sido purificado de toda intención impropia hacia los demás[16].

Los de limpio corazón son los que verán a Dios. Ahora lo vemos a través de los ojos de la fe; y en el futuro lo veremos cara a cara, aunque las Escrituras no explican bien de qué manera. De todos modos, hoy en día ya lo vemos de diversas maneras: en la belleza de Su creación, en la forma en que responde a nuestras oraciones, en la orientación que nos da, en el amor que disfrutamos en nuestra vida, en nuestra familia y amigos, en las muchas bendiciones que recibimos. Los de limpio corazón, los que han entrado en el reino de Dios, los que se someten a Su gobierno, ven a Dios participar en su vida. Aun así, eso no es sino un anticipo del día en que veremos a Dios en el Cielo.

Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios[17].

Los pacificadores reconcilian a las partes que intervienen en un conflicto. Dios es autor de paz y reconciliación, y mediante el sacrificio de Su Hijo posibilitó la reconciliación entre Él mismo y la humanidad.

Al Padre agradó que en [Jesús] habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de Su cruz[18].

Cuando los cristianos hacen de pacificadores, son «hijos de Dios», ya que reflejan el atributo de la reconciliación divina.

A los cristianos se nos llama a ser pacificadores. Aunque se nos manda estar en paz con todos[19], eso no es lo mismo que ser pacificadores. Pacificar es relacionarse activamente con las partes de un conflicto con la finalidad de generar reconciliación y paz[20]. No es tomar partido por un bando contra el otro, sino estar dispuestos a reconocer sus diferencias y procurar reconciliarlos. Puede tratarse de un hombre y una mujer que tienen dificultades en su relación matrimonial, o un hijo que desconfía de sus padres y viceversa, o compañeros de trabajo que se llevan mal. Ser un pacificador puede significar también dar el primer paso para superar cualquier conflicto que uno mismo tenga con los demás.

Los creyentes participamos también en el proceso de poner paz entre Dios y la humanidad, puesto que nos esforzamos por ayudar a las personas a reconciliarse con su Creador dándoles a conocer el mensaje del evangelio.

En las Escrituras se emplea a veces la expresión «hijo(s) de» para conectar a una persona con un atributo. Por ejemplo, en la parábola del trigo y la cizaña[21] se dice que la cizaña son «los hijos del malo», por el hecho de que poseen los atributos del Diablo. Más adelante en el Sermón del Monte, Jesús dice a Sus discípulos: «Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos»[22]. Al amar a nuestros enemigos, los cristianos reflejamos un atributo divino: el amor.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando por Mi causa os insulten, os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes de vosotros[23].

Juntamos estas dos bienaventuranzas porque ambas versan sobre el mismo tema. Habiendo expresado los atributos y actitudes que deben tener los discípulos como participantes en el reino de Dios, Jesús pasa a hablar del costo de vivir en el reino. Los que tienen hambre y sed de justicia serán perseguidos precisamente por eso. Los discípulos son parte de la sociedad; no obstante, su centro, su cosmovisión y su fin último se ajustan a los caminos de Dios, lo cual los enfrenta al común de la sociedad. La persona que adopta los valores del reino llama la atención. Esa diferencia puede resultar en persecución, y con frecuencia así sucede. Más adelante en el Evangelio de Mateo Jesús deja eso bien claro.

Yo os envío como a ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa Mía, para testimonio a ellos y a los gentiles. […] El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo. Los hijos se levantarán contra los padres y los harán morir. Seréis odiados por todos por causa de Mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, este será salvo. […] El discípulo no es más que su maestro ni el siervo más que su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¡cuánto más a los de su casa![24]

La persecución no siempre desemboca en sufrimiento físico y muerte; puede manifestarse en forma de acoso, maltrato y hostilidad. Jesús mencionó las agresiones verbales, habló de que nos insultarían, nos criticarían, nos harían burla. También advirtió que se dirían mentiras de los discípulos, que los acusarían falsamente de actos no cometidos por ellos.

Jesús explicó que esa persecución no solo se produciría por causa de la justicia —el característico estilo de vida de los discípulos—, sino más concretamente «por Mi causa». Los discípulos que se rijan por las enseñanzas de Jesús pagarán las consecuencias en esta vida. Sin embargo, Él dijo que los que sufran persecución, los que sean criticados, son bienaventurados. Pueden gozarse y alegrarse por dos motivos. El primero es que su «recompensa es grande en los cielos». A los que sufran persecución se les prometen bendiciones en el más allá. La bendición no está en el sufrimiento en sí, sino en el resultado prometido. El origen del júbilo de los discípulos está en el reconocimiento de que lo bueno que se les promete compensa con creces lo malo que están padeciendo ahora[25].

El segundo motivo para regocijarse es que sufrir persecución por Jesús es un honor. Al decir: «Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes de vosotros», Jesús pone a los perseguidos en la misma categoría que los profetas del Antiguo Testamento que también fueron perseguidos en su tiempo.

A los creyentes se nos pide que sigamos las enseñanzas de Jesús, que entremos en el reino de Dios. Eso significa declararle fidelidad a Dios y a Su verdad y adoptar Sus valores. Como resultado de ello, disfrutamos en nuestra vida de la bendición del reino de Dios. Al mismo tiempo, vivir con arreglo a la Palabra de Dios nos expone a diversos niveles de hostigamiento y sufrimiento. Cuando eso sucede, se nos pide que nos gocemos y alegremos, porque nuestra recompensa será grande.

Con eso llegamos al final de las Bienaventuranzas, la sección inicial del Sermón del Monte. Las Bienaventuranzas dan una visión general de cómo debemos ser todos los cristianos si procuramos ajustar nuestra vida a la de Jesús.

Si comparamos las Bienaventuranzas con la vida de Jesús, podemos observar que Él dio el ejemplo que se espera que nosotros sigamos. Dice que Jesús era manso y humilde de corazón: «Llevad Mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas»[26]; que se lamentó por Jerusalén y las ciudades impenitentes de Israel: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste!»[27]; que se compadecía: «Cuando salió Jesús, lo siguieron dos ciegos, diciéndole a gritos: “¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!” Entonces les tocó los ojos, diciendo: “Conforme a vuestra fe os sea hecho”»[28]; que era un pacificador: «Oísteis que fue dicho: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. Pero Yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen»[29]; que fue ridiculizado como si fuera un falso profeta: «Lo escupieron en el rostro y le dieron puñetazos; y otros lo abofeteaban, diciendo: “Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó”»[30].

Las Bienaventuranzas presentan un panorama general de cómo debemos vivir nuestra fe. El resto del Sermón del Monte, que estudiaremos en futuros artículos, contiene más principios y descripciones detalladas de cómo debe uno vivir en el reino de Dios.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 5:6.

[2] McKnight, Sermon on the Mount, 44.

[3] Juan 4:34.

[4] Mateo 4:4.

[5] Mateo 5:7.

[6] Lucas 10:30–37. V. también Parábolas de Jesús: El buen samaritano.

[7] Salmo 111:4.

[8] Salmo 103:8.

[9] Stott, El Sermón del Monte, 49.

[10] McKnight, Sermon on the Mount, 44.

[11] Mateo 5:8.

[12] Mateo 15:18–20.

[13] Hechos 15:8,9.

[14] Santiago 4:8.

[15] Salmo 24:3,4.

[16] The ESV Study Bible (Wheaton, EE. UU.: Crossway Bibles, 2008), 967.

[17] Mateo 5:9.

[18] Colosenses 1:19,20.

[19] Romanos 12:18.

[20] McKnight, Sermon on the Mount, 47.

[21] Mateo 13:24–30,38.

[22] Mateo 5:44,45.

[23] Mateo 5:10–12.

[24] Mateo 10:16–18,21,22,24,25.

[25] France, The Gospel of Matthew, 172.

[26] Mateo 11:29.

[27] Mateo 23:37. V. también Mateo 11:20–24.

[28] Mateo 9:27,29. V. también Mateo 9:13; 20:30–34; 17:14–18; Lucas 17:12–14; 18:38–43.

[29] Mateo 5:43,44. V. también Mateo 26:50.

[30] Mateo 26:67,68.

 

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