Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

Enviado por Peter Amsterdam

marzo 8, 2016

Votos y juramentos

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. Vows and Oaths]

Siguiendo el mismo esquema que cuando habló de la ira, de la concupiscencia y del divorcio, Jesús se pone a enseñar sobre otra faceta de la conducta que deben observar los que forman parte de Su reino. Dice:

Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: «No jurarás en falso, sino cumplirás al Señor tus juramentos». Pero Yo os digo: No juréis de ninguna manera: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de Sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: «Sí, sí» o «No, no» porque lo que es más de esto, de mal procede[1].

En esos versículos, Jesús se refiere a dos aspectos de las enseñanzas del Antiguo Testamento sobre los juramentos: no jurar en falso y cumplir lo que se le promete a Dios. Aunque Jesús no cita textualmente las Escrituras, está resumiendo lo enunciado en los siguientes versículos del Antiguo Testamento:

No juraréis en falso por Mi nombre, profanando así el nombre de tu Dios. Yo, el Señor[2].

Cuando alguien haga un voto al Señor, o haga un juramento ligando su alma con alguna obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca[3].

Cuando hagas voto al Señor, tu Dios, no tardes en pagarlo, porque ciertamente te lo demandará el Señor, tu Dios, y cargarías con un pecado. Si te abstienes de prometer, no habrá en ti pecado. Pero lo que haya salido de tus labios, lo guardarás y lo cumplirás, conforme lo prometiste al Señor, tu Dios, pagando la ofrenda voluntaria que prometiste con tu boca[4].

Sacrifica a Dios alabanza y paga tus votos al Altísimo[5].

A lo largo del Antiguo Testamento hay numerosos ejemplos de personas que hicieron juramentos o votos, como Abraham[6], Jacob[7], José[8], Josué[9], David[10] y otros[11]. También hay juramentos que hizo Dios a Abraham, David y otros.

Por Mí mismo he jurado, dice el Señor, que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado a tu hijo, tu único hijo, de cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; tu descendencia se adueñará de las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a Mi voz[12].

Vosotros seréis Mi pueblo y Yo seré vuestro Dios. Así confirmaré el juramento que hice a vuestros padres, que les daría la tierra que fluye leche y miel, como en este día[13].

En verdad juró el Señor a David y no se retractará de ello: «De tu descendencia pondré sobre tu trono»[14].

La literatura judía diferenciaba entre los juramentos y los votos. Un voto era una promesa que alguien hacía ante Dios, exponiendo que un acto u objeto específico les sería prohibido o exigido. Solían hacerse en épocas de aflicción, o como una expresión de agradecimiento a Dios. Los juramentos por lo general se consideraban declaraciones de veracidad.

Los escritores Stassen y Gushee explican:

Los rabinos distinguían entre dos clases de juramentos. El juramento asertivo era aquel por el que una persona juraba haber o no haber hecho algo, por lo general en un contexto judicial, para corroborar o rechazar un testimonio. La gente confirmaba sus palabras con un juramento sagrado para indicar que se podía contar con que decían la verdad. El juramento voluntario, por otra parte, era más amplio; era cuando una persona juraba hacer o no hacer algo, por lo que era bastante similar a un voto. Los relatos del Antiguo Testamento suelen incluir juramentos de este último tipo, que en esencia son promesas solemnes entre dos personas o entre una persona y Dios. La seriedad de la promesa era avalada por el juramento. Tales juramentos eran considerados legal, moral y espiritualmente vinculantes. No podían incumplirse bajo ningún concepto[15].

Como dicen las Escrituras:

Cuando alguien haga un voto al Señor, o haga un juramento ligando su alma con alguna obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca[16].

Si bien en un principio, en el Antiguo Testamento, se juraba por el nombre de Dios, con el tiempo los judíos comenzaron a utilizar circunlocuciones, es decir, formas indirectas de decir el nombre de Dios (Yahveh). Temían profanar Su nombre y por consiguiente incumplir el tercer mandamiento, que dice: «No tomarás el nombre del Señor, tu Dios, en vano, porque no dará por inocente el Señor al que tome Su nombre en vano»[17]. Por ello sustituían el nombre de Dios por términos como el Cielo, la Tierra, Jerusalén, etc. Con el paso de los años, se construyó todo un sistema sobre el uso de esas circunlocuciones en los juramentos, con lo que se diluyó en gran manera el valor de hacer un juramento. Por ejemplo, un rabino enseñaba que si uno juraba por Jerusalén, no estaba obligado a cumplir su palabra, mientras que si juraba hacia Jerusalén, sí[18]. Había muchas teorías y enseñanzas similares. Según esa lógica, una persona podía hacer un juramento y no cumplirlo, justificando su conducta sobre la base de que en realidad no lo había hecho, ya que quedaba invalidado por todas esas interpretaciones particulares. Más adelante en el Evangelio de Mateo se aprecia cómo le desagradaban a Jesús esas prácticas, cuando dijo:

¡Ay de ustedes, guías ciegos!, que dicen: «Si alguien jura por el templo, no significa nada; pero si jura por el oro del templo, queda obligado por su juramento». ¡Ciegos insensatos! ¿Qué es más importante: el oro, o el templo que hace sagrado al oro? También dicen ustedes: «Si alguien jura por el altar, no significa nada; pero si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado por su juramento». ¡Ciegos! ¿Qué es más importante: la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Por tanto, el que jura por el altar, jura no solo por el altar sino por todo lo que está sobre él. El que jura por el templo, jura no solo por el templo sino por quien habita en él. Y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que lo ocupa[19].

Al hablar de los juramentos, tanto en el Sermón del Monte como en otros pasajes del Evangelio de Mateo, Jesús aborda el tema del sentido más profundo de las Escrituras, empleando un lenguaje bien fuerte. Comienza declarando que no se debe hacer ningún juramento, y a continuación dice que los creyentes no deben jurar ni por el Cielo, ni por la Tierra, ni por Jerusalén, ni por su cabeza. Debería ser suficiente que uno dé su palabra con un sí o con un no, ya que deberíamos decir la verdad.

Jesús trató ciertos problemas que había en Su época, como que la gente jurara falsamente y no cumpliera lo que había jurado hacer. Ambas son conductas que denotan falsedad. Insistió en que la gente debía decir la verdad, cumplir lo que había jurado hacer y no romper sus juramentos. También abordó la cuestión de que al hacer un juramento uno empleara ciertas palabras para dar la impresión de que lo hacía por el nombre de Dios, cuando de hecho no era así. Esos juramentos se formulaban de maneras ingeniosas para inducir a los demás a creer que uno se juramentaba, cuando en realidad no tenía la menor intención de hacer lo que decía.

Jesús planteó que cuando uno jura «por el templo», «por el altar», por el Cielo, por la Tierra o por Jerusalén, en realidad jura por Dios. Los que recurrían a juegos de palabras para hacer falsos juramentos igual estaban obligados delante de Dios a cumplirlos. El argumento de Jesús fue que el Cielo es el trono de Dios; la Tierra, el estrado de Sus pies; Jerusalén, Su ciudad; el templo y el oro que contenía eran Suyos, así como el altar y todo lo que había en él, y de hecho hasta nuestras cabezas le pertenecen. Dios está en todas partes y es dueño de todo, así que al hacer un juramento, juremos por lo que juremos, estamos comprometiéndonos delante de Dios.

Jesús estaba yendo al fondo del asunto: que los que forman parte del reino de Dios deben ser honrados y veraces. Cuando damos nuestra palabra, no hay necesidad de que juremos ante Dios, porque Él siempre está presente y es testigo de cada palabra que decimos y cada promesa que hacemos. El sí de un creyente debería significar sí; y el no, no. Más adelante en el Nuevo Testamento Santiago, hermano de Jesús, hace la siguiente exhortación:

Sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo ni por la tierra ni por ningún otro juramento; sino que vuestro «sí» sea sí, y vuestro «no» sea no, para que no caigáis en condenación[20].

El concepto mismo de tener que jurar que se dice la verdad implica que, sin el juramento, uno tal vez no diría la verdad, o que solo tiene que decir la verdad cuando ha jurado hacerlo. Jesús manda a Sus discípulos decir la verdad porque son puros de corazón, por dentro, no porque un juramento se lo imponga desde fuera[21].

Cumplir lo prometido y ser honesto y veraz son conductas que caracterizan a un seguidor de Jesús. Cuando Él dice: «Sea vuestro hablar: “Sí, sí” o “No, no”»,está enseñándonos a practicar el decir la verdad y declarando que ese es un rasgo distintivo de los que se sujetan al reinado de Dios[22].

Stassen y Gushee dan una buena explicación de la frase de Jesús que dice: «Lo que es más de esto, de mal procede» (en la versión que ellos citan, la traducción dice: «proviene del maligno»)[23].

Jesús termina Su enseñanza con una escueta explicación: «Cualquier cosa de más, proviene del maligno». Recurrir a votos y juramentos es abrir la puerta a un patrón de engaños y falsedades que en últimas puede rastrearse hasta Satanás, padre de la mentira (Juan 8:44), cuyo falaz discurso en el Edén dio origen a la caída de la humanidad en el pecado y la muerte, iniciando una costumbre de hacer declaraciones de dudosa veracidad, muy característica de la condición humana[24].

El mandamiento: «No juréis de ninguna manera» que dio Jesús es interpretado literalmente por algunos cristianos. Los menonitas y huteritas, ramas de los anabaptistas, no hacen juramentos. Los cuáqueros, que no proceden de los anabaptistas, también se niegan a prestar juramento. Algunos cristianos de otras confesiones también se abstienen de hacer juramentos, sobre la base de lo que dijo Jesús.

Otras denominaciones consideran que lo que dijo Jesús en el Sermón del Monte es una exhortación a decir la verdad más que una prohibición de hacer juramentos. Señalan que, cuando fue llevado a juicio y se negaba a hablar, el sumo sacerdote lo puso bajo juramento, y entonces Jesús sí respondió. El término griego que se tradujo como conjurar significa tomar juramento o someter a juramento. Al ser puesto bajo juramento, Jesús confirmó ser el Hijo de Dios, por lo que fue acusado de blasfemia.

Se levantó el sumo sacerdote y le preguntó: «¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti?» Pero Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: «Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si eres Tú el Cristo, el Hijo de Dios». Jesús le dijo: «Tú lo has dicho. Y además os digo que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo». Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: «¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Ahora mismo habéis oído Su blasfemia»[25].

Los que consideran permisibles los juramentos señalan también los casos que hay en el Antiguo Testamento y que ya mencionamos, las veces en que el apóstol Pablo puso a Dios por testigo[26] y los juramentos a los que se hace referencia en el libro de Hebreos[27] y en el Apocalipsis[28].

Teniendo en cuenta el contexto y su ubicación en el Sermón del Monte, la declaración de Jesús contra los juramentos parece ser del mismo género que el texto que la antecede y el que viene después. Al igual que Sus declaraciones sobre la ira, la concupiscencia y el divorcio, el contundente alegato de Jesús contra los juramentos debería probablemente considerarse hiperbólico, entendiendo que se expresó tan tajantemente con el fin de comunicar con eficacia el mensaje subyacente sobre decir la verdad. No debería ser necesario que los que están en el reino hagan juramentos, pues deberían decir siempre la verdad.

Consideres o no que Jesús prohibió hacer juramentos, el mensaje general de este pasaje está claro: los seguidores de Jesús debemos decir la verdad. Cada vez que lo hacemos, emulamos a Dios Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Al Padre se le llama «Dios de verdad»[29], y a Jesús «el camino, la verdad y la vida»[30]. El Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, vive en nosotros[31]. Dios se deleita en «la verdad en lo íntimo»[32], y dice que los que hablan verdad en su corazón habitan en Su tabernáculo y moran en Su monte santo[33].

Como ciudadanos del reino de Dios, estamos comprometidos con la verdad. Bien escribe el apóstol Pablo: «Estad, pues, firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad»[34]. Y el apóstol Pedro dice: «El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal y sus labios no hablen engaño»[35]. Hemos sido llamados a vivir con integridad, a hablar y actuar conforme a la verdad y de esa manera ser un reflejo del Dios de la verdad.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 5:33–37.

[2] Levítico 19:12.

[3] Números 30:2.

[4] Deuteronomio 23:21–23.

[5] Salmo 50:14.

[6] Génesis 21:22–34.

[7] Génesis 25:33, 28:20.

[8] Génesis 50:5.

[9] Josué 6:26.

[10] 1 Samuel 20:17.

[11] Ana, 1 Samuel 1:11; Saúl, 1 Samuel 14:24; Esdras, Esdras 10:5; Nehemías, Nehemías 13:25.

[12] Génesis 22:16–18.

[13] Jeremías 11:4,5.

[14] Salmo 132:11.

[15] Stassen y Gushee, La ética del reino.

[16] Números 30:2.

[17] Éxodo 20:7.

[18] Carson, Jesus’ Sermon on the Mount and His Confrontation with the World, 50.

[19] Mateo 23:16–22 (NVI).

[20] Santiago 5:12.

[21] Green y McKnight, eds., Dictionary of Jesus and the Gospels, 578.

[22] Stassen y Gushee, La ética del reino.

[23] Mateo 5:37.

[24] Stassen y Gushee, La ética del reino.

[25] Mateo 26:62–65.

[26] 2 Corintios 1:23, 11:31; Gálatas 1:20; Filipenses 1:8.

[27] Hebreos 6:13–20.

[28] Apocalipsis 10:6.

[29] Salmo 31:5; Isaías 65:16.

[30] Juan 14:6.

[31] Juan 14:17, 15:26.

[32] Salmo 51:6.

[33] Salmo 15:1.

[34] Efesios 6:14.

[35] 1 Pedro 3:10.

 

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