Inesperado regalo de cumpleaños

Enviado por María Fontaine

agosto 13, 2016

[The Unexpected Birthday Gift]

Un buen amigo me contó algo que le sucedió en su cumpleaños. Su auto estaba en reparación y precisamente ese día llevó a alguien a una excursión. Fue en el auto de esa persona y la excursión fue de todo el día. Como planeaba recoger su auto del taller después de aquel viaje largo, había llevado una buena cantidad de dinero para pagar las reparaciones.

Sin embargo, cuando fue a recoger su auto se quedó horrorizado al ver que el sobre que contenía el dinero de las reparaciones no estaba en su bolsa, donde lo había guardado cuidadosamente. Con el pánico que llega cuando se descubre que se ha perdido algo valioso, rápidamente llamó al dueño del auto que había conducido para ver si tal vez el sobre se había salido de su bolsa y había quedado en el interior del auto.

—No, lo lamento mucho. No lo veo —fue la respuesta.

Mi amigo dijo que la terrible desazón, junto con el agotamiento después de un largo día de conducir, fue abrumadora. No tenía muchos fondos; y no sabía cómo reponer el dinero que se cayó o había sido robado durante el viaje. No se podía hacer nada, sino acudir al Señor y rogarle que ese dinero fuera devuelto de alguna forma. Sin embargo, las posibilidades eran muy pocas como para tener esa esperanza.

Afortunadamente, con el dinero que había recibido por el trabajo de ese día pagó lo suficiente de las reparaciones para llevarse el auto a su casa.

Estaba acongojado y acosado por una intensa migraña. Y por si fuera poco, era su cumpleaños y había resultado un desastre. Se sentía mal por la migraña y estaba preocupado por el dinero. Además, se culpaba por haber permitido que se perdiera ese dinero. Pasó varias horas tratando de entender por qué había sucedido. Por fin, optó por dejarle todo el asunto al Señor y confiar en que la persona que tenía ahora el dinero debía necesitarlo mucho más que él. Oró para que el Señor aprovechara esos fondos para que esa persona se acercara a Jesús.

Creo que para entonces debió haberse sentido como Job: «Señor, has dado y has quitado. Bendito sea Tu nombre». En ese punto por fin se quedó dormido. Y durmió mejor de lo habitual.

Al día siguiente fue a trabajar con tranquilidad; el Señor haría que todo fuera para bien. No contaba con que vería de nuevo ese dinero. Solo sabía que el Señor se encargaría de todo.

A media mañana lo llamaron por teléfono. Era la señora que el día anterior había llevado en su coche. Le dijo: «Encontramos el sobre con el dinero cuando volvimos a buscar en el interior del auto. Así que aquí lo tenemos para entregárselo a usted».

¡Qué alivio! Y un motivo para alabar a Aquel que había devuelto lo que estaba perdido. Mi amigo quedó feliz de haber optado por confiarle todo al Señor.

Podría haber cedido a la desesperación o la ansiedad. Sin embargo, logró la victoria porque decidió alabar al Señor en todas las circunstancias. No fue lo que Dios hizo o no hizo por él, ni si parecía que Dios era «bueno» o «malo» con él. Lo que importaba era que confiaba en que Jesús haría lo que fuera mejor para él. Estaba seguro de que siempre podía confiar en el amor de Dios, independientemente de los desafíos o pérdidas que enfrentara, porque Jesús lo había dado todo, hasta Su vida, por él.

Ser seguidor de Jesús no garantiza que todo siempre saldrá de la manera que queremos. Sin embargo, una vez que hemos hecho lo que está dentro de nuestras posibilidades, podemos dejar todo en manos del Señor para que haga lo que Él sabe que es mejor. Aunque algo se pierda o se lo lleven, Dios siempre puede proveer, o dirigirnos por otra ruta, o indicarnos cómo podemos prescindir de algo que pensábamos que era necesario. Pese a todo, necesitamos confiar en que el Señor nunca falla y en que Él hace que todo redunde en nuestro bien.

Hace falta fe para aguantar en las épocas de prueba y pérdida. Cuando nos esforzamos para dar gracias por todo, estamos en mejores condiciones de confiar en que Dios provee lo que sea que Él sabe que es lo mejor para nosotros.

Así que en su cumpleaños mi amigo recibió algo muy valioso de parte de Jesús, el regalo de la fe intensificada, que siempre puede confiar en el Señor para todo. Ese regalo durará para siempre.

 

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