Enviado por Peter Amsterdam
febrero 14, 2017
[Jesus—His Life and Message: Miracles (Part 2). Healing of the Leper]
Los lectores de los Evangelios no sabemos exactamente cuántos milagros hizo Jesús. Hay frases que dicen que todos los que tenían plagas se echaban sobre Él para tocarlo, que sanó a muchos que padecían de diversas enfermedades y que le llevaban enfermos donde sea que estuviera. El Evangelio de Juan termina diciendo que lo que se escribió acerca de Jesús representa tan solo una pequeña fracción de todo lo que hizo:
Hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir[1].
Aunque no conozcamos todos los milagros que realizó, sí sabemos de muchos, ya que los evangelistas dejaron constancia de ellos como muestra de Sus hechos poderosos, a fin de que nosotros, los lectores, entendamos que Jesús es quien dijo ser: el Mesías, el Hijo de Dios. Del mismo modo que en Su tiempo muchos se convencieron de que Él era el Mesías al ver Sus milagros u oír hablar de ellos, hoy en día la lectura de Sus milagros puede inspirarnos fe.
Cada evangelista menciona en su Evangelio ciertos milagros que no aparecen en ningún otro. En el caso de Marcos son dos; en el de Mateo, tres; en el de Lucas y Juan, cinco. Hay un único milagro que figura en los cuatro Evangelios: el de la alimentación de los cinco mil. Hay once milagros que se mencionan tanto en el Evangelio de Mateo como en el de Marcos y el de Lucas, aunque no siempre los sitúan en el mismo lugar. En este artículo y en otros de esta serie, al estudiar un milagro referido en más de un Evangelio tomaré como base una versión y, cuando sea necesario, comentaré también las diferencias que hay con las otras versiones.
El milagro de la curación de un leproso es uno de los que aparecen en los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Utilizaré la versión de Marcos, que dice:
Vino a Él un leproso que, de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero, sé limpio». Tan pronto terminó de hablar, la lepra desapareció del hombre, y quedó limpio. Entonces lo despidió en seguida, y le ordenó estrictamente: «Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos». Pero, al salir, comenzó a publicar y a divulgar mucho el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en los lugares desiertos; y venían a Él de todas partes[2].
Hoy en día usamos la palabra lepra para referirnos principalmente a la enfermedad de Hansen. Sin embargo, en tiempos bíblicos era un término más amplio que englobaba diversas enfermedades cutáneas, entre ellas de la Hansen. Algunas de las enfermedades de la piel que se catalogaban como lepra —por ejemplo la psoriasis, el lupus, la tiña y el favus— eran curables, como se deduce de Levítico 13 y 14. En aquel tiempo, la enfermedad de Hansen era incurable. Cualquiera de las enfermedades llamadas lepra en la Biblia era causal para que se considerara impuro al que la padecía, se lo apartara de la sociedad, de sus vecinos y amigos, y hasta de su familia y hogar, de acuerdo con Levítico 13 y 14, hasta o a menos que se curara. Una vez sanado, debía cumplir un ritual religioso que tomaba ocho días, tras lo cual era declarado limpio por un sacerdote.
El motivo por el que se lo separaba era que la enfermedad era contagiosa; pero claro, para el enfermo era duro quedar excluido de su familia y del resto de la sociedad.
El leproso que tenga llagas llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y con el rostro semicubierto gritará: «¡Impuro! ¡Impuro!» Todo el tiempo que tenga las llagas, será impuro. Estará impuro y habitará solo; fuera del campamento vivirá[3].
Como a veces se consideraba que la lepra era un castigo que uno sufría por los pecados que había cometido[4], los leprosos tenían que arrastrar adicionalmente esa carga. El efecto general era que la lepra venía a ser una muerte en vida[5].
Tal era el estado del hombre que acudió a Jesús aquel día, se arrodilló ante Él y le pidió que lo curara. Se acercó a Jesús humildemente. En la Antigüedad, inclinarse ante una persona era un acto de respeto de la dignidad de esta y de su autoridad para librarlo a uno de una dificultad apremiante[6]. Este hombre se atrevió a quebrantar las normas sociales y se acercó a Jesús para que lo sanara. Estaba desesperado por llevar una vida normal. Su modo de formular su petición —«si quieres, puedes limpiarme»— muestra que reconocía la capacidad y autoridad de Jesús para curarlo. Es interesante que le pidiera a Jesús que lo limpiara y no que lo curara. Cierto autor señala:
Nótese que su principal preocupación es quedar limpio para poder reintegrarse a la sociedad judía con plenas facultades. Centrarse en los efectos rituales de la enfermedad es un enfoque muy típico de los judíos, mientras que un pagano habría dicho simplemente: «Si quieres, puedes sanarme»[7].
Jesús se compadeció e hizo algo extraordinario: extendió la mano y tocó al hombre. Según la ley de Moisés, quien tocara o fuera tocado por algo inmundo se volvía ritualmente impuro.
La persona que haya tocado cualquier cosa inmunda, sea cadáver de bestia inmunda, o cadáver de animal inmundo, o cadáver de reptil inmundo […], si alguien toca cualquiera de las inmundicias humanas que lo pueden hacer impuro, […] para su expiación presentará al Señor, como ofrenda de expiación por el pecado que cometió, una hembra de los rebaños, una cordera o una cabra. Así le hará el sacerdote expiación por su pecado[8].
Al tocar al leproso, Jesús se volvió ceremonialmente impuro y se expuso a contraer la enfermedad; pero está claro que nada de eso lo preocupó. No se volvió impuro al tocar al hombre, sino que este quedó limpio cuando Él lo tocó. Jesús podría haberlo sanado simplemente con una orden; pero Su interés por aquel hombre y Su compasión lo motivaron a tocarlo. Al tiempo que lo hacía, respondió a las dos frases que había pronunciado el hombre. En respuesta a su «si quieres», Jesús contesta que quiere; y en respuesta a su «puedes limpiarme», Jesús declara: «Sé limpio».Dice que al instante la lepra desapareció de él y quedó limpio.
Tras curar al hombre, Jesús «lo despidió en seguida, y le ordenó estrictamente: “Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos”». En la versión de esta curación que hay en Mateo y en la de Lucas no consta que Jesús le ordenara nada estrictamente. La palabra griega traducida aquí como «estrictamente» suele significar «profundamente enojado», y en otras partes se vierte como «reprendió duramente», «increpó duramente» o «criticó fuertemente». Por otra parte, en Juan 11:33 se traduce como «se estremeció», y en Juan 11:38 como «profundamente conmovido». Cierto autor escribe:
Es mejor no interpretar la expresión «le ordenó estrictamente» como una airada reprensión. A la luz de cómo se emplea en Juan 11:33 y 38, es preferible entenderla como una señal de que Jesús en esta ocasión, por algún motivo, se conmovió vivamente[9].
Aunque el leproso se había curado de su enfermedad, no había sido declarado limpio, por lo que no podía reintegrarse a la sociedad. Para ello tenía que presentarse a los sacerdotes y cumplir los trámites establecidos. Por eso Jesús le ordenó que se mostrara al sacerdote y ofreciera los sacrificios necesarios para obtener la certificación de que estaba limpio. Esa limpieza ceremonial tomaba ocho días y debía realizarse en el templo. El procedimiento, ordenado en Levítico 14, exigía que en primer lugar el sacerdote examinara a la persona. Si no había señales de la enfermedad, el siguiente paso era sacrificar un ave y rociar su sangre. Luego la persona debía afeitarse todo el cuerpo y lavar su ropa y su cuerpo. Al octavo día, la persona tomaba dos corderos, juntamente con harina y aceite, para ofrecer un sacrificio. En el curso del mismo, el sacerdote tomaba parte de la sangre de un cordero y la ponía sobre el lóbulo de la oreja derecha de la persona, sobre su pulgar derecho y sobre el dedo gordo de su pie derecho. Luego, en la mima ceremonia, también ponía aceite en esas mismas partes de la persona. Tras ofrecer los corderos en holocausto, la persona quedaba limpia y podía reintegrarse a su familia y a la sociedad en general.
Jesús le mandó al hombre que no le dijera nada a nadie, sino que se mostrara al sacerdote. Probablemente eso se debió a dos motivos: el primero era que Jesús quería que el hombre se quedara callado hasta que fuera declarado oficialmente limpio por los sacerdotes; el otro, que no quería generar excesiva conmoción a consecuencia de la curación. Jesús agregó que quería que el hombre se presentara al sacerdote «para testimonio a ellos».Los estudiosos de la Biblia han debatido el significado de esa frase. Da la impresión de que quiere decir que esa curación sería un testimonio para los sacerdotes del poder de Jesús, así como un testimonio de la presencia del Mesías para todos los que oyeran hablar de ella[10].
No dice si el leproso, una vez limpio, se presentó al sacerdote y realizó el ritual de purificación, aunque es de suponer que en algún momento lo hizo. Lo que sí está claro es que no se quedó callado acerca de su maravillosa y milagrosa curación, tal como le había mandado Jesús, sino que «al salir, comenzó a publicar y a divulgar mucho el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en los lugares desiertos; y venían a Él de todas partes».
La curación del leproso fue todo un notición. Craig Keener escribe:
Algunos maestros judíos, en la línea de Números 12:12 y 2 Reyes 5:7, consideraban que la lepra era como la muerte, y limpiar a un leproso como resucitar a un muerto[11].
Como el hombre, tras curarse, divulgó la noticia de que se había librado de la lepra, muchedumbres de personas fueron a ver a Jesús, tanto así que en todas las ciudades a las que iba la gente se agolpaba a Su alrededor y le resultaba difícil entrar en ellas.
La curación del leproso nos revela varias cosas sobre Jesús. Se nota que amaba a los enfermos y se compadecía de ellos. Cuando el leproso dijo: «Si quieres, puedes limpiarme», Jesús respondió: «¡Claro que quiero!» Deseaba ayudar a los necesitados, sanarlos, consolarlos, renovar su vida. Se advierte Su empatía en el hecho de que entendió lo que significaría para el leproso que Él lo tocara, algo que probablemente nadie había hecho desde hacía años. Jesús lo habría podido sanar sin tocarlo, pero hizo algo extra por él. No fue esa la única vez en que Jesús tocó o fue tocado por alguien impuro. También tomó la mano de un niña muerta con el fin de revivirla[12], permitió que una pecadora lo tocara[13], y fue tocado por una mujer que padecía de flujo de sangre y que se curó[14]. Está claro que para Él guardar los aspectos rituales de la ley mosaica era mucho menos importante que manifestar amor y compasión a los necesitados.
Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[2] Marcos 1:40–45.
[3] Levítico 13:45,46.
[4] Números 12:1–15; 2 Reyes 5:25–27; 2 Crónicas 26:16–21.
[5] Robert H. Stein, Mark, 105.
[6] Craig S. Keener, The Gospel of Matthew: A Socio-Rhetorical Commentary, 260.
[7] Ben Witherington III, The Gospel of Mark: A Socio-Rhetorical Commentary, 103.
[8] Levítico 5:2,3,6.
[9] Stein, Mark, 107.
[10] Darrell L. Bock, Luke Volume 1: 1:1–9:50, 447.
[11] Keener, The Gospel of Matthew: A Socio-Rhetorical Commentary, 261.
[12] Mateo 9:25.
[13] Lucas 7:37,38.
[14] Mateo 9:20–22.
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