Jesús, Su vida y mensaje: Milagros (6ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

abril 18, 2017

Milagros sabáticos (3ª parte)

[Jesus—His Life and Message: Miracles (Part 6). Sabbath Miracles (Part 3)]

En este artículo veremos la curación del hombre junto al estanque de Betesda. Este será el último milagro sabático que estudiaremos en esta parte de la serie, aunque en los Evangelios hay algunos más[1]. El relato se encuentra en el Evangelio de Juan[2].

Había una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, cerca de la Puerta de las Ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua, (porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque y agitaba el agua; el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera). Había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: «¿Quieres ser sano?» El enfermo le respondió: «Señor, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; mientras yo voy, otro desciende antes que yo». Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y anda». Al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su camilla y anduvo. Era sábado aquel día[3].

Los arqueólogos han encontrado los restos de lo que se cree que era el estanque de Betesda. Estaba cerca de la Puerta de las Ovejas, la cual, como el resto de la antigua Jerusalén, se hallaba en las proximidades del Templo. Los «cinco pórticos» o soportales constituyen una característica desconcertante, ya que sugieren que se trataba de un peculiar estanque pentagonal. La mayoría de los estudiosos desestimaban ese dato y lo consideraban una fantasía literaria con poca base histórica. Ahora bien, cuando se excavó el lugar se descubrió un recinto rectangular con dos estanques separados por una pared. De ahí los cinco pórticos. Los estanques tenían pórticos o portales en sus cuatro lados y había uno que separaba los dos estanques, quizá para aislar a los hombres de las mujeres[4].

No dice qué enfermedad tenía el hombre, pero debía de ser una forma de parálisis o cojera que padecía desde hacía treinta y ocho años. Él no pidió ser curado. Jesús tomó la iniciativa preguntándole: «¿Quieres ser sano?» Su respuesta —que no tenía a nadie que lo metiera rápido en el agua cuando esta se agitaba— indicó que deseaba curarse. En ese momento, Jesús le mandó que se pusiera de pie, tomara su camilla —la palabra usada en el texto griego original significa «cama de campaña» o «estera»— y caminara. El hombre instantáneamente quedó curado por las palabras de Jesús.

Esta curación es distinta de la mayoría que relata el Evangelio de Juan por el hecho de que no se menciona que el hombre tuviera fe. Tampoco acudió a Jesús buscando ser curado. Como veremos enseguida, no sabía quién era Jesús ni que Él tenía poder para sanar. Lo único que le preocupaba en cuanto a su curación era cómo meterse en el agua antes que nadie. En cualquier caso, cuando Jesús dio la orden se curó, y su curación quedó demostrada por el hecho de que se levantó, recogió su camilla y anduvo. Claro que entonces comenzaron las dificultades, porque recorrer más de un metro y medio al aire libre cargando un objeto era infringir las normas sobre el sábado.

Entonces los judíos dijeron a aquel que había sido sanado: «Es sábado; no te es permitido cargar tu camilla». Él les respondió: «El que me sanó, Él mismo me dijo: “Toma tu camilla y anda”». Entonces le preguntaron: «¿Quién es el que te dijo: “Toma tu camilla y anda”?» Pero el que había sido sanado no sabía quién era, porque Jesús se había apartado de la gente que estaba en aquel lugar[5].

El encuentro con Jesús que derivó en la curación del hombre fue breve. Este no se enteró del nombre de Jesús, ni parece que Jesús hablara mucho con él. Dice que, después de la curación, Jesús se movió rápido, ya que había gente alrededor del estanque. Sin embargo, más tarde —no dice cuánto, ni si fue en el mismo día— Jesús se volvió a encontrar con el hombre en el Templo y le dijo que, ahora que estaba curado, debía arrepentirse de sus pecados y reconciliarse con Dios.

«Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor». El hombre se fue y contó a los judíos que Jesús era quien lo había sanado[6].

En lo que podría considerarse un gesto más bien de ingratitud, tras enterarse de que era Jesús quien lo había sanado fue e informó a los judíos, les contó quién lo había curado y le había mandado que cargara su camilla en sábado. Quizá se lo dijo porque se exponía a un castigo por haber quebrantado el sábado, y quería demostrar que no había sido culpa suya, que esas eran las instrucciones que le había dado la persona que lo había sanado. Sea como sea, el hecho de que se lo contara a los judíos le causó dificultades a Jesús. Es significativo que el principal motivo por el que estos querían averiguar quién le había mandado cargar la camilla era saber a quién echarle la culpa de aquella infracción de una norma sabática, en vez de maravillarse de que se hubiera curado un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo y que no podía moverse ni caminar. En vez de regocijarse por el milagro, se propusieron hacer daño a quien lo había obrado, porque había quebrantado una norma.

Por esta causa los judíos perseguían a Jesús e intentaban matarlo, porque hacía estas cosas en sábado. Jesús les respondió: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y Yo trabajo». Por esto los judíos aún más intentaban matarlo, porque no solo quebrantaba el sábado, sino que también decía que Dios era Su propio Padre, haciéndose igual a Dios»[7].

No dice específicamente qué medidas tomaron esos judíos religiosos contra Jesús, pero desde luego entre ellas estaba el llamarle la atención porque «hacía estas cosas en sábado». La redacción del texto da a entender que no lo perseguían únicamente por la infracción de aquel día, sino porque había hecho otros milagros y otras cosas que parecían ser contravenciones de las reglas sobre el día de reposo.

La respuesta de Jesús cuando pusieron reparos a Su forma de actuar fue: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y Yo trabajo». Defendió Sus actos fundamentándose en Su relación singular y única con Dios Padre. Señaló que Su Padre trabajaba los sábados. Si el universo y la vida existen, es gracias a la obra continua que hace Dios para sostener Su creación. Sin la intervención del Padre, todo cesaría. Entonces, basándose en Su relación particular con Su Padre, Jesús argumentó que a Él le estaba permitido curar en sábado.

Los que le llamaban la atención entendieron Sus palabras como una declaración de que Él era igual a Dios y tenía Su misma naturaleza. Como eso era considerado una blasfemia, intentaron matarlo. A la larga lo lograron, ya que la principal acusación por la que lo sentenciaron a muerte fue la de blasfemia.

Los Evangelios cuentan varias curaciones que hizo Jesús en sábado. Él tenía un concepto distinto de lo que era lícito hacer en el día de reposo, e interpretaba correctamente su propósito. Además, por ser quien era, tenía una relación única con el sábado. En virtud del particular estatus de que gozaba ante Su Padre, tenía libertad para sanar en sábado y para ordenarle a aquel hombre, una vez curado, que se llevara su camilla.

Hubo otra ocasión en que Jesús indicó que Él y Sus discípulos podían quebrantar las reglas sobre el día de reposo por ser Él quien era. Si bien en ese pasaje no hay milagro, se pone de relieve lo mismo en cuanto a la relación de Jesús con el sábado y sus normas. Está en los Evangelios de Mateo[8], Marcos[9] y Lucas[10].

En Mateo dice:

En aquel tiempo iba Jesús por los sembrados un sábado. Sus discípulos sintieron hambre y comenzaron a arrancar espigas y a comer. Los fariseos, al verlo, le dijeron: «Tus discípulos hacen lo que no está permitido hacer en sábado». Pero Él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando él y los que con él estaban sintieron hambre; cómo entró en la casa de Dios y comió los panes de la proposición, que no les estaba permitido comer ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los sacerdotes? ¿O no habéis leído en la Ley cómo en sábado los sacerdotes en el Templo profanan el sábado, y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el Templo está aquí. Si supierais qué significa: “Misericordia quiero y no sacrificios”, no condenaríais a los inocentes, porque el Hijo del hombre es Señor del sábado»[11].

En este pasaje, al igual que en aquellos que narran milagros sabáticos, se realiza una actividad que los fariseos consideran que es una infracción de la ley sobre el día de reposo. Los fariseos no censuran que Jesús y Sus discípulos estén andando por un terreno, ya que se supone que la distancia que han recorrido no supera un camino de un día de reposo. Tampoco censuran el hecho de que los discípulos tomen espigas (probablemente de trigo o cebada) de un campo que no les pertenece, ya que eso se permitía, siempre que se hiciera a mano.

Cuando entres en la viña de tu prójimo, podrás comer uvas hasta saciarte, pero no pondrás ninguna en tu cesto. Cuando entres en la mies de tu prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano, pero no aplicarás la hoz a la mies de tu prójimo[12].

El problema radica en el hecho de que están arrancando espigas en sábado; y por si fuera poco, según Lucas, «Sus discípulos arrancaban espigas y, restregándolas con las manos, comían»[13]. Conforme a la ley, son culpables de realizar un trabajo, el de arrancar espigas; y al restregarlas con las manos, están separando los granos de la paja y preparándolos para comérselos. Tanto con lo uno como con lo otro han quebrantado la ley sobre el día de reposo.

Las preguntas y observaciones de los fariseos sobre la infracción de la Ley que han cometido los discípulos van dirigidas no a estos, sino a Jesús, porque los maestros eran considerados responsables de la conducta de sus seguidores. Era deber del maestro defender las acciones de sus discípulos.

La respuesta de Jesús contiene dos analogías del Antiguo Testamento y una frase del profeta Oseas. Comienza con la pregunta: «¿No habéis leído…?», para indicar que lo que está a punto de decir hubiera debido ser evidente para los fariseos, que conocen bien las Escrituras. A lo largo de los Evangelios Él emplea varias veces esa expresión[14]. La primera analogía que presenta es la historia de David cuando huía de Saúl[15] y necesitaba comida para él y sus hombres. El tabernáculo (la carpa en la que moraba Dios antes de la edificación del Templo) estaba allí, y en él los «panes de la proposición», también llamados «pan de la Presencia». Eran 12 panes que se ponían sobre una mesa dorada dentro del tabernáculo y constituían una ofrenda de comida para el Señor. El pan probablemente se preparaba cada viernes y se colocaba en el tabernáculo cada sábado. Solo los sacerdotes podían comer los panes de la proposición, y debían hacerlo dentro del tabernáculo. En el pasaje que cuenta que el rey David pidió cinco panes, dice que el sacerdote se los dio, aun siendo una contravención de la ley.

El sacerdote le dio pan a David porque creyó que este era un emisario del rey, que ya había sido ungido como sucesor del rey Saúl y que como tal estaba cumpliendo órdenes reales. A David se le dio el pan por ser quien era. Se le permitió llevarse y comerse el pan, aunque era ilegal, por el cargo especial que tenía. Al hacer esa analogía, Jesús está indicando que, al igual que David, Él también tiene una posición y una autoridad especial.

En la segunda analogía presenta un argumento similar:

¿No habéis leído en la Ley cómo en sábado los sacerdotes en el Templo profanan el sábado, y son sin culpa?

En la ley sobre el día de reposo se hacían excepciones para las labores que debían realizar en sábado los sacerdotes del Templo, como matar y descuartizar los animales de los sacrificios, cambiar los panes de la proposición, etc. R. T. France explica:

La justificación de esta excepción está en quiénes son ellos (sacerdotes, designados para este servicio a Dios) y en la institución que lo requiere (el Templo, centro de la presencia de Dios con Su pueblo). Es una cuestión de prioridades, en que la autoridad del cargo y la necesidad del servicio priman sobre las reglas para el día de reposo, que para otras personas y propósitos son inviolables[16].

A los sacerdotes, en virtud de quiénes eran, se les permitía hacer algunas cosas que otros no podían hacer. Jesús explica que, por ser Él quien es y por la autoridad que posee, tiene derecho a decidir lo que puede hacerse en sábado y lo que no. Y lo enfatiza con una sorprendente declaración:

Os digo que uno mayor que el Templo está aquí.

De nuevo Jesús se refiere a una enseñanza del Antiguo Testamento, esta vez para poner de relieve lo mismo que cuando hacía milagros de curación en sábado: que el bienestar de los demás y la satisfacción de sus necesidades tienen prioridad sobre la observancia formal de las leyes y normas rituales. «Misericordia quiero y no sacrificios» es una frase tomada del libro de Oseas:

Misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos[17].

Una y otra vez Jesús señala que los fariseos tienen que aprender que Dios está mucho más interesado en que amemos y ayudemos al prójimo que en que respetemos las reglas y los ritos religiosos.

A diferencia de los fariseos, Jesús ve el día de reposo de una forma positiva. El día en que no hay que trabajar es un regalo por el bien de la humanidad. Si los fariseos hubieran entendido ese principio, no habrían puesto mezquinos reparos a la conducta de los discípulos. Al llamar inocentes a Sus discípulos —«no condenaríais a los inocentes»—, Jesús pone de manifiesto lo mismo que cuando realizaba curaciones en sábado: que la interpretación que hacían los fariseos de las reglas sobre el día de reposo era incorrecta. De la misma manera que los sacerdotes del Templo eran inocentes cuando cumplían con las labores del Templo, Sus discípulos también lo eran. ¿Por qué? ¡Porque el Hijo del hombre es señor del sábado! Por ser quien es (uno mayor que el Templo), tiene autoridad para interpretar la Ley para Sus discípulos.

Las implicaciones son tremendas. Jesús está diciendo que es señor de algo instituido por orden directa de Dios.

Bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación[18].

Dios se refirió a los días de reposo como «Mis sábados».

Tú hablarás a los hijos de Israel y les dirás: «En verdad vosotros guardaréis Mis sábados, porque es una señal entre Mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que Yo soy el Señor que os santifico»[19].

Mis sábados guardaréis, y por Mi santuario tendréis reverencia. Yo, el Señor[20].

Eso de que «el Hijo del hombre es señor del sábado» es una aseveración extraordinaria de Jesús; equivale a equiparar Su autoridad a la del propio Dios. Para los cristianos de hoy en día, esa declaración no posee la misma carga efectista; pero en tiempos de Jesús fue considerada una proclamación peligrosa y blasfema.

A lo largo de Su ministerio, Jesús indicó repetidas veces quién era Él: la encarnación de Dios. Eso se aprecia muy concretamente en Sus milagros y en Su concepto del sábado y de Su relación con él. Como señor del sábado, demostró entenderlo bien.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Cuando Jesús echó un demonio en la sinagoga (Marcos 1:21–28); la curación de la suegra de Pedro (Marcos 1:30,31); la curación de un ciego de nacimiento (Juan 9:1–16). El último relato cuenta también la polémica que se generó por ser un día de reposo, mientras que los dos primeros no mencionan ninguna controversia.

[2] Algunas biblias no incluyen el versículo 4, ya que no consta en todos los manuscritos antiguos. La versión RVR 95, que es la que más utilizamos en esta serie, sí lo incluye. Lo pongo entre paréntesis.

[3] Juan 5:1–9.

[4] Keener, The Gospel of John, 636.

[5] Juan 5:10–13.

[6] Juan 5:14,15.

[7] Juan 5:16–18.

[8] Mateo 12:1–8.

[9] Marcos 2:23–28.

[10] Lucas 6:1–5.

[11] Mateo 12:1–8.

[12] Deuteronomio 23:24,25.

[13] Lucas 6:1,

[14] Mateo 19:4, 21:16, 21:42, 22:31.

[15] 1 Samuel 21:1–6.

[16] France, The Gospel of Matthew, 460

[17] Oseas 6:6.

[18] Génesis 2:3.

[19] Éxodo 31:13.

[20] Levítico 19:30.

 

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