Enviado por Peter Amsterdam
junio 6, 2017
[More Like Jesus: Self-Control]
En el capítulo cinco de la epístola a los Gálatas, el apóstol Pablo enumera nueve aspectos del fruto del Espíritu, partiendo por el amor y concluyendo con el dominio propio. Parte de la tarea de edificar el carácter cristiano, de adquirir una mayor semejanza con Jesús, es tener la capacidad de controlarnos y dominar nuestras emociones, deseos y sentimientos mediante el poder del Espíritu Santo. (La versión Reina-Valera emplea la palabra templanza.) El concepto escritural del dominio propio implica que los seres humanos, como tales, poseemos deseos que es preciso controlar en vez de satisfacer, que existen ciertos impulsos ante los cuales debemos actuar con moderación o simplemente desestimar.
En el libro de los Proverbios leemos: Como ciudad sin muralla y expuesta al peligro, así es quien no sabe dominar sus impulsos[1]. En tiempos bíblicos, la principal defensa de una ciudad era la muralla que la rodeaba. Sin ese resguardo, no existía seguridad; y en caso de que existiera una muralla pero se abriera en ella una brecha, un enemigo podía introducirse en la ciudad y destruir hogares, saquear bienes y tomar cautivos a sus residentes. Así como una muralla ofrece protección y seguridad físicas, asimismo el dominio propio es la muralla que nos defiende espiritualmente de tentaciones pecaminosas. Nos ayuda a gobernar nuestros deseos, permanecer dentro de los límites que corresponden y evitar excesos.
El dominio propio tiene que ver con controlar nuestros actos físicos, apetitos y deseos, así como también nuestros pensamientos, emociones y lengua. En el libro de Tito, el apóstol Pablo escribió que la gracia de Dios nos enseña a vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio[2]. Cada uno de nosotros tiene en su mente y corazón elementos negativos con los que batalla, los cuales podemos limitar o refrenar por medio de la gracia de Dios y con la ayuda del Espíritu Santo, al igual que nuestra voluntad de ejercer autocontrol sobre ellos.
Practicar el dominio propio es clave para aprender a llevar una vida más sana según Dios; asimismo, el autocontrol es esencial para quienes desean vivir de un modo que imite más a Cristo. Hay dos vocablos griegos que se han traducido como dominio propio en el Nuevo Testamento. El primero, empleado en el listado del fruto del Espíritu y otros pasajes, es enkráteia; expresa la virtud del que subyuga sus deseos y pasiones. El segundo vocablo traducido en el mismo sentido de autodisciplina en el Nuevo Testamento es sophrosýne; significa sano o buen juicio.
En el sentido en que se lo describe en la Escritura, el autocontrol puede definirse entonces como poseer la fortaleza interior de carácter que nos capacita para dominar nuestras pasiones y deseos, y al mismo tiempo para ejercer un buen juicio en lo tocante a nuestros pensamientos, emociones, actos y decisiones. El sano juicio nos permite determinar el modo de actuación acertado, la reacción adecuada ante una situación, la habilidad, no solo de distinguir entre el bien y el mal, sino también entre lo bueno y lo mejor. La fortaleza interior es necesaria para ayudarnos a efectuar lo que nuestro buen juicio nos indica que es mejor. Una cosa es saber qué hacer; otra muy distinta es tener la fortaleza interior para realizarlo, sobre todo cuando no tenemos ganas. El dominio propio consiste en el empleo de la fortaleza interior combinado con un buen criterio que nos posibilita pensar, hacer y decir las cosas que agradan a Dios[3].
Una esfera en la que a los creyentes nos conviene tener dominio propio es la relacionada con nuestro cuerpo. Cuando observamos el mundo que Dios creó, vemos muchas cosas hermosas y espléndidas que disfrutamos; y efectivamente fueron concebidas para que las disfrutáramos. Dios [...] nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos[4]. La dificultad radica en que a causa del pecado tenemos tendencia a permitir que las cosas agradables que Dios ha creado cobren excesiva importancia, a tal punto que empiezan a dominarnos. Existen cantidad de actividades que practicadas con moderación son perfectamente aceptables, pero que en exceso se tornan problemáticas. Beber alcohol, comer, practicar videojuegos o ver televisión son ejemplos de ello. Si nos sobreexcedemos en esas actividades al punto de que deriven en consecuencias poco saludables, o estén reñidas con los principios divinos, o lleguen a cobrar demasiada relevancia en nuestra vida de tal manera que nos impiden o nos dificultan hacer cosas de mayor importancia y que sabemos que debemos estar haciendo en lugar de esas otras, entonces estamos en aprietos. Hemos consentido que actividades legítimas, relajantes y placenteras se descontrolen en perjuicio nuestro. Si bien no hay nada intrínsecamente malo con gozar de una actividad placentera, debemos autocontrolarnos para hacerlo con moderación.
La autodisciplina también es necesaria cuando afrontamos cosas que debemos hacer, pero que se nos hacen difíciles. Por ejemplo, el ejercicio. Sabemos que el ejercicio ofrece muchos beneficios para la salud, nos tonifica el cuerpo y hasta nos hace sentir bien; no obstante, a muchos nos cuesta hacer ejercicio con regularidad. Otro ejemplo es apartar un tiempo fijo cada día para pasar con el Señor y Su Palabra. Sabemos que es preciso dedicar esos momentos a Dios y que beneficiarán nuestra relación con Él; así y todo, es difícil perseverar en ello. Hacer las cosas que sabemos que debemos es parte de ejercer autocontrol.
Resistirse a cosas que son perjudiciales para nosotros y otras personas es también parte del dominio propio. Por ejemplo, la ira y el habla indecorosa. Uno de los miembros más difíciles de controlar de nuestro cuerpo es la lengua. Santiago, hermano de Jesús, catalogó la lengua de un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal[5]. Dijo: Con ella bendecimos al Dios y Padre y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así[6]. Se nos exhorta a ser cautos con nuestras palabras, a no dar rienda suelta a la boca con discursos insensatos.
Vigilaré mi conducta, me abstendré de pecar con la lengua, me pondré una mordaza en la boca[7].
La Escritura reprueba el chisme.
La gente chismosa revela los secretos; la gente confiable es discreta[8].
El chismoso traiciona la confianza; no te juntes con la gente que habla de más[9].
Sin leña se apaga el fuego; sin chismes se acaba el pleito[10].
Casi todas las versiones de la Biblia en castellano emplean el adjetivo chismoso o frases como el que anda en chismes, el que anda murmurando o el que no sabe guardar secretos. Todas estas expresiones tipifican a la persona que difunde chismes, traiciona la confianza y calumnia a la gente. Todos esos actos son censurables. El problema con el chisme es que involucra a más de una persona. La primera es la que chismorrea —lo cual está mal y es pecado—, pero también está el que presta oído o se regodea escuchando historias sabrosas sobre otras personas. Hace falta dominio propio para no echar chismes y no dar oído a cotilleos sobre otras personas.
También se nos advierte en contra de difamar a la gente, de hacer declaraciones falsas y maliciosas sobre ella, y de calumniarla y desprestigiarla.
El que propaga la calumnia es un necio[11].
No andarás difamando a los de tu pueblo[12].
Abandonando toda maldad y todo engaño, hipocresía, envidias y toda calumnia[13].
Practicar el autocontrol sobre lo que decimos es crucial para adquirir una mayor semejanza con Cristo; por eso sería prudente que oráramos:
Señor, pon en mi boca un centinela que vigile a la puerta de mis labios[14].
Además de ejercer dominio sobre nuestras acciones físicas, también se nos pide que tengamos las riendas de nuestros pensamientos. Los actos que llevamos a cabo con nuestro cuerpo son reflejo de lo que tiene lugar primero en nuestro pensamiento, las decisiones que tomamos, las conversaciones internas, los recuerdos y demás. Algunos autores cristianos denominan este proceso vida mental. Lo que acontece en nuestro pensamiento o vida mental constituye la base de nuestros actos y palabras. Así pues, dado que debemos ejercer dominio sobre nuestros actos y palabras, es lógico que también lo hagamos en la esfera de nuestros pensamientos o vida mental.
Jesús habló de lo que llevamos dentro:
Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona[15].
El vocablo griego traducido en este pasaje por la palabra corazón significa alma o mente en su condición de foco de las sensibilidades, afectos, emociones, deseos, apetitos y pasiones, como también de la voluntad y el carácter. Bien reza el dicho: «El pensar es víspera del ejecutar».
Ejercer autocontrol sobre nuestros pensamientos es fundamental para vivir en consonancia con Cristo. El autor Jerry Bridges escribió:
Las puertas de acceso a nuestra vida mental son los ojos y los oídos. Lo que vemos, leemos u oímos determina en buena medida lo que pensamos [...]. No debemos permitir la entrada a nuestro pensamiento a nada que haga juego a la lujuria, la codicia —que la sociedad actual llama materialismo—, la envidia y la ambición egoísta[16].
Los cristianos tenemos el deber de resguardar nuestros pensamientos. Con frecuencia consentimos en nuestra mente lo que no consentiríamos en nuestros actos. El caso es que al dar cabida a esas cosas en nuestro pensamiento, corremos el riesgo de que se traduzcan en actos. Tener dominio propio en nuestra vida mental es un proceso que consta de dos partes: una es hacer lo más posible para evitar absorber lo impío o malsano, y la otra es renovar nuestra mente pensando en las cosas buenas.
Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad[17].
Otro aspecto de la autodisciplina es mantener a raya las emociones. La ira, la rabia, el resentimiento, la autocompasión y el rencor son todos ejemplos de emociones que pueden causarnos daño tanto a nosotros como a otras personas. Hay ocasiones en que se justifica la ira; tal es el caso de la justa indignación —aunque incluso en esos casos se la debe moderar—; no obstante, el foco aquí está puesto en esa ira que se manifiesta en explosiones de cólera. Esos arranques son nocivos por dos razones: liberan una pasión desenfrenada y ajena a Dios y hieren a los que son objeto de nuestro enojo. Jerry Bridges escribió:
El temperamento es un obstáculo particularmente difícil de superar en lo tocante al dominio propio. Pensamientos incontrolados y otras emociones son pecados dentro de nuestro pensamiento. No nos perjudican sino a nosotros mismos, a menos —claro— que deriven en palabras o acciones pecaminosas. En cambio, un temperamento descontrolado menoscaba la dignidad de los demás, crea rencor y desbarata relaciones[18].
El libro de los Proverbios habla ampliamente sobre el tema de la ira[19]:
El que es agresivo muestra mucha insensatez[20].
Quien fácilmente se enoja, fácilmente entra en pleito[21].
Cruel es la furia, y arrolladora la ira[22].
El hombre iracundo suscita contiendas, y el furioso comete muchas transgresiones[23].
Quienes son incapaces de controlar su ira tienen tendencia a desfogarse con los demás. Generalmente se arrepienten luego de su exabrupto; sin embargo, la ira puede dejar una estela de heridas y quiebres relacionales difíciles de recomponer. El autocontrol quizá no llegue a evitar que te enojes, pero sí puede refrenarte de arremeter contra los demás y de herirlos.
El sabio domina su enojo[24].
Persona sensata domina su ira[25].
Otras emociones como el resentimiento, el rencor y la autocompasión no necesariamente afectan a los demás del mismo modo que la ira, aunque igual resultan perjudiciales para nosotros y nuestra relación con el Señor, amén de afectar a quienes tienen una relación estrecha con nosotros. A semejanza de un cáncer, carcomen nuestra vida espiritual. Esas emociones son destructivas para nuestra salud y encima deshonran al Señor[26]. Contener nuestras emociones no es tarea fácil, pero cuando las consideramos dentro del marco de una vida de imitación a Cristo, comprendemos que el esfuerzo que hagamos por controlarlas es vital.
Crecer en semejanza a Cristo significa dejar que el Espíritu de Dios ejerza pleno dominio sobre nuestra vida, incluida nuestra vida mental. Exige que nos rindamos al Señor en mente y en cuerpo, que alberguemos pensamientos sanos y actuemos como corresponde. Esto se logra mediante el dominio propio, el fruto del Espíritu Santo. Siendo todos nosotros seres humanos imperfectos luego de la caída, tenemos aspectos de nuestra personalidad que resultan difíciles de controlar. Para algunos, estos pueden ser físicos; para otros, espirituales: su orgullo, emociones, pensamientos impuros o adicciones.
El camino para cultivar el autocontrol parte por reconocer que existen aspectos de nuestra vida en que no logramos dominarnos y que si tuviéramos más autodisciplina, viviríamos en más estrecha armonía con la Palabra de Dios. El siguiente paso es reconocer que esos aspectos representan un inconveniente y presentar esa flaqueza al Señor en oración pidiéndole que nos transforme. De ahí acompañamos de acción esas oraciones practicando el dominio propio, ya sea negándonos a hacer aquellas cosas que sabemos que no debemos hacer y que sin embargo hacemos; o accediendo a hacer aquellas cosas que sabemos que debemos hacer pero no estamos haciendo. Realizar esos cambios en nuestros hábitos mentales o físicos requiere disciplina y tiempo. Es una lucha.
El apóstol Pablo hizo la alegoría entre el dominio propio y el entrenamiento férreo al que se somete un atleta.
Todo aquel que lucha se disciplina en todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible; nosotros, en cambio, para una incorruptible. Por eso yo corro así, no como a la ventura; peleo así, no como quien golpea al aire. Más bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer; no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo venga a ser descalificado[27].
Cultivar el dominio propio es labor de toda una vida, un proceso en el que a veces avanzamos dos pasos y retrocedemos uno. Requiere oración a medida que nos empeñamos en modificar aspectos que no se avienen a la Palabra de Dios. No obstante, cuanto más adoptamos una actitud clara contra nuestros pecados, más se fortalece nuestra voluntad. Cuanto más nos negamos a satisfacer deseos que no se ajustan a los principios divinos, más capaces somos de rechazarlos. Cuanto más procedemos a hacer cosas que son buenas, aunque a veces nos cueste, más fuerzas tendremos para seguir haciéndolas. Incrementar nuestro autocontrol ayuda a liberarnos de la tiranía de los excesos y nos habilita para ser más como Jesús.
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Proverbios 25:28 (DHH).
[2] Tito 2:12 (NVI).
[3] Bridges, Jerry, En pos de la santidad (Unilit, 1995).
[4] 1 Timoteo 6:17.
[5] Santiago 3:8.
[6] Santiago 3:9,10.
[7] Salmo 39:1 (NVI).
[8] Proverbios 11:13 (NVI).
[9] Proverbios 20:19 (NVI).
[10] Proverbios 26:20 (NVI).
[11] Proverbios 10:18.
[12] Levítico 19:16 (BLPH).
[13] 1 Pedro 2:1 (NVI).
[14] Salmo 141:3 (BLPH).
[15] Marcos 7:21–23 (NVI).
[16] Bridges, En pos de la santidad.
[17] Filipenses 4:8.
[18] Bridges, En pos de la santidad.
[19] Algunos de los versículos que cito en la siguiente sección provienen de versiones más modernas, pues considero que en este caso expresan los conceptos de forma más contemporánea y por lo tanto más comprensible.
[20] Proverbios 14:29.
[21] Proverbios 15:18 (TLA).
[22] Proverbios 27:4 (NVI).
[23] Proverbios 29:22 (RVA-2015).
[24] Proverbios 14:29 (TLA).
[25] Proverbios 19:11 (BLPH).
[26] Bridges, En pos de la santidad.
[27] 1 Corintios 9:25–27 (RVA-2015).
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