Enviado por Peter Amsterdam
noviembre 7, 2017
[More Like Jesus: Hope]
(Algunos puntos de este artículo son condensaciones del libro Pensar, actuar, ser como Jesús, de Randy Frazee[1].)
Al leer los Evangelios se hace evidente que Jesús sabía de antemano que iba a sufrir y que lo iban a matar; sabía también que resucitaría de los muertos.
Tomando Jesús a los doce, les dijo: —Cuando lleguemos a Jerusalén se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del hombre, pues será entregado a los gentiles, se burlarán de Él, lo insultarán y le escupirán. Y después que lo hayan azotado, lo matarán; pero al tercer día resucitará[2].
En términos bíblicos se alude como esperanza a la confianza que tenía Jesús en que resucitaría de los muertos. Hoy en día cuando usamos la palabra esperanza por lo general nos referimos a algo que alguien quisiera que sucediese. Transmite la idea de que uno desconoce lo que va a ocurrir, pero desearía que se diese determinado resultado. La Escritura también emplea a veces la palabra esperanza con ese sentido; no obstante, las más de las veces esta palabra comunica un significado distinto y mucho más sustancioso. La interpretación bíblica del vocablo griego elpis, traducido por esperanza, constituye «el deseo de algún bien y la expectativa de obtenerlo».
El significado de esperanza y sus afines en el Nuevo Testamento difiere radicalmente del que tiene la palabra en nuestro idioma. En lugar de expresar el deseo de que se produzca determinado desenlace que aparece incierto, en el Nuevo Testamento esperanza se caracteriza por su certeza[3].
La expectativa ligada a la esperanza bíblica guarda estrecha relación con la seguridad o certeza, toda vez que tiene su arraigo en el hecho de la resurrección de Cristo. Su muerte, seguida por Su resurrección de entre los muertos, es lo que nos da la seguridad o la certeza de que nosotros también resucitaremos algún día de los muertos. De ahí que nuestra esperanza, nuestra expectativa, pese a que no se concreta en este momento, es una certeza. Nuestra expectativa de obtener la promesa de salvación divina, el perdón de los pecados y la vida eterna con Dios, son certezas basadas en las promesas de Dios.
Cuando Jesús habló de levantarse de entre los muertos expresaba el sentido bíblico de esperanza, ya que estaba seguro de que ello ocurriría. La fe y la esperanza están estrechamente relacionadas, pues la certeza de la esperanza se basa en nuestra fe en Dios. La esperanza en su sentido bíblico se identifica con el futuro, toda vez que representa la convicción de que algo que Dios ha prometido sucederá. Puede que no haya sucedido aún, pero tenemos la seguridad de que sucederá. Por ejemplo el apóstol Pablo habla de la gracia de Dios que nos enseña a llevar una vida ajustada a los principios divinos en el tiempo presente, mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo[4]. La esperanza aquí descrita no es esperanza en el sentido de algo que deseamos que acontezca; corresponde más bien a la certeza que se tiene en la expectación, la convicción de que Cristo aparecerá en gloria.
Así como Jesús tenía la certeza de que resucitaría de los muertos, asimismo nosotros los cristianos tenemos la certeza de que resucitaremos de los muertos. Adquirir la certidumbre de la esperanza bíblica es parte de asemejarnos más a Cristo. Gracias a que tenemos la certeza de la esperanza, tenemos confianza en Dios y en Sus promesas. Sabemos que Sus promesas son ciertas, aunque no hayamos visto aún su pleno cumplimiento. Entre ellas están las promesas de perdón, de salvación y de eternidad con Dios.
Un ejemplo de una persona que abrigaba dicha esperanza lo encontramos en las descripciones bíblicas del patriarca Abraham. Él y su mujer Sara habían llegado a la vejez, y aunque ella estaba ya pasada de la edad de concebir, Dios le había revelado a él que en el plazo de un año Sara tendría un hijo. El apóstol Pablo escribió de él:
Contra toda esperanza, Abraham creyó y esperó, y de este modo llegó a ser padre de muchas naciones, tal como se le había dicho: «¡Así de numerosa será tu descendencia!» Su fe no flaqueó, aunque reconocía que su cuerpo estaba como muerto, pues ya tenía unos cien años, y que también estaba muerta la matriz de Sara. Ante la promesa de Dios no vaciló como un incrédulo, sino que se reafirmó en su fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios tenía poder para cumplir lo que había prometido[5].
Abraham no vaciló en esperanza, en fe, en el certero conocimiento de que Dios haría lo que había dicho. No estaba anhelando que se cumpliera lo que Dios había dicho; sabía que se cumpliría. Eso significa tener esperanza en Dios.
Otro ejemplo de la certeza de la esperanza se halla en el libro de Job. Job sufrió inmensamente: perdió a todos sus hijos, su fortuna y su salud. Sin llegar a emplear la palabra esperanza, Job expresó el concepto de esperanza bíblica cuando afirmó:
Yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará sobre el polvo, y que después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios. Lo veré por mí mismo; mis ojos lo verán[6].
A pesar de su sufrimiento, Job tenía la certeza de que vería a Dios. Su esperanza fue la base de su extraordinaria perseverancia[7].
En la epístola de Pablo a los hebreos vemos expresado el concepto de la esperanza bíblica cuando leemos acerca de Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios[8]. Nuestro Salvador tenía la certeza —esperanza— del gozo que le aguardaba cuando retornara al lado de Su Padre; de ahí que estuviera dispuesto a soportar el dolor y sufrimiento por amor a nosotros.
La Palabra de Dios es el fundamento de nuestra fe y de la consumación de nuestra fe. El apóstol Pablo escribió sobre la esperanza de la vida eterna. Y añadió: Dios, que no miente, prometió esta vida desde antes del principio de los siglos[9]. Pablo alude a esa esperanza en el sentido de una futura posesión, de una certeza prometida por Dios. Dado que Dios no miente ni puede mentir[10], sabemos sin asomo de duda que seremos beneficiarios de Su promesa. Esa es nuestra esperanza, nuestra certidumbre.
Cuando entendemos la esperanza con esta mentalidad bíblica podemos hallar fuerzas para sobrellevar las pruebas y dificultades de la vida. A veces en el sendero de la vida atravesamos por momentos de prueba y sobresalto, pero si tenemos esperanza tenemos la seguridad de que el Señor nos ayudará a lo largo del sendero y a la postre superaremos la prueba, cuando no en esta vida, en la otra. Depositamos nuestra esperanza, nuestra certeza, en las promesas de Dios. Somos capaces de soportar penalidades a sabiendas de que viviremos en la presencia de nuestro Señor por siempre. Tenemos la convicción de que sea lo que sea que afrontemos, por difícil y penoso que sea, al final estaremos para siempre con el Señor[11].
Cuando comprendemos en qué se sustenta nuestra esperanza, comprendemos mejor a quienes han elegido morir mártires. El autor Randy Frazee escribió:
¿Por qué habría de preferir una persona morir antes que renunciar a Cristo? ¿Por qué habría de sufrir alguien tortura a manos de dictadores malignos por una creencia de la que no renegaría? ¿Por qué hay gente dispuesta a sufrir la carencia de comida, agua y atención médica por el hecho de ser cristiana? ¿Qué mueve a esos seres humanos a poner su fe por encima de todo lo demás en la vida? ¿La respuesta? Esperanza. ¿Qué otra podría ser la respuesta a estos interrogantes? A millones de cristianos la esperanza de Cristo los ha llevado a sobrevivir impensables adversidades y a morir apaciblemente en circunstancias atroces. El anhelo de ver a su Salvador en la otra vida energizó sus corazones para soportar hasta el fin[12].
Se ofrecieron a morir por su fe, ya que ésta se basaba en la certeza de la esperanza, que la Escritura califica de segura y firme ancla del alma[13].
Si bien cabe decir que las pruebas y apremios que enfrentamos día a día inevitablemente nos demandarán una importante cuota de tiempo y atención, albergar esperanzas puede mantener nuestros pensamientos y nuestro corazón enfocados en el Señor y en el espléndido futuro que nos espera con Él. Esa esperanza puede infundirnos la valentía y la fortaleza para mantener una actitud positiva y de alabanza a través de las pruebas, adversidades y altibajos que afrontemos. Cuando refrescamos la memoria y recordamos lo que nos deparará el futuro, la certeza de nuestra salvación y las bendiciones prometidas para la eternidad, podemos enfrentar valerosamente las pruebas y exigencias que se nos presentan con la certeza de que independientemente de cuál sea el desenlace, abrigamos la esperanza de un futuro con Dios.
Traer frecuentemente nuestra esperanza a la memoria, el conocimiento de que somos salvos, de que el Espíritu de Dios mora en nosotros, que Jesús se sacrificó para que pudiéramos entablar relación con Dios, que cada día está presente en nuestra vida y que tenemos garantizada la eternidad con Él, debería afectar nuestro modo de concebir y apreciar la vida. Vivir con esa esperanza nos hace saber que la conclusión o desenlace eternos serán gloriosos, lo que nos posibilita enfrentar mejor los avatares de la vida. Recordar con regularidad la certeza de nuestra salvación y lo que significa para nuestra eternidad, nos puede dar un enfoque más positivo de las circunstancias en que nos encontramos. Dios nos ha salvado maravillosamente, y pasaremos la eternidad en amor, dicha y paz con Él. Como portadores de ella, se nos insta a transmitir esa esperanza de gloria a nuestros semejantes, hacer lo mejor que podamos para representar a Jesús ante los demás, amarlos como Él los ama y ayudarlos humildemente a percibir Su amor y sensibilidad a través de nosotros. Ojalá vivamos siempre conscientes de la esperanza que abrigamos en Cristo y se la impartamos a los demás, así como Jesús nos la impartió a nosotros.
Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su gran misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable, reservada en los cielos para vosotros[14].
Ya había sido destinado desde antes de que Dios creara el mundo, pero que se manifestó en estos últimos tiempos por amor a ustedes. Por Él ustedes creen en Dios, que fue quien lo resucitó de los muertos y lo ha glorificado, para que ustedes tengan puesta su fe y su esperanza en Dios[15].
Aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo[16].
Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió[17].
Que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza Él los ha llamado, cuál es la riqueza de Su gloriosa herencia entre los santos y cuán incomparable es la grandeza de Su poder a favor de los que creemos[18].
Que el Dios de la esperanza los llene de todo gozo y paz en la fe, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo[19].
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Frazee, Randy, Pensar, actuar, ser como Jesús (Editorial Vida, 2014).
[2] Lucas 18:31–33.
[3] P. Martin, Ralph, y Davids, Peter H., eds., “Hope” en Dictionary of the Later New Testament and Its Developments, electronic ed. (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1997), 499–500.
[4] Tito 2:13 (NVI).
[5] Romanos 4:18–21 (NVI).
[6] Job 19:25–27.
[7] Santiago 5:11.
[8] Hebreos 12:2.
[9] Tito 1:2.
[10] Números 23:19, Hebreos 6:18.
[11] 1 Tesalonicenses 4:17.
[12] Frazee, Randy, Pensar, actuar, ser como Jesús (Editorial Vida, 2014).
[13] Hebreos 6:19.
[14] 1 Pedro 1:3,4.
[15] 1 Pedro 1:20,21 (RVC).
[16] Tito 2:13 (NVI).
[17] Hebreos 10:23.
[18] Efesios 1:18,19 (NVI).
[19] Romanos 15:13 (RVC).
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