Enviado por Peter Amsterdam
noviembre 21, 2017
[The Stories Jesus Told: The Unforgiving Servant, Matthew 18:21–35]
En el curso del capítulo 18 del libro de Mateo, el apóstol Pedro trae a colación el tema del perdón, preguntando:
―Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?
―No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces —le contestó Jesús[1].
La traducción de este diálogo en algunas versiones de la Biblia dice «setenta veces siete», que también es una interpretación legítima del original griego. Una de dos: o Jesús dijo que Sus discípulos debían perdonar a alguien 77 veces, o si no, 490 veces. Sea como fuere, lo que nos manifiesta es que Sus seguidores debemos siempre perdonar a otros. A esa conversación que mantuvo con Pedro le sigue la parábola del siervo que no quiso perdonar, lo que hace más patente la necesidad de absolver a los demás.
La parábola empieza así:
El reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Cuando comenzó a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderlo, junto con su mujer e hijos y todo lo que tenía, para que se le pagara la deuda[2].
El comienzo es colosal: un siervo[3] debe a su rey diez mil talentos. Digo colosal porque diez mil talentos representaban una suma astronómica de dinero. El talento era una medida de peso de uso frecuente en aquella época y que probablemente equivalía a 30 kilos. Cuando se refería a un valor monetario, apuntaba más específicamente a un peso, ya en plata, ya en oro, como se aprecia en este ejemplo del Antiguo Testamento:
El rey de Egipto lo destituyó en Jerusalén, e impuso al país un tributo de cien talentos de plata y uno de oro[4].
Para contextualizarlo, en el caso de esta parábola, si Jesús se refería a talentos de plata, un talento habría correspondido al valor de seis mil denarios (monedas de plata de la época). Se consideraba que un denario era el sueldo de un jornalero por un día de trabajo. O sea que un talento de plata (seis mil monedas) habría ascendido al sueldo de unos 20 años de trabajo. Es evidente, pues, que diez mil talentos —o sesenta millones de denarios— era una deuda ridículamente enorme.
Todos los que escuchaban a Jesús en ese momento habrían entendido muy bien que Jesús empleaba hiperbólicamente esa suma exorbitante para demostrar su argumento. El autor Brad Young escribió:
Diez mil talentos —cifra parecida a la asociada con la deuda nacional— era simplemente una suma inabarcable para el obrero común y corriente. Ni los más acaudalados podían concebir una suma tan fabulosa de dinero[5].
Según lo describe un autor, diez mil era la mayor cantidad numérica empleada entonces en contabilidad y un talento era a su vez la mayor unidad monetaria de la época[6]. Como veremos, la suma monumental de la deuda es lo que hace tan pujante esta parábola.
La imposibilidad de liquidar una deuda de tal magnitud significaba que el siervo y su familia serían vendidos a esclavitud hasta que este saldara sus cuentas pendientes. En el segundo libro de los reyes leemos un ejemplo de tiempos bíblicos en que los hijos de una señora se venderían para pagar una deuda:
Entonces una mujer, que fuera esposa de uno de los hijos de los profetas, clamó a Eliseo diciendo:
—Tu siervo, mi marido, ha muerto. Tú sabes que tu siervo era temeroso del SEÑOR, pero el acreedor ha venido para llevarse a mis dos hijos como esclavos suyos[7].
En cierta ocasión Jesús hizo mención de la costumbre de llevar a los deudores a la cárcel:
Cuando vayas al magistrado con tu adversario, procura arreglarte con él en el camino, no sea que te arrastre al juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado aun la última blanca[8].
Quizás en circunstancias normales los familiares del siervo hubieran estado en condiciones de pagar el dinero para evitar que él y su familia terminaran en la cárcel o fueran vendidos; pero en este caso nadie habría sido capaz de liquidar la suma increíblemente grande que adeudaba. El siervo y su familia estaban al borde de la ruina total.
Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba diciendo: «Señor, ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo». El señor de aquel siervo, movido a misericordia, lo soltó y le perdonó la deuda[9].
Otras versiones de la Biblia traducen aquí compasión en lugar de misericordia. El siervo pedía una prórroga para poder pagar la deuda; el rey, sin embargo, fue mucho más allá de lo solicitado y lo liberó definitivamente de tener que saldar lo debido. ¡Qué acto de magnanimidad! Perdonó una deuda de tres mil kilos de plata. Imagínense la sorpresa, el alivio y la gratitud del siervo endeudado.
Jesús continuó el relato:
Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios; y agarrándolo, lo ahogaba, diciendo: «Págame lo que me debes». Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: «Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo». Pero él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara la deuda[10].
La deuda del siervo exonerado equivalía a sesenta millones de denarios. A éste, otro siervo le debía cien denarios equivalentes al sueldo de cuatro meses de trabajo de un obrero común. Es decir que la proporción entre lo que el siervo debía al rey y lo que el consiervo debía a su compañero era de 600.000 a 1[11].
El hombre al que se le perdonó una suma astronómica no respondió con la misma compasión que se le había demostrado a él, sino con violencia y actitud justiciera. El siervo endeudado actuó de la misma manera en que lo había hecho el exonerado, es decir, postrándose delante de su acreedor y suplicando paciencia, al tiempo que prometía liquidar su deuda. Pese a ello, obtuvo la respuesta contraria. En lugar de conceder a su consiervo más tiempo para pagar o de anularle compasivamente la deuda, el siervo inclemente mandó al hombre a la cárcel.
Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado[12].
Aunque hubiera sido legítimo en aquel entonces mandar a alguien a la cárcel por incumplimiento de pagos, en las circunstancias en que se dio, ese acto reveló una grave falta de compasión. Los otros siervos, consternados por la dureza y actitud despiadada del siervo que no quiso perdonar, informaron a su señor de la injusticia.
Entonces, llamándolo su señor, le dijo: «Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?» Entonces su señor, enojado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía[13].
El rey se puso furioso y con legítimo derecho. Calificó al siervo de malvado. Se refirió a la enorme deuda que había condonado porque el siervo le imploró misericordia; en cambio, aquel a quien tanto se le había perdonado no estuvo dispuesto a perdonar a otro. Habiendo sido objeto de tan desbordante misericordia, el siervo hubiera debido tratar de igual modo a su prójimo. Pero no lo hizo y se le juzgaría como consecuencia.
Nótese que esta traducción dice que el siervo fue entregado a los verdugos; no solo lo enviaron a la cárcel. En este caso verdugos proviene del vocablo griego basanistēs que significa el que obtiene la verdad mediante el potro, es decir mediante un instrumento de tortura, un torturador. La versión inglesa del rey Jacobo traduce este vocablo por atormentadores; otras versiones emplean en cambio el sustantivo torturadores o el verbo torturar. El siervo inclemente fue condenado a martirios hasta que pagara todo lo que debía, lo cual, dada la inmensidad de la suma, significaba que moriría atormentado en prisión.
Un autor lo explica así:
El esclavo no solo pierde el perdón obtenido; vuelve a cargarse a cuestas la deuda y a partir de ese momento enfrenta una condena que implica torturas, las que sin lugar a dudas le provocarán una muerte temprana. En todo caso, ya que no existe posibilidad de pagar los 10.000 talentos que adeuda, permanecerá entre los torturadores hasta el día en que muera[14].
Luego de narrar esta parábola, Jesús se dirigió a sus oyentes y les hizo una afirmación supremamente inquietante:
Así también Mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas[15].
Estas duras palabras de Jesús reflejan la importancia de que Sus seguidores se perdonen unos a otros. La parábola expresa con elocuencia lo grave que es no perdonar a otros, y coincide con las enseñanzas que Jesús vertió sobre el perdón en otros pasajes del Evangelio. Cuando instruyó a Sus discípulos en la oración incluyó la frase Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores[16]. Asimismo enseñó: Si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero, si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas[17]. Esta parábola expresa estas enseñanzas en estilo novelado para ayudarnos a reconocer la importancia de perdonar al prójimo. Ilustra la necesidad del perdón humano como condición para la misericordia divina[18].
Pese a que la parábola alude a deudas de carácter económico, el término deudas es otro modo de decir pecado. Esto se aprecia en el Evangelio de Lucas:
Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben[19].
También se observa en la parábola de los dos deudores[20].
Esta parábola imparte unas verdades profundas. Vemos la gravedad del pecado expresada en la deuda de diez mil talentos. Percibimos igualmente el profundo amor, misericordia y compasión de Dios representados en el rey que perdona una colosal deuda. Mediante ese ejemplo del generoso amor y perdón de Dios, escuchamos también el llamado a reflejarlo a Él y ser espejos de Su amor y generosidad para los demás. Un autor lo expresa así: Es la esencia del discipulado cristiano, no solo amar al prójimo del mismo modo en que nos gusta que nos traten a nosotros, sino también del mismo modo en que nos ha tratado Dios. La clásica declaración de este principio tiene lugar cuando Jesús le dice a Sus discípulos: «Ámense los unos a los otros como Yo los he amado»[21].
En el pasaje con el que dimos comienzo a este artículo, Pedro preguntó con cuánta frecuencia debía perdonar a un hermano que había pecado contra él, ¿siete veces quizá? Eso ya era más del doble de oportunidades según la opinión rabínica imperante en la época, la cual proponía que no era necesario perdonar a una persona más de tres veces. Sin embargo, la respuesta de Jesús y esta parábola establecen claramente que no se deben llevar cuentas de las veces que perdonamos ni fijar límites a ello.
Cuando Dios pasó delante de Moisés en el Monte Sinaí, se describió a Sí mismo diciendo: «El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene Su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado»[22]. Uno de los atributos divinos es el perdón, y como Jesús lo ilustró con esta parábola, los hijos de Dios tenemos la obligación de imitarlo, perdonando a los demás así como Él nos ha perdonado a nosotros.
21 Entonces se le acercó Pedro y le dijo: —Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?
22 Jesús le dijo: —No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.
23 Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos.
24 Cuando comenzó a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.
25 A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderlo, junto con su mujer e hijos y todo lo que tenía, para que se le pagara la deuda.
26 Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba diciendo: «Señor, ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo».
27 El señor de aquel siervo, movido a misericordia, lo soltó y le perdonó la deuda.
28 Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios; y agarrándolo, lo ahogaba, diciendo: «Págame lo que me debes».
29 Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: «Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo».
30 Pero él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara la deuda.
31 Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado.
32 Entonces, llamándolo su señor, le dijo: «Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste.
33 ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?»
34 Entonces su señor, enojado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía.
35 Así también Mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Mateo 18:21,22 (NVI).
[2] Mateo 18:23–25.
[3] En algunas versiones de la Biblia se tradujo como esclavo, dado que el vocablo griego doulos alude tanto a un siervo como a un esclavo en el contexto del Nuevo Testamento.
[4] 2 Crónicas 36:3.
[5] Young, Brad H., Jesus the Jewish Theologian (Grand Rapids: Baker Academic, 1995), 120.
[6] Jeremias, Joachim, Las parábolas de Jesús (Estella: Editorial Verbo Divino, 1974).
[7] 2 Reyes 4:1 (RVA-2015).
[8] Lucas 12:58,59.
[9] Mateo 18:26,27.
[10] Mateo 18:28–30.
[11] Hultgren, Arland J., The Parables of Jesus (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2000), 27.
[12] Mateo 18:31.
[13] Mateo 18:32–34.
[14] Hultgren, The Parables of Jesus, 28.
[15] Mateo 18:35.
[16] Mateo 6:12.
[17] Mateo 6:14,15 (NVI).
[18] Young, Brad H., The Parables, Jewish Tradition and Christian Interpretation (Grand Rapids: Baker Academic, 1998), 121.
[19] Lucas 11:4.
[20] Parábolas de Jesús: Los dos deudores.
[21] Wenham, David, The Parables of Jesus (Downers Grove: InterVarsity Press, 1989), 153.
[22] Éxodo 34:6,7 (NVI).
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