Enviado por Peter Amsterdam
diciembre 5, 2017
[Jesus—His Life and Message: Healing from a Distance (Part 2)]
Al sanar al criado de un centurión[1], Jesús no solo realizó un milagro a distancia, sino que además curó a un extranjero, hecho poco frecuente a lo largo de Su ministerio, que por lo general se circunscribió a la población judía de Israel. En Su segunda curación a distancia sanó igualmente a una persona extranjera, esta vez a la hija de una madre sagaz. Ambas curaciones presentan ciertas similitudes: la solicitud de ayuda no vino de la persona enferma, sino de otra, próxima a ella, que estaba preocupada por su bienestar; y esa otra persona era gentil, no judía. Es significativo que en ambos casos se elogie vivamente la fe de una persona gentil, más de lo que se elogia en los evangelios la de ningún judío. Aunque el relato figura tanto en el Evangelio de Marcos como en el de Mateo, en este artículo nos centraremos en la versión de Mateo.
Jesús […] se fue a la región de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea que había salido de aquella región comenzó a gritar y a decirle: «¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio»[2].
Justo antes de este pasaje, Jesús tuvo un enfrentamiento con unos escribas y fariseos de Jerusalén. A continuación, y quizás a raíz de ello, abandonó el territorio judío y se adentró en la comarca de Tiro y Sidón, en Siria. Esas dos ciudades costeras controlaban grandes extensiones de terreno, por lo que la zona es llamada la región de Tiro y de Sidón. Como se encontraba fuera de Israel y estaba poblada por gentiles, Jesús sabía que yendo allá escaparía de la oposición judía con la que se había topado.
En la versión de Marcos, el motivo por el que Jesús se retira de Israel parece ser Su deseo de estar a solas con Sus discípulos. Eso es comprensible, ya que en los evangelios se menciona 38 veces a las muchedumbres a las que Él atendía y sanaba y que lo seguían continuamente.
Levantándose de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón. Entró en una casa, y no quería que nadie lo supiera; pero no pudo esconderse[3].
La noticia de Sus enseñanzas y milagros se había propagado hacia el norte, y una mujer del lugar se acercó a Él, suplicándole que sanara a su hija. Marcos la describe como sirofenicia[4], término con el que probablemente se refería a alguien de la región de Tiro y Sidón, la zona costera de Siria cercana a Israel (lo que hoy es el Líbano). En Mateo se la llama cananea, un término que en aquel tiempo ya era anticuado[5]. Puede que Mateo empleara ese término antiguo en su descripción de la mujer porque en todo el Antiguo Testamento los cananeos fueron enemigos tradicionales de Israel. Son el pueblo que fue expulsado de la Tierra Prometida por los antiguos israelitas, y su religión idólatra puso continuamente en peligro la pureza religiosa de Israel[6]. Probablemente Mateo utilizó ese término para hacer hincapié en que Jesús estaba abierto a ayudar a los gentiles, incluso a los que eran o habían sido considerados enemigos de Israel.
Aunque Jesús no había estado anteriormente en la región de Tiro y Sidón, gente de allí se había sumado a las muchedumbres que lo escuchaban y eran sanadas por Él.
Descendió con ellos y se detuvo en un lugar llano, en compañía de Sus discípulos y de una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón que había venido para oírlo y para ser sanados de sus enfermedades[7].
Por lo visto la mujer sirofenicia, a pesar de ser gentil y habitar en un territorio no judío, había oído hablar de Jesús. Da la impresión de que tenía ciertos conocimientos sobre el judaísmo, como demuestra el que llamara a Jesús «Hijo de David». Dice que gritaba e imploraba misericordia. La palabra griega traducida como «gritar» significa clamar o vociferar, y la forma verbal empleada da a entender que estaba gritando sin parar. Ella buscó a Jesús y le rogó que sanara a su hija, que estaba terriblemente atormentada por un demonio. «Pero Jesús no le respondió palabra»[8]. La reacción inicial de Jesús concuerda con la que habría tenido cualquier maestro judío ante una petición de una extranjera.
Sus discípulos, cansados de oír sus constantes gritos, le pidieron que la despachara.
Entonces, acercándose Sus discípulos, le rogaron diciendo: «Despídela, pues viene gritando detrás de nosotros».
Muy probablemente ellos mismos le habrían podido decir que se fuera, pero lo que se infiere es que le rogaron a Jesús que le concediera a la mujer lo que pedía. El término griego traducido como «despedir» tiene el sentido de «satisfacer y despedir».
Respondiendo a la petición de Sus discípulos, Jesús contestó: «No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel»[9]. Aclaró que había sido enviado con la misión de atender a Israel, no a otras naciones y pueblos. En un pasaje anterior del Evangelio de Mateo Él ya lo había indicado:
A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones diciendo: «Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel»[10].
La petición de la mujer no encajaba dentro de los parámetros de la misión de Jesús. Seguramente Él se había ido de Israel para tomarse unas vacaciones, no para predicar o hacer milagros. El escritor Leon Morris explica:
Si bien Jesús vino para expiar el pecado, hecho que significaría la salvación de personas de todos los rincones de este ancho mundo, no vino para llevar a cabo una misión mundial de curación ni nada parecido. Su misión terrenal estaba centrada en los israelitas[11].
Jesús no le respondió nada a la mujer, pero tampoco la despidió, lo cual tal vez la animó a acercarse a Él.
Entonces ella vino y se postró ante Él, diciendo: «¡Señor, socórreme!»
En el Evangelio de Marcos dice que «le rogaba que echara fuera de su hija al demonio»[12].
La respuesta de Jesús fue:
No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros[13].
En Marcos contesta: «Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros»[14]. Una respuesta nada halagadora. Los perros eran animales impuros que la mayoría de los judíos no tenían como mascotas, aunque en las casas no judías sí los había. Cierto autor describe la frase de Jesús como «una metáfora que en cualquier cultura sería denigrante para los llamados perros en vez de hijos, y que en este contexto tenía además la fuerza de una invectiva judía, ya que los judíos empleaban deliberadamente la palabra perro como término ofensivo para referirse a los gentiles»[15].
La mujer no se dejó desconcertar por la respuesta de Jesús, sino que replicó hábilmente:
«Sí, Señor; pero aun los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces, respondiendo Jesús, dijo: «¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como quieres». Y su hija fue sanada desde aquella hora[16].
Está claro que a Jesús le agradó la respuesta de la mujer, tanto que le concedió lo que quería y curó a su hija.
Ahora que conocemos el desenlace, examinemos nuevamente cómo se dirigió Jesús a la mujer en un principio y por qué. Para ello conviene que echemos un vistazo al relato del Evangelio de Marcos. En la versión de Marcos, Jesús dice: «Deja primero que se sacien los hijos»[17]. No dice que los perros nunca deban saciarse, sino que los hijos deben saciarse primero; que no está bien tomar la comida de los hijos y dársela a los perros sino después que los hijos hayan comido. Jesús quería dar a entender que a los judíos se les estaba ofreciendo la salvación primero, antes que a los gentiles. El ministerio terrenal de Jesús estuvo centrado en Israel, y por medio de ese ministerio y del sacrificio que Él hizo al morir por toda la humanidad los gentiles de este mundo también iban a tener acceso a la salvación.
El apóstol Pablo habla de esto mismo en la Epístola a los romanos:
No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree, del judío primeramente y también del griego[18].
En el libro de los Hechos está registrado lo que dijo Pablo a los judíos incrédulos:
A vosotros, a la verdad, era necesario que se os hablara primero la palabra de Dios; pero puesto que la desecháis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, nos volvemos a los gentiles[19].
La respuesta que dio Jesús inicialmente a la mujer no era un rechazo; era una explicación de una cuestión de prioridades. No estaba bien «tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros» porque en el orden de la salvación existía una prioridad temporal. Su ministerio estaba dirigido en primer lugar a los judíos; el mensaje de la salvación llegaría al mundo gentil después de Su muerte y resurrección.
La mujer aceptó lo que Él le dijo porque era consciente de que no formaba parte de Israel y por consiguiente no tenía derecho a la bendición de Israel. Ella demostró su fe al reconocer que Israel tenía precedencia en el plan divino de salvación y que ocupaba una posición privilegiada, y señalando que ella como gentil no estaba tratando de usurpar ese lugar, sino simplemente pidiendo que se le dieran al menos algunas «de las migajas que caen de la mesa». Al igual que sucedió con el centurión gentil, Jesús quedó muy impresionado con la tremenda fe de esa mujer no judía, y por ese motivo curó a su hija.
Durante Su estancia en la Tierra, Jesús limitó Su ministerio (con pocas excepciones) al pueblo judío. De todos modos, claramente preveía que gentes de otras nacionalidades entrarían al reino.
Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos[20].
Yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a Mí mismo[21].
Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura[22].
Aunque Jesús orientó Su ministerio principalmente hacia el pueblo judío, no le importó saltarse a la torera las normas sociales y religiosas de Su época con el fin de atender a los gentiles. Antes de ascender al Cielo, dio instrucciones a Sus discípulos para que proclamaran el evangelio a todo el mundo. Su llamamiento particular era ministrar a los judíos, pero mediante Su ejemplo y las instrucciones que dio a Sus discípulos dejó bien claro que la salvación estaba al alcance de todos los que creyeran. Al leer pasajes que muestran lo dispuesto que estaba a ayudar a personas de otra etnia, raza, religión o condición social que la Suya entendemos mejor que hemos sido llamados a anunciar el evangelio a los que consideramos distintos de nosotros. Debemos recordar que Dios mira más allá de las apariencias y se fija en el corazón, y que nosotros, siguiendo el ejemplo de Jesús, debemos hacer lo mismo.
Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] V. Curaciones a distancia, 1ª parte.
[2] Mateo 15:21,22.
[3] Marcos 7:24.
[4] Marcos 7:26.
[5] France, The Gospel of Matthew, 592.
[6] Ibíd., 592.
[7] Lucas 6:17.
[8] Mateo 15:23.
[9] Mateo 15:24.
[10] Mateo 10:5,6.
[11] Morris, The Gospel According to Matthew, 403.
[12] Mateo 15:25; Marcos 7:26.
[13] Mateo 15:26.
[14] Marcos 7:27.
[15] France, The Gospel of Matthew, 594.
[16] Mateo 15;27,28.
[17] Marcos 7:27.
[18] Romanos 1:16.
[19] Hechos 13:46.
[20] Mateo 8:11.
[21] Juan 12:32.
[22] Marcos 16:15.
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