Enviado por Peter Amsterdam
octubre 23, 2018
[Living Christianity: Consequences of Sin]
En el artículo anterior vimos las bendiciones que acarrea obedecer los mandamientos de Dios[1]. Es además conveniente y sensato considerar las consecuencias del pecado en nuestra vida[2]. El teólogo Wayne Grudem define así el pecado:
El pecado es todo incumplimiento de la ley moral de Dios, ya sea en acción, actitud o naturaleza[3].
Esta definición señala que el pecado no está circunscrito a los actos que cometemos, sino que abarca asimismo actitudes contrarias a lo que Dios exige. Además reconoce que los seres humanos somos de naturaleza pecadora.
Cuando leemos los Diez Mandamientos vemos que censuran actos pecaminosos como matar, cometer adulterio y robar. Sin embargo, aparte de pronunciarse sobre las acciones pecaminosas, los mandamientos también aluden a actitudes que entrañan pecado.
No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo[4].
Este mandamiento revela que Dios no solo considera pecado el acto de robar o asesinar, sino que también estima que el deseo consciente de hacer el mal es pecado.
Jesús recalcó este concepto cuando dijo:
Ustedes han oído que fue dicho a los antiguos: «No cometerás homicidio; y cualquiera que comete homicidio será culpable en el juicio». Pero Yo les digo que todo el que se enoje con su hermano será culpable en el juicio[5].
Ustedes han oído que se dijo: «No cometas adulterio». Pero Yo les digo que cualquiera que mira a una mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón[6].
El apóstol Pablo también hizo alusión a actitudes como la enemistad —animadversión u odio— y la envidia cuando escribió sobre las «obras de la carne»[7]. Esto nos indica que vivir nuestro cristianismo nos exige una moralidad en nuestros pensamientos y actitudes, así como también en nuestras acciones.
Hay quienes preguntan si ciertos pecados son más graves que otros. En un sentido la respuesta es no, no lo son; pero en otro sentido es sí, sí lo son. Cuando consideramos el pecado desde la mira de nuestra situación legal ante Dios, cualquier pecado, sea este grande o pequeño, nos hace pecadores y por tanto culpables ante Dios. A Adán y Eva se los juzgó por cometer un pecado[8]. El apóstol Pablo se refirió a esto cuando escribió:
El juicio surgió a causa de una transgresión[9].
Pablo expuso nuevamente este argumento cuando citó el Antiguo Testamento en su carta a los Gálatas.
Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley para cumplirlas[10].
En el libro de Santiago encontramos la misma enseñanza.
Cualquiera que guarde toda la Ley, pero ofenda en un punto, se hace culpable de todos[11].
Puesto que un pecado nos hace culpables de violar la ley de Dios, no podemos suponer que un pecado sea más grave que otro.
Con todo, hay pecados que revisten más gravedad que otros en el sentido de que algunos tienen consecuencias más graves que otros. Por ejemplo, si codicias —abrigas un intenso deseo de poseer algo que pertenece a otra persona— el auto de tu vecino, desobedeces el mandamiento que reza: No codiciarás [...] cosa alguna que sea de tu prójimo[12]. No obstante, la cuestión se torna más perjudicial si la codicia que albergas te lleva a robar el auto, ocasionando una pérdida a tu vecino. De igual modo, es pecado odiar a alguien; pero es un pecado mucho más grave permitir que ese odio te impulse a hacerle daño físicamente.
Existen también pecados mayores y menores relacionados con el tipo de mandamiento que se ha quebrado. Jesús dio a entender que algunos pecados del Antiguo Testamento eran más graves que otros cuando dijo:
De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos[13].
Además reprendió a los escribas y fariseos por cumplir las leyes menores y desobedecer las más importantes.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas que pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, y han descuidado los preceptos más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Estas son las cosas que debían haber hecho, sin descuidar aquellas[14].
En determinadas ocasiones las circunstancias que rodean los actos de una persona que está cometiendo el pecado pueden constituir un agravante. Por ejemplo, un pecado particular cometido por alguien que ostenta una posición directiva o de autoridad, o que tiene más conocimiento de que el acto está mal, puede ser más responsable ante Dios que una persona en otra situación. En la epístola de Santiago leemos:
Hermanos míos, no se hagan muchos maestros sabiendo que recibiremos juicio más riguroso[15].
Jesús manifestó algo parecido:
Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no se preparó ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Pero el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco, porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará, y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá[16].
Comprender que hay una distinción entre pecados graves y pecados leves nos puede ayudar en nuestra interacción y relaciones con los demás. Siempre habrá numerosas ofensas menores que otros cometan y que debemos pasar por alto, ya que el amor cubrirá multitud de pecados[17]. Eso también debiera ayudarnos en nuestras interacciones con los demás —nuestros hijos, compañeros de trabajo, empleados, amigos— e incluso contribuir a que lo comprendamos nosotros mismos y sepamos que aunque los pecados leves siguen siendo pecados, todos los cometemos y debemos perdonar a otros y perdonarnos a nosotros mismos cuando los cometamos.
Los cristianos que nos hemos salvado no perderemos nunca la salvación. Nos hemos hecho hijos de Dios y lo seguiremos siendo para siempre, por más que pequemos intencionadamente. Hemos sido adoptados en la familia de Dios.
Todos son hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús[18].
Ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo[19].
Miren cuán grande amor nos ha dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo somos![20]
A todos los que lo recibieron, a quienes creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios[21].
Aunque a veces seamos desobedientes, nuestro Padre no nos rechaza; seguimos siendo Sus hijos. Ahora bien, eso no significa que nuestro pecado consciente y deliberado no tendrá consecuencias perjudiciales. Enseguida detallamos algunas de esas consecuencias.
Se alterará nuestra comunión con Dios. Pecaradrede estorba nuestra relación con Dios. El apóstol Pedro instruyó a los creyentes a apartarse del mal y hacer el bien, porque el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal[22].
Experimentaremos el desagrado de nuestro Padre. Nuestro Padre nos ama y nos amará siempre; sin embargo, no le complace cuando pecamos, del mismo modo en que nosotros amamos profundamente a un hijo, pero nos puede causar gran disgusto lo que ese hijo haya hecho. Debemos hacer todo lo posible por no entristecer al Espíritu Santo de Dios[23].
Quizá experimentemos la disciplina de nuestro Padre. En el libro del Apocalipsis vemos que Jesús alude a la disciplina que reciben los que han pecado.
Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Sé, pues, celoso y arrepiéntete[24].
En otro pasaje leemos acerca de la disciplina impartida por la mano de Dios a quienes son Sus hijos.
¿Ya han olvidado la exhortación que se les dirige como a hijos? Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por Él. Porque el Señor disciplina al que ama y castiga a todo el que recibe como hijo. Permanezcan bajo la disciplina; Dios los está tratando como a hijos. [...] Al momento, ninguna disciplina parece ser causa de gozo sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados[25].
Por ser hijos de Dios recibimos disciplina de nuestro Padre cuando pecamos, con la finalidad de que lleguemos a ser mejores hijos, más obedientes.
Nos debilitaremos espiritualmente. Pablo advirtió que cuando los creyentes sucumben intencionalmente al pecado corren peligro de ser esclavizados por el mismo.
¿No saben ustedes que cuando se presentan como esclavos a alguien para obedecerle, son esclavos de aquél a quien obedecen, ya sea del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia?[26]
El apóstol Pedro estableció claramente que los creyentes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable[27]. De ahí añadió:
Amados, les ruego como a extranjeros y peregrinos, que se abstengan de las pasiones carnales que combaten contra el alma[28].
El vocablo griego traducido aquí como combatir significa servir en calidad de soldado. Pedro manifestó que esas pasiones de la carne, deseos pecaminosos, son soldados enemigos que hacen daño al alma, debilitando espiritualmente a la gente.
Nos inclinaremos a ser menos fructíferos en nuestras labores cristianas y en nuestra vida. A fin dedar abundante fruto espiritual es preciso que moremos en Jesús, que nos mantengamos en estrecha comunión con Él. De no hacerlo, seremos cristianos menos fructíferos.
Permanezcan en Mí, y Yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en Mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer[29].
Perderemos parte de nuestra recompensa celestial. Nuestra salvación es un obsequio de Dios y se recibe exclusivamente por la fe.
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo[30].
Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe de Jesucristo[...], por cuanto por las obras de la Ley nadie será justificado[31].
Si bien no nos salvamos por nuestras obras, la Escritura enseña que existe un vínculo entre nuestra conducta en esta vida y las recompensas que recibiremos en el cielo.
Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo[32].
Si alguien edifica sobre este fundamento con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será revelada. La obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará. Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, él recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quema, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego[33].
Si llevamos una vida de fe y obediencia a Dios, se nos prometen galardones celestiales en la vida venidera. En cambio, si continuamente pecamos a propósito, la Escritura enseña que perderemos parte de nuestras recompensas celestiales.
Cada uno de nosotros peca, y a veces —ojalá no demasiadas— con intencionalidad. Pese a que nos salvamos por medio del amor y la gracia de Dios y nunca perderemos nuestra salvación, aun así la Escritura nos exhorta a confesar nuestros pecados y pedir perdón a Dios.
Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad[34].
¿Por qué se nos insta a confesar con regularidad nuestros pecados si ya nos hemos salvado y todos nuestros pecados —pasados, presentes y futuros— se nos perdonaron ya? Ello se debe a que el perdón tiene dos sentidos distintos, ambos ligados a nuestra relación con Dios. El primero tiene que ver con la culpabilidad o inocencia legales y el consecuente castigo por el pecado. Siendo pecadores, somos culpables de desobediencia y por tanto se nos condena legalmente. No obstante, Jesús murió por nuestros pecados y asumió así nuestro castigo, por lo que en el terreno legal se nos perdona y nos eximimos de condena.
Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús[35].
El otro sentido del perdón tiene que ver con la reparación del vínculo personal con Dios que se ha deteriorado a causa de nuestros pecados. Con frecuencia debemos orar y pedir a Dios que nos perdone nuestras transgresiones, ya que si no confesamos y pedimos perdón a Dios, se genera una distancia en espíritu entre nosotros y Él. Si deseamos renovar nuestra comunión con Él debemos procurar el perdón y pedirle que restablezca Su estrecha relación personal con nosotros.
En el primer sentido del perdón, Dios se relaciona con nosotros desde su posición de juez del universo. En el segundo sentido, lo hace como nuestro amoroso Padre. Cuando obtenemos la salvación eterna por creer en Jesús, obtenemos el perdón, puesto que Dios, en su calidad de juez, nos perdona judicialmente todos nuestros pecados. Cuando con regularidad buscamos a nuestro Padre en el cielo y solicitamos Su perdón por los pecados cometidos, Él entonces, como Padre de nosotros que es, nos perdona y renueva nuestra relación con Él. Dado que el pecado tiene sus consecuencias, hacemos bien en confesar con frecuencia nuestros pecados y procurar el perdón.
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Véase Vivir el cristianismo: Las bendiciones de obedecer a Dios.
[2] Los siguientes puntos son una síntesis del capítulo 5 del libro Christian Ethics de Wayne Grudem (Wheaton: Crossway, 2018).
[3] Grudem, Christian Ethics, 138.
[4] Éxodo 20:17 (RVA-2015).
[5] Mateo 5:21,22 (RVA-2015).
[6] Mateo 5:27,28 (NVI).
[7] Gálatas 5:19–21.
[8] Génesis 3:1–7.
[9] Romanos 5:16 (NBLH).
[10] Gálatas 3:10 (RVA-2015), aludiendo textualmente a Deuteronomio 27:26.
[11] Santiago 2:10.
[12] Éxodo 20:17 (RVA-2015).
[13] Mateo 5:19.
[14] Mateo 23:23 (NBLH).
[15] Santiago 3:1 (RVA-2015).
[16] Lucas 12:47,48.
[17] 1 Pedro 4:8.
[18] Gálatas 3:26 (RVA-2015).
[19] Gálatas 4:7.
[20] 1 Juan 3:1 (RVA-2015).
[21] Juan 1:12,13.
[22] 1 Pedro 3:11,12.
[23] Efesios 4:30.
[24] Apocalipsis 3:19 (NBLH).
[25] Hebreos 12:5–7,11 (RVA-2015).
[26] Romanos 6:16 (NBLH).
[27] 1 Pedro 2:9 (NVI).
[28] 1 Pedro 2:11 (NBLH).
[29] Juan 15:4,5 (NBLH).
[30] Romanos 5:1.
[31] Gálatas 2:16.
[32] 2 Corintios 5:10.
[33] 1 Corintios 3:12–15.
[34] 1 Juan 1:9.
[35] Romanos 8:1.
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