Enviado por Peter Amsterdam
diciembre 4, 2018
[Living Christianity: The Ten Commandments (Part 1)]
Como ya lo explicamos en artículos anteriores de esta serie, los Diez Mandamientos serán el marco de referencia que emplearemos para cubrir la ética cristiana. En términos generales los autores dividen los Diez Mandamientos en dos grupos, los primeros cuatro, a los que se suele aludir como «nuestro deber para con Dios» y los otros seis, conocidos como «nuestro deber para con el hombre».
Los mandamientos que se centran en el deber de la humanidad para con Dios son: No tendrás otros dioses delante de Mí; no te harás ningún ídolo; no tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios; acuérdate del día sábado para santificarlo. Los que se enfocan en el deber que tenemos hacia nuestros semejantes son: Honra a tu padre y a tu madre; no cometerás homicidio; no cometerás adulterio; no robarás; no darás falso testimonio contra tu prójimo; no codiciarás[1].
Los autores cristianos que se basan en los Diez Mandamientos para determinar la ética cristiana, por lo general se enfocan en los últimos seis. Si bien la presente serie se centrará primordialmente en los últimos seis mandamientos como base de la enseñanza ética, empezará abordando brevemente los primeros cuatro, toda vez que la ética cristiana tiene sus raíces en nuestra relación con Dios. Por ser nuestro Creador, Dios es quien posee la autoridad y por tanto el derecho de definir los criterios sobre lo que está bien y lo que está mal para los seres humanos. Si deseamos vivir en concordancia con las normas de conducta divinas es importante entender lo que Dios enseña acerca de nuestra relación con Él, y para ello podemos remitirnos a los primeros cuatro mandamientos.
Puede ser positivo mirar cada uno de los Diez Mandamientos como el título de un directorio, el cual al abrirse contiene numerosos subdirectorios. Por ejemplo, el quinto mandamiento, «Honra a tu padre y a tu madre», alude no solo a la autoridad de nuestros padres, sino también a la de otros cargos directivos como los gobiernos, los empleadores, los profesores, etc. El mandamiento de no matarás abre la discusión a temas como la pena capital, matar en la guerra, la defensa personal, el suicidio, el aborto, la eutanasia y el amparo y respeto hacia la vida humana en general. En esta serie abarcaremos cada uno de los mandamientos y temas éticos que se enmarcan bajo los correspondientes subdirectorios.
Cuando Dios reveló los Diez Mandamientos a Moisés en el Monte Sinaí, empezó por declarar quién era Él y qué había hecho por el pueblo hebreo.
Yo soy el SEÑOR tu Dios que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud[2].
Poco antes de ese momento Dios había determinado que diversas plagas azotaran la tierra de Egipto debido a que el faraón se negó a dejar que los hijos de Israel —los cuales llevaban varias generaciones viviendo en esclavitud— partieran tal como Dios les había indicado. Gracias a la intervención divina, el subyugado pueblo hebreo se había liberado de la opresión. Ya que era su Dios y Libertador, tenía derecho a establecer los mandamientos y las leyes por las que Su pueblo debía regirse.
Su primer mandamiento es No tendrás otros dioses delante de Mí[3]. El verbo en hebreo está en segunda persona del singular, lo que demuestra que este mandamiento está dirigido a cada individuo en particular; por ende cada uno está obligado a responder de ello ante Dios. La expresión hebrea «delante de Mí» significa «frente a Mi rostro», que denota el sentido de «en Mi presencia». Afirmar que no debían tener otros dioses «delante de Él» no significaba que fuera aceptable tener otros dioses siempre y cuando estos no tuvieran mayor jerarquía que Dios. Significaba que no debían tener otros dioses, fueran los que fueran. La Escritura enseña que la presencia de Dios está en todas partes; de ahí que siempre estamos en Su presencia o «delante de Él».
El primer mandamiento enseña que debemos confesar y reconocer que Dios es el único Dios verdadero y que nos es preciso adorarlo y glorificarlo como corresponde. Esto no solo implica evitar el culto a otros dioses, sino tampoco poner nada por encima de Él en nuestros pensamientos, acciones y afectos. No debemos permitir que nada dispute la lealtad, obediencia y afecto que le debemos primordialmente a Él. Hemos de entender que Dios es Señor supremo y que con toda razón no tolera rivales.
Este mandamiento nos conmina a ser leales a Dios, que tiene derecho a exigir nuestro amor, confianza y obediencia. En el Nuevo Testamento encontramos que Jesús también demandó esta misma lealtad exclusiva cuando dijo que la fidelidad a Él era una obligación superior a la que le debemos a nuestros padres.
El que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí[4].
Un autor escribió:
Esto es clara señal de la reivindicación de Jesús de que era Dios, ya que exige la misma lealtad que solo Dios es digno de recibir. De ahí la relevancia de que los cristianos adoremos a Jesús. Si Jesús no es Dios, adorarlo sería idolatría. Si Jesús en verdad es Dios, como lo afirmó Él, adorarlo es un modo eternamente oportuno de obedecer el primer mandamiento[5].
Toda religión que adore a deidades distintas al Dios único y verdadero de las Escrituras quebranta el primer mandamiento. Los que alegan que no hay Dios también violan este mandamiento, toda vez que dan prioridad a sus ideas erróneas en desmedro al culto debido al único Dios verdadero.
Lamentablemente hay muchos que creen en Dios, pero que nunca consideran que están anteponiendo otros dioses a Él o rindiendo culto a otros dioses; no obstante, eso es precisamente lo que hacen cuando caen en hábitos que otorgan prioridad a otras cosas antes que a Dios. Enseguida veremos algunos ejemplos:
Dinero:
Nadie puede servir a dos amos. Pues odiará a uno y amará al otro; será leal a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y al dinero[6].
Si puse en el oro mi esperanza, y le dije al oro: «Mi confianza está en ti» […], eso también sería una maldad digna de juicio, porque habría negado al Dios soberano[7].
Poder:
Son un viento que a su paso arrasa todo; su pecado es hacer de su fuerza un dios[8].
Posesiones:
«Diré a mi alma: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y regocíjate”.» Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma, y lo que has guardado, ¿de quién será?» Así es el que hace para sí tesoro y no es rico para con Dios[9].
Hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal: […] avaricia, la cual es idolatría[10].
El placer y el entretenimiento:
También debes saber que en los últimos días vendrán tiempos peligrosos. Habrá hombres […] amadores de los deleites más que de Dios[11].
Comida:
El fin de ellos será la perdición. Su dios es el vientre, su gloria es aquello que debería avergonzarlos, y solo piensan en lo terrenal[12].
El yo:
No se te ocurra pensar: «Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos»[13].
Habló el rey y dijo: «¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?»[14]
La aprobación de los demás:
¿Acaso busco ahora la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo[15].
Los cristianos debemos depositar nuestra confianza, fe y lealtad en Dios. El primer mandamiento nos exige esa fidelidad y esa confianza. Por eso es prudente hacer un balance para determinar en qué depositamos nuestra fe y confianza, pues a veces podríamos encontrarnos confiando más en cosas que en el Señor; por ejemplo, en nuestras habilidades, estilo de vida sano, partido político preferido, médicos, un empleo o amigos. Todas esas cosas pueden ser buenas, pero los creyentes no debemos ponerlas a la misma altura ni por encima de Dios.
El segundo mandamiento establece: No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo ni abajo en la tierra ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás culto, porque Yo soy el SEÑOR tu Dios, un Dios celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a los que me aman y guardan Mis mandamientos[16].
La palabra hebrea traducida como imagen se refiere a algo tallado o esculpido en madera, piedra o metal y utilizado luego como objeto de culto. Algunas traducciones de la Biblia lo expresan con las palabras imagen tallada, ídolo o simplemente escultura. El primer mandamiento prohíbe adorar a otros dioses; este segundo mandamiento prohíbe entre otras cosas adorar al único Dios verdadero de tal manera que nos formemos el concepto de que tiene figura física. Hacerlo lo deshonra, puesto que resta la diferencia que hay entre Dios y todas las cosas creadas.
Hay quienes consideran que este mandamiento invalida todo el arte representativo; sin embargo, ninguna otra parte de la Escritura sugiere que hacer imágenes sea siempre reprobable. El propio Dios ordenó a Su pueblo crear dos querubines de oro que luego se colocaron en el sitio más sagrado del tabernáculo del Antiguo Testamento. En el interior de este se empleaban diversas imágenes, todas fabricadas por indicación divina. Había un candelabro del cual salían seis brazos, cada uno con una copa «en forma de flor de almendro». En el atuendo de los sacerdotes figuraban imágenes de campanas y granadas. El Templo construido posteriormente contenía imágenes de querubines, y en las paredes de sus salones interiores y exteriores había grabados de figuras de palmeras y flores abiertas.
Lo que enseña el segundo mandamiento es que la gente no debe hacerse imágenes con el fin de postrarse a adorarlas. Dios reprueba la adoración de imágenes, sean estas de falsos dioses o imágenes de Sí mismo. Sin embargo, no desaprueba las imágenes o cuadros que lo representan a Él, a Jesús o al Espíritu Santo, siempre que tales imágenes o cuadros no se utilicen como objetos de culto.
(Continúa en la segunda parte.)
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Los Diez Mandamientos se encuentran en Éxodo 20:1-17 y en Deuteronomio 5:6-22.
[2] Éxodo 20:2 (RVA 2015).
[3] Éxodo 20:3 (RVA 2015).
[4] Mateo 10:37,38.
[5] Wayne Grudem, Christian Ethics (Wheaton: Crossway, 2018), 272.
[6] Mateo 6:24 (NTV).
[7] Job 31:24,28.
[8] Habacuc 1:11 (NVI).
[9] Lucas 12:19–21.
[10] Colosenses 3:5 (NVI).
[11] 2 Timoteo 3:1,2,4.
[12] Filipenses 3:19.
[13] Deuteronomio 8:17 (NVI).
[14] Daniel 4:30.
[15] Gálatas 1:10.
[16] Éxodo 20:4–6 (RVA-2015).
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