Vivir el cristianismo: Los Diez Mandamientos (La protección de la vida humana, 5ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

mayo 14, 2019

El aborto

[Living Christianity: The Ten Commandments (Safeguarding Human Life, Part 5). Abortion]

(Partes de este artículo provienen del libro Christian Ethics de Wayne Grudem[1].)

De todos los subtemas de esta serie sobre la protección de la vida humana, el aborto es del que más difícil resulta escribir. Se trata de un tema polémico, cuyas posturas personas de ambos lados del espectro defienden con vehemencia. Dado que el foco del presente artículo es la perspectiva bíblica del aborto, no me referiré a los argumentos que sustentan la visión pro abortista. Es posible que algunas lectoras de este artículo se hayan practicado un aborto, por lo que corro el riesgo de ofenderlas o herirlas presentando consideraciones bíblicas que no están en sintonía con los actos que ellas han realizado. Esa de ningún modo es mi intención. Planteo el tema con la finalidad de exponer en términos generales la visión cristiana respecto al aborto.

Una de las principales discrepancias que surgen entre quienes se oponen al aborto y quienes lo consideran moralmente legítimo es la cuestión del momento en que un feto se convierte en un singular ser humano. Un número importante de versículos a lo largo de la Biblia indican que un niño no nacido debe considerarse como persona desde el momento de la concepción.

Cuando Elisabet, la madre de Juan Bautista, se encontraba en su sexto mes de embarazo, María, que a la postre sería la madre de Jesús, la visitó. Leemos:

Aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre, y Elisabet, llena del Espíritu Santo, exclamó a gran voz [...]: Tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre[2].

Inspirada por el Espíritu Santo, Elisabet, en su sexto mes de embarazo, llamó criatura a su hijo no nacido aún. Criatura es traducción de la palabra griega brephos, la misma que se emplea en Lucas 2:16:

Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre[3].

La misma palabra se emplea para referirse tanto al niño no nacido como al nacido.

Además leemos que el niño no nacido de Elisabet saltó de alegría, lo que le atribuye actividad humana. Oyó la voz de María y se sintió feliz. Los investigadores han descubierto que los niños en el seno materno pueden reconocer la voz de su madre y saben distinguir entre música y ruido[4]. Responden a la voz de la madre estando todavía en el vientre, y la voz de ella tiene un efecto tranquilizador[5].

Luego de pecar por adulterio con Betsabé y que el profeta Natán lo pusiera en evidencia[6], David escribió el Salmo 51, en el que confesó su pecado e imploró perdón a Dios. En el contexto de esa oración de arrepentimiento, exclamó:

He aquí, en maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre[7].

David alude al momento de su alumbramiento y señala que ya era pecador al salir del vientre de su madre y que aún antes de nacer fue concebido con naturaleza pecaminosa. Evidentemente se consideraba un ser humano único desde el momento de su concepción.

Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el vientre de mi madre.

David, hablando en primera persona, manifiesta que ya era un ser singular desde que estaba en el vientre de su madre. Al referirse a mis entrañas, emplea el vocablo hebreo kilyah, que literalmente significa riñones, pero que en un contexto como este alude a las partes más recónditas de una persona, entre las que figuran las emociones y sus más profundos pensamientos. David expone su argumento de que no solo su cuerpo estaba formado en el vientre de su madre, sino también su ser íntimo claramente diferenciado[8].

Como los hijos se empujaban dentro de ella, dijo: —Si es así, ¿para qué he de vivir?

Ella fue a consultar al SEÑOR, y el SEÑOR le dijo: —Dos naciones hay en tu vientre, y dos pueblos que estarán separados desde tus entrañas. Un pueblo será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor[9].

Esos dos bebés no nacidos son considerados hijos o niños. Ya se peleaban entre ellos. Antes de haber nacido se los consideraba personas singulares, tanto es así que se habla de su futuro.

Si bien los versículos anteriores indican que los fetos dentro del vientre de las madres están considerados como hijos, el versículo siguiente habla de las graves sanciones que se imponían en caso de que se hiciera peligrar o se causara daño a la vida o la salud de una mujer encinta o de su hijo no nacido:

Éxodo 21:22–25. Cuando algunos hombres peleen y hieran a una mujer encinta y esta aborte sin mayor daño, el culpable será multado de acuerdo con lo que le imponga el marido de la mujer y según lo que establezcan los jueces. Pero si ocurre un daño mayor, entonces pagará vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe[10].

Está claro que, según la ley del Antiguo Testamento, la madre y el hijo no nacido eran tratados como personas con igual derecho a protección legal y se consideraba un delito grave lesionar a una mujer encinta y al hijo que llevaba en el vientre. Si alguno de los dos resultaba perjudicado, el castigo era severo: vida por vida, ojo por ojo.

Es interesante notar que en otros apartados de la Ley Mosaica, en caso de que alguien provocara accidentalmente la muerte de otra persona —lo que en términos modernos se definiría como homicidio sin premeditación—, había un modo de evitar la cláusula de vida por vida. El que había causado accidentalmente la muerte de otro ser humano podía huir a una de las seis «ciudades de refugio» que existían para eludir al «vengador de la sangre», es decir, a uno de los familiares del difunto enviado para desagraviar la muerte de su pariente. Si la persona lograba llegar a salvo a la «ciudad de refugio» gozaría de protección frente al vengador hasta que tuviera lugar un juicio. Si el tribunal determinaba que el atacante había actuado involuntariamente, este podía permanecer en la ciudad de refugio y habitar allí sin que nadie pudiera hacerle daño hasta la muerte del sumo sacerdote que oficiaba en el momento del juicio. Una vez fallecido el sumo sacerdote, el refugiado podía volver a su casa. Sin embargo, si este abandonaba la ciudad de refugio antes de la muerte del sumo sacerdote, el vengador tenía derecho a matarlo.

El hecho de que la cláusula que permitía huir a una ciudad de refugio no era válida para quien hubiera matado accidentalmente a una mujer embarazada o a un niño no nacido indica que la ley bíblica atribuía mayor valor a la protección de la vida de una mujer embarazada y de su hijo no nacido que a cualquier otra persona de la sociedad israelita. Siendo el homicidio accidental de un niño no nacido tan grave a los ojos de Dios, podemos inferir que matar intencionalmente a un niño que aún no ha visto la luz es todavía más grave.

En el Evangelio de Lucas leemos acerca del nacimiento de Jesús. Se nos dice que el ángel Gabriel se apareció a María y le anunció que daría a luz a un niño, el cual sería gestado por el poder del Espíritu Santo:

Respondiendo el ángel, le dijo: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios[11].

Un tiempo después, estando aún embarazada, María fue a visitar a su pariente Elisabet. Esta, al ver a María, la llamó «la madre de mi Señor»[12]. Esto indica que la naturaleza divina de Dios Hijo se aunó a la naturaleza humana de Jesús al momento de la concepción. Su encarnación se inició no al momento de nacer, sino cuando fue concebido.

Algunos argumentan que el embrión es simplemente una extensión de la vida de la madre y que abortar no es eliminar una vida humana. Un autor presenta razones que señalan lo contrario:

Desde el momento de la concepción los embriones poseen su propio sexo; ligeramente más de la mitad son masculinos, mientras que la madre es femenina. Cuarenta días después de la concepción ya tienen sus ondas cerebrales individuales, las que conservan hasta la muerte. Unas pocas semanas después de la concepción ya tienen su propio grupo de sanguíneo, el cual puede ser distinto del de la madre; además, sus huellas digitales particulares que difieren de las de la madre. […] Ninguna información genética se añade al ser humano luego del momento de la concepción. La madre asiste en el desarrollo del embrión después de la concepción, pero no aporta nada a su naturaleza humana después de la concepción[13].

Detallamos enseguida el proceso de crecimiento del feto durante los primeros cinco meses (20 semanas).

Primer mes: Actualización (1 a 4 semanas)

Segundo mes: Desarrollo (5 a 8 semanas)

Tercer mes: Movimiento (9 a 12 semanas)

Cuarto mes: Crecimiento (13 a 16 semanas)

Quinto mes: Viabilidad (17 a 20 semanas)

En 2003 los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CCPEEU) informaron que el 26% de los abortos inducidos legalmente en los Estados Unidos se realizaron a menos de 6 semanas de gestación, el 18% a 7 semanas, el 15% a 8 semanas, el 18% de 9 a 10 semanas, el 10% de 11 a 12 semanas, el 6% de 13 a 15 semanas, el 4% de 16 a 20 semanas y el 1% a más de 21 semanas.

Las ecografías de niños no nacidos ofrecen imágenes realistas de estos en el vientre; además pueden mostrar el desarrollo del feto durante los meses de gestación. La ecografía de un niño en el vientre revela su gran parecido con los seres humanos.

¿Puede en algún caso ser moralmente correcto el aborto? Hay situaciones en que tal vez sea necesario que un médico realice un procedimiento drástico que conducirá a la muerte del niño no nacido con el objeto de salvar la vida de la madre. Aunque raramente ocurre, hay veces en que la vida de la madre corre peligro a causa del embarazo. En dichos casos es moralmente correcto hacer todo lo posible por salvar la vida de la madre. Por ejemplo, si esta sufre de cáncer uterino y para sobrevivir necesita urgentemente que le extirpen el útero. La operación pondrá fin a la vida del niño; en cambio, sin la operación, tanto la madre como la criatura perecerán. En ese caso se aplica el principio de doble efecto: (1) La intención es realizar un bien: salvar la vida de la madre. El efecto malo —causar la muerte del bebé— es indeseable; no obstante ese triste efecto es consecuencia de un acto moralmente bueno y correcto. (2) Salvar a la madre es mejor que permitir que tanto ella como el niño mueran por inacción, a pesar de que signifique la muerte de la criatura.

Desde la perspectiva cristiana, el que la madre corra un inminente peligro físico debido al embarazo puede ser motivo legítimo para poner término a este. Eso contrasta con las leyes de varios países que amplían las razones legítimas para practicar abortos legales, de tal manera que incluyen la salud emocional de la madre, su situación económica o el efecto negativo que pueda tener en su vida social.

La Escritura enseña que la vida humana es otorgada por Dios y que dicha vida comienza al momento de la concepción. Asimismo hace hincapié en el valor de la vida humana y recalca que los seres humanos fueron creados a imagen de Dios. Esta percepción bíblica de la vida humana, junto con el mandamiento de no matar, constituyen la base del concepto cristiano de que el aborto no está en consonancia con la Escritura y por tanto no es moralmente correcto.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de las versiones Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y Reina Valera Actualizada (RVA-2015), © Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.


[1] Grudem, Wayne, Christian Ethics (Wheaton: Crossway, 2018).

[2] Lucas 1:41–44.

[3] Lucas 2:16.

[4] University of Florida, “University of Florida Research Adds to Evidence That Unborn Children Hear ‘Melody’ of Speech,” Science Daily, Jan. 23, 2004.

[5] Hopson, Janet L., “Fetal Psychology,” Psychology Today, Sept. 1, 1998.

[6] 2 Samuel 12:1–7.

[7] Salmo 51:5.

[8] Salmo 139:13.

[9] Génesis 25:22,23.

[10] Éxodo 21:22–25.

[11] Lucas 1:35.

[12] Lucas 1:43.

[13] Geisler, Norman L., Christian Ethics, Contemporary Issues & Options (Grand Rapids: Baker Academic, 2010), 137.

[14] Ibídem., 150.

 

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