Enviado por Peter Amsterdam
julio 9, 2019
[Jesus—His Life and Message: The Feast of Tabernacles (Part 3)]
Tal como vimos en los dos artículos anteriores, a la mitad de la Fiesta de los Tabernáculos Jesús fue de Galilea a Jerusalén para asistir a ella. Estando allí, enseñó en el Templo, y algunos que lo oyeron enseñar se opusieron a Él. En el curso de la discusión, Jesús declaró que había ocasiones en que ciertas cosas tenían precedencia sobre las leyes sabáticas, y dijo a la multitud y a los líderes judíos que deberían juzgar correctamente. Según consta, «decían entonces unos de Jerusalén: “¿No es a este a quien buscan para matarlo? Pues mirad, habla públicamente y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido en verdad las autoridades que este es el Cristo? Pero este, sabemos de dónde es; sin embargo, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es”»[1].
Antes, en este mismo pasaje, se emplea el apelativo «los judíos» para referirse a los líderes religiosos judíos, y «la multitud» para aludir a los que no vivían en Jerusalén pero habían venido de sus respectivas ciudades para asistir a la Fiesta de los Tabernáculos, y no sabían nada del complot para matar a Jesús. Ahora se menciona a un tercer grupo de personas: «unos de Jerusalén».
En el artículo anterior vimos que la multitud claramente no tenía conocimiento de la conspiración de los líderes judíos para matar a Jesús, ya que cuando Él preguntó: «“¿Por qué intentáis matarme?” Respondió la multitud y dijo: “Demonio tienes, ¿quién intenta matarte?”»[2]. Sin embargo, ahora nos enteramos de que los que vivían en Jerusalén sí sabían que había un complot para matarlo.
A causa de las amenazas que pesaban sobre la vida de Jesús, los habitantes de Jerusalén se sorprendieron de que estuviera en la fiesta, y encima en el Templo, hablando públicamente para que todos lo oyeran. Aún más asombro les produjo que las autoridades judías no hicieran nada para callarlo y no lo hubieran arrestado. De ahí que los jerosolimitanos comenzaran a preguntarse si los líderes religiosos habían llegado a la conclusión de que Jesús, en efecto, era el Mesías esperado.
No obstante, razonaron que no podía serlo, porque sabían que Jesús era de Galilea, del norte del país, y sabían también que, cuando viniera el Mesías, nadie conocería su procedencia. Extraña que dijeran eso, ya que hay un pasaje de las Escrituras en el que se anuncia que el Mesías sería de Belén.
Tú, Belén Efrata, tan pequeña entre las familias de Judá, de ti ha de salir el que será Señor en Israel; sus orígenes se remontan al inicio de los tiempos, a los días de la eternidad[3].
En el Evangelio de Mateo, el rey Herodes pregunta a los principales sacerdotes y escribas dónde debe nacer el Mesías (el Cristo), y le responden: «En Belén de Judea, porque así fue escrito por el profeta»[4]. Más adelante en ese mismo capítulo se vuelve a mencionar a Belén. Por lo visto había un grupo de personas que creía que el Mesías tendría un origen misterioso y aparecería de pronto, idea que también está presente en ciertos libros apócrifos judíos.
Jesús entonces, enseñando en el Templo, alzó la voz y dijo: «A Mí me conocéis y sabéis de dónde soy; no he venido de Mí mismo, pero el que me envió, a quien vosotros no conocéis, es verdadero. Pero Yo lo conozco, porque de Él procedo, y Él me envió»[5].
Otras traducciones de la Biblia dicen que Jesús «clamó», por lo que puede entenderse que habló con voz fuerte. Ahora bien, varias veces en el Evangelio de Juan, cuando dice que alguien «alzó la voz» o «clamó», es para enfatizar que anunció algo importante. Por ejemplo: «Juan [el Bautista] dio testimonio de Él y clamó: “Este era del que yo decía: ‘El que viene después de mí, es antes de mí, porque era primero que yo’”»[6]. De modo que en este caso, lo más probable es que Jesús alzara la voz en el sentido de que hizo una proclamación formal.
Dijo: «A Mí me conocéis y sabéis de dónde soy». La versión BLPH convierte esa frase en una pregunta añadiéndole un punto de interrogación, mientras que la mayoría de las demás versiones la terminan con un punto, a modo de oración enunciativa. Jesús reconoció que los presentes sabían quién era Él y de dónde venía. Sin embargo, en un sentido más trascendente no sabían de dónde procedía, ya que desconocían que venía de Dios, algo que seguidamente Él aclaró.
No he venido de Mí mismo, pero el que me envió […] es verdadero[7].
Si bien Jesús admitió sin reservas ser de Nazaret, también declaró que era Dios quien lo había enviado con una misión, hecho en el que insiste numerosas veces en este evangelio.
También el Padre, que me envió, ha dado testimonio de Mí[8].
Me envió el Padre viviente y Yo vivo por el Padre[9].
Jesús hizo hincapié en el hecho de que quien lo había enviado era verdadero, o sea, verdaderamente Dios.
También intercaló la frase: «A quien vosotros no conocéis». Al decir esto, Jesús afirmó que Su público —los habitantes de Jerusalén, los líderes religiosos judíos y la multitud— no conocía a Dios. Si de veras lo hubiera conocido, habría entendido que era Él quien había enviado a Jesús. Más adelante en el libro de Juan, Jesús vuelve a decir que no conocen a Dios.
Ellos le dijeron: «¿Dónde está Tu padre?» Respondió Jesús: «Ni a Mí me conocéis, ni a Mi Padre; si a Mí me conocierais, también a Mi Padre conoceríais»[10].
Vosotros no lo conocéis. Yo sí lo conozco […]; lo conozco y guardo Su palabra[11].
Al rechazar al mensajero, rechazaban a Dios.
En cambio, Jesús declaró sin ambages: «Yo lo conozco, porque de Él procedo, y Él me envió»[12]. Con eso indica dos motivos por los que es cierto que lo conoce. En primer lugar, Su origen: Él existió con Dios antes de vivir en la Tierra. En segundo lugar, Dios, Su Padre, le encomendó una misión y lo envío a cumplir Su voluntad.
Entonces intentaban prenderlo; pero ninguno le echó mano, porque aún no había llegado Su hora[13].
Las palabras que Jesús proclamó en el Templo enfurecieron tanto a Sus oyentes que quisieron arrestarlo. En este pasaje no está claro quién exactamente lo estuvo tramando, si fueron los jerosolimitanos, la multitud o los líderes judíos. Es probable que los principales sacerdotes y los fariseos fueran los únicos con autoridad para detenerlo. Da la impresión de que hubo una verdadera tentativa de arresto, que fracasó. No se nos da ningún detalle, solo que el motivo por el que no lograron hacerlo fue que «aún no había llegado Su hora». En cambio, más adelante en este mismo evangelio hay un momento en que Jesús declara: «Ha llegado la hora para que el Hijo del hombre sea glorificado»[14].
Y muchos de la multitud creyeron en Él y decían: «El Cristo, cuando venga, ¿hará más señales que las que este hace?»[15]
A diferencia de los líderes religiosos judíos que trataron de arrestarlo, algunos de la multitud creyeron y aceptaron Su mensaje. Su fe se debió más que nada a los milagros, llamados señales en el Evangelio de Juan. La respuesta que se espera ante la pregunta que ellos hacen es no, el Mesías no iba a hacer más milagros que los que estaba haciendo Jesús. Muchos creyeron en Él porque no podían imaginar que el Mesías prometido fuera a hacer más milagros.
Los fariseos oyeron a la gente que murmuraba de Él estas cosas. Entonces los principales sacerdotes y los fariseos enviaron guardias para que lo prendieran[16].
Al oír lo que la gente comentaba, y entendiendo que muchos creían en Jesús, los fariseos se alinearon con los principales sacerdotes. En tiempos de Jesús, los principales sacerdotes solían ser saduceos y ejercían considerable autoridad en el Sanedrín, el organismo judío de gobierno, con sede en Jerusalén. Entre los fariseos y los saduceos había discrepancias teológicas; pero unos y otros estuvieron de acuerdo en que se debía arrestar a Jesús y mandaron juntamente a unos guardias —probablemente guardias del Templo— para que lo detuvieran.
Y Jesús dijo: «Todavía estaré con vosotros algún tiempo, y luego iré al que me envió. Me buscaréis, pero no me hallaréis, y a donde Yo estaré, vosotros no podréis ir»[17].
Jesús no parecía excesivamente preocupado por el hecho de que las autoridades quisieran aprehenderlo. Ya había dicho que el Padre lo había enviado, y ahora afirma que va a volver con Su Padre. Sabía que el tiempo de Su partida estaba en manos de Su Padre, y que por consiguiente los que pretendían arrestarlo no controlaban los acontecimientos.
Entonces los judíos dijeron entre sí: «¿Adónde se irá este, que no lo hallaremos? ¿Se irá a los dispersos entre los griegos y enseñará a los griegos? ¿Qué significa esto que dijo: “Me buscaréis, pero no me hallaréis, y a donde Yo estaré, vosotros no podréis ir”?»[18]
Quienes oyeron decir a Jesús que se iría a un lugar al que ellos no podían ir se quedaron confundidos. La gente que lo oyó se preguntaba si lo que quería decir era que se iría de Israel para enseñar a los gentiles con los dispersos (la Diáspora, como se conoce hoy en día), es decir, las comunidades judías asentadas fuera de Israel. Cierto autor escribe:
No se equivocan al imaginarse que Jesús tiene planes para evangelizar a estos y también a las naciones gentiles. Tales planes, sin embargo, se materializarán cuando Él vuelva con Su Padre, por el proceso de muerte y resurrección, con el consiguiente derramamiento del Espíritu y el inicio de las misiones a nivel mundial de la comunidad de discípulos, la iglesia[19].
Si bien Jesús no fue a las comunidades diaspóricas para enseñar y predicar a los gentiles, en los evangelios está claro que tuvo trato con ellos y los sanó, tanto dentro de Israel como fuera de sus fronteras. Habló con una samaritana junto a un pozo y con la gente de su ciudad[20]; sanó a unos endemoniados gadarenos[21]; curó a diez leprosos, uno de los cuales era samaritano[22]; sanó a la hija de una mujer cananea[23], y también al criado de un comandante romano[24]. Más tarde, tal como se describe en los Hechos de los Apóstoles y en las epístolas, Sus discípulos, tras llenarse del Espíritu Santo, recorrieron el mundo anunciando el evangelio y captando seguidores gentiles.
(Continúa en la cuarta parte.)
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Juan 7:25–27.
[2] Juan 7:19,20.
[3] Miqueas 5:2.
[4] Mateo 2:5.
[5] Juan 7:28,29.
[6] Juan 1:15 (NBLH). V. también Juan 7:37, 12:44.
[7] Juan 7:28.
[8] Juan 5:37.
[9] Juan 6:57. V. también Juan 3:2,17,34; 5:37; 6:44.
[10] Juan 8:19.
[11] Juan 8:55.
[12] Juan 7:29.
[13] Juan 7:30.
[14] Juan 12:23.
[15] Juan 7:31.
[16] Juan 7:32.
[17] Juan 7:33,34.
[18] Juan 7:35,36.
[19] Milne, The Message of John, 120.
[20] Juan 4:5–42.
[21] Mateo 8:28.
[22] Lucas 17:12–16.
[23] Mateo 15:22.
[24] Lucas 7:1–10.
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