Jesús, Su vida y mensaje: El Padre y el Hijo (1ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

octubre 1, 2019

[Jesus—His Life and Message: The Father and the Son (Part 1)]

En el capítulo cinco del Evangelio de Juan, Jesús cura a un hombre que llevaba treinta y ocho años inválido[1]. Era un sábado, el día en que no se debía realizar ningún trabajo. Jesús le dijo: «“Levántate, toma tu camilla y anda”. Al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su camilla y anduvo»[2]. Cuando los fariseos lo vieron cargando su cama en sábado, le llamaron la atención y le dijeron que eso era ilegal. Él explicó que la persona que lo había sanado, cuyo nombre desconocía, le había dicho que se llevara su lecho. Más tarde, Jesús se encontró con el mismo hombre en el Templo y le dijo: «Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor»[3]. Tras ese encuentro, «el hombre se fue y contó a los judíos que Jesús era quien lo había sanado»[4].

Se menciona que «por esta causa los judíos perseguían a Jesús e intentaban matarlo, porque hacía estas cosas en sábado»[5]. Los judíos consideraban que Jesús infringía la ley mosaica, que decía:

Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para el Señor, tu Dios; no hagas en él obra alguna[6].

Para los judíos, una curación milagrosa era una obra, por lo que estaba prohibida en sábado. La frase «porque hacía estas cosas en sábado» indica que no fue esa la única vez en que sanó a alguien en sábado, sino que lo hacía con frecuencia[7].

Jesús justificó que curara a los enfermos en sábado alegando Su íntima relación con Su Padre.

Jesús les respondió: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y Yo trabajo»[8].

No era usual que los judíos llamaran a Dios «mi Padre»; por lo general se referían a «nuestro Padre», y si decían «Padre mío» en una oración, matizaban esa expresión con un «que estás en el Cielo» o algo similar, con el fin de eliminar todo indicio de familiaridad. Jesús, sin embargo, no se refería a Dios de esa manera, sino que a lo largo de los evangelios da a entender continuamente que tiene una relación de lo más estrecha con Dios, Su Padre.

Jesús alude a una controversia sobre el sábado que era frecuente en el judaísmo. Lo de que Dios «reposó»[9] después de crear el mundo no debía interpretarse en el sentido de que ya no actúa en él. Dios está constantemente trabajando. Es el dador y sustentador de la vida[10], el que premia a los justos[11] y castiga a los impíos[12]. Por consiguiente, Dios quebranta lícitamente el sábado. Jesús señaló que, al igual que el Padre trabajaba, Él también trabajaba. La implicación tácita era que como Dios, Su Padre, «trabaja» en sábado, a Él también le era lícito hacerlo.

Los judíos que lo escuchaban entendieron la significación de que dijera que Dios era Su Padre.

Por esto los judíos aún más intentaban matarlo, porque no solo quebrantaba el sábado, sino que también decía que Dios era Su propio Padre, haciéndose igual a Dios[13].

Más adelante, en este evangelio, Jesús insiste en el mismo principio, diciendo: «El Padre y Yo uno somos»; y los que lo escuchan reaccionan de manera similar: «Los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearlo»[14].

Jesús entonces comenzó a hacer unas declaraciones formales y sistemáticas sobre Su unidad con el Padre, Su misión y autoridad divinas, y las pruebas de que Él era el Mesías[15]. El lenguaje utilizado denota un pensamiento y una expresión rabínicos.

Respondió entonces Jesús y les dijo: «De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre. Todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente, porque el Padre ama al Hijo y le muestra todas las cosas que Él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os admiréis»[16].

Jesús empezó diciendo que todas Sus acciones estaban en consonancia con lo que hacía Su Padre, ya que solo podía hacer lo que veía hacer a Su Padre. No actuaba independientemente de Él. A lo largo de este evangelio, Jesús deja bien claro que Él no hace nada por Su cuenta.

Yo no he hablado por Mi propia cuenta; el Padre, que me envió, Él me dio mandamiento de lo que he de decir y de lo que he de hablar[17].

Eso refleja una comunión ininterrumpida entre el Padre y el Hijo.

La imagen de que Jesús solo hace lo que ve hacer a Su Padre se interpreta como lenguaje parabólico. Los hijos solían aprender el oficio de su padre; durante el proceso de aprendizaje, observaban lo que hacía su padre y seguidamente lo hacían ellos. El Padre, como ama al Hijo, le muestra lo que hace. Las palabras empleadas en griego indican la continuidad de la relación: el Padre le muestra continuamente al Hijo lo que hace. Lo de que el Padre le muestra a Jesús «todas las cosas que Él hace» significa que el Padre se lo ha revelado todo al Hijo.

Juan dice que «el Padre ama al Hijo». El tiempo verbal empleado expresa un amor continuo y habitual; en otras palabras, el Padre nunca deja de amar al Hijo. Por eso le muestra lo que hace. En otros pasajes de este evangelio, Jesús dice haber «visto» cosas que luego le revela al mundo.

De cierto, de cierto te digo que de lo que sabemos, hablamos, y de lo que hemos visto, testificamos; pero no recibís nuestro testimonio[18].

Yo hablo lo que he visto estando junto al Padre[19].

También dice haber visto al Padre:

No que alguien haya visto al Padre; solo aquel que viene de Dios, ese ha visto al Padre[20].

Jesús mencionó que el Padre le mostraría al Hijo obras mayores, de modo que los demás se admiraran de lo que Dios hace.

Como el Padre levanta a los muertos y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida[21].

A la mayoría de los que escuchaban a Jesús no les debió de parecer objetable la afirmación de que el Padre levanta a los muertos y les da vida, ya que los fariseos creían en la resurrección de los muertos. Ahora bien, la frase de que el Hijo da vida debió de parecerles tan cuestionable a los líderes religiosos como algo que Jesús había dicho antes: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y Yo trabajo». Según las creencias judías, solo Dios podía dar vida. Ahora bien, Jesús, el Hijo, declaró que Su obra, al igual que la de Su Padre, era dar vida. En un pasaje anterior de este mismo evangelio, Él expresó así Su propósito: «Que haga la voluntad del que me envió y que acabe Su obra»[22].

Jesús continuó:

El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre, que lo envió[23].

Los oyentes debieron de sorprenderse de que el Padre no juzgue a nadie, ya que en el judaísmo se solía considerar que Dios era el Juez, y todos esperaban comparecer ante Él en el día final. Sin embargo, Jesús manifestó que el Padre le había encomendado a Él la tarea de juzgar para asegurarse de que la gente lo honrara a Él de la misma manera que honra al Padre.

En tiempos de Roma, había ocasiones en que un hombre poderoso enviaba a alguien en su nombre y representación, y a ese emisario había que tratarlo como si fuera el propio hombre poderoso. Si no se honraba al representante, se consideraba que no se había honrado a quien lo había enviado, lo cual constituía una grave ofensa. Jesús estableció un paralelismo con esa tradición de la época, enfatizando que los que no honraran al Hijo deshonrarían a quien lo había enviado, el mismísimo Dios al que decían honrar.

Seguidamente declaró:

De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a juicio, mas pasó de muerte a vida[24].

Cinco versículos antes, Jesús ya había empleado la expresión enfática «de cierto, de cierto», y aquí la vuelve a utilizar para subrayar la importancia de lo que va a decir. Luego anuncia que quien reciba la bendición de la vida eterna será quien lo oiga y dé crédito al Padre, lo cual reafirma la unidad entre el Padre y el Hijo. También deja claro que no es posible creer auténticamente lo que dice el Padre y darle la espalda al Hijo.

Quien crea en el Padre y en el Hijo «tiene vida eterna». La vida eterna del creyente es algo que este posee en el presente; por consiguiente, «no vendrá a juicio, mas pasó de muerte a vida». Cierto autor explica:

No es que los que creen ya hayan sido juzgados y absueltos, por lo cual se les ha concedido vida eterna; sino que los que «tienen vida» se libran por completo del juicio, mientras que los que «vengan a juicio» no tienen vida. Además, los que «oigan» y «crean» no tendrán que esperar a una futura «vida después de la muerte», sino que ya han pasado «de muerte a vida»[25].

Lo mismo dice el escritor Leon Morris:

Cualquiera que reconozca de esta manera al Hijo y al Padre «tiene» vida eterna. Esa vida la posee en el presente. […] Las implicaciones de tener vida eterna en el presente se ponen de relieve en la garantía de que el poseedor de la misma «no será condenado» o, para ser más precisos, «no vendrá a juicio». […] Los que no vengan a juicio tampoco lo harán en el gran día final. Eso demuestra su seguridad permanente. Tener ahora vida eterna es gozar de seguridad por la eternidad[26].

(Continúa en la segunda parte.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Juan 5:5.

[2] Juan 5:8,9.

[3] Juan 5:14.

[4] Juan 5:15.

[5] Juan 5:16.

[6] Éxodo 20:8–10.

[7] Juan 5:16.

[8] Juan 5:17.

[9] Génesis 2:2,3.

[10] Hechos 17:2, 28; Job 33:4; 1 Corintios 8:6; Deuteronomio 32:39.

[11] 2 Samuel 22:25; Proverbios 13:21; 1 Corintios 3:12–15; Mateo 16:27; Apocalipsis 22:12; Hebreos 11:6.

[12] Apocalipsis 20:15, 21:8; Mateo 13:49,50, 25:46.

[13] Juan 5:18.

[14] Juan 10:30,31.

[15] Morris, El Evangelio según Juan, 276.

[16] Juan 5:19,20.

[17] Juan 12:49. V. también Juan 7:17, 28; 8:28; 14:10.

[18] Juan 3:11.

[19] Juan 8:38.

[20] Juan 6:46.

[21] Juan 5:21.

[22] Juan 4:34.

[23] Juan 5:22,23.

[24] Juan 5:24 (JBS).

[25] Michaels, The Gospel of John, 315.

[26] Morris, El Evangelio según Juan, 280.

 

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