Jesús, Su vida y mensaje: El Padre y el Hijo (2ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

octubre 8, 2019

[Jesus—His Life and Message: The Father and the Son (Part 2)]

Al final del artículo anterior, vimos que Jesús declaró que los que oyen Su palabra y creen al que lo envió tienen vida eterna y han «pasado de muerte a vida»[1]. Seguidamente afirmó:

De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán[2].

Los judíos creían en la resurrección de los muertos, como se evidencia por lo que le dijo Marta a Jesús sobre su hermano Lázaro: «Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final»[3]. Tenían (y siguen teniendo) la expectativa de que Dios resucitaría a los muertos. Sin embargo, el concepto de que la resurrección estuviera relacionada con la «voz del Hijo de Dios» les debió de resultar extraño.

En este caso, Jesús no aludía a una futura resurrección de los muertos. Hablaba del presente («viene la hora, y ahora es») y se refería a los que estaban muertos espiritualmente, no físicamente. Quería decir que las personas espiritualmente muertas oirían Su voz (la del Hijo de Dios), Su mensaje, y los que creyeran vivirían. (Por supuesto, Jesús también resucitó con Su voz a personas físicamente muertas, como Lázaro[4], el hijo de la viuda de Naín[5] y la hija de Jairo[6]; pero aquí el foco de atención son las personas espiritualmente muertas.)

Como el Padre tiene vida en Sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en Sí mismo[7].

En el Antiguo Testamente está claro que la vida procede del Padre, el único capaz de insuflar vida en las personas.

El Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente[8].

La vida es considerada un don de Dios:

Me concediste vida y misericordia, y Tu cuidado ha guardado mi espíritu[9].

El Espíritu de Dios me hizo y el soplo del Omnipotente me dio vida[10].

Moisés afirmó: «El Señor tu Dios […] es tu vida»[11]. El Antiguo Testamento deja bien claro que toda vida tiene su origen en el Padre, salvo la vida de Él. Su propia vida es inmanente; el Padre existe por Sí mismo.

Juan enfatiza que a Jesús se le ha dado la misma clase de vida en Sí mismo que tiene el Padre en Sí mismo.

Este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en Su Hijo[12].

De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna[13].

Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguien come de este pan, vivirá para siempre[14].

Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás[15].

Aparte que Jesús tiene vida en Sí mismo, Su Padre «le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del hombre»[16]. Este versículo amplía lo que ya se mencionó anteriormente en este capítulo: «El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo»[17], y: «Todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente»[18]. El Antiguo Testamento enseña que Dios es quien juzga. Se le llama «el Juez de toda la tierra»[19] y «el Señor, que es el juez»[20]. De nuevo se recalca que lo que el Padre hace, el Hijo también lo hace.

No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán Su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación[21].

Jesús dice a los oyentes que no se asombren, lo cual indica que estaban asombrados. ¿De qué no deberían maravillarse? Muy probablemente de que «el Hijo» participe en todo lo que hace el Padre, ya que ese ha sido el tema principal desde el versículo 19 de este capítulo.

Todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente[22].

Como el Padre levanta a los muertos y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida[23].

El Padre […] todo el juicio dio al Hijo[24].

El que no honra al Hijo no honra al Padre[25].

Como el Padre tiene vida en Sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en Sí mismo; y, además, le dio autoridad de hacer juicio[26].

Esas son afirmaciones insólitas, y explican lo que se menciona antes en este capítulo: que el motivo por el que «los judíos» querían matarlo era que «decía que Dios era Su propio Padre, haciéndose igual a Dios»[27].

Jesús declaró: «Llegará la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán Su voz; y […] saldrán». Aquí se refería a la hora final, cuando los que estén muertos en sentido literal (no solo muertos espiritualmente en sus pecados) oirán la voz de Jesús. Una vez más, aludió a Su intervención en acontecimientos en los que los judíos pensaban que solo iba a participar Dios, recalcando nuevamente que Dios era Su Padre.

Y completó la frase sobre las personas en los sepulcros, que oirían Su voz y saldrían, agregando: «Los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación»[28]. Lo que afirmó de que todos los muertos oirían Su voz y resucitarían, unos para una resurrección de «vida» y otros para ser juzgados, concuerda con lo que enseña el libro de Daniel.

Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua[29].

El apóstol Pablo también lo menciona en el libro de los Hechos.

Ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos[30].

Algunos pueden pensar que Jesús quería decir que los que hayan hecho buenas obras en vida (crean o no en Él) irán a resurrección de vida, mientras que los que hayan hecho obras malas irán a resurrección de condenación; o sea, que seremos juzgados exclusivamente según nuestras obras. Sin embargo, para entender correctamente esta frase hay que tener en cuenta lo que le explicó a Nicodemo dos capítulos antes. A él le dijo: «Los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas»[31], y: «Todo aquel que hace lo malo detesta la luz y no viene a la luz»[32]. Y añadió: «El que practica la verdad viene a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras son hechas en Dios»[33].

En otras palabras, lo que prueba si las obras de una persona son «buenas» o «malas» es si «viene a la luz». En otro pasaje de este evangelio, Jesús anuncia: «Yo soy la luz del mundo»[34]. Venir a la luz —que es Jesús, la luz del mundo—, oír Su palabra[35] y oír Su voz equivale a lo mismo: es creer en Jesús. Los que hayan hecho «lo bueno» y vayan «a resurrección de vida» serán los que crean en Él. Los que hayan hecho «lo malo» y vayan «a resurrección de condenación» serán los que no crean en Él. Cierto autor explica:

No significa que la salvación venga determinada por las buenas obras, porque este mismo evangelio deja bien claro, una y otra vez, que uno accede a la vida eterna en el momento en que cree en Jesucristo. Pero la vida que uno lleva prueba la fe que profesa[36].

Jesús continuó:

No puedo Yo hacer nada por Mí mismo; según oigo, así juzgo, y Mi juicio es justo, porque no busco Mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió[37].

Antes ya había dicho que el Padre «todo el juicio dio al Hijo»; aquí empieza a hablar de Su papel como juez. En primer lugar, enfatiza Su dependencia de Su Padre, diciendo que no juzga por Su propia cuenta, sino basándose en lo que oye de Su Padre. Antes ya había explicado que no podía hacer nada por Sí mismo, sino solo lo que veía hacer al Padre; ahora señala que no juzga por Sí solo, sino únicamente según oye, refiriéndose al hecho de que solo juzga a petición de Su Padre, siguiendo Sus instrucciones, conforme a Su voluntad. Por consiguiente, Su juicio es juicio de Dios.

Si Yo doy testimonio acerca de Mí mismo, Mi testimonio no es verdadero. Otro es el que da testimonio acerca de Mí, y sé que el testimonio que da de Mí es verdadero[38].

Jesús se refirió a cuando se da testimonio en un proceso judicial e indicó que, según la ley del Antiguo Testamento, el testimonio legal de una sola persona no era válido.

No se tomará en cuenta a un solo testigo contra alguien en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquier ofensa cometida. Solo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación[39].

Jesús admitió que, si daba testimonio acerca de Sí mismo y nadie más atestiguaba en Su favor, no se debería considerar válido Su testimonio.

No obstante, alegó que era válido porque «otro es el que da testimonio acerca de Mí, y sé que el testimonio que da de Mí es verdadero»[40]. El testimonio de Jesús acerca de Sí mismo es válido porque hay un segundo testigo, Su Padre. En ese momento, Sus acusadores aún no saben que el Padre hace de testigo para el Hijo, pero Jesús lo va a dejar bien claro enseguida.

Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la verdad[41].

Jesús se refiere a cuando los judíos de Jerusalén —probablemente los líderes judíos, o los fariseos, o ambos— enviaron una delegación al otro lado del río Jordán para preguntarle a Juan el Bautista quién era él y por qué bautizaba. Jesús les recuerda que Juan les «dio testimonio de la verdad»[42]. Juan hacía lo mismo que Jesús haría después. No se nos informa de cuál fue la reacción de «los judíos» de Jerusalén ante el mensaje de Juan; pero Jesús da a entender que las preguntas que le hicieron quedaron suficientemente respondidas y que la opinión de Juan que tenían los judíos era positiva.

A estas alturas, Juan probablemente estaba en la cárcel o muerto. Jesús lo elogió y aplaudió la buena labor que había realizado; pero al mismo tiempo señaló que el ministerio de Juan era algo que pertenecía al pasado.

Él era antorcha que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz[43].

Antes de decir esta frase, Jesús aclaró que Su mensaje no procedía de ningún hombre:

Yo no recibo testimonio de hombre alguno; sin embargo, digo esto para que vosotros seáis salvos[44].

Jesús mostró que el mensaje de Juan encaminó a la gente hacia la salvación; por ejemplo a algunos de los doce discípulos, que fueron discípulos de Juan antes de hacerse seguidores de Jesús[45].

Por mucho que fuera el éxito del ministerio de Juan —y es cierto que tuvo éxito—, Jesús dijo: «Yo tengo un testimonio mayor que el de Juan»[46]. Juan también lo reconoció cuando declaró: «Este es de quien yo decía: “El que viene después de mí es antes de mí, porque era primero que yo”»[47], así como al principio del ministerio de Jesús, cuando admitió: «Yo no soy el Cristo»[48] y dio testimonio de Él: «Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y que permaneció sobre Él. […] Ese es el que bautiza con Espíritu Santo. Y yo lo he visto y testifico que este es el Hijo de Dios»[49].

(Continúa en la tercera parte.)


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Juan 5:24.

[2] Juan 5:25.

[3] Juan 11:24. Más detalles sobre cuando Jesús resucitó a Lázaro en Jesús, Su vida y mensaje: Milagros (18ª parte).

[4] Juan 11:1–44.

[5] Lucas 7:11–15.

[6] Marcos 5:22–43.

[7] Juan 5:26.

[8] Génesis 2:7.

[9] Job 10:12.

[10] Job 33:4.

[11] Deuteronomio 30:20.

[12] 1 Juan 5:11.

[13] Juan 3:16.

[14] Juan 6:51.

[15] Juan 10:28.

[16] Juan 5:27.

[17] Juan 5:22.

[18] Juan 5:19.

[19] Génesis 18:25.

[20] Jueces 11:27.

[21] Juan 5:28,29.

[22] Juan 5:19.

[23] Juan 5:21.

[24] Juan 5:22.

[25] Juan 5:23.

[26] Juan 5:26,27.

[27] Juan 5:18.

[28] Juan 5:29.

[29] Daniel 12:2.

[30] Hechos 24:15.

[31] Juan 3:19.

[32] Juan 3:20.

[33] Juan 3:21.

[34] Juan 8:12.

[35] Juan 5:24.

[36] Morris, El Evangelio según Juan.

[37] Juan 5:30.

[38] Juan 5:31,32.

[39] Deuteronomio 19:15.

[40] Juan 5:32.

[41] Juan 5:33.

[42] Juan 1:19.

[43] Juan 5:35.

[44] Juan 5:34.

[45] Juan 1:35–37.

[46] Juan 5:36.

[47] Juan 1:15.

[48] Juan 1:20.

[49] Juan 1:32–34.

 

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