Enviado por Peter Amsterdam
febrero 4, 2020
[Jesus—His Life and Message: The Adulterous Woman]
En medio de la narración sobre la Fiesta de los Tabernáculos, el libro de Juan inserta el relato de la mujer que fue sorprendida en adulterio (Juan 7:53–8:11). No incluí esos versículos en mi comentario sobre la Fiesta de los Tabernáculos[1] porque no forman parte del hilo de los acontecimientos de la fiesta ni de las discusiones de Jesús con los escribas y fariseos durante la misma, que era el tema central de esa serie de artículos. Otro motivo para posponer el estudio de estos versículos es que la mayoría de los biblistas contemporáneos opinan que no fueron escritos por Juan.
La razón por la que los exegetas de la Biblia consideran que no formaban parte del Evangelio de Juan original es que no figuran en los manuscritos más antiguos, sino que aparecen tardíamente en manuscritos occidentales de épocas posteriores. En los manuscritos en que sí están incluidos, a veces están en otro lugar, por ejemplo después de Juan 7:36 o del versículo 44, y en ocasiones al final del Evangelio de Juan. Algunos manuscritos también incluyen este pasaje después de Lucas 21:38, y lo cierto es que presenta similitudes textuales con el Evangelio de Lucas. Ahora bien, aunque la mayoría de los comentaristas cuestionan la ubicación de este pasaje y que fuera Juan quien lo escribió, ellos mismos aceptan que los hechos que en él se narran ocurrieron de verdad. Desde luego concuerdan con el ministerio de enseñanza de Jesús y Su manera de interactuar con la gente en otros pasajes de los evangelios.
El relato comienza con una mención de que, aunque algunos de los principales sacerdotes y fariseos querían prender a Jesús, ninguno le echó mano[2].
Y cada uno se fue a su casa, pero Jesús se fue al Monte de los Olivos. Por la mañana volvió al Templo, y todo el pueblo vino a Él; y sentándose, les enseñaba[3].
Tras pasar la noche en el monte de los Olivos, Jesús regresó al templo para enseñar.
Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio, y en la Ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?» Esto decían probándolo, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo[4].
Según la ley mosaica, eran necesarios dos testigos para que su testimonio de que alguien había quebrantado la ley fuera válido.
No se tomará en cuenta a un solo testigo contra alguien en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquier ofensa cometida. Solo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación[5].
Es de suponer que había al menos dos personas que aseguraban haberla visto tener relaciones sexuales con alguien que no era su esposo. Al preguntarle a Jesús Su parecer sobre esa situación, los escribas y fariseos querían tantearlo para ver si Él confirmaba el castigo que fijaba la ley de Moisés; o sea, la ejecución de la mujer.
La ley mosaica decía:
Si alguien es sorprendido acostado con una mujer casada y con marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer también. Así extirparás el mal de Israel[6].
Algo interesante de este caso es que, si bien agarraron a la mujer cuando estaba cometiendo adulterio, no aprehendieron al hombre. Los escribas y fariseos no mencionan al hombre para nada. Pero si sorprendieron a la mujer cuando estaba cometiendo el acto sexual, ¿cómo es que no agarraron al hombre? Eso parece indicar que o bien era una trampa, o bien mentían.
Eso puso a Jesús en una situación delicada. Si decía estar de acuerdo con que fuera ejecutada, podía dar la impresión de quebrantar la ley romana, ya que únicamente los romanos podían aprobar una ejecución, y en el Imperio romano el adulterio no era un delito capital. Si decía que no debía ser ejecutada, debía alegar un motivo para no cumplir la sentencia que ordenaba la ley mosaica. Está claro que a Jesús no le hicieron esta pregunta porque buscaran orientación para examinar espiritualmente la cuestión; querían tenderle una trampa para que dijera algo con que inculparlo. Jesús no respondió, sino que se agachó y escribió algo en el suelo con el dedo. No dice qué fue lo que escribió, solo que escribió algo.
Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella». E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.[7]
Como parecía que Jesús ignoraba su pregunta o no sabía responder, le insistieron, probablemente haciéndole la misma pregunta repetidas veces. Cuando Jesús se enderezó, dio una respuesta breve pero contundente. No rechazó la ley mosaica; de hecho, confirmó que, según las leyes de Moisés, la mujer era culpable, y su castigo debía ser la muerte.
Según la ley mosaica, los testigos de un delito sancionado con la muerte debían ser los primeros en apedrear al infractor; luego los demás se les unían.
Por testimonio de dos o de tres testigos morirá el que haya de morir; no morirá por el testimonio de un solo testigo. La mano de los testigos caerá primero sobre él para matarlo, y después la mano de todo el pueblo. Así apartarás el mal de en medio de ti[8].
Jesús no quiso decir que los ejecutores del castigo debían ser perfectos —nadie lo es—, sino «íntegros ante Dios en cuanto al asunto en cuestión»[9]. No debían ser maliciosos o embusteros, sino que debían tener la confianza de que estaban obrando bien ante Dios en el desempeño de su función de testigos-verdugos. Estos testigos, por lo que se ve, no cumplían tal criterio, y sus propias acciones lo evidenciaron. Jesús, habiendo dicho esto, se inclinó y se puso a escribir de nuevo en el suelo, dando a entender que no iba a decir nada más. Lo que sucediera después dependía de los acusadores.
Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, fueron saliendo uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los más jóvenes; solo quedaron Jesús y la mujer que estaba en medio[10].
Cuando empezó a calar la significación de las palabras de Jesús, los de mayor edad, probablemente porque en razón de su mayor experiencia captaron más rápidamente las implicaciones de tales palabras, fueron los primeros en marcharse. Cierto autor escribe:
Si el testimonio era falso o no era legalmente válido, y se mataba a la mujer, los más ancianos de los presentes tendrían un mayor grado de responsabilidad. Así que salieron[11].
Los jóvenes los siguieron. Dejaron de pensar en el pecado de la mujer y se preocuparon por sus propios pecados. La mujer acusada quedó sola con Jesús.
Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: «Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?» Ella dijo: «Ninguno, Señor». Entonces Jesús le dijo: «Ni Yo te condeno; vete y no peques más»[12].
Esta era la primera vez que Jesús se dirigía a la mujer. La llamó «mujer», el mismo apelativo que empleó para dirigirse a Su madre cuando estaba en la cruz[13]. Jesús verificó que los acusadores ya no estuvieran presentes. La ley de Moisés exigía que los testigos oculares de un delito estuvieran presentes hasta que se determinara la culpabilidad del reo y se dictara sentencia. Habiéndose ido los testigos, la mujer ya no podía ser juzgada o condenada. No obstante, Jesús no aprobó la forma de actuar de ella, sino que le dijo que no pecara más.
Jesús no hizo ninguna declaración, como en otras situaciones, en el sentido de que la mujer era creyente y tenía salvación eterna, como: «Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz»[14], o: «¡Mujer, grande es tu fe!»[15] En este caso, Jesús le dijo a la mujer que no la condenaba, pero también la exhortó a cambiar de manera de vivir. Aunque no se menciona que ella se arrepintiera o abrazara la fe, la conversación demuestra el amor, la misericordia y el perdón de Jesús, así como Su llamado a cambiar. Él no dijo que el pecado de la mujer careciera de importancia, sino que la animó a dejar de pecar.
A todos nos vendría bien recordar que, si bien somos pecadores salvados por gracia, seguimos siendo pecadores. Podemos tener tendencia a creernos moralmente superiores a los demás o más buenos que ellos, o a censurarlos por sus pecados. Pero ninguno de nosotros tiene derecho a arrojar piedras, «por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios»[16].
Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Las experiencias de Jesús durante la Fiesta de los Tabernáculos, referidas en Juan 7:1–8:59, han sido objeto de siete artículos de esta serie, comenzando por este: https://directors.tfionline.com/es/post/jesus-su-vida-y-mensaje-fiesta-tabernaculos-1/
[2] Juan 7:44.
[3] Juan 7:53–8:2.
[4] Juan 8:3–6.
[5] Deuteronomio 19:15; también 17:6.
[6] Deuteronomio 22:22; también Levítico 20:10.
[7] Juan 8:7,8.
[8] Deuteronomio 17:6,7.
[9] Michaels, The Gospel of John, 498.
[10] Juan 8:9.
[11] Morris, El Evangelio según Juan.
[12] Juan 8:10,11.
[13] Juan 19:26.
[14] Lucas 8:48.
[15] Mateo 15:28.
[16] Romanos 3:23.
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