Perdón y salvación

Enviado por Peter Amsterdam

marzo 22, 2011

En los dos artículos que escribí antes de este sobre el tema del perdón, dije que 1) debemos perdonar a otros, y 2) que debemos evitar la necesidad de tener que ser perdonados haciendo con los demás lo que quisiéramos que ellos hagan con nosotros. En este artículo voy a hablar de cómo los principios del perdón están conectados con la salvación.

Cuando Jesús dijo: «Si perdonas a los que pecan contra ti, tu Padre celestial te perdonará a ti; pero si te niegas a perdonar a los demás, tu Padre no perdonará tus pecados», no se estaba refiriendo al perdón que recibimos por nuestros pecados cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador[1]. Jesús murió en la cruz por nuestra salvación para que podamos ser redimidos, para que nuestros pecados —los pasados, presentes y futuros— pudieran ser perdonados.

Cualquiera que haya recibido a Jesús como su Salvador posee el perdón por sus pecados. Los salvos están justificados por Dios por medio de la muerte de Jesús en la cruz. Esto no significa que como cristianos ya no somos pecadores —nosotros pecamos a lo largo de la vida— sino que somos pecadores justificados, pecadores por los que Jesús murió, los que lo aceptaron como Salvador, y que ahora son poseedores de la vida eterna. El perdón que recibimos inicialmente, sin embargo, no nos da licencia para seguir pecando; más bien, debemos confesar nuestros pecados al Señor, buscar Su perdón y procurar cambiar aquellas cosas que sabemos no son aceptables para Él.

En cierto sentido, aceptar a Jesús como Salvador nos une a la familia de Dios, y nos convertimos en Sus hijos adoptivos. La adopción es un término legal que expresa que un niño ahora es un hijo legal en una familia, y de la misma manera podemos ver la salvación como un derecho legal que poseemos. Tu posición en la relación con Dios cambia cuando recibes la salvación, ya no eres más alguien que no es un hijo de Dios, sino alguien que es legalmente parte de Su familia.

Juan 1:12 lo expresa así: «Pero a todos los que creyeron en Él y lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios». Como pecadores justificados, somos los hijos adoptivos de Dios, por lo tanto podemos llamar a Dios nuestro Padre. Cuando muramos, tenemos el derecho legal de entrar al cielo como uno de Sus hijos. Por eso, el perdón por nuestros pecados por medio de la salvación puede ser visto como un cambio de nuestra postura legal como hijos adoptivos. Algunos lo llaman perdón posicional. Otros lo llaman perdón judicial o perdón forense, o perdón de la familia de Dios.

Volviendo a lo que dicta Mateo 6: Cuando Jesús dijo que si nosotros no perdonamos a otros entonces Dios no nos perdonaría, Él no estaba diciendo que si no perdonamos a alguien que nos perjudicó de alguna manera, que entonces perderíamos la salvación. En cambio, Él se refería a lo que puede ser denominado como perdón relacional. Aunque somos salvos y poseemos el derecho legal de ser Sus hijos a través de la adopción, cuando pecamos se ve afectada nuestra relación personal con Dios y el compañerismo con Él.

Cuando Jesús les enseñó a Sus discípulos, en el Padrenuestro, que debían pedirle al Padre que les perdonara sus ofensas o deudas, Él les estaba enseñando que debían reparar cualquier daño que su diario pecar hubiera causado a su relación personal con Dios, similar a lo que ocurre cuando un hijo ofende profundamente a su padre terrenal a sabiendas. Si bien su posición legal de hijo sigue siendo la misma, y el amor del padre hacia el hijo sigue quedando intacto, la relación entre padre e hijo sufre un daño y necesitará reparación o restauración.

Cuando Jesús dijo que Dios no nos perdonaría nuestras faltas si nosotros no perdonamos a quienes cometen faltas contra nosotros, Él se refería a que la reacción de Dios hacia nosotros está conectada a la manera en que tratamos a los demás. Cuando rezamos el Padrenuestro, estamos puntualmente pidiéndole a Dios que nos perdone tal como nosotros perdonamos a los demás. «Y perdona nuestros pecados, así como hemos perdonado a los que pecan contra nosotros»[2]. Estamos orando para que Dios nos trate ante nuestros pecados tal como nosotros tratamos a otros ante los de ellos. Se supone que debemos poner en práctica lo que pedimos en oración y perdonar activamente a los demás, lo que afecta de modo muy positivo el trato de Dios hacia nosotros.

El pecado tiene un efecto en nuestra relación con Dios, por lo que es importante que no solo perdonemos a quienes pecan contra nosotros, sino que además confesemos nuestros pecados a Dios y le pidamos Su perdón regularmente. Al hacer esto, nos ayuda a mantener una buena relación con Él.

La Biblia describe nuestra relación con Dios con un lenguaje que expresa cercanía o distancia. Él está «cerca» de nosotros, o Su presencia está «con nosotros» cuando tenemos una buena relación con Él; y Él se «aparta» de nosotros o se «distancia» de nosotros cuando nosotros nos apartamos de Él por medio de nuestros pecados.

Santiago 4:8 lo expresa de una manera positiva:

«Acérquense a Dios, y Dios se acercará a ustedes. Lávense las manos, pecadores; purifiquen su corazón, porque su lealtad está dividida entre Dios y el mundo.» (NTV).

Luego tenemos pasajes que hablan sobre cómo nosotros creamos la distancia:

«Son sus pecados los que los han separado de Dios»[3].

«El Señor está lejos de los perversos, pero oye las oraciones de los justos»[4].

Para comprender cómo funciona el perdón relacional, tal vez sirva de ayuda pensar cómo lo hacen ante la relación que tengan con los demás, su pareja, amigos cercanos, hermanos, padres o hijos. Si tienen una gran discusión o desacuerdo con alguno de ellos, o si uno de ustedes ha ofendido a otro o ha herido profundamente a otro, entonces se crea distancia entre ambas partes. Aunque sigan estando cerca uno del otro en el aspecto físico, existe ahora una separación emocional y espiritual. Esta separación desaparece una vez que se hace algo para reparar la relación, y por lo general, una vez reparada, vuelve a existir esa conexión cercana. Sin embargo, si ese distanciamiento no se repara, la distancia no solo seguirá existiendo, sino que hasta puede que aumente.

Cuando pecamos, cometemos una gran ofensa contra Dios; nos estamos distanciando de Él, y esto lastima nuestra relación con Él. Igual que con una amistad o con la pareja, algo debe hacerse para poder reparar la relación, y ese algo es que confesemos nuestra falta a Él y le pidamos perdón, junto con tratar de cambiar nuestra conducta y no seguir haciendo lo mismo que le disgustó. Si hiciste algo que lastimó a un ser querido y deseas reparar ese daño, por lo general lo que debes hacer es acercarte a esa persona y admitir que te equivocaste y que lo sientes, y pedirle perdón, además de tratar de no volver a hacer lo mismo. Pasa lo mismo con Dios. Cuando confesamos, somos perdonados, y la distancia entre ambos se disipa. Es así como reparamos nuestra relación con Él cuando la hemos dañado con nuestro pecado.

«Pero si confesamos nuestros pecados a Dios, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad»[5].

Sin embargo, también es importante recordar lo que dijo Jesús sobre perdonar a otros:

«Si perdonas a los que pecan contra ti, tu Padre celestial te perdonará a ti; pero si te niegas a perdonar a los demás, tu Padre no perdonará tus pecados»[6].

La «cercanía» o «distancia» en nuestra relación con Dios se ve afectada según cómo perdonemos o no a los demás. Así que, si alguien te ha ofendido, perdónalo, sin importar su actitud ni aunque siga pecando contra ti. El perdón beneficia tanto tu relación con los demás como tu relación con Dios.

Es sabio perdonar. Es amor. Es cristiano. La naturaleza de Dios es amor, y el perdón es parte de Su amor. Él dio a Su único Hijo para el perdón de nuestros pecados, y Jesús dio Su vida para que podamos ser perdonados. Si tú perdonas a los demás, lo cual es un acto de amor de tu parte, entonces estás reflejando a Dios; estás siendo como Jesús. Y es bueno ser así.

Para cerrar, lo que sigue es un hermoso ejemplo de oración de confesión y pedido de perdón a Dios, hecha por un hombre que cometió pecados terribles, que luego se arrepintió, y a quien Dios denominó como un hombre conforme a Su propio corazón... el Rey David de antaño:

Ten misericordia de mí, oh Dios, debido a Tu amor inagotable; a causa de tu gran compasión, borra la mancha de mis pecados.

Lávame de la culpa hasta que quede limpio y purifícame de mis pecados.

Pues reconozco mis rebeliones; día y noche me persiguen.

Contra ti solo he pecado; he hecho lo que es malo ante Tus ojos. Quedará demostrado que tienes razón en lo que dices y que Tu juicio contra mí es justo.

Pues soy pecador de nacimiento, así es, desde el momento en que me concibió mi madre.

Pero tú deseas honradez desde el vientre y aun allí me enseñas sabiduría.

Purifícame de mis pecados, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blando que la nieve.

Devuélveme la alegría; deja que me goce ahora que me has quebrantado.

No sigas mirando mis pecados; quita la mancha de mi culpa.

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu fiel dentro de mí.

No me expulses de Tu presencia y no me quites Tu Espíritu Santo.

Restaura en mí la alegría de Tu salvación y haz que esté dispuesto a obedecerte.

Entonces enseñaré a los rebeldes Tus caminos, y ellos volverán a ti.

Perdóname por derramar sangre, oh Dios que salva; entonces con alegría cantaré de Tu perdón.

Desata mis labios, oh Señor, para que mi boca pueda alabarte.

Tú no deseas sacrificios; de lo contrario, te ofrecería uno. Tampoco quieres una ofrenda quemada.

El sacrificio que sí deseas es un espíritu quebrantado; tú no rechazarás un corazón arrepentido y quebrantado, oh Dios[7].


[1] Mateo 6:14–15 NTV.

[2] Mateo 6:12 NTV.

[3] Isaías 59:2 NTV.

[4] Proverbios 15:29 NTV.

[5] 1 Juan 1:9 NTV.

[6] Mateo 6:14–15 NTV.

[7] Salmo 51:1–17 NTV.

 

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