Enviado por María Fontaine
abril 5, 2011
Un momento triste del día es el que dedico a escuchar las noticias. Casi todo trata sobre personas en el mundo que deben enfrentar algunas situaciones muy terribles. No solo quienes no son cristianos, sino también cristianos en muchas partes del mundo que están en situaciones de mucho sufrimiento o dolor por una cosa u otra.
Casi todo lo que dicen las noticias son situaciones trágicas en alguna parte. Desde guerras y conflictos en Somalía y Afganistán, a problemas de violencia relacionados con la droga en México, Guatemala y Brasil, o los que no tienen dónde vivir en Estados Unidos, la persecución de cristianos en Egipto, Pakistán, India e Indonesia, la devastación en Australia, Haití, Pakistán, Brasil, Chile y Japón, las minas terrestres en el Sudeste Asiático, la falta de agua en el Medio Oriente, y los gobiernos represivos en Corea del Norte y Zimbabwe.
Aparte de todo esto, hay muchas otras situaciones en el mundo: esclavitud y tráfico de personas, deshechos tóxicos, crimen en todos los países, plagas de langostas y enfermedades, pandillas, hambre, contaminación en el agua, pobreza, inundaciones y desastres, y la lista sigue.
Pensar en todo lo que está mal nos puede dejar con una sensación de depresión si nos quedamos con eso. Gracias a Dios, Él se vale de estas cosas para mostrarme otra perspectiva al mirarlo a Él.
Cuando recordamos los terribles problemas que tanta gente atraviesa, siempre hace que mi atención no esté tan concentrada en mis propios problemas enormes y mis dificultades. Ser alertado repetidas veces del horror y el trauma que tanta gente está viviendo a diario me ayuda a ver que mis problemas son muy insignificantes y que soy muy bendecida porque no me toca vivir cosas tan extremadamente tristes y terribles.
Me doy cuenta de lo rica que soy en bendiciones, de la abundante provisión de la que disfruto. Mis pies van por caminos agradables, mis ojos ven las pacíficas praderas, mis oídos escuchan una música hermosa. No escucho las bombas de la guerra. No bebo agua contaminada. No vivo en una choza hecha de cartón. No recibo palabras crueles de un jefe temible.
No estoy presa en una cárcel apestosa. Soy libre. Vivo en paz. La mayoría de la gente a la que veo sonríe y dice cosas lindas. Tengo la libertad de poder compartir mi fe abiertamente con los demás. Puedo disfrutar de mis seres queridos. Me divierto, tengo amigos y compañerismo. Tengo mantas con las que me puedo abrigar por las noches. Puedo salir a la calle sin miedo.
¡Soy verdaderamente rica en muchos sentidos!
Escuchar lo que pasa en el mundo es una buena experiencia para mí. Para empezar, me hace orar; y además me ayuda a ser mucho más positiva y más agradecida por lo «ligeras» que son mis cargas, que no son nada comparadas con las de tantos otros.
Dios nos enseña o nos recuerda Sus verdades o principios de manera personalizada para que, estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos, vivamos en las circunstancias que sean, Él pueda llegar a nosotros si nos mostramos abiertos y escuchamos.
Varios días después de haber escrito los comentarios anteriores, leí que el Señor le dijo cosas muy parecidas a otra persona a través de una experiencia que acababa de atravesar. Lo que sigue es un extracto de ese artículo:
El pastor de Birmania se refirió a la testaruda fe de la gente Karen, que aunque es desplazada, torturada, encarcelada, asesinada por sus creencias, se aferran a Cristo. Mostró imágenes espantosas [de los horrendos ataques a los hombres, mujeres y niños]. Llegó a un punto en que la gente ya no podía seguir mirando más. A los diez minutos el pastor lo dejó. Dejémoslo aquí, dijo, antes de que empiecen las partes violentas. ¿Antes? ¿Quieres decir que esto se pone peor? Sin embargo, lo que más llamaba la atención, era el gozo desenfrenado de este hombre. Derramaba confianza en Cristo y en su victoria.
Me hizo recobrar el sentido. Me devolvió a mi primer amor. Hizo que recuperara el gozo de mi salvación.
Y me hizo sentir como un debilucho.
Mi conversión a Cristo y mi compromiso con Él no me han costado casi nada. ... Sin embargo parece que encuentro cosas por las cuales quejarme. Puedo, ante una mínima provocación, sentirme maltratado, perseguido, no apreciado. ... no me toma nada de tiempo ... convertir mi agradecimiento en amargura, mi gozo en un derecho.
Señor, ten misericordia.
... una vez, un conductor se apresuró para pasarme en una curva, y me vinieron sentimientos que no eran precisamente de alabanza. Entonces recordé, y le agradecí a Dios.
Un pequeño paso. Apenas heroico. No me costó nada.
Tengo mucho que aprender sobre el Reino de Dios de los pobladores de Karen. Mark Buchanan[1]
Tal vez enfrentemos dificultades, profunda tristeza y sufrimiento, y a veces tal vez no nos sintamos acaudalados, pero en espíritu y hasta en términos físicos de seguridad, provisión, libertad y respuestas a muchas de las preguntas de la vida, somos ricamente bendecidos.
Como resultado, tenemos la responsabilidad de compartir lo que tenemos con quienes el Señor pone en nuestro camino, y orar por los que sufren y enfrentan grandes pérdidas. No sabemos qué nos traerá el mañana, pero sé que si somos buenos custodios de lo que se nos ha dado hoy, Él nos dará lo que sea que vayamos a necesitar para seguir adelante en el futuro.
[1] Pastor y escritor que vive en la costa oeste de Canadá.
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